adaptación

Perdí. Él me ganó

Cuando Mohamed Alí cumplió 70 años, George Foreman compartió sus reflexiones en ShortList:

“Recuerdo que una noche, hace muchos años, estaba predicando en la calle. Había engordado, me había cortado todo el pelo; nadie me reconocía, solo era un loco en la esquina. Comencé a decir: ‘Soy George Foreman. Yo era el campeón mundial de peso pesado’, pero la gente seguía su camino. Luego dije: ‘Luché contra Mohamed Alí’ y se detuvieron. En ese momento me di cuenta de que este hombre me estaba ayudando a llevar mi mensaje, y era una bendición, no porque me hubiera derrotado, sino porque era parte de mi vida”.

George Foreman nació en Texas en 1949, con seis hermanos y al cuidado de su madre, la familia intentaba sobrevivir en una pobreza extrema. Peleador y conflictivo, dejó la escuela a los 15 años y se sumergió en la delincuencia. A los 16, convenció a su madre de inscribirlo en un programa de formación para jóvenes pobres en California, con la esperanza de aprender carpintería o albañilería. Sin embargo, estuvo a punto de ser expulsado por su mala conducta. Fue entonces cuando su supervisor, Doc Broadus, vio el potencial de Foreman en el boxeo, canalizando su ira y fortaleza a través del deporte. A pesar de su juventud, Foreman rápidamente dominó el circuito amateur y, a los 19 años, ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de México 1968, saltando posteriormente al profesionalismo.

La potencia de su pegada era algo nunca visto en el boxeo, ganando casi siempre por nocaut. Era violento, arrogante y maleducado. Con su estatura de 1.93 metros, rápidamente se ganó el apodo de ‘Big George’. Su primer combate por el título mundial de pesos pesados fue contra Joe Frazier, a quien derrotó en el sexto asalto, convirtiéndose a los 24 años en campeón mundial. Luego defendió su título contra Ken Norton, venciéndolo en el segundo asalto. Foreman, con un récord de 40-0 y 37 nocauts, se consolidó como el dominador absoluto de su categoría. Sin embargo, el gran Mohamed Alí, ‘el negro más libre del mundo’, quien había sido despojado de su título en la cima de su carrera por negarse a participar en una guerra en la que no creía, iba a cruzarse en su camino. Foreman escribe:

“Si limitas a Alí al boxeo, no entenderás lo que realmente era. Su vida fuera del ring, lo que tenía que decir, la valentía que tuvo, lo convirtieron en lo que era: un profeta, un héroe, un revolucionario, era mucho más que un boxeador. Calificarlo únicamente como boxeador es menospreciarlo. Él utilizó el boxeo como un medio para expresar su mensaje. Claro, podía bailar en el ring, lanzar un buen jab e incluso lograr varios nocauts, pero eso no lo define en su totalidad. Olvídate del boxeo, Mohamed Alí ha sido un regalo para el mundo”.

El combate, promocionado como ‘Rumble in the Jungle’ fue celebrado en Kinsasa, Zaire, en 1974, y representó un choque de estilos: la refinada técnica y astucia de Mohamed Alí frente a la brutal pegada de George Foreman. Durante gran parte de 1974, ambos contrincantes se dedicaron a entrenar y adaptarse al clima de Zaire. Alí, aprovechó este tiempo para establecer una conexión profunda con la población local. Su impresionante carisma dominaba el escenario: el día del combate, más de sesenta mil espectadores crearon una atmósfera mítica gritando incansablemente ‘¡Ali, bumaye!’ literalmente ‘¡Ali, mátalo!’. En el ring, Foreman desplegó toda su fuerza en un intento por derribar a Alí, quien contra las cuerdas estaba recibiendo un tremendo castigo. Contrario a lo que todos pensaban, Alí no solo resistió, sino que mantenía su actitud desafiante y burlona. Foreman escribe:

“Tenía demasiada confianza cuando luché contra él. Pensé que era sólo una víctima más del nocaut hasta que, alrededor del séptimo asalto, lo golpeé fuerte en la mandíbula y él me abrazó y me susurró al oído: ‘¿Eso es todo lo que tienes, George?’ Me di cuenta de que mi estrategia no estaba funcionando”.

Foreman quería ganar por nocaut y siguió golpeando, aunque sus fuerzas se agotaban. Entonces sucedió lo impensado. En el octavo asalto, Alí que había aguantado todo, comenzó a descargar golpes empujando a Foreman hacia el centro del ring. Tras un certero gancho de izquierda y un recto a la mandíbula, Foreman comenzó a tambalearse y se desplomó en la lona, vencido y sin fuerzas para levantarse. Mohamed Alí había vencido. Foreman había conocido la derrota de la peor forma posible. Escribe:

“Nunca había perdido. Mi sensación de invencibilidad era tan fuerte que durante años me negué a aceptar la realidad; creía que había sido engañado, que algo estaba mal”.

Tras su derrota, Foreman cayó en una profunda depresión. Aunque volvió a combatir, ya no era el mismo. Con tan solo veintiocho años, sufría serios problemas físicos. En 1977, perdió una pelea en Puerto Rico, y sufrió un infarto en el vestuario. Dejó el boxeo y encontró refugio en la fe cristiana. Comenzó predicando en las calles, y con el tiempo se convirtió en pastor. Fundó su propia iglesia y estableció un gimnasio comunitario para jóvenes en situación de riesgo. El violento pegador, se había transformado en un activista comunitario y filántropo. En sus palabras:

“No fue hasta 1981, cuando un periodista me visitó en mi rancho y me preguntó: ‘¿Qué pasó en África, George?’. Lo miré a los ojos y admití: ‘Perdí. Él me ganó’. Hasta ese momento, mi mente estaba inundada de venganza y odio, desde entonces, todo se aclaró. Comprendí que nunca ganaría esa pelea, y tuve que aprender a dejarla ir”.

Foreman se disculpó con Alí por el odio que había sentido hacia él, y se hicieron amigos. A veces hay circunstancias o accidentes externos que nos impiden conseguir nuestras metas. Elementos que, o bien han cambiado o bien no hemos considerado. Algunas circunstancias, a veces, eran previsibles, otras no. Todos cometemos errores, algunos con consecuencias permanentes. Frente a los errores Ignasi Giró en su libro ‘Teoría optimista del fracaso’, recomienda:

•     Aceptarlos: A nadie le gusta admitir que ha metido la pata hasta el fondo, y que lo ocurrido en gran parte, fue culpa suya. Pero es un paso fundamental.

•     Comprenderlos: Luego de aceptar los errores cometidos, con una cierta distancia temporal de los hechos, los analizamos e intentamos describir con todo lujo de detalles aquello en lo que nos equivocamos.

•     Cambiar: Usando lo observado, nos convertimos en diseñadores de nuestra propia vida e intentamos, añadir nuevos ingredientes vitales que limiten las probabilidades de volver a errar.

Durante 10 años Foreman, se dedicó a su familia, congregación y al centro juvenil que había fundado, sin embargo, debido a un mal manejo de sus inversiones, sus recursos económicos se agotaron. El centro comunitario estaba en riesgo. En una entrevista Foreman explicó:

“Esos niños me necesitaban y yo no los abandonaría. Tendría que encontrar otra manera de recaudar fondos. Y entonces me vino la idea: sé cómo conseguir dinero. Voy a ser campeón mundial de peso pesado. De nuevo”.

Al borde de cumplir cuarenta años, George Foreman sorprendió al mundo anunciando su regreso al ring, esta vez con una sonrisa en el rostro. ‘Big George’, aunque había ganado muchos kilos y perdido algo de la fuerza de su pegada, demostró ser un fenómeno de resistencia. La diferencia clave en esta etapa de su carrera era su actitud: ya no peleaba impulsado por la ira, tenía un propósito significativo. En 1994, a la edad de 45 años, Foreman logró una hazaña sin precedentes en la historia del boxeo: se convirtió en campeón mundial de peso pesado al derrotar a Michael Moorer de 26 años por nocaut en el décimo asalto. Con esta victoria, Foreman no solo recuperó el título que había perdido veinte años atrás ante Mohamed Alí, sino que también rompió tres récords mundiales: se convirtió en el boxeador más viejo en ganar un título mundial (45 años), estableció el récord del intervalo más largo entre la primera y segunda conquista de un campeonato mundial (20 años), y marcó la mayor diferencia de edad en la historia entre el campeón y el retador por el título mundial de peso pesado (19 años). Foreman se retiró oficialmente del boxeo en 1997 con un impresionante historial de 76 victorias, 68 de ellas por nocaut, y solo cinco derrotas. Sus éxitos en el ring le permitieron acumular suficientes recursos financieros para sostener su centro comunitario y continuar con su labor pastoral.

En 1996, el documental ‘When We Were Kings’, que relata el legendario combate entre Alí y Foreman en Zaire, fue galardonado con un Oscar. Durante la ceremonia, Muhammad Alí, afectado por su avanzado Parkinson, fue ayudado por George Foreman para subir al escenario. Foreman escribió:

“No encuentro triste su enfermedad, porque el tipo es un héroe. Puedes hablar con veteranos de guerra y no saber que tienen una pata de palo. Lo que hicieron hace que su enfermedad pase desapercibida. Un héroe es un tipo al que arrinconas y lo golpeas y lo golpeas y lo golpeas y, en lugar de caer, se dice a sí mismo: ‘Si caigo, todas las personas que creen en mí caerán conmigo. Debo mantenerme en pie’. Y porque Alí se mantuvo en pie, sufrió lesiones. No siento lástima por él; me siento orgulloso de siquiera conocerlo”.

Solemos mirar las cosas de manera exitista, debemos ganar en todo, siempre debe haber una victoria, siempre un final feliz, alcanzar la perfección. Pero no tiene por qué ser así. Los eventos individuales no tienen por qué cambiar nuestra esencia. Leonard Cohen nos recuerda en Anthem:

“Olvida tu ofrenda perfecta. Hay una grieta, una grieta en todo. Así es como entra la luz”.

Las cicatrices y heridas que llevamos son un recordatorio de nuestras experiencias, fortaleza y resiliencia, ocultarlas sería ignorar nuestro valor e historia. Al aceptar e integrar lo imperfecto, reparar lo que está roto y aprender a valorar la belleza de las fallas, honramos la vida. Tomás Navarro en su libro ‘Wabi Sabi’, escribe:

“La vida tiene errores, problemas y accidentes y así debe ser, ya que en sus errores y accidentes nos está brindando la oportunidad de aprender, de explorar, de solucionar; en definitiva, de crecer como personas”.

El 3 de julio de 2016, a la edad de 74 años, falleció Mohamed Alí, considerado por muchos como el más grande campeón mundial de boxeo de peso pesado en la historia. Alí utilizó su notoriedad para impulsar causas humanitarias más allá del deporte. Convertido al islam, se transformó en un símbolo del activismo contra el racismo. Fue pionero en oponerse a la guerra de Vietnam. Su influencia se extendió a nivel internacional, realizando misiones de paz en Afganistán y Corea del Norte, llevando ayuda médica a Cuba en tiempos de embargo, y jugando un papel crucial en la liberación de 15 rehenes estadounidenses en Irak. Bill Clinton dijo en el funeral de Alí:

“La primera parte de su vida estuvo dominada por los triunfos de sus dones verdaderamente únicos. Nunca deberíamos olvidarlos. Eran una belleza. Pero la segunda parte de su vida fue más importante, porque se negó a ser encarcelado por una enfermedad que lo mantuvo limitado más tiempo del que Nelson Mandela estuvo en prisión en Sudáfrica. Es decir, en la segunda mitad de su vida, perfeccionó dones que todos tenemos: Cada uno de nosotros tiene dones de mente y corazón. Es solo que él encontró una manera de liberarlos”.

Luego de la muerte de Alí, Foreman señaló que su vida nunca más estaría completa, porque se había acostumbrado a vivir en presencia de una persona esencialmente bella. Al borde de las lágrimas, Foreman comenzó a reírse y explicó que el fondo de pantalla de su computador muestra la famosa foto en la que yace tirado en la lona. Le hace bien recordar que fue derrotado por alguien mucho más grande que él. En sus palabras:

“Todo el mundo tiene que darse cuenta de que la vida no se trata de ganar. Se trata de levantarse después de haber perdido. Siempre que me siento un poco demasiado seguro de mí mismo, saco esa foto y ahí está Mohamed Alí triunfante y yo tirado en la lona. Instantáneamente entro en mi modo de ‘mejor baja a tierra’. Te convierte en un ser humano”.

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