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¡Nunca te rindas!

En los meses finales de 1944, después de casi una década de guerra, Japón estaba colapsado: su economía devastada, su ejército esparcido por diferentes regiones de Asia y los territorios que había capturado los estaba perdiendo. La derrota era inminente. EI 26 de diciembre de 1944, el teniente segundo del ejército imperial japonés Hiroo Onoda de 22 años, fue enviado a la pequeña isla de Lubang, en Filipinas. Werner Herzog, en su novela El crepúsculo del mundo relata las órdenes que el comandante Yoshimi Taniguchi dio al joven oficial:

“Conservará la isla hasta que regrese el ejército imperial. Defenderá este territorio con tácticas de guerrilla, cueste lo que cueste. Tendrá que tomar todas las decisiones por sí solo. No recibirá órdenes de nadie, así que todo depende de usted. A partir de ahora no habrá más reglas que las suyas propias. Solo habrá una regla: No se le permite morir por su propia mano. Será un fantasma intangible. La suya será una guerra sin gloria”.

En febrero de 1945, los estadounidenses capturaron la isla de Lubang y en pocos días todos los soldados japoneses se habían rendido o habían caído, pero Onoda y tres de sus hombres lograron esconderse en la selva. Iniciaron así una guerra de guerrillas en contra del ejército norteamericano y la población local. Comenzaron a destruir instalaciones, disparar contra soldados perdidos e interferir en las acciones de sus adversarios de cualquier forma posible. Seis meses después, en agosto, Estados Unidos lanzó bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, lo que llevó a Japón a rendirse y puso fin a la guerra más devastadora de la historia. Sin embargo, miles de soldados japoneses nunca se enteraron, ya que estaban dispersos en islas del Pacífico, y como Onoda, seguían escondidos en la selva, luchando y saqueando a las comunidades locales, sin saber que la guerra había terminado. Arthur Harari, director del largometraje Onoda: 10.000 noches en la jungla, en una entrevista señaló:

“Onoda escapa a su propia persona. Forma parte del bando de los perdedores, pero realiza, casi a pesar suyo, algo que lo sobrepasa”.

Durante años, el gobierno japonés, con la colaboración del ejército estadounidense, emprendió una intensa campaña de comunicación en la región, lanzando miles de folletos que proclamaban el fin de la guerra e instaban a los soldados a regresar a casa. Esta estrategia resultó efectiva para muchos, quienes se rindieron y retornaron. No obstante, Onoda y sus hombres desconfiaban de estos mensajes, considerándolos engaños orquestados por el enemigo. En respuesta, destruyeron los folletos y continuaron su lucha clandestina desde la selva. Mark Manson, en su libro El Sutil Arte de que te Importe un Carajo, describe cómo Onoda y sus hombres persistieron en la isla de Lubang, llevando a cabo actos de sabotaje y violencia. Atacaban a los residentes locales, incendiaban cosechas, robaban provisiones y cometían asesinatos, convencidos de que aún estaban en guerra. Frente a esta situación, las autoridades filipinas intentaron una nueva táctica comunicacional, distribuyendo folletos en la zona selvática que decían explícitamente:

“Salgan. La guerra terminó. Ustedes perdieron”.

Sin embargo, estas acciones también fueron en vano. En 1952, el gobierno japonés hizo un último esfuerzo para localizar a sus soldados que aún permanecían ocultos en la selva. En esta ocasión, lanzaron desde el aire cartas y fotografías de las familias de los combatientes desaparecidos, junto con una nota personal del emperador. Herzog, escribe:

“Onoda sigue firmemente convencido de que las tropas niponas regresarán algún día victoriosas a Lubang. La isla tiene un gran valor militar y, desde aquí, Japón luchará inexorablemente hasta recuperar su dominio sobre el Pacífico. Nada lo hará desistir de la misión que le encomendaron”.

Con el paso de los años, los pobladores filipinos, hartos de ser aterrorizados, se armaron y comenzaron a contraatacar. En 1959, uno de los compañeros de Onoda se rindió y otro murió. Una década más tarde, en 1969, Onoda y su último compañero, Kozuka, continuaban su resistencia en la selva, 25 años después del término de la guerra. Durante un enfrentamiento con la policía local, tras haber incendiado campos de arroz, Kozuka cayó abatido, dejando a Onoda solo en la lucha. La noticia de la muerte de Kozuka provocó un gran revuelo en Japón. Los medios de comunicación comenzaron a especular que era posible que Onoda siguiera vivo. En palabras de Manson:

“La historia del teniente Onoda se convirtió en algo similar a una leyenda urbana en Japón: el héroe de guerra que parece demasiado loco como para haber existido. Muchos lo romantizaron. Otros lo criticaron. Unos cuantos pensaron que su historia solo se trataba de un cuento de hadas, inventado por quienes aún deseaban creer en un Japón que había desaparecido mucho tiempo atrás”.

En 1972, los gobiernos de Japón y Filipinas enviaron un nuevo equipo de búsqueda para encontrar al teniente Onoda, pero como siempre, no hallaron nada. En esa época un joven llamado Norio Suzuki escuchó la historia de Onoda. Suzuki había nacido al término de la guerra, había abandonado sus estudios en la Universidad de Tokio y pasó cuatro años recorriendo Asia, Medio Oriente y África. Le encantaba vagar, era un espíritu libre. Suzuki había regresado a Japón, pero encontraba asfixiantes las estrictas normas culturales y la jerarquía social de su país. Odiaba las normas, no le gustaba trabajar y necesitaba otra aventura. Para Suzuki, la leyenda de Onoda era lo que necesitaba. Él encontraría al teniente Onoda. Lograría lo que no pudieron militares y expertos japoneses, filipinos y estadounidenses por 30 años. En palabras de Manson:

“Desarmado, sin entrenamiento para cualquier tipo de reconocimiento o táctica de guerra, o para la lucha armada, Suzuki viajó a Lubang y comenzó a deambular solo por la selva. ¿Su estrategia? Gritar muy fuerte el nombre de Onoda y decirle que el emperador estaba preocupado por él. Lo encontró en cuatro días”.

Onoda, llevaba más de un año totalmente solo, y después de encontrarse con Suzuki, agradeció su compañía y manifestó su desesperación por saber que había ocurrido en el mundo exterior desde la perspectiva de un japonés en quién podía confiar. Suzuki le preguntó a Onoda por que había decidido quedarse y continuar la guerra. EI soldado le explicó que había recibido una orden:

“¡Nunca te rindas!”

Entonces, Onoda le preguntó a Suzuki por qué un muchacho como él decidió ir a buscarlo. Suzuki le contestó que había dejado Japón en busca de tres cosas:

“El teniente Onoda, un panda, y el Abominable Hombre de las Nieves, en ese orden.”

Herzog, relata que por primera vez se vio un atisbo de sonrisa en el rostro de Onoda. Suzuki era un joven japonés idealista y medio loco muy parecido a Onoda, 30 años atrás. Onoda y Suzuki se hicieron amigos, pero Onoda todavía se negaba a rendirse. Estaba dispuesto a seguir su lucha por muchos años más. Herzog relata la posición de Onoda:

“Todos los folletos que han lanzado desde los aviones pidiéndome que me rindiera eran falsos. Y puedo demostrarlo. Únicamente me rendiría bajo una condición. Solo una. Si uno de mis superiores viniera aquí y me diera la orden militar de poner fin a todas las hostilidades, entonces me rendiría”.

Tras su encuentro con Onoda, Suzuki regresó a Japón llevando consigo fotografías que certificaban su increíble hallazgo. Estas pruebas motivaron al gobierno japonés a buscar al comandante Yoshimi Taniguchi, quien, retirado de la vida militar, se había convertido en librero. El 9 de marzo de 1974, Taniguchi viajó a Lubang para informar personalmente a Onoda sobre la derrota de Japón y ordenarle que depusiera las armas. A la edad de 52 años, y 29 años después del término de la Segunda Guerra Mundial, Onoda obedeció la orden de rendición. Entregó su uniforme, su espada, su fusil en perfecto estado de funcionamiento, 500 cartuchos y varias granadas de mano. A pesar de haber causado la muerte de más de treinta habitantes de la isla y de haberse enfrentado en múltiples ocasiones a la policía local, Onoda recibió una amnistía por parte de Ferdinand Marcos. La controversia en torno a las acciones de Onoda y su responsabilidad en los hechos violentos nunca se resolvió completamente. A.E. Hunt en su artículo Domitable Myth: Three Depictions of Japanese Holdout Soldier Hiroo Onoda,afirma que el mito de Onoda nunca fue monolítico. Su recepción en Japón era mixta. Naoko Seriu, profesora de la Universidad de Tokio, en una entrevista con la BBC dijo:

“Onoda fue visto al mismo tiempo como una víctima de las circunstancias, y también criticado como la encarnación del militarismo japonés”.

Tras encontrar a Onoda, Suzuki prosiguió con sus singulares aventuras, rápidamente encontró un panda salvaje y dijo haber avistado un yeti a lo lejos. Sin embargo, en noviembre de 1986 mientras seguía buscando al yeti, murió en una avalancha en el Himalaya. Sus restos fueron descubiertos un año después y devueltos a su familia. Onoda y Suzuki, eran dos jóvenes aventureros muy diferentes que se conectaron en las circunstancias más curiosas, motivados por ilusiones bien intencionadas, pero falsas. Ambos se imaginaban como héroes en su propia mente. Las personas a veces escogemos dedicar grandes porciones de nuestra vida a lo que parecieran causas destructivas o inútiles. A simple vista, dichas causas no tienen sentido. Manson escribe:

“Es difícil imaginar como Onoda podía ser feliz en aquella isla durante esos 30 años, viviendo de insectos y roedores, durmiendo en la suciedad y asesinando civiles, década tras década. O por qué Suzuki caminó hacia su propia muerte, sin dinero ni compañía, y sin otro propósito que el de perseguir un Yeti imaginario”.

Hiroo Onoda regresó a Japón en 1974 y fue recibido como una celebridad. Incluso querían que se dedicara a la política. Publicó sus memorias Luché y sobreviví (No surrender) con mucho éxito. Inicialmente no aceptó el salario de los veintiocho años que había pasado en la selva, pero a instancias de su familia lo donó de inmediato al santuario Yasukuni, donde se conservan, desde mediados del siglo XIX, los nombres de los dos millones y medio de personas que han dado la vida por la patria. El problema era que la patria por la que Onoda había sufrido y luchado se había convertido en una sociedad consumista, capitalista y superficial. Habían perdido todas las tradiciones de honor y sacrificio. Ahora era una nación vana, llena de hippies y mujeres libertinas vestidas al estilo occidental. Para Onoda, su lucha no había servido de nada. Japón había perdido su alma. Había desperdiciado 30 años de su vida. Manson escribe:

“Y en la ironía de las ironías, Onoda se deprimió más de lo que jamás había experimentado durante todos los años que vivió en la selva. Al menos en ese sitio hostil su vida había valido algo, había significado algo; esto hacía que su sufrimiento fuera soportable, incluso ligeramente deseable”.

En 1975 Onoda, tomó sus cosas y se mudó a Brasil, donde se dedicó a la cría de ganado. Se casó en 1976 y asumió un papel de liderazgo en la comunidad japonesa local. Su vida dio otro giro en 1980, cuando se enteró de un hecho trágico en Japón: un joven había asesinado a sus padres. Onoda regresó a Japón en 1984 y fundó la Escuela de Naturaleza de Onoda. Allí, compartió sus conocimientos de supervivencia con jóvenes escolares, transmitiendo lecciones aprendidas durante sus años en la selva. Onoda volvió a visitar la isla de Lubang en 1996, para hacer donaciones a la escuela local. En sus últimos años pasaba tres meses al año en Brasil, donde le concedieron la medalla al Mérito de Santos-Dumont. Falleció el 16 de enero de 2014 a la edad de 91 años. En una entrevista Onoda señaló:

“Sin esa experiencia, no tendría mi vida hoy. Hago todo el doble de rápido para poder compensar los 30 años. Ojalá alguien pudiera comer y dormir por mí para poder trabajar las 24 horas del día”.

La cineasta Mia Stewart, que es originaria de la isla de Lubang, descubrió que miembros de su propia familia, en particular su madre, habían sufrido las consecuencias de la locura de Onoda y sus compañeros. Lleva 15 años realizando el documental Searching for Onoda, para relatar la historia desde la perspectiva de la gente de Lubang. En una escena al término del documental se muestra a Onoda dando una conferencia en la escuela que fundó. La secuencia destaca la calidez de su discurso y la admiración de la gente. Stewart comenta que al final de su vida Onoda encontró una forma de redención y felicidad. Ella narra:

“Quiero contarles la historia de un hombre que cometió actos terribles, pero luego recibió una segunda oportunidad”.

La inquebrantable lealtad y el absoluto compromiso de Hiroo Onoda con el Imperio Japonés fueron los pilares que lo sostuvieron en la selva durante casi tres décadas. Sin embargo, estos mismos valores, llevados al extremo, provocaron consecuencias devastadoras a muchas víctimas inocentes y sus familias, y para él, significaron la pérdida de años valiosos y un regreso a Japón marcado por la frustración. Esta situación pone de relieve cómo nuestros valores fundamentales moldean la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás, definiendo nuestras acciones y pensamientos. Los valores positivos están arraigados en la realidad, son beneficiosos para la sociedad y están bajo nuestro control. Por contraste, los valores negativos tienden a ser ilusorios, destructivos a nivel social y, a menudo, están fuera de nuestro control. Se trata de seleccionar cosas mejores a las que prestar atención. En palabras de Manson:

“Si el sufrimiento es inevitable, si nuestros problemas en la vida son ineludibles, entonces la pregunta que nos deberíamos plantear no es ¿Cómo dejo de sufrir? sino ¿Por qué estoy sufriendo, y con qué propósito? “.

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