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Juicios

Las ideas nunca son inocentes. Lo que se nos mete en la cabeza puede acabar haciéndose realidad. Cómo dice el juez instructor del caso de Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez:

Dadme un prejuicio y moveré el mundo.

El historiador holandés Rutger Bregman, en Dignos de ser humanos, afirma que, si creemos que las personas son egoístas, poco confiables y motivadas por su propio beneficio, así las trataremos. Y, con ello, hacemos que aflore lo peor de cada uno. Escribe:

En última instancia, hay pocas ideas que tengan una influencia tan decisiva en el mundo como nuestra imagen del ser humano. Lo que damos por supuesto en los demás es lo que acabamos encontrando en ellos.

Bregman afirma que, los humanos somos criaturas complejas capaces tanto del bien como del mal, y el resultado depende de cuál de los dos lados estamos dispuestos a desarrollar. Sin embargo, en la encuesta mundial de valores que abarca a más de 100 países, frente a la pregunta:

En términos generales, ¿crees que la mayoría de las personas son dignas de confianza o piensas que hay que ser muy precavido en el trato con los demás?

Casi en todos los países, la mayoría de la gente piensa que no podemos confiarnos de los demás. Por alguna razón nuestra cultura y sistemas sociales se han ocupado de transmitir y reforzar la idea que somos egoístas, poco confiables y malos. En 1651, el británico Tomas Hobbes publicó Leviatán, un libro que causó un terremoto. Hobbes fue acusado de herejía, perseguido y juzgado. En su libro, escribió que la vida en el estado natural del hombre sería básicamente una guerra de todos contra todos, es decir, sin la autoridad de un estado nuestra condición natural sería:

Solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve.

Un poco más de un siglo después, en 1754 Jean-Jacques Rousseau escribió Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. En su texto, argumentó que la naturaleza humana es esencialmente buena y que podríamos haber vivido vidas pacíficas y felices, en grupos igualitarios de cazadores-recolectores, si no hubiera sido por la revolución agrícola, la propiedad privada y el surgimiento del estado moderno. Lo acusaron de subversión, quemaron sus libros y se emitió una orden de arresto contra él. En palabras de Bregman:

En una esquina tenemos a Hobbes, el pesimista convencido de que el hombre es perverso por naturaleza y la civilización es lo único que puede salvarnos de nuestros instintos animales. Y en la otra esquina se prepara para el combate Rousseau, quién llegó a la conclusión de que el hombre es bueno por naturaleza y que era precisamente la civilización lo que nos había corrompido.

Más de doscientos años después, las ideas antagonistas de estos dos titanes de la filosofía constituyen la base de todos nuestros conflictos sociales. Autonomía o control, penas más duras o integración social. Es casi imposible encontrar un tema de discusión política que, al extremar sus argumentos, no tiendan a estas perspectivas polares. Robin Douglass, profesor de teoría política del King’s College de Londres, en su libro Rousseau and Hobbes: Nature, Free Will, and the Passions, explica que colocarse inequívocamente en un lado de este debate puede ser bastante ingenuo. Lo que Hobbes y Rousseau vieron muy claramente es que nuestros juicios sobre las personas y las sociedades en las que habitamos están determinados por las visiones sobre la naturaleza humana y las posibilidades políticas que implican estas visiones.

Douglass, afirma que Hobbes no creía que fuéramos malvados por naturaleza. Su punto, es que no estamos programados para vivir juntos en sociedades políticas a gran escala. Afirmaba que no somos animales sociales por naturaleza como las abejas o las hormigas, que instintivamente cooperan y trabajan juntos por el bien común. En lugar de eso, somos naturalmente egoístas y nos preocupamos prioritariamente por nuestras necesidades. En palabras de Douglass:

Nos preocupamos por nuestra reputación, así como por nuestro bienestar material, y nuestro deseo de posición social nos lleva al conflicto tanto como a la competencia por los recursos escasos.

Hobbes había visto de cerca los horrores de la Guerra Civil, para él la paz duradera era un logro raro y frágil. Si queremos vivir juntos en paz, argumentaba Hobbes, debemos someternos a un organismo autoritario con el poder de hacer cumplir las leyes y resolver conflictos. Hobbes llamó a este poder el soberano. Mientras el soberano mantenga la paz, no deberíamos cuestionar o desafiar su legitimidad, porque la alternativa era el caos. Un estado autoritario era la solución al problema de nuestra naturaleza interesada y competitiva.

Rousseau acusó a Hobbes de confundir las características de su propia sociedad con percepciones atemporales de la naturaleza humana. El mensaje primordial de la crítica de Rousseau a Hobbes es que no tenía por qué ser así. Según Rousseau, hoy somos criaturas egoístas y competitivas, pero no siempre fue así. Basado en los informes de los pueblos indígenas de América, argumentó que en las sociedades preagrícolas los humanos podían vivir una vida pacífica y plena, unidos por sentimientos comunitarios que mantenían a raya nuestros deseos competitivos y egoístas. Para Rousseau, todo se descarriló cuando los humanos perfeccionaron la agricultura y la industria, lo que condujo a niveles sin precedentes de propiedad privada, interdependencia económica y desigualdad. La desigualdad genera división social. Donde las sociedades alguna vez estuvieron unidas por fuertes lazos, la escalada de la desigualdad nos convirtió en competidores despiadados por el estatus y la dominación. En palabras de Douglass:

La otra cara de la moneda de Rousseau en la bondad natural es que son las instituciones políticas y sociales las que nos hacen malvados, tal como somos ahora. En su recuento secularizado de la Caída, el advenimiento de la desigualdad económica toma el lugar de nuestra expulsión del Jardín del Edén.

Esta sigue siendo una de las acusaciones más poderosas a la sociedad moderna. Rousseau pensaba que una vez que la naturaleza humana ha sido corrompida, las posibilidades de redención son mínimas. En su época, tenía pocas esperanzas para los estados comerciales más avanzados de Europa y, aunque nunca presenció el surgimiento del capitalismo industrial, verlo le habría confirmado sus peores temores sobre la desigualdad. Hobbes vio sociedades divididas por la guerra y ofreció un camino hacia la paz. Rousseau vio sociedades divididas por la desigualdad y profetizó su caída.

El antropólogo David Graeber y el fallecido arqueólogo David Wengrow, en su reciente libro El amanecer de todo: Una nueva historia de la humanidad, se propusieron refutar ambas narrativas reuniendo nuevas investigaciones en arqueología, antropología y otras disciplinas para mostrar que las sociedades humanas antes de la agricultura no eran solo pequeñas bandas igualitarias; y que después de que se estableciera la agricultura, no surgieron automáticamente estructuras jerárquicas. Enormes estructuras como las encontradas en Göbekli Tepe en el sureste de Turquía son producto de cazadores-recolectores. En palabras de los autores:

Las sociedades cazadoras-recolectoras habían desarrollado instituciones para erigir grandes obras públicas, proyectos y construcciones monumentales, y, por lo tanto, poseían una compleja jerarquía social antes de adoptar la agricultura.

Investigaciones recientes muestran que las sociedades prehistóricas tuvieron organizaciones multifacéticas: tanto bandas de forrajeo en algunas épocas del año como reuniones en asentamientos concentrados en otras épocas. Nuestros antepasados prosperaron en un flujo y reflujo constante de experimentos organizacionales durante miles de años. Escriben los autores:

Pasaban de unas disposiciones sociales a otras; construían monumentos y los desmantelaban; permitían el surgimiento de estructuras autoritarias en ciertas épocas del año, para luego dejarlas de lado… y todo, parecería, bajo el común entendimiento de que ningún orden social era fijo ni inmutable. El mismo individuo podía experimentar la vida en lo que a nosotros nos parece en ocasiones una banda; en otras, una tribu; y otras veces, algo con, al menos, algunas de las características que identificamos con estados.

La historia, tal como se ha interpretado tradicionalmente, nos dice que cuando nuestros ancestros inventaron la agricultura, supuestamente desarrollaron nuevos vínculos con la tierra. Inventaron la propiedad privada. Y con eso, la necesidad de defenderla. Esto permitió que algunas personas acumularan excedentes, surgieran nuevas demandas laborales que obligaban a las personas a adoptar un duro régimen de cuidado de cultivos mientras que grupos privilegiados recibían libertad y tiempo libre para pensar, para dirigir, para experimentar, para crear las bases de lo que llamamos civilización. Luego estalló la población, lo que convirtió las aldeas en pueblos, y los pueblos en ciudades, y con el surgimiento de estas ciudades, nuestra especie se encaminó en una trayectoria de desarrollo en espiral y cambios tecnológicos que han derivado en la desigualdad a la que estamos acostumbrados hoy. Sin embargo, los nuevos descubrimientos arqueológicos muestran que la organización social en la prehistoria humana fue extraordinariamente diversa y compleja, con grandes ciudades y confederaciones regionales unidas por consenso y cooperación, que prosperaron por miles de años libres de estructuras de dominación jerárquicas y flagrantes desigualdades. Graeber y Wengrow describen la historia como:

Una serie continuada de nuevas ideas e innovaciones, técnicas y de todo tipo, durante las cuales distintas comunidades tomaron decisiones colectivas acerca de qué tecnologías consideraban adecuado aplicar a los objetivos cotidianos, y cuáles mantener confinadas en el dominio de la experimentación o del juego ritual. Y lo que es cierto en cuanto a creatividad tecnológica lo es incluso más, evidentemente, con respecto a la creatividad social.

Incluso hoy, a pesar de la homogeneización de la cultura global y la omnipresencia de los modelos económicos occidentales, las sociedades siguen siendo locales y bastante diversas. La economía capitalista de estado en China es distinta de la economía social capitalista de Alemania o Japón, que a su vez son distintas de la economía capitalista de mercado de Estados Unidos o del Reino Unido y los países nórdicos.

Lo que parece evidente es que los humanos seguimos evolucionando en nuestras organizaciones sociales, aprendiendo unos de otros y adaptándonos a medida que enfrentamos nuevos desafíos. Todavía estamos tratando de encontrar el equilibrio adecuado entre nuestras libertades individuales, el deseo de comodidad y seguridad y las aspiraciones de mejorar la suerte de nuestras familias, parientes y comunidad. David Livingstone en su libro On Inhumanity: Dehumanization and How to Resist It, afirma que los seres humanos no tenemos una inclinación natural a hacer violencia a los demás. Pero también al ser animales tan inteligentes, reconocemos el valor instrumental de matar y explotar a otros, y hemos desarrollado prácticas culturales para cortocircuitar nuestras inhibiciones viscerales contra la perpetración de tales actos. Por desgracia, sigue habiendo infinidad de escuelas de pensamiento construidas sobre el mito de que las personas deben competir entre sí por naturaleza. Donald Trump en su libro El Secreto del Éxito: En el Trabajo y en la Vida, afirma:

En un buen negocio ganas tú, no la otra parte. […] Aplastas al oponente y te llevas la mejor parte.

Bregman sostiene, que en realidad es justo al revés. Los mejores negocios son aquellos en que todos salen ganando. Creer en la bondad y el altruismo humanos es en realidad una forma realista de pensar, y lo propone como fundamento para lograr un verdadero cambio en nuestra sociedad. Lo que creemos que somos es lo que acabamos siendo. Lo que buscamos es lo que encontramos, y lo que predecimos es lo que acaba ocurriendo. En sus palabras:

No te avergüences por tu generosidad y haz el bien a plena luz del día. Al principio puede que se burlen de ti y te llamen ingenuo. Pero recuerda que la ingenuidad de hoy puede ser el sentido común de mañana. Es el momento de cambiar nuestra imagen del ser humano. Es el momento de un nuevo realismo.

Las posibilidades que veamos dependen en gran medida de los juicios que tenemos sobre la naturaleza humana. Los juicios pueden demoler relaciones, organizaciones y sociedades enteras. Mis expectativas sobre ti determinan mi actitud contigo, y mi forma de comportarme contigo, a su vez, influye en tus expectativas sobre mí, las cuales determinan tu actitud conmigo. Es la esencia de la dinámica de las relaciones humanas. Estamos continuamente sintonizados con las señales que envían los demás. La cultura es decisiva, para bien o para mal. Somos en gran medida los arquitectos de nuestra propia naturaleza.

¿Es posible organizar sociedades en torno a la empatía, generosidad y compasión o lo máximo a lo que podemos aspirar es pagar el precio de la desigualdad y ocuparnos de encontrar formas ingeniosas de encauzar nuestro egoísmo, competitividad e interés personal en un buen uso?

David Wengrow concluye su charla TED: A New Understanding of Human History and the Roots of Inequality diciendo:

Quizás no sea muy tarde para comenzar a aprender de esta nueva evidencia del pasado humano, incluso para comenzar a imaginar qué otros tipos de civilizaciones podríamos crear si tan solo lográramos dejar de decirnos a nosotros mismos que este mundo en particular es el único que puede existir.

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