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Verdad, belleza y bondad

Leonardo Da Vinci, siendo zurdo, escribía de derecha a izquierda y de modo especular. Daniel López Rosetti en su reciente libro La Gioconda y Leonardo: Una historia de ciencia, arte y amor señala:

“Leonardo escribía al revés intencionalmente como una suerte de desafío intelectual que lo ayudara a expandir sus capacidades mentales”.

Es evidente que las capacidades mentales de Leonardo eran extraordinarias. Según el historiador Kenneth Clark, fue el hombre más tercamente curioso de la historia. Clark escribió:

“Se negaba a aceptar cualquier teoría o idea que se hubiera propuesto antes. En lugar de aprender algo, quería probarlo”.

Walter Isaacson, en su libro Leonardo Da Vinci, cuenta que Leonardo registró en más de 7.200 páginas, interrogantes, ideas y descubrimientos.En sus cuadernos aparecen dibujados rizos de cabello, remolinos de agua y turbulencias de aire, junto a notas en las que intenta explicar los fundamentos matemáticos de esas espirales. López Rosetti, conversó con Vincent Delieuvin, el curador de La Gioconda en el Museo del Louvre, y le preguntó si Leonardo fue un artista o un científico. Delieuvin respondió:

“¡Ambas cosas!”.

Aunque pueda parecer, en principio, que arte y ciencia pertenecen a ámbitos del quehacer humano diametralmente opuestos, tienen muchos aspectos en común. El punto central de entrecruzamiento es la creatividad. En palabras de López Rosetti:

“En el arte, el ser humano canaliza la emoción evocando lo que siente en su interior y plasmándolo luego en una obra que busca ser entendida por aquellos que posean la capacidad suficiente para percibirla adecuadamente. En la ciencia, existe una búsqueda, también intencional, del conocimiento y la comprensión, en la que el científico intenta descifrar la armonía de los hechos y expresarla a la humanidad”.

El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en su libro Vida, la gran historia, señala que, si Watson y Crick no hubieran descubierto la doble hélice del ADN en 1953, seguramente lo habrían hecho otros investigadores. La razón es que el ADN está ahí, o, dicho de otro modo, el ADN es verdad”. Está dentro de cada una de nuestras células, y la ciencia de la biología molecular tarde o temprano, no tenía más remedio que descubrirlo. Sin embargo, la Gioconda, el David de Miguel Ángel o las sinfonías de Beethoven no estaban ahí, y no era cuestión de descubrirlas. Había que inventarlas.

El florecimiento intelectual y artístico del Renacimiento proporcionó el caldo de cultivo ideal para que Leonardo explorara diversas disciplinas. Desde que ingresó como aprendiz al taller de su maestro Verrocchio, vivía de las artesanías y obras por encargo que recibía. Era una forma de vida. López Rosetti escribe:

“El hecho de que luego algunos de ellos hayan creado obras de arte de trascendencia universal es una consecuencia de la excelencia personal en el desarrollo de esas obras que, en general, eran encargadas como una mercancía a producir”.

Leonardo vivía de su trabajo. Sin embargo, tres de sus obras artísticas más importantes y trascendentes, como La Gioconda, Santa Ana, la Virgen y el Niño y San Juan Bautista, eran especiales. Inicialmente fueron obras por encargo, pero Leonardo nunca las entregó y las tuvo con él hasta el último día de su vida. Disfrutaba retocándolas. Surgían de una motivación interna. En cuanto a su investigación científica era lo mismo. Sus fascinantes estudios anatómicos y de fisiología no fueron hechos por encargo, sino por su inclinación personal en la búsqueda de conocimiento. López Rosetti escribe:

“Los artistas de la época debían estudiar anatomía a fondo para conocer la piel, los músculos, los tendones, las venas y los huesos del ser humano, esos estudios hacían referencia principalmente a la superficie del cuerpo. Pero Leonardo fue mucho más lejos: estudió con gran detalle aspectos del interior del cuerpo humano”.

Muchas de las reflexiones, investigaciones y creaciones más sublimes de Leonardo, no las realizó por motivos económicos. No tenía que ver con el dinero, la fama o el poder. López Rosetti escribe:

“Su intensa curiosidad, la búsqueda del conocimiento y el deseo por describir los fenómenos naturales, como así también plasmarlos en sus escritos y pinturas, fueron el motor de su conducta, su gran motivación”.

Howard Gardner de la Universidad de Harvard, es ampliamente reconocido por su teoría de las inteligencias múltiples. Sin embargo, en su libro Truth, Beauty, and Goodness Reframed, aborda un tema distinto: la relevancia continua de los ideales trascendentales de verdad, belleza y bondad. Según Gardner, estos pilares no solo han resistido la prueba del tiempo desde su conceptualización por Platón, sino que siguen siendo esenciales para entender y explicar propósitos humanos fundamentales. Estos ideales se entrelazan con disciplinas cruciales: la epistemología (teoría del conocimiento), la estética (teoría del arte) y la ética (teoría de la moral). Gardner propone una visión contemporánea de estos conceptos:

  • Verdad: más que la búsqueda de “una verdad” absoluta, Gardner enfatiza una pluralidad de verdades, cada una adaptada a su contexto específico, pero sujetas a una permanente revisión y mejora. La búsqueda de la verdad es vista como un proceso continuo y dinámico que beneficia a toda la humanidad a través del aprendizaje, el descubrimiento y la expansión del conocimiento. Leonardo demostró una incesante búsqueda de conocimiento, explorando campos desde la anatomía hasta la ingeniería. Su enfoque autodidacta y su insaciable deseo de entender el mundo reflejan una búsqueda profunda de la verdad. Sus métodos de observación detallada y experimentación empírica subrayan un compromiso con el descubrimiento a través de la experiencia directa y el análisis riguroso. A través de sus inventos y estudios, Leonardo contribuyó significativamente al conocimiento científico y tecnológico, siempre buscando comprender y explicar las leyes de la naturaleza.
  • Belleza: Gardner ve la belleza como una experiencia profundamente individual y en constante evolución, alimentada por la creación de objetos y experiencias que despiertan interés, invitan a la memoria y alientan la exploración futura. La habilidad de Leonardo en el arte y su perfeccionismo, especialmente en pintura y dibujo, es un testimonio de su búsqueda de la excelencia. Leonardo fue un pionero en la técnica del sfumato, que consiste en difuminar las líneas o bordes por medio de múltiples capas de suave pintura diluida. Obras como La Última Cena y La Gioconda son ejemplos que demuestran cómo su técnica logró una armonía única entre la estética y la ciencia, mostrando que la belleza no solo se encuentra en el arte, sino también en el diseño y la comprensión del mundo natural. Su detallado estudio y representación de la naturaleza, desde paisajes hasta la anatomía humana, reflejan su profundo aprecio por la armonía y la excelencia.
  • Bondad: Este ideal se expresa comúnmente a través del servicio a los demás, basado en el altruismo y la empatía. Gardner subraya que ser una “buena persona” implica actuar moralmente dentro de una comunidad, mientras que ser un profesional ético significa desempeñar un rol de manera íntegra. Estos propósitos están profundamente arraigados en el amor, el afecto y la compasión. Leonardo mostró una gran preocupación por la condición humana. Tenía un profundo respeto y empatía hacia la humanidad y la naturaleza. La capacidad de Leonardo para trabajar en múltiples disciplinas y colaborar con otros demuestra un entendimiento de la bondad inherente en la cooperación y el intercambio de ideas. A través de sus cuadernos y enseñanzas, Leonardo dejó un legado educativo que ha beneficiado a generaciones posteriores, reflejando la bondad en compartir su conocimiento y fomentar el aprendizaje.

Los ideales de verdad, belleza y bondad son guías para clarificar nuestro propósito en la vida. La búsqueda de la verdad es gratificante independientemente de su aplicación práctica; la creación de belleza es una expresión humana única que satisface un deseo interno, sin necesidad de reconocimiento externo; y las acciones bondadosas se realizan por la gratificación intrínseca de ayudar a otros, no por las recompensas que puedan surgir de ellas. Gardner enfatiza que la verdad, la belleza y la bondad no solo son complementarias, sino que también son esenciales y no jerárquicas. Ninguno de estos ideales es superior o reemplazable por otro, y su coexistencia es crucial para una comprensión integral de los propósitos humanos. Son fines en sí mismos. Ralph Waldo Emerson, en su Ensayo sobre la naturaleza escribió:

“La verdad, la bondad y la belleza no son sino diferentes caras de un mismo todo”.

Leonardo percibía al ser humano como un microcosmos integrado al macrocosmos, conformando una unidad indisoluble. Canalizaba emociones en obras que desafiaban la percepción y la comprensión, mientras que, en la ciencia, buscaba descifrar la armonía de la naturaleza y expresarla. Como con su sfumato, Leonardo no distinguía límites entre las distintas áreas del saber. Y esa motivación es algo que sencillamente se tiene o no. Isaacson escribe:

“Tenemos mucho que aprender de Leonardo. Su capacidad de combinar el arte, la ciencia, la tecnología, las humanidades y la imaginación sigue resultando una fórmula imperecedera para la creatividad. Al igual que la poca importancia que daba al hecho de ser un inadaptado: hijo ilegítimo, homosexual, vegetariano, zurdo, distraído y, a veces, herético”.

López Rosetti, explica que hay evidencia que Leonardo a la edad aproximada de 63 años, sufrió un accidente cerebrovascular izquierdo, que le comprometió la movilidad de su brazo derecho, pero no afectó sus capacidades cognitivas ni expresión del habla, por lo que concluye que el hemisferio cerebral dominante de Leonardo era el derecho. Iain McGilchrist en su libro The Matter with Things, explica que nuestros dos hemisferios cerebrales han evolucionado de forma diferente para interpretar el mundo:

  • El hemisferio izquierdo presta atención específica a los detalles que necesitamos manipular.
  • El hemisferio derecho presta atención amplia, abierta, sostenida, vigilante al entorno mientras nos enfocamos en lo que deseamos.

Así que tenemos dos procesadores complementarios. Con el hemisferio izquierdo, percibimos un mundo de cosas que son conocidas, ciertas, fijas, aisladas, explícitas, abstraídas del contexto. Con el hemisferio derecho, percibimos un mundo de formas y procesos que nunca son reducibles a partes, sino siempre entendidos como totalidades que incorporan y son incorporadas a otras totalidades en contextoEl trabajo del hemisferio derecho es experimentar el mundo, el del hemisferio izquierdo es manipularlo. McGilchrist, sostiene que las diferentes sociedades a lo largo de la historia han privilegiado uno u otro enfoque. La civilización griega y romana comenzaron con un repentino estallido de florecimiento en el que los dos hemisferios trabajaron muy bien juntos. Pero con el tiempo, predominó más y más el punto de vista del hemisferio izquierdo antes de colapsar. En palabras de McGilchrist:

“Creo que esto se debe a que las civilizaciones tienden a extralimitarse. Tienden a amasar un imperio, y luego todo tiene que ser controlado”.

De la misma forma, en el Renacimiento se produjo un florecimiento del arte, las humanidades y las ciencias. Fue otro periodo de equilibrio entre el hemisferio derecho como el izquierdo, en que hubo grandes avances en diferentes aspectos de la vida. Desafortunadamente, luego con la ilustración, la arrogancia de pensar que la ciencia había resuelto todos los problemas nos hizo sistematizar, racionalizar, y pretender manipular todo. McGilchrist escribe:

“La visión del hemisferio izquierdo de una construcción geométrica bidimensional, mecánica, sin vida, se ha expandido a nuestro alrededor hasta tal punto que cuando el hemisferio derecho verifica con su experiencia, se encuentra que el hemisferio izquierdo ya ha colonizado nuestra realidad”.

El Renacimiento generó muchos eruditos extraordinarios, pero ninguno fue tan creativo y en tantos campos diferentes como Leonardo. Su curiosidad lo llevó a convertirse en una de las pocas personas a lo largo de la historia que han tratado de saber todo lo que había que saber sobre todo lo que se podía saber. Demostró que el verdadero conocimiento surge de la integración de diversas disciplinas, un principio que sigue siendo relevante en nuestro mundo contemporáneo. Su legado, sigue inspirando a generaciones a difuminar los límites al buscar la verdad, apreciar la belleza y actuar con bondad. En palabras de Isaacson:

“Leonardo era un genio y mucho más: el epítome de la mente universal, alguien que buscaba comprender toda la creación, sin olvidar cómo encajamos en ella”.

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