adaptación

Una cuestión improbable

Abderramán III fue el más grande de los gobernantes omeyas de la España islámica, el primero en tomar el título de califa y uno de los hombres más poderosos de su tiempo. A los veinte años heredó un emirato en ruinas y al borde del colapso; pero luego de una vida de conquistas hizo de Córdoba el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán y la principal ciudad de Europa. La Crónica anónima de al-Nasir resume así su reinado:

Conquistó España ciudad por ciudad, exterminó a sus defensores y los humilló, destruyó sus castillos, impuso pesados tributos a los que dejó con vida y los abatió terriblemente por medio de crueles gobernadores hasta que todas las comarcas entraron en su obediencia y se le sometieron todos los rebeldes.

Bajo el gobierno de Abderramán III, Córdoba alcanzó el millón de habitantes lo que la convirtió en la ciudad más poblada de Europa. Su profunda curiosidad intelectual, le llevó a explorar múltiples campos del saber. Coleccionó libros y promovió una atmósfera en la que la educación y el conocimiento podían florecer. Construyó la bella ciudad de Medina Azahara y la convirtió en un foco cultural desde el que se irradió el conocimiento a toda Europa. Dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de Medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe. La historiadora Violet Moller en su libro La ruta del conocimiento escribe:

La reputación de Córdoba como gran centro del saber atrajo a estudiosos de todas partes, especialmente a los interesados en los campos de la medicina, la astronomía, la ley islámica, la gramática y la poesía.

Abderramán III, ejerció el poder y disfrutó de todos los placeres terrenales. Esto se revela en el diario que escribió durante su vida. Murió en 961, a los setenta y tres años, tras un reinado de cincuenta años, seis meses y dos días. Sin embargo, cuando estaba a punto de morir, escribió:

He reinado durante más de cincuenta años en victoria o en paz, he sido amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. He tenido acceso a riquezas y honores, a poder y placer, y no parece que ninguna bendición terrenal haya quedado fuera de mi alcance. Al final, he contado diligentemente los días de felicidad pura y genuina que he disfrutado, y en total suman catorce. ¡Oh hombre! No pongas tu confianza en este mundo presente.

La felicidad es esa gloriosa sensación en la que todo parece correcto. Si quien fuera considerado el hombre más exitoso del mundo, tanto por los demás como por sí mismo, solo pudo disfrutar de catorce días de felicidad plena (y no seguidos), parece claro que para los humanos la empresa de ser feliz no es tan sencilla. En la medida que crecemos, vamos escuchando, abrazando e incorporando expectativas, muchas de las cuales es muy posible que nunca se materialicen. Las expectativas son fuertes esperanzas, deseos o creencias de que algo sucederá o de que obtendremos algo que anhelamos profundamente. La expectativa está asociada al resultado de obtener algo, es decir, si no se obtiene, provoca decepción, dolor, culpa y un sentimiento de carencia e impotencia. André Comte-Sponville, considerado uno de los más importantes filósofos contemporáneos, en su libro La felicidad, desesperadamente, propone que la felicidad se logra cuando dejamos de tener falsas esperanzas. La ausencia de esperanzas, la “des-esperación” de la que habla, no es tristeza, ni menos nihilismo, renuncia o resignación: es más bien la sabiduría de no tener expectativas desmesuradas o falaces y poner todo nuestro empeño en nuestra voluntad y capacidad de acción. Compte-Sponville, comenta que leyendo el libro Le yoga, de Mircea Eliade, se encontró con una cita del Mahabharata, el libro inmemorial de la espiritualidad india, que dice:

Solo es feliz el que ha perdido toda esperanza, pues la esperanza es la mayor tortura y la desesperación, la mayor felicidad.

Este es el concepto que incorporó en su vida el ingeniero egipcio Mo Gawdat, que tras una exitosa carrera como director comercial de Google [X], en 2001, pasó por una profunda depresión. Gawdat, llegó a la conclusión que la felicidad es ausencia de infelicidad, y que, para ser felices, debemos aprender a estar satisfechos con lo que tenemos. En sus palabras:

Nos sentimos felices cuando los acontecimientos de nuestra existencia se ajustan a nuestras expectativas, a nuestras esperanzas y deseos sobre cómo debería ser la vida.

Lo que diferencia a Gawdat de otros autores y gurús que escriben y hablan sobre la felicidad, es que, en 2014, su hijo Ali de tan solo 21 años murió repentinamente durante lo que debería haber sido una cirugía de rutina, y su matrimonio colapsó a raíz del duelo. Por lo tanto, este ingeniero que había elaborado una fórmula para la felicidad tuvo que volver a ponerla a prueba en las condiciones más extremas imaginables. En el primer párrafo de su libro Solve for Happy. Gawdat escribe:

Diecisiete días después de la muerte de mi maravilloso hijo, Ali, empecé a escribir y no pude parar. Mi tema era la felicidad; una cuestión improbable, dadas las circunstancias.

Su historia trata de poner en práctica lo que comprendió sobre la felicidad, y de cómo absorber la tristeza que nunca podrá resolverse y aun así encontrar formas significativas de seguir adelante. En la entrevista How to be happy: the happiness equation revealed? Gawdat dijo:

No se trata de si ves el vaso medio lleno o medio vacío, se trata de lo que esperabas y como respondes. Si a una persona que espera que su vaso esté siempre lleno hasta el borde se le entrega uno medio lleno, la decepción sólo se verá agravada por la rabia ante la injusticia de eso. Esta persona no puede ver el agua que tiene debido a su fijación en el agua extra que cree que debería estar ahí por derecho. Acepta que la vida trae consigo cambios y pérdidas, y que no todo está bajo tu control, y que debería ser posible encontrar algo más por lo que estar agradecido.

En su reciente libro That Little Voice In Your Head, Gawdat afirma que los pensamientos negativos son la principal fuente de nuestra infelicidad y que las ideas son la más inmersiva de las experiencias. En sus palabras:

En mi investigación he descubierto que los pensamientos, y solo los pensamientos, son la principal causa individual de nuestro nivel de felicidad. Esa vocecita en nuestra cabeza influye en nuestro ánimo en mayor medida que las más duras circunstancias que nos toque padecer.

Gawdat afirma que nuestro cerebro, pese a su gran complejidad, es una máquina predecible. Basado en sus conocimientos en programación, neurociencia y la experiencia de la repentina muerte de su hijo, sintetizó lo aprendido sobre la felicidad en el siguiente diagrama de flujo:

El diagrama comienza cuando tomamos consciencia de lo que está ocurriendo. Parte con una simple pregunta que debiera estar permanentemente en nuestra cabeza: ¿Eres feliz? Si lo somos, solo queda disfrutar plenamente. Pero si la respuesta es “No”, entonces tenemos que responder cuidadosamente a la pregunta: ¿Qué sientes? Nuestras emociones modelan la forma en que pensamos nuestras circunstancias presentes y nuestras posibilidades futuras. Cada pensamiento despierta una emoción ligeramente diferente, pero, en el centro de todo, un pensamiento muy específico desencadena la tormenta. En palabras de Gawdat:

La envidia, por ejemplo, es una emoción desencadenada por el pensamiento «Me gustaría tener lo que tiene esa persona y yo no tengo». Es una comparación entre lo que nos gustaría tener (y otro tiene) y lo que en realidad poseemos.

Reconocer nuestras emociones para descubrir los pensamientos que las gatillan nos ayuda, entre otras cosas, a diferir nuestras reacciones automáticas, y abrirnos a la opción de explorar acciones más adecuadas. Toda emoción tiene como detonante un pensamiento. La pregunta ¿Cuál es el detonante?, nos ayuda a encontrar el pensamiento exacto, la idea precisa, que nos facilitará abordar la causa raíz. Parece fácil, pero Gawdat afirma:

Un pensamiento despierta una emoción, que a su vez desencadena múltiples pensamientos, mientras nuestro cerebro intenta analizar la situación desde todos los ángulos. En este proceso, nuestra percepción de los acontecimientos se mezcla con nuestras emociones, conjeturas, inseguridades e interpretaciones de la situación.

El problema es que nuestro cerebro narrador nunca nos dice lo que ha ocurrido, nos dice lo que cree que ha sucedido. Nos quiere vender la ilusión de que tiene la razón. Se ocupa de advertir riesgos, imaginar amenazas, rumiar emociones y recuerdos. Por lo que tenemos que preguntarnos ¿Es esto cierto? Gawdat aconseja cuatro reglas para validar la certidumbre de nuestras percepciones:

  1. No aceptar pensamientos no confirmados por los sentidos. Nuestros sentidos son la principal fuente de información a nuestro sistema.
  2. Todo lo que no sea el “aquí y ahora” es una ficción. Si nuestros pensamientos llevan el sello de un tiempo pasado o futuro, o si ocurren en otro lugar, tendremos buenas razones para ponerlos en duda.
  3. El drama no es la verdad. Cualquier indicio de una emoción intensa en la manera de pensar es una señal de que estamos respondiendo a algo diferente a lo que realmente ha acontecido.
  4. El trauma no es la verdad. A menudo los pensamientos que tenemos respecto a un evento reciben la influencia de cosas que ocurrieron en otros tiempos: cómo me trató mi madre durante la infancia, mi última ruptura sentimental, las tradiciones del país en el que me crie, mis creencias sobre cómo se deben hacer las cosas, etcétera.

Para que un pensamiento sea considerado verdadero nuestro cerebro tiene que aportar evidencias. Sin evidencias, los pensamientos negativos deberían descartarse automáticamente. Simplemente olvidarlos. Gawdat aconseja:

No pierdas un minuto de tu tiempo sintiéndote infeliz por una broma de la vida. ¿Por qué ibas a dejarte perturbar por una falsedad?

Si después de investigar, la afirmación demuestra ser verdadera, debemos avanzar a la siguiente pregunta en el diagrama de flujo: ¿Puedes hacer algo al respecto? No basta con un buen análisis, un chispazo de lucidez y una decisión clara de lo que conviene hacer. Necesitamos pasar a la acción. En palabras de Gawdat:

El mero hecho de pensar en actuar hará que te sientas mejor. Esto es así porque la positividad de pensar en lo posible elimina la negatividad de la resignación y la impotencia.

Sin embargo, a veces ocurren cosas que no tenemos el poder de cambiar. Los eventos duros y abrumadores son una realidad de la vida. Aquí nos hacemos la pregunta ¿Puedes aceptarlo y comprometerte? Aprender a aceptar, forma parte de las reglas del juego. Aceptar nos brinda el poder definitivo de elegir nuestro propio destino y estado de felicidad. Elegir ser siempre feliz, no por lo que la vida nos ofrece, sino por la manera en que hemos decidido afrontar todo lo que la existencia pone en nuestro camino. En palabras de Gawdat

Yo elijo creer que todo en la vida, incluso el sufrimiento, tiene un lado bueno. No hay nada absolutamente malo. No ver el lado bueno de una situación nos vuelve sesgados. Rechazamos y nos quejamos de nuestras circunstancias.

Viktor Frankl, en su libro El hombre en busca de sentido, escribió que la felicidad, es una consecuencia de vivir una vida llena de sentido y propósito. Frankl sobrevivió a los campos de concentración nazi y ayudó a muchos otros a hacerlo. Encontró un propósito para su vida, que consistía en ayudar a otros a encontrar significado en las suyas. Según Frankl, lo que verdaderamente importa no es el sentido de la vida como teoría, sino el sentido específico que una persona le da a su vida. En palabras de Frankl:

Uno no debe buscar un significado abstracto de la vida. Cada uno tiene su propia vocación o misión específica en la vida para realizar una tarea concreta.

Gawdat, luego de la muerte de su hijo, se propuso la misión de ayudar a mil millones de personas a ser más felices, difundiendo el mensaje de que la felicidad se puede aprender y compartir. Reformuló su existencia para aportar una perspectiva que conecta su experiencia personal con este desafío humano fundamental. En sus palabras:

Si priorizamos nuestra felicidad, recordaremos que la felicidad es una decisión que tomamos cada día. Descubriremos hasta qué punto hemos desperdiciado nuestra vida persiguiendo falsos objetivos que nunca nos han hecho felices. Entonces, y solo entonces, haremos del mundo un lugar mejor, porque lo único que seremos capaces de cambiar es a nosotros mismos, y la única forma de cambiar el mundo consistirá en que nosotros, tú y yo, cambiemos.

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