adaptación

Una tras otra…

La marcha atlética es una disciplina deportiva en la que se intenta caminar lo más rápido posible sin correr. Las reglas son estrictas. El límite se establece cuando el atleta pierde contacto con el suelo. Alex Schwazer desde niño se obsesionó con este deporte, nació en Bolzano, Italia, en 1984. Fue medallista de bronce en 50 kilómetros marcha en los campeonatos mundiales de Helsinki 2005 y Osaka 2007. Con veintitrés años, en los juegos olímpicos de Pekín 2008, ganó la medalla de oro de los 50 kilómetros marcha batiendo el récord olímpico. En Barcelona 2010, en los 20 kilómetros marcha, obtuvo la medalla de plata, tras el ruso Stanislav Emelianov, quien posteriormente fue descalificado por dopaje y Schwazer fue proclamado campeón de Europa 2010. Había alcanzado su sueño de infancia, había ido a las olimpiadas, las había ganado, se había convertido en campeón, tal vez, demasiado pronto. En su libro Después de la línea de meta escribe:

Mi vocabulario solo incluía dos palabras, entrenamiento y descanso. No tenía un color o un plato favoritos. No tenía un hobby, una pasión o una meta que no fuera caminar. […] Las victorias te dan confianza, por supuesto… Pero el corazón de la marcha atlética es el entrenamiento… Hacer el entrenamiento. Siempre. En cualquier condición. Frío, nieve, granizo, da igual… Esa es la regla. […] En la carrera, la mente debe llevar las riendas para sentir el cuerpo, gestionar la energía, adaptar estrategias. Buscar la perfección.

El triunfo lo complicó todo. La extrema exposición mediática mezclada con la necesidad de seguir demostrando que era el mejor, le provocó un colapso emocional. Para un atleta de resistencia los entrenamientos, el esfuerzo diario, son cosas a las que está acostumbrado. Schwazer escribe:

En algún momento todo esto, que siempre ha sido mi combustible, se convirtió en una carga. Quizás después de Beijing me sentí satisfecho, no lo sé. Pero a partir de ese momento el cansancio dejó de ser un estímulo o algo placentero: se convirtió en una obligación, en un deber, y eso me producía náuseas. Al seguir así me sentía cada vez más vacío, cada vez más sin energía. Tenía que parar, pero en cambio empeoré mi situación. Exteriormente, puede que me viera feliz, pero no lo estaba. Cuatro años antes no tenía nada, no era nadie, pero tenía unas ganas extraordinarias de entrenar.

Su rendimiento deportivo comenzó a bajar. Tenía que encontrar la manera de seguir siendo atleta. Cambió de entrenador, cambió de lugar donde entrenar, consultó sicólogos, probó con terapias y medicamentos, pero no mejoraba su rendimiento, nada parecía funcionar. Cada vez más solo, comenzó a caer en una profunda depresión y decidió hacer trampa. Fue a Turquía a comprar EPO, una hormona prohibida para los deportistas. Escribe:

Era un yonqui, iba a Turquía a doparme. Razonaba como un adicto y estaba listo para mentir.

Pocas semanas antes de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, Schwazer dio positivo en una prueba de dopaje. Había sido descubierto. El campeón olímpico era un tramposo. No más deporte. Sin olimpiadas. Fue castigado por tres años y nueve meses. Escribe en su libro:

Cuando toqué fondo me pregunté cómo llegué a esa situación. Ese día marcó el renacimiento del hombre que llevaba dentro y que hacía mucho tiempo que no encontraba espacio para salir. Ese día me di cuenta de que estaba en un laberinto inmenso sin salida aparente, en el que andaba a tientas desde hacía años. Un laberinto en el que lo había perdido todo. La persona que era, mi prometida, la credibilidad, la dignidad.

Schwazer había hecho trampa y lo admitió públicamente. Sin atenuantes asumió las consecuencias. En la serie documental de Netflix Alex Schwazer: Marcha por la redención, Schwazer relata que en pocas semanas su vida había cambiado completamente, el mundo que conocía se había esfumado, tenía que entender qué más había. A los 28 años entró a la universidad y comenzó a ampliar su mundo. En esta nueva condición, Schwazer sintió nuevamente la motivación por el deporte. Decidió recurrir a su principal acusador: Sandro Donati, un entrenador que en los años 80 había sido expulsado de la federación italiana de atletismo por negarse a realizar transfusiones de sangre y darle anabolizantes y esteroides a sus atletas. El objetivo de Schwazer era demostrar que podía ganar limpiamente. Ser entrenado por alguien reconocido por su lucha contra el dopaje reforzaba su transformación. En palabras de Schwazer:

Me encomendé a un entrenador que no sabía nada de mi especialidad. Aceptó, pero había mucha distancia. Al principio hicimos algunas cosas raras en el entrenamiento. También hubo perplejidades para mí, pero así soy: si me meto una cosa en la cabeza, la llevo hasta el final. En el camino, la relación cambió por completo.

Esta alianza era impensada. El deportista culpable de dopaje estaba siendo entrenado por su más implacable acusador. Ambos arriesgaron, se pusieron a trabajar y los resultados comenzaron a sorprender. Cuando se cumplió el tiempo de sanción el rendimiento deportivo de Schwazer era óptimo. Regresó en mayo de 2016 para el Mundial de Roma, dónde ganó con autoridad los 50 kilómetros marcha, lo que le permitió clasificar para los Juegos Olímpicos de Rio de 2016. El campeón estaba de regreso. Se había reivindicado. Estaba nuevamente en lo más alto del deporte mundial y lo había hecho limpiamente. Sin embargo, pronto todo cambió. Nuevamente fue acusado de dopaje. Habían reanalizado una muestra tomada el 1 de enero de 2016 y habían detectado testosterona. El abogado de Schwazer, Gerhard Brandstätter señaló:

Las acusaciones son falsas y monstruosas. Ahora pasó lo que preocupaba a Alex, pero nos defenderemos y demandaremos a los responsables. Todo esto me parece ilógico, no entiendo por qué un test que dio negativo el 1 de enero, reanalizado el 12 de mayo, dio positivo.

Debido a las consecuencias de su propio error anterior, Schwazer había buscado la redención precisamente a través de la misma disciplina que le apasionaba, que lo había hecho sufrir, fortalecerse, triunfar, aislarse y destruirse. Pero también le había permitido conocerse. Estaba convencido que esta vez no había hecho nada malo. No le creían. Estaba tildado de manzana podrida para siempre. Schwazer argumentó manipulación de pruebas, fraude procesal y complot. Siguió entrenando, preparándose, haciendo sus mismas rutinas con la esperanza que todo fuera una equivocación. Señaló:

Creo que un episodio, por desconsiderado que sea, no puede desviar el rumbo de toda una vida.

Schwazer fue sancionado como reincidente con ocho años de suspensión por dopaje, justo antes de los Juegos Olímpicos de Río 2016. La sanción le impedía participar en los Juegos de Tokio 2020 y prolongaba su suspensión deportiva hasta 2024. Ahora comenzaba la lucha por salvar su imagen. Esta vez la historia es digna de la mafia italiana. Una intriga internacional entre el deporte y los tribunales. En palabras de Schwazer:

Sentí una ira enorme. Pero conviene hacer un razonamiento más amplio. En la vida te equivocas, yo mismo me equivoqué. No está bien olvidarse de todo o fingir que no pasó nada, pero tampoco lo está ponerse en el lugar de la víctima y compadecerse de uno mismo. Fue algo muy malo, a estas alturas creo que intencional, difícil de perdonar. Pero uno debe ser capaz de ir más allá.

Su objetivo era probar su inocencia. En una larga batalla judicial por fin lo logró. En febrero de 2021, el juez de instrucción del Tribunal de Bolzano Walter Pelino archivó el caso y acusó a la Agencia Mundial Antidopaje (WADA) y a la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) de declaraciones falsas. La sentencia señaló respecto de las pruebas de orina de Schwazer:

Se alteraron con el fin de hacerlas positivas y, por tanto, descalificar y desacreditar al deportista, así como a su entrenador Sandro Donati.

Las sentencias del tribunal italiano no fueron aceptadas por la WADA ni por la justicia internacional. Schwazer, fue absuelto por la justicia italiana, pero sigue castigado por la deportiva hasta el 7 de julio de 2024. Esa fecha, no le da tiempo para clasificar a los Juegos Olímpicos de París, a los que llegaría al borde de los 40 años. En una reciente entrevista con GQ Italia le preguntaron a Schwazer, cómo fue la experiencia de rebobinar su vida en el documental. Respondió:

No fue difícil. No sentí ira, contando todo lo que me pasó. Ya he hecho las paces conmigo mismo en muchos aspectos: no soy alguien que alberga ira, me limitaría. Tengo que superar las cosas. Y lo hice.

A veces hay circunstancias o accidentes externos que nos impiden conseguir nuestros propósitos. Elementos que, o bien han cambiado o bien no hemos considerado. Algunas circunstancias, a veces, eran previsibles, otras no. En la experiencia de Schwazer:

Si no me hubiera entrenado Sandro Donati, no habría dado positivo, pero tampoco habría vuelto a competir, ni a sentir el placer de sentirme atleta.

Todos cometemos errores, algunos con consecuencias permanentes. A veces cometemos errores que podrían haber sido evitados. Pero, de la misma manera, hay errores que eran muy difíciles de evitar. Algunos errores se cometen una vez y nos quedan grabados a fuego y no los repetimos más. Otros nos acompañan durante mucho tiempo. Incluso pueden volverse tristemente crónicos. El desafío es tomar conciencia y aprender de ellos. Ignasi Giró en su libro Teoría optimista del fracaso, recomienda tres pasos:

  • Aceptarlos: fácil decirlo y aconsejarlo, pero nada trivial realizarlo. A nadie le gusta admitir que ha metido la pata hasta el fondo, y que lo ocurrido en gran parte, fue culpa suya.
  • Observarlos con detención: Luego de aceptar los errores cometidos, a una cierta distancia temporal de los hechos, nos analizamos e intentamos describir con todo lujo de detalles aquello en lo que nos equivocamos. Un paso denso, pero fundamental.
  • Cambiar: Nos convertimos en diseñadores de nuestra propia vida e intentamos, usando lo observado, añadir nuevos ingredientes vitales que limiten las probabilidades de que volvamos a meter la pata.

Lograr un cambio profundo requiere modificar las recetas. Todo cambio, para que tenga algún valor, ha de ser duradero. Giró comenta:

De la misma forma que una escalera si no tiene peldaños es imposible subir, nuestras vidas sin errores no nos darían la posibilidad de aprender o mejorar. Los errores alimentan nuestro crecimiento. Los errores, como los peldaños, son un gran invento.

Los eventos individuales no tienen por qué cambiar nuestra esencia. Leonard Cohen nos recuerda en Anthem:

Olvida tu ofrenda perfecta. Hay una grieta, una grieta en todo. Así es como entra la luz.

Las cicatrices y heridas que llevamos son un recordatorio de nuestras experiencias, fortaleza y resiliencia, ocultarlas sería ignorar nuestro valor e historia. Al aceptar e integrar lo imperfecto, reparar lo que está roto y aprender a valorar la belleza de las fallas, honramos la vida. Tomás Navarro en su libro Wabi Sabi, señala:

La vida tiene errores, problemas y accidentes y así debe ser, ya que en sus errores y accidentes nos está brindando la oportunidad de aprender, de explorar, de solucionar; en definitiva, de crecer como personas. La vida, sin duda, es bella a pesar de sus imperfecciones, errores y problemas; y nosotros, igual que ella, somos simples humanos imperfectos que tenemos la oportunidad de disfrutar de toda esa belleza.

Solemos mirar las cosas de manera exitista, siempre debe haber una victoria, debemos ganar, tener un final feliz, alcanzar la perfección. Pero no tiene por qué ser así. En una entrevista Schwazer, señala:

Creo que me hizo una persona mucho más completa. Cuando ganas, ¿qué es difícil después de eso? ¿De dónde puedes crecer? Sin embargo, cuando pierdes, creces mucho más. Intentas entender por qué perdiste. Si te ocurre una paliza como la mía, te haces preguntas: sobre la vida, sobre la familia, sobre las prioridades. Me he hecho todas estas preguntas, muchas veces. Y por suerte pude encontrar algunas respuestas. Probablemente soy un deportista con algunas victorias menos, pero con una experiencia ciertamente mayor en la vida.

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