adaptación

Pule, piensa, escribe

Los debates sobre mecánica cuántica que sostuvieron Albert Einstein y Niels Bohr son recordados por su impacto en la actual compresión de la naturaleza. Einstein declaró que en estos temas prefería tener como árbitro al viejo Spinoza. Max Jammer en su libro Einstein and Religion escribe:

El filósofo a quien Einstein más admiraba era Baruch Spinoza, el filósofo judío del siglo XVII, que fue excomulgado por la sinagoga de Ámsterdam y rechazó la cátedra de Heidelberg para vivir como pulidor de lentes, llevando una vida independiente dedicada a las reflexiones filosóficas.

Rebecca Newberger Goldstein, en su libro Betraying Spinoza, sostiene que Einstein adhería a la idea de Spinoza que existe una teoría final que puede explicarlo todo. Einstein mencionó a Spinoza en cartas, escritos y conversaciones a lo largo de su vida. Visitó la casa de Spinoza en Rijnsburg, cerca de Leiden, en Holanda. Poco después, se inspiró y escribió el siguiente poema:

Cuanto amo a este noble hombre, más de lo que las palabras pueden expresar.

Aunque temo que se quedará completamente solo, bajo los rayos de su halo sagrado.

Piensas que su ejemplo nos enseña que la ética puede ofrecer al hombre un asidero.

No confíes en las apariencias: hay que nacer sublime.

En 1974 Borges se proclamó autor de un libro imaginario publicado en Santiago de Chile en el año 2074. El título del libro era Clave de Baruch Spinoza. En una entrevista Borges señaló:

Estoy preparando un libro sobre la filosofía de Spinoza, porque nunca lo he entendido.

En El otro, el mismo, Borges escribió el soneto Spinoza:

Las traslúcidas manos del judío labran en la penumbra los cristales y la tarde que muere es miedo y frío. (Las tardes a las tardes son iguales.)

Las manos y el espacio de jacinto que palidece en el confín del Ghetto casi no existen para el hombre quieto que está soñando un claro laberinto.

No lo turba la fama, ese reflejo de sueños en el sueño de otro espejo, ni el temeroso amor de las doncellas.

Libre de la metáfora y del mito labra un arduo cristal: el infinito mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.

Frédéric Lenoir, en su libro El milagro Spinoza, destaca que, durante su breve existencia, Spinoza construyó una obra verdaderamente revolucionaria. Escribe:

Su pensamiento tiene un rigor geométrico y deconstruye los sistemas existentes para construir una filosofía global que ya no efectúa la separación entre creador y creación, espiritual y material, sino que engloba dentro de un mismo movimiento al hombre y la naturaleza, el espíritu y el cuerpo, la metafísica y la ética. Esta hazaña intelectual la consigue Spinoza en un siglo XVII en el que triunfan los oscurantismos, las intolerancias y el fanatismo. Inmune a los conformismos (todas las religiones condenarían sus obras), libera el espíritu humano de las tradiciones y los conservadurismos.

Baruch Spinoza nació en 1632 en Ámsterdam. Steven Nadler, en su libro Spinoza: A Life, relata que sus antepasados eran judíos españoles expulsados en 1492 que encontraron refugio en Portugal antes de emigrar a Ámsterdam. La mayor parte de esos exiliados eran obligados a convertirse al catolicismo. Los que continuaban practicando el judaísmo en secreto eran llamados con desprecio marranos. Su padre, Micael, tenía un negocio de productos importados en el barrio judío de la ciudad. Vivía a solo dos calles de la casa de Rembrandt. De su primer matrimonio tuvo dos hijos Rebecca e Isaac. Tras la muerte de su esposa, se casó con Hannah y tuvieron otros dos hijos: Myriam y Baruch. Su segunda esposa también murió cuando Baruch tenía 6 años. Su padre se casó una tercera vez con Esther, con quien tuvo a Gabriel. Micael era un hombre religioso y uno de los principales apoyos financieros de la sinagoga, por lo que Baruch asistió a la escuela judía.

Desde niño Baruch comprendió el precio de la disidencia. Uriel da Costa, había estudiado derecho canónico en la Universidad de Coimbra. Estudió el texto bíblico y comenzó a dudar del dogma cristiano, hasta que finalmente lo rechazó por completo y decidió convertirse en judío. Da Costa, llegó con su familia a Ámsterdam en 1615 y se identificaron como judíos. Al poco tiempo, Da Costa se percató que el judaísmo no era lo que esperaba. Escribió en su autobiografía:

No llevaba muchos días [en Ámsterdam] cuando observé que las costumbres y ordenanzas de los judíos modernos eran muy diferentes de las ordenadas por Moisés. Ahora bien, si la Ley debía observarse estrictamente, según la letra, como expresamente declara, debe ser muy injustificable que los doctores judíos [es decir, los rabinos] le agreguen invenciones de naturaleza completamente contraria.

A diferencia de muchos otros, Da Costa no ocultó sus opiniones y escribió a la comunidad judía de Venecia, enumerando sus reservas sobre el judaísmo que había observado. Fue excomulgado. Da Costa abandonó la ciudad con su esposa y su madre y vivió aislado durante cuatro años. Cuando murió su madre, regresó a Ámsterdam para sepultarla en el cementerio judío. Da Costa comenzó a preguntar sobre la posibilidad de reincorporarse a la comunidad judía. Tuvo que someterse a una ceremonia oficial, que describió con espantoso detalle. Da Costa confesó todos sus pecados, se retractó y pidió perdón, prometiendo nunca más apartarse de las decisiones de los rabinos de la comunidad. Aunque tenía más de cincuenta años, lo obligaron a desnudarse y le dieron treinta y nueve azotes. Escribió:

Es precepto de su ley que el número de azotes no excederá de cuarenta. Porque estos señores muy escrupulosos y religiosos tienen el debido cuidado de no ofender haciendo demasiado. Durante el tiempo de mis azotes cantaron un salmo.

Finalmente, obligaron a Da Costa a tumbarse sobre el umbral de la sinagoga y toda la congregación lo pisoteó al salir. Escribió:

Ahora bien, que quien haya oído mi historia juzgue cuán decente fue el espectáculo de ver a un anciano, persona de no poca condición, y que además era sumamente modesta, desnudado ante una numerosa congregación de hombres, mujeres y niños y azotado por orden de sus jueces y de aquellos que más bien merecían el nombre de esclavos abyectos.

Da Costa nunca se recuperó de su terrible experiencia. Cayó en una profunda depresión y, en abril de 1640, se pegó un tiro. Este acontecimiento marcó profundamente el espíritu del joven Spinoza, que empezó entonces a apartarse de los estudios judíos para frecuentar círculos de cristianos liberales, que le iniciaron en la teología, las nuevas ciencias y la filosofía, sobre todo de su contemporáneo René Descartes. Cuando tenía diecinueve años, empezó a seguir los cursos de latín de Franciscus Van den Enden, un filósofo, político, comerciante de arte, médico, poeta neolatino y escritor precursor de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Colerus en su biografía de Spinoza escribió:

Ese hombre enseñaba con mucho éxito y reputación, de manera que los comerciantes más ricos de la ciudad le confiaban la instrucción de sus hijos, antes de que se comprendiera que enseñaba a sus discípulos algo más que latín. Al fin se descubrió que plantaba en el espíritu de esos jóvenes las primeras semillas del ateísmo.

Su hermanastro Isaac murió a los diecisiete años, después falleció su madrastra Esther, un año más tarde, murió su hermana Myriam. Cuando Baruch tenía 21 años, su padre murió, por lo que junto a su hermano Gabriel, debieron hacerse cargo del negocio familiar que estaba pasando por graves dificultades financieras. En 1656 Spinoza presentó una demanda ante las autoridades de Ámsterdam para ser declarado huérfano, lo que le permitió heredar los bienes de su madre y librarse de los acreedores de su padre. Sus relaciones con la comunidad judía empeoraban cada vez más. En un artículo del Diccionario histórico y crítico sobre Spinoza en el siglo XVII, Pierre Bayle escribe:

Un judío lo atacó con un cuchillo a su salida del teatro. La herida no fue grave, pero él estaba convencido de que las intenciones del atacante eran las de asesinarlo.

Baruch, aún no había publicado nada, pero no parecía posible que se llegase a un acuerdo entre el joven y las autoridades de la sinagoga. Con solo veintitrés años, el 27 de julio de 1656 fue excomulgado. No se indica la razón exacta, pero en el texto se le acusa de horribles herejías, actos monstruosos y mala vida. Esa condena tuvo como efecto inmediato la obligación de abandonar la casa familiar, romper los lazos con su hermana Rebecca y su hermano Gabriel. Abandonó el barrio judío y su maestro Van den Enden le ofreció alojamiento. Baruch arrendaba su pieza, sus comidas, la tinta y el papel que necesitaba para escribir, para lo cual daba clases de hebreo. En el Tratado de la reforma del entendimiento, Spinoza hizo alusión a los males y las tristezas que puede procurar el apego al dinero, a los honores y a los placeres sensuales. Lenoir escribe que es probable que Baruch se enamorara de la hija única de Van den Enden, Clara María. Escribe:

Por desgracia, Baruch tenía un rival en la persona de un estudiante alemán proveniente de Hamburgo, llamado Kerkering […]  Creo que la verdadera razón de su elección en favor de Kerkering se debe al hecho de que este último, de confesión luterana, aceptó convertirse al catolicismo para casarse con Clara María, que era una católica devota.

Baruch renunció definitivamente a casarse y decidió irse a vivir al campo para concentrarse por entero en su nueva pasión, que a partir de entonces ocuparía toda su vida: la filosofía. Escribió:

Me veía, en efecto, en un peligro extremo y obligado a buscar un remedio, aunque fuera incierto. Al igual que quien padece una enfermedad mortal y siente que se acerca una muerte segura si no se aplica un remedio está obligado a buscarlo con todas sus fuerzas, por muy incierto que sea, ya que coloca todo su espíritu en él.

Lo más sorprendente para la época, es que Spinoza no se convirtió al cristianismo. No adscribió a ningún grupo establecido. Los modelos existentes no le cuadraban. Para salvar su vida tenía que inventar su propia filosofía. Como dijo Goethe, Spinoza se elevó A las cumbres del pensamiento. De alguna forma, este ex judío ortodoxo de la Holanda calvinista se convirtió en uno de los filósofos más radicales que jamás haya existido. Pasó los 21 años que le quedaban puliendo, pensando y escribiendo. Era reconocido por fabricar lentes, telescopios y microscopios de alta calidad. Le ofrecieron la cátedra de filosofía en la Universidad de Heidelberg, pero la rechazó, por la posibilidad de que pudiera frenar su libertad de pensamiento. Spinoza era un hombre libre, cuya vida, dirigida por la razón, era potente, autónoma, y sobre todo alegre. Escribió:

Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan. Y, por tanto, su idea de «libertad» se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones.

Solo publicó en vida dos obras: los Principios de filosofía de Descartes yel Tratado teológico-político. Sus otras obras fueron publicadas después de su muerte: Pensamientos metafísicos, Tratado de la reforma del entendimiento, la Ética demostrada según el orden geométrico, el Tratado político, un Compendio de gramática hebrea y el Tratado breve. Se le atribuyen también dos tratados científicos: el Cálculo de probabilidades y el Cálculo algebraico del arco iris.

Su salud comenzó a deteriorarse en 1676 y murió el 21 de febrero de 1677 a la edad de 44 años. Se decía que su muerte prematura se debió a una enfermedad pulmonar, posiblemente tuberculosis o silicosis como resultado de su trabajo. Spinoza escribió:

Toda nuestra felicidad y nuestra desgracia dependen solo de la calidad del objeto al cual nos hemos unido mediante el amor.

Borges en La moneda de hierro decidió publicar otro soneto en su honor, al que denominó Baruch Spinoza:

Bruma de oro, el occidente alumbra la ventana. El asiduo manuscrito aguarda, ya cargado de infinito. Alguien construye a Dios en la penumbra.

Un hombre engendra a Dios. Es un judío de tristes ojos y de piel cetrina; lo lleva el tiempo como lleva el río una hoja en el agua que declina.

No importa. El hechicero insiste y labra a Dios con geometría delicada; desde su enfermedad, desde su nada,

Sigue erigiendo a Dios con la palabra. El más pródigo amor le fue otorgado, el amor que no espera ser amado.

En 1985, Borges dio una charla sobre el más querible de los filósofos. Señaló:

Yo pensaba escribir un libro sobre Spinoza. Junté los materiales, y luego descubrí que no podía explicar a otros lo que yo mismo no puedo explicarme. Pero hay algo que puedo sentir, misterioso como la música, misterioso como su Dios.

En abril de 1929, el rabino Herbert Goldstein, le envió un telegrama urgente y preciso a Einstein: “¿Crees en Dios? Stop. Respuesta pagada. 50 palabras”. La respuesta de Einstein fue breve:

Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la legítima armonía de todo lo que existe, pero no en un Dios que se ocupa del destino y de los actos de la humanidad.

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