adaptación

Una vida rica

En el párrafo final de El Hacedor, Jorge Luis Borges escribió:

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

A mediados del siglo XVIII, la isla de Córcega pertenecía a la poderosa ciudad de Génova, pero sus autoridades estaban cansadas de las incesantes ansias independentistas del pueblo corso, por lo que en 1768 decidieron vender la isla a Francia. Al año siguiente nació en esa isla Napoleone di Buonaparte. Sus padres eran Carlo Buonaparte, un abogado y la hermosa Letizia Ramolino. Ambos eran de origen italiano, pero sin grandes abolengos ni antepasados célebres. Letizia tuvo, en total, trece hijos, de los que sólo sobrevivieron ocho: José, Napoleón, Luciano, Jerónimo, Luis, Carolina, Elisa y Paulina. Tan pronto como los franceses tomaron el control de la isla, comenzaron los conflictos. Carlo Buonaparte, permaneció fiel al héroe de la resistencia isleña Pasquale Paoli. Pero, las tropas corsas no se podían comparar ni en número ni en equipamiento a las francesas, por lo que fueron derrotados. Paoli junto a otros trescientos cuarenta corsos optaron por el exilio en Inglaterra.

Carlo, se quedó en Córcega. Con una familia tan numerosa tuvo que reconciliarse con los franceses, quienes estaban dispuestos a conceder amnistías a aquellos que habían apoyado los intentos independentistas de Paoli. Gracias a los encantos de Letizia, los Buonaparte consiguieron becas para que sus hijos estudiaran en Francia. Napoleón, con nueve años, dejó su hogar y comenzó su educación en el continente. Ingresó a una academia militar en Brienne. Era una escuela para ricos, por lo que sus compañeros, se burlaban del nuevo pupilo del rey, por su estatura, nombre y forma de hablar. Napoleón señalaba:

Estoy harto de exhibir mi pobreza y ser el hazmerreír de unos chicuelos insolentes que no tienen otra superioridad sobre mí que la de su fortuna.

Napoleón, se volvió reservado y melancólico, dedicándose a la lectura. Poco a poco, su carácter se fue endureciendo y en los juegos de guerra empezó a destacar, mostrando un gran talento y decisión. Las burlas menguaron y así el pequeño corso empezó a ser respetado y alabado tanto por sus compañeros y profesores. Un examinador observó:

Siempre se ha distinguido por su aplicación en las matemáticas. Conoce bastante bien la historia y la geografía. Este chico sería un excelente marinero.

Napoleón escribió en sus memorias:

No se hablaba más que de mí en la escuela; fui admirado y envidiado, empezaba a tener conciencia de mi fuerza y gozaba de mi superioridad.

En 1784, Napoleón finalizó sus estudios y logró ingresar a la Escuela Militar de París. Estudió artillería y con 16 años era teniente segundo. Volvió a Córcega con el anhelo de unirse a la causa independentista liderada por su héroe de infancia Pasquale Paoli. Pero Paoli lo rechazó ya que dudaba de este joven militar afrancesado, inexperto e hijo de un traidor. En 1793 Napoleón y su familia fueron obligados a huir de Córcega a Francia. En Francia, eran tiempos convulsos, pero había oportunidades para Napoleón. La élite que dirigía la revolución francesa necesitaba de militares profesionales para mostrar logros. Gracias al diputado corso Antoine Saliceti, Napoleón se convirtió en comandante de las fuerzas francesas que sitiaban Tolón. Su determinación, su capacidad de trabajo y su frialdad le dieron la victoria, tras lo cual fue nombrado general de brigada. Jacques Coquille Dugommier, el comandante principal en el asedio de Tolón escribió al ministro de guerra:

No tengo palabras para describir el mérito de Bonaparte: gran capacidad técnica, igual grado de inteligencia y enorme gallardía; ahí tienen un mal boceto de ese oficial de peculiares cualidades.

La siguiente oportunidad que le dieron en la campaña en Italia fue el punto de inflexión en la carrera de Napoleón. Como comandante del ejército, logró impresionantes victorias contra las fuerzas austriacas e italianas, lo que lo convirtió en una figura prominente en Francia. En 1799, regresó a Francia y lideró un golpe de Estado al corrupto Directorio y se convirtió en Primer Cónsul, asumiendo un poder casi dictatorial. Beethoven admiraba profundamente a Napoleón. Su tercera sinfonía, la había dedicado a él. La llamó Sinfonía grande intitolata Bonaparte. Consideraba que Napoleón encarnaba los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, pero cuando se enteró que se había autoproclamado emperador, estalló en cólera y gritó:

¡Así que no es más que un simple mortal! Ahora, también, pisoteará todos los derechos del hombre, complace sólo su ambición; ¡Ahora se considerará superior a todos los hombres, se convertirá en un tirano!

La Revolución Francesa abolió la nobleza, aunque no las castas. La Revolución permitió que la burguesía prosperara. Napoleón fue uno de los que se benefició espectacularmente. Fue educado en las mejores instituciones de Francia. El pequeño cabo corso, de una nobleza periférica, que hasta los 26 años firmaba como italiano, llegó a ser Emperador de Francia y dominar gran parte de Europa. El lema de Napoleón era:

La carrera está abierta al talento.

Esta era la forma en que Napoleón expresaba que el acceso a la educación, los puestos en el servicio civil y los ascensos en el ejército debían ir a aquellos más capaces de tener éxito. Basado en los ideales de la revolución francesa Napoleón argumentó que todos deberían tener las mismas oportunidades para competir por el progreso. El éxito no debe depender de los lazos familiares sino de la ambición, el trabajo duro y la capacidad. La leyenda napoleónica expresa que:

Cualquier joven con talento, si se esfuerza puede llegar a la cima de la pirámide social.

La idea de la meritocracia se propagó rápidamente. Steven Schwartz en su reciente artículo In Defence of Meritocracy, afirma que los líderes políticos lo vieron no solo como un antídoto contra el nepotismo y la influencia familiar, sino también como una forma de incentivar a los mejores y más brillantes para contribuir al crecimiento económico. Lee Kuan Yew, cuando fue primer ministro de Singapur describía con orgullo a su país como:

Una meritocracia, donde las personas ascienden por sus propios méritos, trabajo duro y desempeño.

En países de todo el mundo, la selección por mérito se ha convertido en la norma; no solo para trabajos o educación, sino para casi todo. Los aspirantes olímpicos deben sobresalir en el deporte elegido. Los músicos que aspiran a formar parte de orquestas sinfónicas tienen que demostrar su pericia. Las universidades se basan en las calificaciones escolares y exámenes de selección. Las empresas eligen a los mejores. En cada caso, existe un acuerdo incuestionable de que la sociedad debe recompensar el desempeño ejemplar. Theresa May, ex primera ministra británica, quería que:

Gran Bretaña fuera la mayor meritocracia del mundo.

El sociólogo británico Michael Young fue el primero en acuñar el término meritocracia. Young tuvo una infancia difícil. Hijo de un músico australiano y una pintora irlandesa, pronto descubrió que a ninguno de sus padres le importaba mucho. Una vez, cuando sus padres aparentemente habían olvidado su cumpleaños, se imaginó que le esperaba una gran sorpresa al final del día. Pero no, realmente se habían olvidado de su cumpleaños, lo cual para él no fue una sorpresa en absoluto. Escuchó a sus padres hablar sobre darlo en adopción y, según su propio relato, nunca se deshizo del miedo al abandono.

Afortunadamente todo cambió cuando tenía 14 años, ya que su abuelo pudo enviarlo a un internado experimental en Dartington Hall en Devon. Este internado era creación de los filántropos progresistas Leonard y Dorothy Elmhirst. Los Elmhirst lo trataron como a un hijo, animándolo y apoyándolo por el resto de sus vidas. En sus palabras:

Había estado en internados antes, pero nunca había tenido una habitación para mí solo. Tampoco en casa, donde ni siquiera tenía cama y dormí en la misma cama que mi padre hasta los 19 años. Así que una habitación para mí solo era un auténtico lujo.

De pronto Young, ese niño inadecuado y no querido por sus padres biológicos, era miembro de la élite. Cenaba con el presidente Roosevelt y escuchaba las conversaciones entre Leonard y Henry Ford. Young, dejó la Escuela Dartington Hall para estudiar Economía en la London School of Economics, se graduó como abogado y luego obtuvo un doctorado en Sociología. Se convirtió en secretario del Departamento de Investigación del Partido Laborista y el primer profesor de sociología en la Universidad de Cambridge. Ha sido considerado el más grande sociólogo práctico del siglo pasado.

Young albergaba profundas dudas sobre cómo podría evolucionar una sociedad basada en el mérito. Expresó sus dudas en su libro The Rise of the Meritocracy. Una sátira ambientada en 2034, cuando la riqueza y el poder ya no se heredan ni se comparten entre compinches. En este país imaginado, hay una clase dominante, no es una aristocracia de nacimiento, no es una plutocracia de riqueza, sino una verdadera meritocracia de talento. La nueva clase dominante estaría determinada, por la fórmula Coeficiente Intelectual + esfuerzo = mérito. La democracia daría paso al gobierno de los más capaces. La crítica de Young al enfoque meritocrático era que a medida que la riqueza refleja cada vez más la distribución innata del talento natural, y los ricos se casan cada vez más entre sí, la sociedad tendería a generar dos categorías de personas. Un mundo distópico en el que:

Los talentosos saben que el éxito es una justa recompensa por su propia capacidad, su propio esfuerzo, y en el que las clases bajas saben que han fallado en todas las oportunidades que se les ha dado. Si han sido etiquetados como ‘tontos’ repetidamente, ya no seguirán reclamando.

Young, murió en 2002 a la edad de 86 años, y vio lo que estaba sucediendo en la sociedad, por lo que volvió a advertir en 2001:

En el nuevo entorno social, a los ricos y poderosos les ha ido muy bien. La meritocracia empresarial está de moda. Si los meritócratas creen, como más y más se les anima a creer, que su avance proviene de sus propios méritos, pueden sentir que merecen cualquier cosa que puedan obtener. Pueden ser insoportablemente engreídos, mucho más que las personas que sabían que habían logrado un ascenso no por sus propios méritos sino porque eran, como hijo o hija de alguien, los beneficiarios del nepotismo. Los recién llegados pueden realmente creer que tienen la moralidad de su lado. Tan segura se ha vuelto la élite que casi no hay bloqueo en las recompensas que se arrogan. Como resultado, la desigualdad general se ha vuelto más grave con cada año que pasa.

Kwame Appiah, profesor de filosofía y derecho en la Universidad de Nueva York, es hijo de madre inglesa y padre perteneciente a la etnia asante de Ghana. En su artículo The myth of meritocracy, escribe:

Un sistema de clases filtrado por la meritocracia seguiría siendo, un sistema de clases: implicaría una jerarquía de respeto social, otorgando dignidad a los que están en la cima, pero negando el respeto y la autoestima a los que no heredaron los talentos y la capacidad de esfuerzo que, combinados con una educación adecuada, les permitirían acceder a las ocupaciones mejor remuneradas.

Young abogaba por una sociedad que posea y actúe sobre valores plurales, incluida la amabilidad, el coraje y la sensibilidad, donde todos tengan la oportunidad de desarrollar sus propias capacidades especiales para llevar una vida rica. La tarea central de la ética es preguntarse ¿Qué es necesario para que una vida humana vaya bien? Appiah, propone una respuesta.

Vivir bien significa enfrentar el desafío que plantean tres cosas: tus capacidades, las circunstancias en las que naciste y los proyectos que tú mismo decides que son importantes.

La meritocracia, confunde dos conceptos diferentes: eficiencia y valor humano. La capacidad para el trabajo duro es en sí misma el resultado de las dotes naturales y la educación. Así que ni el talento ni el esfuerzo son méritos en sí mismos. La vida de los menos exitosos no vale menos, simplemente no existe una forma sensata de comparar el valor de las vidas humanas. Nos equivocamos cuando negamos no sólo el mérito sino la dignidad de aquellos cuya suerte en la lotería genética y en las contingencias de su situación histórica les ha sido menos favorable. Cuando Young, moría de cáncer en el hospital, estaba preocupado por si los inmigrantes africanos subcontratados que empujaban los carritos de comida estaban recibiendo un sueldo digno. Tenía la esperanza que:

Todos los ciudadanos pudieran tener la oportunidad de desarrollar sus propias capacidades especiales para llevar una vida rica.

El 17 de junio de 1817, Napoleón estaba exiliado en la isla de Santa Elena. En una caminata con el conde Emmanuel de Las Cases, ambos se quedaron en silencio durante varias horas. Napoleón finalmente habló:

Un hombre como yo, quien ha sido dueño del mundo y sus posesiones, está aquí reducido a este miserable rincón, y ¿sabes cuál es la causa de todo esto? No fue la ambición desenfrenada ni el amor por el poder. Fue el temor de perder lo que tenía y la incertidumbre de conservarlo lo que me impelió.

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