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Adaptables

Paul Dirac es considerado uno de los físicos más importantes de todos los tiempos. Fue uno de los precursores de la mecánica cuántica y entre otras cosas predijo la existencia de la antimateria. En 1933 se convirtió en el teórico más joven en ganar el Premio Nobel de Física.

Paul nació en Bristol, Inglaterra, en 1902. Su madre era inglesa, y su padre, era un inmigrante suizo, profesor de francés, famoso por su severidad. Tanto Paul como sus dos hermanos y su madre eran intimidados por su padre, quien insistía en que le hablaran en francés y nunca en inglés. Las comidas las hacían en grupos: la madre y sus hermanos comían en la cocina y hablaban en inglés. El padre y Dirac comían en el comedor y solo hablaban en francés. Dirac tenía problemas con ese idioma, por lo que su padre lo castigaba por cada error que cometía. Pronto Dirac aprendió a hablar lo menos posible, una reticencia que lo caracterizó toda su vida. En este difícil contexto familiar, su hermano mayor se suicidó cuando tenía veintiséis años.

Graham Farmelo en el libro The Strangest Man: The Hidden Life of Paul Dirac, Mystic of the Atom, afirma que, desde joven, Dirac mostraba una absoluta falta de empatía en sus interacciones con otros seres humanos, incluso supone que tenía síndrome de Asperger. En una conversación con un amigo Dirac comentó:

Nunca conocí el amor o el afecto cuando era niño. Mi vida se centra en los hechos, no en los sentimientos.

Dirac era conocido entre sus colegas por su naturaleza precisa, al mismo tiempo que retraída. En una oportunidad, Niels Bohr redactaba un artículo científico y no sabía cómo terminar una frase. Dirac le dijo:

A mí me enseñaron en la escuela que nunca se debe empezar una frase sin saber el final de la misma.

El carácter frío e intelectual de Dirac, era conocido por todos sus cercanos. Su tendencia al silencio, sus dificultades de relación social, su falta de empatía y su desinterés por las mujeres. Farmelo, cuenta que en una oportunidad Dirac estaba en un crucero por dos semanas con el eminente físico Werner Heisenberg. El sociable Heisenberg aprovechó al máximo las oportunidades del viaje para conversar y bailar. Dirac encontró desconcertante la conducta de Heisenberg y le preguntó:

¿Por qué bailas?

Heisenberg respondió:

Cuando hay buenas chicas, siempre es un placer bailar.

Dirac reflexionó unos minutos antes de responder:

Pero Heisenberg, ¿cómo sabes de antemano que las chicas son buenas?

Sin embargo, un día, algo notable entró en la vida de Dirac. Su nombre era Margit Wigner, hermana de un físico húngaro, madre de dos hijos y estaba recientemente divorciada. Estaba visitando a su hermano en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, donde acababa de llegar Dirac. Ella era conocida por amigos y familiares como Manci. Un día estaba cenando con su hermano cuando observó a un joven frágil y de aspecto perdido que entraba al restaurante. ¿Quién es ese?, ella preguntó. Bueno, ese es Paul Dirac, uno de los premios Nobel del año pasado, respondió su hermano. A lo que ella dijo: ¿Por qué no le pides que se una a nosotros? Así comenzó una relación que terminó por transformar la vida de Dirac. Manci era la antipartícula de Dirac. Se describía a sí misma como cero científica. Encarnó muchas cosas que faltaban en la vida de Dirac. Farmelo escribe:

Su personalidad difícilmente podría haber contrastado más con la de ella: en la misma medida que él era callado, mesurado, objetivo y frío, ella era locuaz, impulsiva, subjetiva y apasionada.

En enero de 1937, se casaron y Dirac adoptó a los dos hijos de Manci. Un matrimonio improbable, que duró toda su vida, en el cual logró un nivel de felicidad que nunca creyó posible. Un colega de Dirac comentó:

Es divertido ver a Dirac casado, lo hace mucho más humano.

El genetista Lluís Quintana-Murci, biólogo y profesor en el Instituto Pasteur de París integra en su trabajo la genética, la epidemiología y la inmunología, pero también la historia y la antropología. En su reciente libro Humanos: La extraordinaria historia del ser humano: migraciones, adaptaciones y mestizajes que han conformado quiénes somos y cómo somos, rastrea la extraordinaria historia de los asentamientos humanos a lo largo del planeta, desde el origen, hace unos 300.000 años en África, la salida hace unos 60.000 años, para poblar Asia, Europa y Australia y luego hace unos 20.000 años América y tan solo hace unos 1.000 años poblar las islas de Polinesia. En sus palabras:

Los seres humanos abandonaron África para poblar todo el planeta en menos de 60.000 años. Hoy en día encontramos humanos en todas las tierras emergidas del planeta, en los entornos más diversos, desde las sabanas secas y cálidas de África al frío inhóspito del ártico, con poco sol; desde las junglas húmedas de África central o del sudeste asiático a las cotas más altas del Himalaya o los Andes, con unas condiciones extremas y hostiles y una baja concentración de oxígeno, pasando por grandes extensiones de cemento en ciudades.

Quintana-Murci explica que somos una especie invasiva, cosmopolita y adaptable. La variabilidad genética nos permite mutaciones que nos ayudan a soportar mejor el frío, la humedad de las selvas ecuatoriales, a vivir mejor en altura como los tibetanos o ciertos etíopes o en los Andes, en condiciones extremas con un 40% menos de oxígeno. Sin esta capacidad no habríamos podido adaptarnos a los nuevos ambientes que encontramos. En sus palabras:

No somos una caja de genes: somos nuestros genes, pero también nuestro ambiente, la temperatura, lo que comemos, nuestra cultura. Sin diversidad genética, sin diversidad cultural, sin diferencia, no hay evolución ni progreso, en el sentido más amplio del término.

Nuestra historia como especie, al igual que la historia de todos los seres vivos, está escrita en nuestros genes. Pero la historia humana no es sólo una historia genética, pues los humanos también tenemos una historia cultural, que en ocasiones interviene en nuestra historia genética y la altera. En los seres humanos, las grandes diferencias las encontramos entre individuos, no entre poblaciones o razas. Entre individuos nos diferenciamos por unos tres millones de mutaciones del genoma, que se expresan en rasgos fenotípicos como por ejemplo la pigmentación de la piel. Por tanto, desde un punto de vista científico, las principales diferencias entre nosotros se dan a nivel individual y cultural.

Es imposible explicar la variabilidad de un gran número de rasgos fenotípicos únicamente por factores genéticos. De hecho, tanto en el caso del ser humano como en otras especies, para responder a las presiones medioambientales el organismo dispone de otros medios aparte de la adaptación genética. Esta capacidad de adaptación biológica y, sobre todo, cultural nos convierten en unos supervivientes. En palabras de Quintana-Murci:

Aun con un genoma idéntico, los gemelos pueden presentar fenotipos diferentes y una incidencia diferente de determinadas enfermedades.

Según los mecanismos que activan o desactivan determinados genes, unos gemelos que mantengan conductas diferentes (hábitos alimentarios, actividad física, consumo de tabaco, alcohol o drogas, gestión del estrés, etcétera) o vivan en entornos muy distintos (lugares contaminados, condiciones climáticas extremas, etcétera), presentarán indefectiblemente diferencias biológicas y conductuales. Estos son conocidos como mecanismos epigenéticos. La epigenética es sin duda uno de los descubrimientos más importantes de los últimos años en el campo de la biología. La palabra epigenética significa etimológicamente por encima de la genética. Se emplea para designar toda modificación molecular que altera el fenotipo sin modificar la secuencia genética del ADN. En palabras de Quintana-Murci:

Hemos podido observar el impacto que ha tenido la urbanización de las poblaciones sobre los perfiles epigenéticos del sistema inmunitario […] los cambios epigenéticos podrían crear un terreno inmunitario más propicio al desarrollo de determinadas patologías relacionadas con el sistema inmunitario, como las enfermedades autoinmunes, las alérgicas o las inflamatorias.

Durante mucho tiempo se creyó que el ADN no podía experimentar variaciones, salvo a través de mutaciones que tardaban miles de años en producirse. Sin embargo, desde hace poco, sabemos que nuestro ADN puede verse influido también por nuestro entorno y decisiones. Nuestras actitudes y comportamientos influyen directamente en la expresión de nuestros genes. Joël Rosnay en su libro La symphonie du vivant, explica que las notas musicales escritas en una partitura son como la genética, mientras que la epigenética es la forma en que los músicos leen esas notas para expresar la sinfonía. Los músicos y el director de la orquesta disponen de su partitura, donde están representadas las notas, los acordes, los silencios, etcétera. La precisión y la belleza con que se exprese la sinfonía dependerán de la calidad de la interpretación de cada músico, así como de la dirección y la coordinación aportadas por el director de la orquesta. En sus palabras:

Nuestro organismo funciona como una gran orquesta. El corazón, los pulmones, el hígado… Cada uno tiene que tocar su partitura en armonía con el resto de los órganos para interpretar la sinfonía de la vida. Nuestra sinfonía personal de la vida. ¡Entender la importancia de la epigenética es tener la oportunidad de convertirnos en directores de orquesta de nuestro propio cuerpo!

Al demostrar que el ADN no es solo cuestión de herencia, la epigenética ha alterado por completo nuestras convicciones. El biofísico y filósofo francés Henri Atlan en su ensayo La fin du tout génétique?, escribe que asistimos al fin del postulado según el cual el programa del ADN controla totalmente el funcionamiento y la reproducción de los seres vivos. Las investigaciones en el campo de la genética demuestran que no existe una frontera absoluta entre el todopoderoso y rígido gen, el entorno y nuestro comportamiento. En palabras de Atlan:

No existe solo la programación en los sistemas complejos, sino la determinación y regulación mediante interdependencias a varios niveles: metabólicas, funcionales y epigenéticas.

Es en esa fluidez y en esa adaptación permanentes donde la epigenética adquiere pleno sentido. Las informaciones procedentes del medio exterior modulan la expresión de los genes, activando o desactivando algunos en función de la regulación con nuestro entorno. Los seres vivos disponemos de un auténtico potencial de acción sobre nuestro genoma. Nuestros actos tienen consecuencias, puesto que pueden activar algunos genes y desactivar otros. En palabras de Rosnay:

Nuestros hábitos de vida, así como los acontecimientos que marcan nuestra vida (traumas diversos, guerra, hambre o, por el contrario, abundancia, despreocupación…), repercutirán en nuestra salud y nuestros comportamientos. Asimismo, influirán en la forma en que se expresarán los genes heredados en el organismo de nuestros descendientes. De ahí que haya que modificar por completo las ideas erróneas acerca de la genética y la transmisión de los caracteres adquiridos.

Una de las conclusiones principales de la investigación en epigenética, es que los individuos no estamos totalmente predeterminados por nuestros genes. Nuestro comportamiento y voluntad de actuar también pueden ayudarnos a modificar nuestra calidad de vida. Tenemos un margen de actuación para mejorar. Brian R. Little en su libro Who Are You, Really?: The Surprising Puzzle of Personality, explica que nuestra naturaleza está influenciada por dos factores principales:

  • Biogénicos: cuya influencia surge de nuestras raíces genéticas que moldean nuestras estructuras y procesos cerebrales.
  • Sociogénicos: que emergen a través de la socialización y el aprendizaje de los códigos culturales, normas y expectativas de nuestro entorno.

Sin embargo, Little considera que más allá de la influencia de los factores biogénicos y sociogénicos, existe una tercera influencia fundamental de nuestro comportamiento que denomina motivos idiogénicos, una palabra que deriva del griego “idio”, que significa particular a uno mismo o personal. Los motivos idiogénicos, están conformados por nuestros planes, aspiraciones, compromisos y proyectos que perseguimos en el transcurso de nuestra vida. Nuestra voluntad de actuar. Estas pasiones pueden moldear nuestros pensamientos y acciones. Los proyectos personales pueden variar desde actividades aparentemente triviales hasta épicas trascendentales. Incluyen esfuerzos pequeños y grandes, desde lo íntimo hasta lo profesional, desde lo mundano hasta lo existencial. Dirac comentó:

Vivir vale la pena si uno puede contribuir de alguna manera pequeña a esta cadena interminable de progreso.

La carga genética y formación de Dirac podían justificar plenamente a un ser humano completamente absorto en su trabajo, sin ningún interés en los demás ni en sus sentimientos, y absolutamente desprovisto de empatía. Sin embargo, el hombre que había estado completamente absorto en la vida de la mente se dejó transformar por las emociones. El ser humano cuyas mayores contribuciones habían estado guiadas por la búsqueda de la belleza matemática descubrió algo hermoso en la humanidad cuya existencia nunca había sospechado. Abrazó la diferencia de su antipartícula. En una carta dirigida a Manci, Dirac escribió:

Manci querida, me eres entrañable. Has logrado alterar mi vida de forma maravillosa. Me has hecho humano. Siento que la vida para mí vale la pena si solo te hago feliz y no hago nada más.

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