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Revolución permanente

Luego de conquistar Egipto, Alejandro Magno tuvo un sueño en el que Homero lo visitaba. Hizo referencias a la isla egipcia de Pharos en el Mediterráneo, por lo que a la mañana siguiente Alejandro viajó a Pharos y contempló las costas del lugar. Mary Renault, en su biografía de Alejandro, comenta:

Le pareció un sitio ideal para establecer una ciudad: buen fondeadero, buenas tierras, buen aire, buen acceso al Nilo. Estaba tan decidido a emprender las obras que deambuló por el emplazamiento, arrastrando tras de sí a arquitectos e ingenieros señalando las ubicaciones de la plaza del mercado, de los templos de los dioses griegos y egipcios, de la vía real.

Ptolomeo, uno de los generales de Alejandro, se convirtió en gobernante de Egipto, y en torno al 300 a.C. fundó la Gran Biblioteca de Alejandría, símbolo por excelencia de la actividad intelectual. La historiadora Violet Moller en su libro La ruta del conocimiento escribe:

Fue allí donde nació la idea de concentrar el saber en un solo lugar reuniendo un ejemplar de todos y cada uno de los textos.

Los gobernantes y bibliotecarios fueron tan obsesivos en su propósito, que ordenaron inspeccionar todos los barcos que pasaban por Alejandría y dieron la orden de confiscar cualquier libro que encontraran. Según las crónicas, Ptolomeo II, escribió una carta a todos los reyes y gobernantes de la tierra, rogándoles que le mandaran las obras literarias de toda clase de autores:

Poetas o prosistas, rétores y sofistas, médicos y adivinos, historiadores y todos los demás.

Llegaron todo tipo de textos, en múltiples idiomas, por lo que se reclutaron expertos de todas las naciones para que ejercieran como traductores al griego. Nada iba a quedar excluido de esta ambiciosa colección, ni siquiera la religión. Al cabo de unas décadas la Biblioteca de Alejandría contenía miles de volúmenes sobre todo tipo de asuntos imaginables, desde libros de cocina hasta obras de teología judía, en una colección incomparable con ninguna otra del mundo tanto por sus dimensiones como por la variedad de sus temas. El número de pergaminos que contenía es discutido, pero se estima que en el siglo III d.C. tenía hasta 500.000 pergaminos. Fue con mucho la mayor biblioteca que el mundo había visto jamás y que vería en siglos. Pero, los monarcas de la dinastía ptolemaica, siguiendo la visión de Alejandro, no solo se dedicaron a coleccionar libros, también coleccionaron mentes.

Junto a la Biblioteca construyeron El Museo, un centro dedicado a las nueve musas griegas, que inspiraban las artes y las ciencias, y reunieron en él a una comunidad de eruditos estrechamente vinculados con la Biblioteca. Estudiosos de todos los rincones del mundo eran invitados a venir a estudiar y trabajar en este lugar. Más o menos en la época correspondiente al nacimiento de Cristo, el geógrafo Estrabón visitó Alejandría y describió el Museo en los siguientes términos:

El Museo forma también parte de los palacios reales, y [la ciudad] tiene un paseo público, una exedra y un gran edificio, en el que hay una sala común en que se hacen las reuniones de los sabios, miembros del Museo […]. Esta asociación tiene propiedades en común y comparte también un sacerdote a cargo del Museo, nombrado entonces por los reyes, y ahora por el César.

Alejandría se convirtió en el centro de saber más importante del mundo antiguo. Mientras las estanterías de la Biblioteca seguían llenándose de libros, egipcios, judíos, griegos y posteriormente romanos se establecían en la ciudad. Alejandría no tardó en convertirse en una de las ciudades más pobladas y activas del Mediterráneo. Los libros y los intelectuales se movían libremente en el pujante mercado de las ideas. Arquímedes, Euclides, Eratóstenes, el poeta Calímaco, Aristarco de Samos, el astrónomo Hiparco, Galeno, estuvieron allí. La Biblioteca atraía a estudiantes y sabios de todos los rincones del Mediterráneo, y esos recién llegados añadían sus ideas y libros. El saber prosperaba gracias a la colaboración, a las ideas compartidas y a la transmisión del conocimiento. Pero aún con todo, Alejandría solo se helenizó en las altas esferas y la administración.

A mediados del siglo IV nació Hipatia, hija de Teón de Alejandría, quien era un célebre matemático y astrónomo. Los comentarios que escribió Teón sobre Euclides gozaban de tanta autoridad que conforman la base de las ediciones modernas. Si se lee a Euclides hoy, en parte, se está leyendo la obra de Teón. Hipatia, creció en un ambiente académico, culto y aristócrata. Hipatia no solo era una filósofa; era también una brillante astrónoma y la matemática más importante de su generación. Según Damascio, era:

De naturaleza más noble que su padre, [y] no se conformó con el saber que viene de las ciencias matemáticas, en las que había sido introducida por él, sino que se dedicó a las otras ciencias filosóficas con mucha entrega.

Hipatia, se consideraba a sí misma pagana por la admiración que rendía a la cultura griega y a la filosofía. Se dedicó a la enseñanza de Platón y Aristóteles. Los alumnos de Hipatia venían de todas partes del Mediterráneo y conformaron un grupo muy unido de aristócratas paganos y cristianos, algunos de los cuales desempeñaron altos cargos. La consideraban, sucesora de Platón. Sinesio en una de sus epístolas escribe la devoción que tenían sus alumnos, que la consideraban como:

Madre, hermana y profesora, además de benefactora y todo cuanto sea honrado tanto de nombre como de hecho.

Alejandría fue una ciudad opulenta. En el centro de la ciudad se hallaban la asamblea, las plazas, los mercados, las basílicas, los baños, los gimnasios, los estadios y demás edificios públicos y necesarios para las costumbres de aquellos siglos. Los habitantes de la ciudad eran en su mayoría griegos de todas las procedencias. También había una colonia judía y un barrio egipcio, de pescadores, el más pobre y abandonado de la gran urbe. El trato con los muertos, los moribundos y los pobres en las ciudades de la antigüedad era un trabajo esencial, pero riesgoso. La ciudad había sido devastada por las pestes y las plagas. Alguien tenía que llevarse los cuerpos de los enfermos, débiles y pobres, y hacerlo rápido, para proteger a los demás. En la Alejandría del siglo V, los hombres que se ofrecían para hacer este trabajo eran los parabolanos. Catherine Nixey en su libro La edad de la penumbra escribe:

Eran unos temerarios y jóvenes cristianos lo suficientemente valientes como para ejercer de camilleros en ese mundo sin medicinas. […] Estos hombres, en un principio, se habían reunido para hacer buenas acciones cristianas, pero podía recurrirse a ellos, como de hecho se hacía, para cosas terribles.

Nada dura para siempre. Alejandría había cambiado. Las relaciones entre cristianos y no cristianos eran tensas. Los cristianos habían emprendido una devastación de los santuarios, templos y edificios paganos. El gran templo de Serapis había desaparecido. En la primavera del año 415 la ciudad se había dividido por límites sectarios. Sócrates Escolástico cuenta que, en plena Cuaresma, un grupo de parabolanos cristianos se abalanzaron sobre Hipatia mientras regresaba a su casa, la golpearon y la arrastraron por las calles. Tras desnudarla, la apedrearon, con tejas la desollaron hasta descuartizarla y sus restos los pasearon por la ciudad. A continuación, continuaron la destrucción de sus libros. Nixey escribe:

Después del asesinato de Hipatia, el número de filósofos y la calidad de lo que se enseñaba en Alejandría, como era de esperar, descendieron con rapidez.

Bertrand Russell en Historia de la filosofía occidental, irónicamente escribió que tras la muerte de Hipatia:

Alejandría ya no fue turbada por los filósofos.

El cristianismo, había triunfado sobre el paganismo. Pero no para siempre. La humanidad enfrenta revoluciones continuas y sin precedentes. Nuestros relatos se desmoronan. El historiador Yuval Noah Harari, en su libro Sapiens: De animales a dioses, utiliza el término orden imaginado para describir cómo las sociedades humanas han creado estructuras y sistemas que no existen en la realidad objetiva, pero que tienen un poderoso impacto en la organización social y la cooperación a gran escala. Harari argumenta que los seres humanos somos capaces de cooperar en grupos grandes y complejos debido a nuestra capacidad única para crear y creer en conceptos abstractos. Estos conceptos incluyen cosas como el dinero, las naciones, las religiones y las instituciones políticas. Aunque no tienen una existencia material tangible, estas ideas tienen un profundo impacto en cómo las sociedades humanas se organizan y funcionan. Escribe:

Los órdenes imaginados no son conspiraciones malvadas o espejismos inútiles. Más bien, son la única manera en que un gran número de humanos pueden cooperar de forma efectiva.

Harari, explica que un orden imaginado se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos. Con el fin de salvaguardar un orden imaginado es necesario realizar esfuerzos continuos y tenaces, algunos de los cuales derivan en violencia y coerción. Los ejércitos, las fuerzas policiales, los tribunales y las prisiones trabajan sin cesar, obligando a la gente a actuar de acuerdo con el orden imaginado imperante. Sin embargo, un orden imaginado no puede sostenerse solo mediante la violencia. Requiere verdaderos creyentes. Harari se pregunta:

¿Cómo se hace para que la gente crea en un orden imaginado como el cristianismo, la democracia o el capitalismo? En primer lugar, no admitiendo nunca que el orden es imaginado. Siempre se insiste en que el orden que sostiene a la sociedad es una realidad objetiva creada por los grandes dioses o por las leyes de la naturaleza.

Harari explica que hay tres factores principales que evitan que veamos como estos ordenes imaginados organizan nuestras vidas:

  1. El orden imaginado está incrustado en el mundo que habitamos, Por ejemplo, en la actualidad en occidente, la mayoría cree en el individualismo, que el valor de cada persona no depende de lo que otras personas crean de él o de ella. Sin embargo, los nobles medievales no creían en el individualismo. Pensaban que el valor de las personas estaba determinado por su lugar en la jerarquía social y por lo que otras personas decían de ellos.
  2. El orden imaginado da forma a nuestros deseos, nacemos en un orden imaginado preexistente, y nuestros deseos están modelados desde nuestra infancia por nuestros mitos dominantes. En occidente por ejemplo estamos conformados por mitos románticos, nacionalistas, capitalistas y humanistas. El consumismo nos dice que para ser felices hemos de consumir tantos productos y servicios como sea posible. Pero, un hombre rico en el antiguo Egipto no hubiera pensado nunca en resolver una crisis matrimonial llevándose a su mujer de vacaciones a Babilonia.
  3. El orden imaginado es intersubjetivo, para cambiar un orden imaginado existente, tenemos que creer primero en un orden imaginado alternativo, lo que solo es factible, si somos capaces de convencer a muchos extraños para que compartan la misma creencia y cooperen. Muchos de los impulsores más importantes de la historia son creencias intersubjetivas, como la ley, el dinero, los dioses, las instituciones, las naciones, etc.

Para entender este concepto, Harari profundiza explicando la diferencia entre fenómenos: objetivos, subjetivos e intersubjetivos. Un fenómeno objetivo existe con independencia de la conciencia humana y de las creencias humanas. Por ejemplo, la radiactividad, no es un mito, existe independientemente de nuestras opiniones. Lo subjetivo es algo que existe en función de la conciencia y creencias de un único individuo, y desaparece o cambia si este individuo concreto cambia sus creencias. Por ejemplo, los amigos imaginarios de la infancia, que al crecer desaparecen. Lo intersubjetivo es algo que existe en una red de comunicación que conecta la conciencia subjetiva de muchos individuos. Si un solo individuo de la red cambia sus creencias, no tiene mayor impacto, pero, si la mayoría de los individuos de la red mueren o cambian sus creencias, el fenómeno intersubjetivo mutará o desaparecerá. Por ejemplo, los seguidores de un equipo deportivo o de un partido político. Harari escribe:

Los fenómenos intersubjetivos no son ni fraudes malévolos ni charadas insignificantes. Existen de una manera diferente de los fenómenos físicos tales como la radiactividad, pero sin embargo su impacto en el mundo puede ser enorme. Muchos de los impulsores más importantes de la historia son intersubjetivos: la ley, el dinero, los dioses y las naciones.

Las ideas nunca son inocentes. Lo que se nos mete en la cabeza puede acabar haciéndose realidad. David Livingstone en su libro On Inhumanity: Dehumanization and How to Resist It, afirma que los seres humanos no tenemos una inclinación natural a hacer violencia a los demás. Pero también al ser animales tan inteligentes, reconocemos el valor instrumental de matar y explotar a otros, y hemos desarrollado prácticas culturales para cortocircuitar nuestras inhibiciones viscerales contra la perpetración de tales actos. Escribe Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI:

Los humanos hemos conquistado el mundo gracias a nuestra capacidad de crear relatos ficticios y de creérnoslos. Por tanto, somos bastante torpes a la hora de reconocer la diferencia entre la ficción y la realidad. Pasar por alto esta diferencia ha sido cuestión de supervivencia.

Para sobrevivir y prosperar en un mundo en revolución permanente, necesitaremos muchísima flexibilidad mental y grandes reservas de equilibrio emocional. Teón de Alejandría aconsejó a su hija Hipatia:

Todas las religiones dogmáticas formales son falaces y nunca deben ser aceptadas en sí mismas por las personas como el final. Reserva tu derecho a pensar, porque incluso pensar equivocadamente es mejor que no pensar en absoluto.

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