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Domar al toro

El zen se centra en la experiencia directa más que en el conocimiento teórico y los argumentos. Esta perspectiva fue influenciada por el taoísmo, especialmente en su cautela respecto al uso del lenguaje. El lenguaje, con sus abstracciones y generalizaciones, moldea y modifica nuestras percepciones, distanciándose así de ser un medio fiel que refleje el mundo tal como es. Intentamos duplicar la realidad en la mente al crear símbolos, o palabras, para las cosas de nuestra experiencia. El problema es que son insuficientes para captar y expresar la complejidad del mundo. La finalidad de la práctica zen es alcanzar la iluminación, un estado en el que la realidad se percibe y experimenta de manera simple y directa, libre de las convenciones ilusorias impuestas por la mente humana. A veces, el zen se denomina a sí mismo la ‘escuela de la conciencia’. Un antiguo refrán en lengua pali ilustra este punto:

“De la misma manera que un hombre que quisiera domar a un novillo lo ataría a un poste, así también el hombre debe atar su propia mente para alcanzar el estado de consciencia”.

Para lograr esta experiencia inmediata, es necesario un proceso de depuración mental. En el siglo XII, en China, surgieron diez dibujos acompañados de poemas cortos atribuidos al monje zen Ku-an Shih-yuan (conocido en japonés como Kakuan Shion). Estos textos describen los desafíos de un granjero para domar un toro, que simboliza la naturaleza de nuestra mente. Aunque el título tradicional es ‘Las diez imágenes del toro’, en Occidente se han popularizado como ‘Imágenes de pastoreo de bueyes’. Myokyo-ni, una monja budista zen y directora del centro zen de Londres, argumenta en su libro ‘Gentling the Bull’ que el toro es una metáfora más adecuada que el buey para esta narrativa. Un buey es dócil y obediente, un toro no. Ella escribe:

“Es cierto, el toro podría no prestar atención, pero uno no puede saber, es impredecible y peligroso, más rápido y fuerte que uno”.

La trampa de la mente es que llegamos a identificarnos con ella, con la idea que tenemos de nosotros mismos. Las diez imágenes del toro representan un modelo posible que ilustra las etapas del camino hacia la iluminación o el proceso de claridad y comprensión de la naturaleza de nuestra conciencia. Las imágenes y los breves poemas son una alegoría de cada etapa que vivimos recurrentemente en el viaje de la vida.

En los prados del mundo, buscando al toro, sin descanso, voy apartando las altas hierbas. Siguiendo ríos sin nombre, perdido entre los senderos impenetrados de lejanas montañas, desesperado y exhausto, no puedo encontrar al toro. Oigo únicamente el canto nocturno de los grillos, en el bosque.

En la etapa ‘Buscando al toro’, creemos que algo nos falta, pero aún no sabemos qué. Nos sentimos perdidos; necesitamos algo fuera de nosotros para sentirnos completos y en paz. Sin embargo, no encontramos nada, simplemente deambulamos, guiados solo por nuestros instintos más básicos. Esta búsqueda inicial está marcada por la confusión y la ansiedad que acompañan el despertar a la necesidad de conocimiento y exploración personal. Constituye un primer paso hacia la comprensión más profunda de uno mismo, marcando el inicio del camino hacia el autoconocimiento.

Junto a la orilla del río, bajo los árboles, ¡descubro huellas! Incluso sobre la fragante hierba veo sus huellas. Y en lo profundo de las remotas montañas también se encuentran. Su rastro a nadie puede pasar desapercibido.

En la etapa ‘Descubriendo las huellas’, algunas personas durante sus exploraciones tienen la suerte de encontrar indicios de algo más profundo. Aunque aún no han experimentado plenamente la conciencia, encuentran signos que sugieren la posibilidad de su existencia. El hallazgo de estas huellas simboliza la inspiración y los primeros atisbos de la existencia de que hay una experiencia vital mucho más plena más allá de lo conocido. Este momento representa el inicio del cuestionamiento de nuestro estado actual y la apertura hacia nuevas posibilidades. Es una invitación a seguir un camino que promete revelaciones más profundas y significativas sobre nuestra verdadera naturaleza.

En la enramada lejana, un ruiseñor canta alegre. El sol es cálido, la brisa suave, los sauces son verdes a lo largo de la orilla del río. El toro está ahí, ¿Cómo podría ocultarse? ¿Qué artista sabría dibujar esa espléndida cabeza, esa majestuosa cornamenta?

En la etapa ‘Viendo al toro’, experimentamos un primer atisbo de quiénes somos realmente. Ver al toro por primera vez simboliza un darse cuenta inicial sobre nuestros talentos y valores. Aunque es posible que este estado aún no lo hayamos alcanzado, el reconocimiento inicial de su potencial y capacidades nos otorga un sentido de dirección y propósito. Este momento marca un punto de inflexión donde empezamos a entender y apreciar lo que realmente podemos aportar a nuestro entorno y a nosotros mismos.

Lo atrapo tras una implacable lucha. Su voluntad y fuerza son inagotables. Se lanza hacia la colina distante, tras las lejanas brumas, o va hacia un barranco impenetrable.

La etapa ‘Atrapando al toro’ simboliza el enfrentamiento directo con nuestros desafíos y sombras. En este momento, es necesario utilizar el látigo y la cuerda, herramientas que nos permiten controlar la obstinada voluntad y la naturaleza salvaje que amenazan con dominar no solo al toro, sino también a nosotros mismos. Este proceso involucra lidiar con hábitos destructivos, enfrentar miedos y superar limitaciones autoimpuestas. Requiere de un esfuerzo deliberado, trabajo persistente y firme convicción. Capturar al toro es fundamental para transformarnos y avanzar en el camino hacia la conciencia.

Necesito del látigo y la cuerda. De lo contrario podría escapar en los polvorientos caminos. Bien adiestrado, es de espíritu dócil. Entonces, sin restricciones, obedece a su amo.

Una vez atrapado, contener al toro por la fuerza puede no ser excesivamente difícil, pero eso no significa que esté domado. En la etapa ‘Domando al toro’ se requiere un esfuerzo sostenido, manteniendo una rigurosa disciplina y perseverancia. Esta etapa implica una constante autoregulación, aprendiendo a controlar impulsos y reacciones, para incorporar estas nuevas capacidades en nuestros valores y propósitos más profundos. Ahora el toro sigue al hombre, evidenciando progreso, pero todavía existe una cuerda entre ellos, lo que señala que la relación de control y entendimiento aún está en desarrollo y que el proceso de verdadera domesticación sigue en curso.

A lomos del toro, lentamente vuelvo a casa. El sonido de mi flauta llena la tarde. Marco con la mano la armonía que me acompaña, y dirijo el ritmo eterno. Quien escuche esta melodía me acompañará.

En la etapa ‘Volviendo a casa a lomos del toro’, la lucha interna ha concluido. El pastor, relajado, toca su flauta mientras cabalga sobre el toro, que ahora conoce el camino de regreso a casa y ya no se distrae ni siquiera por la hierba a su paso. Aunque la cuerda sigue presente, se ha dejado a un lado, pues ya no es necesaria para guiar al toro. La naturaleza del toro se ha vuelto mansa y se ha transformado completamente. Por primera vez, toro y hombre regresan juntos a casa en perfecta armonía. Esta etapa simboliza una profunda integración de los nuevos hábitos y capacidades, que ahora fluyen de manera natural. Se alcanza un estado en el que uno se siente plenamente en control y en paz con sus decisiones y forma de vida.

Montado sobre el toro, llego a casa. Estoy sereno. El toro también puede descansar. El amanecer ha llegado. En reposo feliz, en mi cabaña, dejo a un lado el látigo y la cuerda.

En la etapa ‘El toro superado, el hombre permanece’, el toro ha sido completamente integrado por el pastor. En este punto, la dualidad ya no perturba; refleja un estado de unidad con el todo. Se experimenta una paz profunda y un sentimiento de gratitud. En el acto de reverencia hacia algo superior, el corazón se abre a lo espiritual. En esta etapa, ya no existe la necesidad de objetos externos para sentirse pleno, pues se está en casa en completa paz. Este es un estado de autoconocimiento y autoaceptación profundos, en el que las antiguas luchas han sido trascendidas. La persona se siente plenamente realizada y en armonía, habiendo superado los conflictos internos que una vez lo turbaban.

Esto podía terminar aquí, sin embargo, hay tres imágenes más. Shinzen Young, en su libro The Science of Enlightenment, explica que hay una tradición oral que sostiene que las últimas tres imágenes representan la sustancia, la apariencia y el propósito último de la iluminación.

El látigo, la cuerda, uno mismo y el toro, todos, se funden en la Nada. Este cielo es tan vasto que ninguna palabra lo puede abarcar. ¿Podría un copo de nieve subsistir en el ardiente fuego? Aquí están presentes los vestigios de los antiguos maestros.

En la etapa ‘Ambos, el toro y el hombre, superados’, se ha disuelto toda distinción entre el hombre y el toro. Este es un estado de iluminación sin sustancia, simbolizado por un círculo vacío que representa la nada absoluta. Aquí, la completa trascendencia de la dualidad conduce al reconocimiento de un estado más elevado de conciencia. En este nivel, la identificación con roles o etiquetas específicas se ha perdido, y surge una profunda sensación de conexión con los demás y con el mundo en su conjunto. Este es un momento donde lo individual y lo universal se unifican, y la percepción de separación se desvanece completamente.

Se han dado demasiados pasos para volver a la raíz y la fuente. ¡Más habría valido ser ciego y sordo desde el principio! Habitando en la verdadera morada de uno, despreocupado de las cosas exteriores. Sin esfuerzo, fluyen las aguas del río y las flores son rojas.

La etapa ‘Regresando al origen’ simboliza el retorno a la simplicidad y la esencia auténtica del ser, despojado de apegos, pretensiones o máscaras. Esta fase representa una vida vivida de manera verdadera y auténtica, destacando la idea de un retorno incluso anterior al inicio de todo. La forma de la iluminación se manifiesta en la naturaleza, en el contexto social y en el entorno. En el mundo tal como es. Regresar al origen es volver a la fuente fundamental, restableciendo el vínculo y la armonía con nuestra esencia, naturaleza y nuestro lugar en el mundo.

Descalzo y con el pecho desnudo, me mezclo con la gente del mundo. Mi ropa está harapienta y llena de polvo, y soy más feliz que nunca. No uso magia para alargar mi vida, pero ahora, ante mí, los árboles muertos cobran vida.

En la etapa ‘Entrando al mercado con las manos extendidas’, el pastor, ahora viejo y sabio, se encuentra con un joven peregrino que está a punto de iniciar su propio camino. A pesar de su apariencia de vagabundo, de una persona ordinaria y sin nada especial, el pastor está repleto de regalos de sabiduría y dispuesto a compartirlos con quienes lo necesiten. Esta es la verdadera esencia del propósito último de la iluminación: regresar al mundo para servir a los demás con compasión y sabiduría. Esta fase representa la culminación del viaje espiritual, siendo la expresión máxima de amor y servicio. El pastor lidera con el ejemplo, ayudando a otros a crecer y aportando de manera positiva a la comunidad. De esto se trata el viaje.

Shunryu Suzuki en su libro Mente Zen, mente de principiante aconsejaba que, si se quiere controlar a un toro salvaje y le damos poco espacio, peleará, pero si le damos un campo grande, el toro simplemente se parará y comerá pasto. Si nuestra conciencia es espaciosa y abierta, la mente se calmará:

“Mientras tanto, siéntese cómodamente con la espalda derecha, respire tranquilamente y emprenda la búsqueda del toro”.

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