adaptación

Acoplamiento neuronal

Los físicos han discutido durante más de un siglo sobre si nos es posible conocer la realidad o si sólo podemos discutir sobre nuestras descripciones de ella. Cuando Einstein tenía casi sesenta años, escribió un artículo titulado Physics and Reality en el que señaló:

“La totalidad de nuestras experiencias sensoriales pueden ser puestas en orden mediante un proceso mental: este hecho en sí tiene una naturaleza que nos llena de reverente temor, porque jamás seremos capaces de comprenderlo por completo. Bien se podría decir que ‘el eterno misterio del mundo es su comprensibilidad’”.

Einstein llegó a la convicción de que las teorías y fórmulas del conocimiento científico transmiten sólo una parte de la realidad. Más allá de ellos, conjeturó, yace lo inconmensurable, lo inexplicable e incluso lo milagroso. Una cosa es ‘la realidad objetiva’ y otra bien distinta ‘lo que percibimos de ella’. No podemos decir exactamente qué es la realidad porque, si existe, no la podemos conocer ya que nuestras experiencias sensoriales son limitadas. Nuestra percepción es subjetiva. Dos personas pueden mirar la misma manzana, una la describirá roja oscura mientras que otra podría decir que es morada, dependiendo de la sensibilidad de sus fotorreceptores. Nuestra biología, lenguaje, cultura y experiencias pasadas moldean nuestra percepción. E incluso cuando faltan datos, nuestro cerebro se encarga de llenar los espacios vacíos, alterando la forma en que percibimos la realidad. En el libro Del ser al hacer, Humberto Maturana señaló:

“Todo lo que es dicho, es dicho por un observador. […] no existe ningún método verificable para establecer un nexo entre las propias afirmaciones y una realidad independiente del observador cuya existencia uno a lo mejor da por sentada. Nadie puede reclamar un acceso privilegiado a una verdad o realidad externa”.

Como biólogo, Maturana se ocupó de advertirnos que los seres humanos estamos estructuralmente limitados para percibir toda la complejidad de una realidad externa independiente a nosotros mismos. Nuestro cerebro reduce e inventa el mundo. Lo que experimentamos es una ilusión práctica. Rafael Echeverría en su libro Ontología del Lenguaje lo expresó de esta forma:

“No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos”.

Construimos nuestros modelos mentales a partir de la observación de miles de instantes y experiencias, de las que sacamos conclusiones y elaboramos teorías sobre cómo funciona el mundo. Estos relatos de causa y efecto conforman nuestras creencias, los pilares que sustentan nuestra particular forma de interpretar la realidad. Pensamos que esas creencias son personales y propias porque nos ayudan a describir el mundo que habitamos y a explicarnos quiénes somos. Sin embargo, muchas de estas creencias, son erróneas. En La deshumanización del arte Ortega advertía:

“Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión”.

Hugo Mercier y Dan Sperber en su libro The Enigma of Reason afirman que la razón humana no puede llegar a una verdad objetiva. Nuestros patrones de percepción y razonamiento son víctimas constantes de una serie de prejuicios y deficiencias. Mercier y Sperber sostienen que ‘la razón’ evolucionó porque es una herramienta social. La razón es oportunista y ecléctica. Según estos investigadores, el rol principal de la razón puede ser retórico: la razón ayuda a simplificar y esquematizar argumentos intuitivos, destacando y a menudo exagerando su fuerza. La razón evolucionó para convencer y persuadir, ganar discusiones, defender y justificar acciones y decisiones frente a otras personas. En sus palabras:

“Sostenemos que la razón tiene dos funciones principales: la de producir razones para justificarse a uno mismo y la de producir argumentos para convencer a los demás”.

Nick Enfield, profesor de lingüística en la Universidad de Sydney, en su libro Lenguaje versus realidad: por qué el lenguaje es bueno para los abogados y malo para los científicos, afirma que la realidad importa porque nuestra supervivencia depende de ella. Para navegar por el mundo, como individuos, primero reducimos su complejidad a través de la interfaz de nuestra percepción sensorial. Pero luego, como especie social, para coordinarnos en torno a la realidad que percibimos, hemos agregado otra interfaz con mayor nivel de abstracción: el lenguaje. Enfield escribe:

“Normalmente pensamos en las palabras como una herramienta para describir el mundo que nos rodea. Una taquigrafía o etiqueta útil para expresar significado. Pero las palabras tienen poder. La forma en que describimos las cosas afecta cómo las vemos. Pero peor aún, las palabras, al dirigir la atención, pueden actuar como interruptores de la mente, limitando una comprensión más amplia de una situación”.

Cómo veo una imagen es un asunto privado. Pero cómo lo etiqueto es una imposición a los demás. Éste es el ‘marco lingüístico’. Encuadrar no es sólo una forma diferente de ver una escena. Es un acto de influencia. Utilizar el lenguaje para indicar a las personas que vean las cosas de una manera en contraposición a otras formas en que podrían haberlas visto. Esto tiende a cerrar nuestra conciencia de otras formas de ver. Los errores en nuestro razonamiento, con toda su carga de sesgos cognitivos, hacen que nuestros procesos de pensamiento naturales sean profundamente subjetivos y parciales. Por lo tanto, el lenguaje está lejos de ser un medio que refleja el mundo como es. Creamos mundos diferentes usando vocabularios diferentes de una realidad que excede por mucho la capacidad de nuestros sentidos. Para Enfield el lenguaje es un cuchillo que usamos para cortar hechos. Y como cualquier cuchillo, puede ser a la vez destructor y creador. Una de las propiedades más peligrosas del lenguaje es que nos permite decir cosas que no son ciertas. El peligro no es sólo que la gente pueda ser engañada, sino que la falsedad se difunde mucho más rápido y puede ser más eficaz que la verdad. Enfield comenta:

“Si asumimos que el objetivo principal del lenguaje es revelar la verdad, eso hace que el lenguaje parezca profundamente defectuoso. Pero si entendemos el lenguaje como una herramienta para convencer y persuadir, podemos reconocer su poder”.

Enfield, en su libro, utiliza los términos ‘científico’ y ‘abogado’ como caricaturas de dos maneras diferentes de pensar acerca de para qué sirve el lenguaje. El lenguaje falla en la labor científica, por ser tan ambiguo y aproximado, por qué distrae y desmerece, por qué se queda corto cuando intentamos describir una experiencia o captar una emoción. Sin embargo, como herramienta de coordinación, destaca por su capacidad para dirigir la atención de las personas, enmarcar situaciones de manera arbitraria, manipular prejuicios, coordinar acciones, gestionar reputaciones y regular la vida social. El lenguaje es una infraestructura diseñada para la coordinación social y no para la transferencia de información. En palabras de Enfield:

“El científico busca conocer la verdad, mientras que el abogado busca persuadir. Y al persuadir, el abogado no busca llegar a la verdad sino salirse con la suya. No busca explicar sino defender. El científico a veces puede trabajar solo, pero el trabajo del abogado es necesariamente social y el lenguaje es su principal herramienta”.

El neurocientífico Mariano Sigman, en su libro El poder de las palabras, explica que cuando las ideas que construimos se expresan a través del lenguaje, les damos una apariencia de verdad mucho mayor de la que les corresponde. A la falibilidad intrínseca de la percepción y del razonamiento humano le agregamos la reflexividad del lenguaje, que profundiza y amplía los errores. Definir categorías y etiquetarlas mediante el lenguaje, permite expresar ideas complejas en pocas palabras que cobran vida propia en otras mentes. Sin embargo, esto tiene un costo. Al reducir y proyectar detalles infinitos de una realidad análoga en unas pocas categorías digitales perdemos resolución. En palabras de Sigman:

“Es como ver el mundo a través de un filtro que granula la imagen en unos pocos pixeles”.

Sigman, explica que nuestro cerebro no funciona como una computadora que almacena archivos y luego los recupera tal como los guardó. Sino que cada vez que recuperamos un recuerdo de nuestra memoria, lo modificamos. Nuestra memoria es reconstructiva. Siempre que pensamos que estamos recordando algo con una imagen perfecta, en realidad estamos cambiando ese recuerdo, en relación con nuestro estado de ánimo, ideas y contexto actual.Sigman señala:

“Una vez visto que los sesgos de nuestra cognición nos llevan a todo tipo de errores, propongo una solución: aprender a conversar con otros y con nosotros mismos. Esta herramienta ancestral, a la vez tan simple y poderosa, hace visibles fallos del razonamiento que suelen pasar inadvertidos. El diálogo nos permite resolverlos y así mejorar sustancialmente nuestra forma de pensar”.

Sin embargo, para tener una buena conversación, debemos ser capaces de conectar. Beau Sievers en su artículo How consensus-building conversation changes our minds and aligns our brains, explica que cuando asimilamos lo que alguien está diciendo, y esa persona comprende lo que nosotros decimos, es porque, de alguna manera nuestros cerebros se han alineado. En ese momento, nuestros cuerpos, nuestro pulso, expresiones faciales, las emociones que experimentamos, el hormigueo en la nuca y en los brazos, empiezan a armonizarse. Nuestros cerebros y nuestros cuerpos se sincronizan porque estamos ‘acoplados neuronalmente’. Cuando no estamos acoplados neuronalmente tenemos problemas para comunicarnos. Pero cuando empezamos a sincronizarnos, se facilita la comprensión mutua. En palabras de Sievers:

“El acoplamiento neuronal de hablante y oyente predice el éxito de la comunicación”.

Charles Duhigg en su libro Supercommunicators: How to Unlock the Secret Language of Connection, señala que a algunas personas les cuesta muchísimo sincronizarse con otras, incluso cuando hablan con amigos cercanos. Sin embargo, otras están especialmente dotadas para este tipo de acoplamiento neuronal, ya que parecen sincronizarse sin esfuerzo prácticamente con todos. Los investigadores denominan a estas personas: ‘participantes de alta centralidad’. En palabras de Sievers:

“Los participantes de alta centralidad, son mucho más proclives a acoplar su propia actividad cerebral con la del grupo, y juegan un papel muy importante al crear convergencia grupal facilitando la conversación”.

Los investigadores han descubierto que los ‘participantes de alta centralidad’, en sus conversaciones se destacan por:

  • Escuchar con atención lo que se dice y lo que no se dice. Escuchar requiere prestar atención a algo más que las palabras. También necesitamos prestar atención a las expresiones emocionales no verbales de nuestro interlocutor: los sonidos que emite, los gestos, el tono de voz y la cadencia, la postura corporal y los gestos.
  • Formular preguntas apropiadas. Preguntas de seguimiento como: ‘¿Qué quieres decir?’ o ‘¿Por qué crees que ha dicho eso?’, son un indicio de que se está interesado en la conversación, mientras que declaraciones que cambian de tema son indicios de que nuestro interlocutor quiere pasar a otra cosa. Hacer preguntas, captar señales y añadir elementos a la conversación favorecen la conexión.
  • Reconocer y acoplarse al humor de los demás. Cuando nos acoplamos al humor y la energía de alguien, estamos mostrándole que queremos conectar. A veces es posible que queramos encajar exactamente con su humor, en otros momentos, podríamos querer expresarlo de forma distinta. Pero, en cada caso, estamos enviando un mensaje: percibo tus sentimientos. Este claro deseo de conectar es un paso esencial para ayudarnos a establecer vínculos.
  • Hacer que sus sentimientos se perciban con facilidad. Las emociones impactan en todas las conversaciones. Un objetivo crítico, en cualquier diálogo significativo, es sacar las emociones a la superficie. Las preguntas profundas son especialmente efectivas para crear intimidad porque hacen que la gente describa sus creencias, valores, sentimientos y experiencias de formas que pueden revelar alguna vulnerabilidad. Y esta provoca el contagio emocional, lo que permite alinearnos más.

Cada palabra o gesto no está relacionado con algo exterior a nosotros, sino con nuestro interior. Son nuestras acciones y las emociones que están en su base, las que especifican y dan a nuestras palabras su significado particular. Aunque todos podamos compartir una misma base biológicala forma en que construimos significados difiere en cada uno de nosotros. El lenguaje actúa como medio para moldear y modificar nuestras percepciones. Somos, en esencia, el resultado de las narraciones que nos contamos a nosotros mismos y las que compartimos con otros. Nuestra comprensión de la realidad necesita una revisión completa. En lugar de verla como un escenario externo fijo en el que se desarrollan los acontecimientos, deberíamos considerarla como una interacción dinámica entre observadores y su entorno. La realidad, desde este punto de vista, no reside ahí fuera, independientemente de nosotros. Más bien, la realidad son nuestras interacciones con el mundo, moldeadas y definidas por nuestras observaciones y conexiones. No hay una sola forma correcta de conectar con otras personas. Hay destrezas que hacen las conversaciones más fáciles y menos incómodas. Hay consejos que incrementan las probabilidades de mejorar las interacciones. Pero lo importante es querer conectar, querer comprender al otro, querer mantener una conversación profunda, incluso cuando es duro y da miedo, o cuando sería mucho más fácil alejarse. La realidad no es más que una red de conversaciones. Como enseñó Humberto Maturana en Desde La Biología a la Psicología:

“Lo humano existe en el conversar y todo quehacer humano ocurre como una red de conversaciones”.

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