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Percepciones

Nuestro mundo, se nos presenta como una serie constante de desafíos. Confiamos en nuestros sentidos para percibir el entorno y en nuestra inteligencia para procesar la información a la luz de nuestro conocimiento y experiencia. En el libro La conquista del lenguaje,el neurocientífico Xurxo Mariño precisa:

Si hubiera que sintetizar las características que definen la naturaleza humana y que, en conjunto, nos separan de los demás seres vivos, se podrían escoger tres: autoconsciencia, pensamiento simbólico y lenguaje.

Entendemos inteligencia como la capacidad de percibir más allá de lo obvio, leer entre líneas. La palabra deriva del verbo latino intellegereinter (entre) y legere (escoger o leer), otras fuentes, dicen que viene más bien de intus (dentro), lo que significaría leer hacia dentro. Así, cada palabra o gesto no está relacionado con algo exterior a nosotros, sino con nuestro interior. Son nuestras acciones y las emociones que están en su base, las que especifican y dan a nuestras palabras su significado particular. Charles Fernyhough en The Voices Within, señala:

El lenguaje no es necesario para pensar; más bien es una herramienta que muchos humanos usamos durante gran parte del tiempo para pensar.

Uno de los factores más importantes de la percepción humana, son las emociones. Richard Firth-Godbehere, en su libro A Human History of Emotion: How the Way We Feel Built the World We Know explica que las emociones son la forma en que utilizamos la suma de nuestras experiencias para comprender cómo nos sentimos en determinadas circunstancias concretas. En sus palabras:

Cada lengua tiene sus propias palabras para expresar los sentimientos. Y cada cultura, incluso cada familia, tiene su propia concepción de cómo debemos comportarnos al experimentar dichos sentimientos. Al final, aunque todos podamos compartir una misma base neuroquímica que produce afectos nucleares similares evolucionados para mantenernos vivos como el impulso de lucha o huida, la forma en que construimos psíquicamente significados a partir de esos sentimientos difiere en cada uno de nosotros.

Las emociones están arraigadas en nuestros genes y estructuras cerebrales que compartimos con todos los seres vivos. Y al mismo tiempo están incrustados en esquemas sociales y tradiciones culturales profundas. El sello distintivo de la emoción es que nuestras reacciones emocionales están influidas por más elementos que el incidente inmediato que las desencadena. Las emociones nos ofrecen la flexibilidad de responder de manera diferente a eventos similares, dependiendo de las experiencias pasadas, expectativas, conocimiento, deseos y creencias. El conocido neurocientífico Antonio Damasio en su libro Feeling & Knowing explica que sentir es la capacidad más elemental de todos los seres vivos. Nuestro cuerpo y sistema nervioso interactúan permanentemente. Una respuesta emotiva, como el miedo o la alegría, impone cambios en alguna víscera y genera, como resultado, una nueva serie de estados corporales y un nuevo conjunto de asociaciones entre la mente y el cuerpo. Las respuestas emotivas alteran nuestra homeostasis y, en consecuencia, nuestros sentimientos.

Lo que el cuerpo aporta a su unión con el sistema nervioso es su inteligencia biológica primigenia, la capacidad implícita que gobierna la vida en función de las demandas homeostáticas y que, al final, acaba expresándose en forma de sentimiento.

Las emociones son más complejas de lo que a primera vista cabría suponer. No se reducen tan sólo a un estímulo cerebral seguido de una respuesta. No se limitan a una expresión facial o a la emisión de un determinado sonido. Son ricas y complejas, operan en muchos niveles y cambian de una circunstancia a otra. Una de las lecciones principales de la neurociencia es que nuestra percepción de la realidad es algo que construimos activamente, no una documentación pasiva de eventos objetivos.

La teoría tradicional de la emoción sostiene que como especie compartimos un pequeño conjunto de emociones básicas: miedo, ira, tristeza, aversión, felicidad y asombro, que son universales en todas las culturas, que cada emoción es detonada por un estímulo específico del mundo exterior, que cada emoción causa comportamientos fijos y específicos y que cada emoción ocurre en estructuras determinadas del cerebro.

Sin embargo, hoy existe una escuela de psicólogos y neurocientíficos, que ponen en duda la validez de la idea de categorías diferenciadas de la emoción. Afirman que los términos que usamos para referirnos a las emociones en el lenguaje cotidiano en realidad no se refieren a emociones únicas, sino que son más bien categorías genéricas que agrupan múltiples sentimientos. Lisa Feldman Barrett, en su libro How Emotions Are Made, explica que el hecho de que llamemos miedo tanto al miedo a amenazas externas como arañas o escorpiones como al miedo a amenazas internas como ahogarse o palpitaciones, en realidad son estados mentales distintos, e incluso implican patrones diferentes en el cerebro. En sus palabras:

Las personas agrupan casos muy diferentes [de emoción] en la misma categoría y les dan el mismo nombre.

Barrett señala que, así como podemos equivocarnos al distinguir entre estados emocionales y agruparlos bajo el mismo nombre, también podemos hacer distinciones cuando no existe ninguna; es decir, las categorías de la emoción que usamos en ocasiones pueden superponerse. Por ejemplo, el miedo y la ansiedad se consideran emociones diferentes, el miedo es visto como una reacción a una cosa o circunstancia específica, en tanto que la ansiedad como un miedo no enfocado al futuro. Pero en situaciones de la vida real pueden confundirse esos límites y hacer que sea difícil distinguir cuando sentimos miedo o ansiedad. En palabras de Barrett:

En cada momento de vigilia, nuestro cerebro hace uso de la experiencia pasada, organizada en forma de conceptos, para guiar nuestros actos y dar significado a nuestras sensaciones. Cuando los conceptos implicados son conceptos emocionales, nuestro cerebro construye casos de emociones.

Esta formulación se conoce como Teoría de la Emoción Construida. Los construccionistas sostienen que el lenguaje que usamos para denotar el miedo, la ansiedad y todas las otras emociones que podamos pensar, aunque se utilizan de manera extensa, tienen poco significado fundamental. Afirman que, desde nuestra infancia cuando vamos aprendiendo a hablar, comenzamos a agrupar diferentes experiencias emocionales de forma convencional determinada por nuestro lenguaje y cultura particulares.

Existe una analogía con el color. Los físicos advierten que hay una cantidad infinita de colores, todo un espectro que va del rojo al violeta. La mayoría de las culturas y lenguas asignan nombres específicos a un número discreto y limitado de colores que consideran fundamentales como rojo, amarillo, verde y azul. Sin embargo, algunas culturas, como la tribu himba de Namibia, no reconocen el azul como un color en sí mismo. Lo conciben como un tipo de verde, uno de los muchos verdes que les permiten diferenciar entre los sutiles matices de las hojas y hierbas de su entorno. Para ellos, saber diferenciar una inocua hoja verde azulada de una venenosa hoja verde amarillenta podría significar la diferencia entre la vida y la muerte. La percepción del color es un constructo cultural. De la misma forma, los construccionistas de la emoción consideran que los términos que usamos para describir las emociones son tan arbitrarios como los que aplicamos a los colores. Por ejemplo, en Turquía (y en turco), la tristeza y la ira, no se experimentan como emociones separadas, se consideran una sola emoción llamada kizginlik. Leonard Mlodinow, en su libro Emotional, comenta:

El idioma tahitiano, por su parte, no tiene una palabra para expresar tristeza. Un científico describió a un hombre tahitiano cuya esposa e hijos lo abandonaron y se mudaron a otra isla. El hombre dijo que se sentía «sin energía» y que pensaba que estaba enfermo.

Diferentes idiomas reconocen emociones diferentes. Eso no significa que diferentes personas experimenten diferentes emociones, sino que las categorías de la emoción identificadas en varias culturas son de cierta forma arbitrarias. Esto respalda la idea de que nuestros sentimientos no son, respuestas innatas conectadas directamente a un conjunto de estímulos arquetípicos. Barrett sostiene que las emociones no sólo dependen de la percepción de la mente humana de sus propios afectos, contextos y valores, sino también de cómo actúan esas percepciones en conjunción con otras mentes humanas. En palabras de Mlodinow:

Somos una especie social. No existimos solos, sino como parte de una sociedad. Cuando una parvada de pájaros cambia de dirección, no hay un líder que les diga a los otros qué hacer; están coordinados mediante una conexión innata en su mente que está en sintonía con los otros. Eso también es cierto para nosotros. Todos estamos conectados y esas conexiones se llevan a cabo mediante nuestras emociones.

Desde nuestra primera infancia y a lo largo de toda nuestra vida, vamos acumulando en nuestra memoria las experiencias que vivimos relacionadas con nosotros mismos, los demás y el entorno. Aunque casi la totalidad de esas experiencias las olvidamos, recordamos las que nos resultan particularmente relevantes; en especial, las que nos han impactado más desde el punto de vista emocional.

Las emociones se construyen cuando el cerebro procesa de manera simultánea toda una serie de factores psíquicos: expectativas, sentimientos internos, percepciones de lo que sucede en el mundo exterior, patrones que hemos aprendido en la familia, la cultura y a lo largo de nuestra vida. De forma similar, creemos reconocer las emociones en otras personas observando tanto sus movimientos corporales o faciales como los contextos en los que se dan esos gestos y expresiones. Sin embargo, uno de los aspectos más notables de la emoción humana es cuánto varían en cada individuo, ya que distintas personas reaccionan de manera muy diferente a circunstancias y desafíos similares.

Las emociones no son universales, incluso las que etiquetamos como deseo, repugnancia, amor, miedo, vergüenza o ira cambian de una persona a otra, de una cultura a otra, de un período histórico a otro, de una experiencia y contexto a otro. Aunque todos podamos compartir algún tipo de conjunto primario de sentimientos internos, la forma en que cada cual concibe las experiencias que constituyen su emoción es diferente. La Teoría de la Emoción Construida nos alerta que la forma en cómo pensamos sobre nuestras emociones y cómo las clasificamos no da lo mismo. Hasta los cambios más sutiles en el modo en que percibimos, describimos y nombramos nuestros sentimientos pueden abrir o cerrar oportunidades.

Nuestras emociones se comienzan a forjar en la infancia y conforman un marco para nuestros juicios. Modelan la forma en que pensamos nuestras circunstancias presentes y nuestras posibilidades futuras. Aunque parezca que nuestros sentimientos deberían ser obvios para nosotros, probablemente todos hemos descubierto en ocasiones que éramos ignorantes de lo que realmente sentíamos o por qué. La claridad sobre nuestros estados emocionales inconscientes, nuestros sentimientos conscientes y el papel de nuestras circunstancias de vida son el primer paso. Aprender a regular nuestras emociones, requiere analizar conscientemente nuestra biografía emocional e identificar patrones. Detenernos el tiempo necesario, para observar nuestras reacciones pasadas y actuales con la mayor precisión posible, las recurrencias y tendencias, las reacciones positivas o negativas y por qué creemos que actuamos de tal o cual modo.

Reconocer y regular nuestras emociones nos ayuda, entre otras cosas, a diferir nuestras reacciones automáticas, y abrirnos a la opción de explorar acciones más adecuadas. El factor tiempo en el procesamiento de las emociones, clarifica nuestra condición y minimiza la posibilidad de errores. Tomar distancia y tiempo es fundamental en un estado de alta carga emocional. Es preferible esperar lo necesario para ser capaces de analizar y reflexionar adecuadamente. La regulación emocional posibilita no descontrolar ni desorganizar nuestra toma de decisiones ante emociones intensas. Beau Lotto en Deviate: The Science of Seeing Differently, destaca la relevancia de ser conscientes de la estrategia que utilizamos para dar sentido al mundo:

Los seres humanos tienen la capacidad de ver sus vidas y afectarlas con solo reflexionar sobre su proceso de percepción. Al tomar conciencia de los principios por los que funciona su cerebro perceptivo, puede convertirse en un participante activo de sus propias percepciones y, de esta manera, cambiarlas en el futuro.

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