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Richard Feynman fue un físico teórico reconocido como una de las mentes más brillantes e influyentes en la física del siglo XX. Obtuvo el Premio Nobel en 1965, por su trabajo en el desarrollo de la electrodinámica cuántica. Esta teoría ha sido fundamental para el avance de la física de partículas. Feynman además era un profesor excepcional. Parecía haberse impuesto el deber de enseñar. Era capaz de explicar conceptos complejos de física de manera accesible y entretenida. Sus Lectures on Physics, originalmente dictadas a estudiantes de primer año en el Caltech, se han convertido en textos clásicos en la enseñanza de la física. Feynman se identificaba a sí mismo como un hombre que sentía curiosidad por todo. Un día paseando por un parque, su padre señaló un pájaro y le dijo:

“¿Ves ese pájaro? ¿Qué tipo de pájaro es? Es un Reinita de Spencer. Bueno, en italiano, es un Chutto Lapittida. En portugués, es un Bom da Peida. En chino, es un Chung-long-tah, en japonés, es un Katano Tekeda. Puedes saber el nombre de ese pájaro en todos los idiomas del mundo, pero cuando termines, no sabrás absolutamente nada sobre el pájaro. Solo sabrás sobre humanos en diferentes lugares, y cómo llaman al pájaro. Así que miremos al pájaro y veamos qué está haciendo — eso es lo que cuenta”.

Feynman tenía la habilidad de pensar cualquier problema con sencillez y claridad, y luego explicar con un lenguaje accesible cada argumento en una estructura lógica y sin ambigüedad. Concebía formas simples de representar visual y mentalmente las interacciones más complejas de la materia. Es recordado por su destacada participación como uno de los miembros clave en la investigación del desastre del transbordador espacial Challenger en 1986, donde explicó utilizando un vaso de agua fría, cómo los anillos de sellado de la nave habían fallado debido a las bajas temperaturas. Su enfoque poco convencional para resolver problemas y su filosofía de la curiosidad y la duda permanente lo han convertido en una figura legendaria en la ciencia, cuya influencia se extiende más allá de su propia disciplina. Mariano Sigman, en su libro El poder de las palabras, relata que quienes tuvieron el privilegio de asistir a las clases de Feynman, experimentaron el summum de la experiencia educativa. Su capacidad para enseñar era única. Sin embargo, Feynman sostenía que no era que enseñase bien porque pensaba con claridad, sino que pensaba con claridad porque enseñaba bien. Feynman aconsejaba a los educadores:

“No solo enseñes a tus estudiantes a leer. Enséñales a cuestionar lo que leen y lo que estudian. Enséñales a dudar. Enséñales a pensar. Enséñales a cometer errores y aprender de ellos. Enséñales cómo entender algo. Enséñales cómo enseñar a otros”.

A Séneca se le atribuye la máxima ‘docendo discimus’, es decir: enseñando se aprende. Es lo que actualmente en sicología se conoce como el efecto Protégé. Este efecto sugiere que el acto de enseñar no solo beneficia al aprendiz sino también al que instruye. Para poder enseñar un concepto de manera efectiva, el que enseña debe organizar y clarificar sus pensamientos sobre el tema, lo que conduce a una mejor comprensión y consolidación de su conocimiento. Este proceso obliga al instructor a evaluar críticamente su propio entendimiento, identificar posibles lagunas en su conocimiento y buscar maneras de presentar la información de manera coherente y comprensible. Además, al prepararse para enseñar, anticipa preguntas o dudas que puedan tener los aprendices, lo que le impulsa a explorar el tema con más profundidad y desde diferentes perspectivas. Otro componente importante del efecto Protégé es la retroalimentación recibida durante el proceso de enseñanza. Las preguntas y perspectivas de los aprendices pueden ofrecer al instructor nuevas ideas o maneras de pensar sobre el tema, así como la oportunidad de refinar su entendimiento al abordar dudas o malentendidos. En palabras de Sigman:

“Hablar con otras personas aclara las ideas, ayuda a encontrar errores en los razonamientos propios y a identificar soluciones mejores. También ayuda a aprender a dialogar mejor con uno mismo. En definitiva, es la herramienta más poderosa para pensar mejor”.

Conversar con otros es la mejor manera de aprender a pensar. Sin embargo, esto no sucede en la mayoría de las conversaciones, ya que requiere que las conversaciones no se conviertan en un enfrentamiento ni en una batalla, sino en un proceso de descubrimiento y aprendizaje mutuo. Hablar para aprender, no para convencer. Charles Duhigg en su reciente libro Supercommunicators, realiza una amplia revisión de la investigación científica sobre la conversación y comunicación humana. En nuestro cerebro mientras conversamos, se activan diferentes redes neuronales y estructuras cerebrales. Cada tipo de conversación recurre a un tipo de mentalidad y procesamiento mental específico. Simplificándolo enormemente, existen tres tipos de conversación que priman en la mayoría de los diálogos.

  • Conversaciones prácticas: Es cuando mantenemos una conversación para analizar una situación o elegir un curso de acción. Esta conversación gira en torno a la pregunta: ‘¿De qué se trata esto realmente?’, que activa nuestra mentalidad de toma de decisiones. Este tipo de claridades no siempre son explícitas en una conversación, por lo que tenemos que evaluar las palabras que oímos, pero también considerar qué motivos o deseos pueden subyacer. Esta conversación tiene dos objetivos: el primero es determinar sobre qué temas queremos hablar, lo que todo el mundo necesita de este diálogo. El segundo consiste en averiguar cuáles son las reglas y normas tácitas para llevar adelante la conversación y cómo tomaremos decisiones juntos. Este tipo de conversación a menudo surge al comienzo de un diálogo, pero también puede emerger en plena conversación, en especial cuando nos centramos en tomar decisiones, evaluar planes o decidir caminos a seguir. En toda conversación hay una negociación silenciosa, cuyo premio no consiste en ganar, sino en decidir qué quiere todo el mundo, para que pueda ocurrir algo significativo. En palabras de Dughigg:

“La conversación ‘¿De qué se trata esto realmente?’ es esencial para pensar en el futuro, negociar opciones, debatir conceptos intelectuales y decidir de qué queremos hablar, nuestros objetivos para esta conversación y cómo deberíamos mantenerla”.

  • Conversaciones emocionales: Las emociones dan forma a todas las conversaciones, ya que gobiernan frecuentemente de forma inconsciente nuestro lenguaje, lo que decimos y el cómo lo decimos, y también cómo escuchamos. Toda conversación trata, de algún modo sobre la pregunta ‘¿Cómo nos sentimos?’, que activa nuestra mentalidad emocional. Cuando hablamos sobre emociones, la forma de escuchar es esencial. Necesitamos prestar atención a las vulnerabilidades, escuchar lo que se dice y sobre todo lo que no se dice. Aprender a escuchar permite revelar amplios mundos bajo la superficie de las palabras. Hay momentos, en muchas conversaciones, en el que alguien cuenta algo emocional, o revelamos nuestros propios sentimientos, o esperamos resolver un conflicto. Es entonces cuando podría iniciarse una conversación emocional, si lo permitimos. Una de las mejores maneras de empezar este tipo de conversaciones es formular una pregunta profunda. Las preguntas profundas son especialmente efectivas a la hora de crear intimidad porque requieren que la gente describa sus creencias, valores, sentimientos y experiencias de formas que pueden revelar alguna vulnerabilidad. Y esta provoca el contagio emocional, lo que nos lleva a conectarnos mejor. En palabras de Dughigg:

“Hacer preguntas profundas es más fácil de lo que la mayoría de la gente cree, y más gratificante de lo que esperamos”.

  • Conversaciones sociales: Un estudio publicado en la revista Human Nature mostró que el 70 por ciento de nuestras conversaciones son de índole social. Este tipo de conversaciones surge cuando hablamos de nuestras relaciones, de cómo nos ven los demás y nos vemos a nosotros mismos. Estas conversaciones giran en torno a la pregunta ‘¿Quiénes somos?’, que activa nuestra mentalidad social. Cuando, hablamos de política, o descubrimos conocidos comunes, o explicamos cómo nos influye nuestra religión, etnia o nuestro origen familiar, o cualquier otra identidad, estamos utilizando módulos cerebrales que influyen en cómo pensamos acerca de otras personas, nosotros mismos y la relación con todos los demás. Durante estos diálogos, la mentalidad social está configurando constantemente cómo escuchamos y qué decimos. En una conversación significativa, no solo nos exponemos a nosotros mismos en el diálogo, sino todo lo que nos ha conducido hasta este momento: nuestras historias y antecedentes, nuestras familias y amistades, las causas en las que creemos y los grupos a los que amamos o detestamos. Es fundamental, en este tipo de conversaciones, recordarnos a nosotros mismos que todos poseemos múltiples identidades: somos padres, pero también hermanos; expertos en algunos temas y principiantes en otros; amigos y compañeros de trabajo, o personas que aman a los animales, pero odian el deporte. Somos todos ellos simultáneamente, así que ningún estereotipo nos describe por completo. Todos contenemos multitudes que están esperando expresarse. En palabras de Dughigg:

“Las cosas en común son lo que nos permite aprender unos de otros, salvar distancias, empezar a hablar, comprender y trabajar juntos. Las conversaciones sobre identidad son lo que revela estas conexiones y nos permite compartir todo nuestro ser”.

En un diálogo, entramos y salimos de estos tres tipos de conversaciones a medida que se desarrolla. Si pudiésemos asomarnos al interior de nuestro cerebro y el de nuestro interlocutor cuando tenemos una conversación, frecuentemente veríamos que al principio se impone una mentalidad de toma de decisiones, luego prima una mentalidad emocional y luego es más preeminente una mentalidad social. En palabras de Dughigg:

“La mala comunicación se produce cuando la gente mantiene distintos tipos de conversación. Si tú estás hablando emocionalmente, mientras yo lo hago en términos prácticos, estamos, en esencia, utilizando diferentes lenguajes cognitivos”.

Cada tipo de conversación se rige por su propia lógica y requiere un conjunto de habilidades para comunicarnos bien. Dughigg aconseja que, durante las conversaciones más significativas consideremos las siguientes pautas:

  1. Reconocer el tipo de conversación que se produce.
  2. Compartir nuestros objetivos y preguntar qué esperan los demás.
  3. Preguntar por los sentimientos de los demás y compartir los nuestros.
  4. Explorar si las identidades personales tienen importancia en esta conversación.

Mantener conversaciones significativas es, en algunos sentidos, más urgente que nunca. Nuestro mundo está cada vez más polarizado y nos cuesta escuchar y que nos escuchen. Por lo que, aunque no podamos resolver todos los desacuerdos del mundo, aprender a conversar mejor, ya es un avance para aumentar la probabilidad de coexistir y progresar. En palabras de Duhigg:

“En los diálogos más significativos, nuestro objetivo debería ser mantener una ‘conversación de aprendizaje’. En concreto, desear aprender cómo ve el mundo la gente que nos rodea y, a cambio, ayudarles a comprender nuestra perspectiva”.

Feynman estaba muy interesado en saber si sus alumnos estaban aprendiendo o no. No solo quería que sus estudiantes aprendieran, sino que todos los estudiantes aprendieran. Poco después de aceptar convertirse en profesor invitado en Brasil, comenzó a aprender portugués, porque pensaba que un estudiante podía aprender mejor en su lengua materna. En una conversación de aprendizaje, nuestro objetivo central debiera ser comprender lo que ocurre en la cabeza de otras personas y compartir con ellos lo que está pasando en la nuestra. Una conversación de aprendizaje nos impulsa a prestar más atención, a escuchar más, a hablar de forma más abierta y expresar lo que de otro modo quizá no diríamos. Sigman señala:

“El método de Feynman consta de un bucle que se repite. Elegir y definir bien un problema de estudio. Pensarlo. Explicárselo a otra persona, idealmente a un niño. Encontrar todos los lugares donde la explicación no fluye. Suelen detectarse estos puntos porque ahí balbuceamos o usamos palabras sofisticadas para disimular la confusión. Una vez identificados, volvemos a estudiarlos y repetimos la explicación hasta que fluya de manera impecable. Solo cuando eso sucede, hemos entendido el problema”.

Feynman encarnó su creencia en el aprendizaje como un viaje que dura toda la vida. Su creencia en el poder de la curiosidad, la importancia de comprender el ‘por qué’, la alegría de enseñar y aprender basado en un diálogo dinámico lleno de imágenes, analogías y bromas, son aplicables a todos los aspectos de nuestra existencia. Nos dejó este consejo:

“¡Enamórate de alguna actividad y hazla! Nadie sabe de qué se trata la vida, y no importa. Explora el mundo. Casi todo es realmente interesante si profundizas lo suficiente. Trabaja tan duro y tanto como quieras en las cosas que más te gusta hacer. No pienses en lo que quieres ser, sino en lo que quieres hacer. Mantén una especie de mínimo con otras cosas para que la sociedad no te impida hacer nada en absoluto”.

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