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Ideas Claras

El genio de Charles Sanders Peirce está a la altura de Aristóteles y Kant. Quería comprender los procesos de pensamiento y la ciencia, por lo que, a través, de amplios estudios a lo largo de décadas construyó una arquitectura de categorías filosóficas capaz de dar cuenta de cualquier fenómeno del cosmos y de la experiencia humana. Max Fisch, en su ensayo Peirce, Semeiotic and Pragmatism, describe la importancia intelectual de Peirce como matemático, astrónomo, químico, geodésico, topógrafo, cartógrafo, metrólogo, espectroscopista, ingeniero, inventor; psicólogo, filólogo, lexicógrafo, historiador de la ciencia, economista matemático, estudioso de la medicina; dramaturgo y actor; fenomenólogo, semiótico, lógico, retórico y metafísico.

Peirce no solo era un teórico, era un científico activo. Se graduó de Harvard como químico y durante aproximadamente 30 años trabajó para el United States Coast and Geodetic Survey. Hizo contribuciones en muchos campos. Fue asistente en el observatorio astronómico de Harvard y realizó experimentos y asesorías científicas en Europa. Fue el primero en tratar de determinar los contornos de la Vía Láctea. Fue el primero en medir el metro con la longitud de onda de la luz. Fue el primero en concebir el diseño y la teoría de una computadora de circuitos de conmutación eléctrica, y el fundador de la investigación económica. En Essential Peirce, escribió:

La empresa que este volumen inaugura es la de hacer una filosofía como la de Aristóteles, es decir, esbozar una teoría tan comprehensiva que, durante muchos años, toda la labor de la razón humana, en la filosofía de toda escuela y corriente, en matemáticas, psicología, ciencia física, historia, sociología y en cualquier otra división que pueda haber, aparecerá como una faena consistente en ir completando sus detalles. El primer paso hacia esto es el de hallar conceptos simples aplicables a toda cuestión.

Durante su vida, publicó dos libros, Photometric Researches y Studies in Logic, y al menos 800 artículos. Aunque, es en gran medida su obra inédita, más de 100.000 páginas manuscritas, la base de su reputación. Luego de jubilarse en 1887, se estableció en la ciudad de Milford en Pensilvania aislado de todo centro intelectual para continuar con su intenso y prolífico trabajo. A pesar de sus variados intereses e investigaciones en tantos y diversos campos, Peirce se consideraba a sí mismo un lógico y un semiótico: la ciencia de los signos. Decía que sus logros se debían a su peculiar forma de pensar, así como a su método de pensamiento. Escribió:

La primera lección que tenemos derecho a exigir que la lógica nos enseñe es, cómo aclarar nuestras ideas … saber lo que pensamos, dominar nuestra propia significación, es lo que constituye el fundamento sólido de todo pensamiento grande e importante.

La esencia de su propuesta se expresó al formular la célebre máxima pragmática:

Considérese qué efectos, que pudieran concebiblemente tener repercusiones prácticas, concebimos que tiene el objeto de nuestra concepción. Entonces, nuestra concepción de esos efectos constituye la totalidad de nuestra concepción del objeto.

La visión de que nuestras concepciones están determinadas por sus efectos prácticos es de fundamental importancia para la forma en que Peirce abordó su enfoque para entender el mundo. Los sistemas de categorías filosóficas desarrolladas por Aristóteles y Kant servían para orientar el proceso de conocer y categorizar el mundo. Peirce leyó La crítica de la razón pura en alemán y la conocía casi de memoria. Sin embargo, no la encontraba convincente. En sus palabras.

apresurado, superficial, trivial, e incluso inútil, mientras que, a lo largo de su obra, por repleta que esté de evidencias de su genio lógico, se manifiesta una asombrosa ignorancia de la lógica tradicional […] y esto me inspiró a investigar de forma independiente el apoyo lógico de los conceptos fundamentales que se llaman categorías.

Su investigación resultó en su esquema categorial. Nicole Everaert-Desmedt, en su artículo Le processus interprétatif, explica que, para Peirce, solo tres categorías son necesarias y suficientes para dar cuenta de toda la experiencia humana. Estas categorías corresponden a los ordinales primero, segundo y tercero. Las designa con los nombres de primeridad, segundidad, y terceridad. En palabras de Peirce:

La primeridad es el modo de ser de aquello que es tal como es, positivamente y sin referencia a cualquier otra cosa. La segundidad es el modo de ser de aquello que es tal como es con respecto a un segundo pero independiente de cualquier tercero. La terceridad es el modo de ser de aquello que es tal como es al poner en relación entre sí un segundo y un tercero.

Con estas formas de conocer relacionales, que tienen en cuenta la experiencia emocional, práctica e intelectual, en forma individual y colectiva, Peirce construye un edificio filosófico capaz de iluminar los matices más efímeros de la experiencia humana. Darin McNabb, en su libro Hombre, signo y cosmos, las explica:

Primeridad: consiste en la primera experiencia que tenemos frente a un fenómeno, tal cual como emerge, sin diferenciación, sin análisis, antes de ser descrito y ordenado por la intuición y el entendimiento. El carácter de esta categoría es inmediato, presente, prerreflexivo. A nivel psicológico, la primeridad es la categoría del sentimiento. La mayoría de los ejemplos son un aroma, un dolor, un sonido. En palabras de McNabb:

Todo fenómeno considerado como una simple totalidad consta de una cualidad (quale) que se aprehende mediante el sentir, una «cualidad de sentimiento», como dice Peirce, distinguiéndose así de la percepción, la voluntad y el pensamiento.

En la forma de conocer de la primeridad, concebimos los fenómenos en su totalidad e integridad, sin límites ni partes, sin causa ni efecto. Es una experiencia emocional en el presente. En esta forma de conocer percibimos cualidades, identificamos características icónicas que son meras posibilidades. En palabras de Peirce:

un signo puede ser icónico, es decir, puede representar a su objeto principalmente por su similitud, sin importar su modo de ser.

Segundidad: esta forma de conocer es en relación con otra cosa. Esta es la categoría que incluye lo individual, la experiencia, el hecho, la existencia y la acción-reacción. Por ejemplo, la piedra que se nos cae al suelo o el dolor que se siente a causa de un golpe. En palabras de McNabb:

El choque o reacción en el que el hecho consiste […] En este último concepto encontramos la segundidad, porque «una ocurrencia es algo cuya existencia consiste en nuestro golpear contra ella. Un hecho bruto es del mismo tipo; es decir, es algo que está ahí, y que no puedo hacer desaparecer con el pensamiento, sino que estoy forzado a reconocerlo como un objeto o un segundo junto a mí».

En la forma de conocer de la segundidad, concebimos los fenómenos en relación con otro. Es una experiencia que refiere al pasado. Esta forma de conocer tiene alguna relación existencial con el objeto, opera como un índice que apunta a un hecho. En palabras de Peirce:

Si un signo se relaciona con su objeto mediante una relación existencial, es un índice.

Terceridad: esta forma de conocer refiere a las regularidades, generalizaciones y leyes. Se entiende en términos de la mediación colectiva. La generalidad de la terceridad está en el nivel de la necesidad, se relaciona con la predicción. La terceridad es la categoría del pensamiento, el lenguaje y la representación, que hace posible la comunicación y la cultura. La terceridad corresponde a la experiencia intelectual y social. En palabras de McNabb:

Éste es el oficio de un tercero, a saber, mediar entre un primero y un segundo para que el hecho que se dé tenga lugar de forma esperada y regular […] Si el fenómeno constara sólo de cualidades y hechos, nuestra experiencia estaría llena de sorpresas a cada paso. Sin embargo, lo que más se nota en la experiencia es la regularidad, la relativa falta de sorpresas.

En la forma de conocer de la terceridad, concebimos los fenómenos en relación con un colectivo. Es una experiencia que refiere al futuro y a la predicción. Esta forma de conocer tiene alguna relación con una ley general, con carácter simbólico, razón, significado y argumento para una comunidad humana. En palabras de Peirce:

Un símbolo es un representamen cuya significatividad especial o aptitud para representar lo que de hecho representa no reside en más que el mismo hecho de haber un hábito, disposición u otra regla general efectiva de que así será interpretado.

Peirce siempre se preocupó por comprender cómo conocemos las cosas. Argumentó que la cognición, el lenguaje y, de hecho, todo el funcionamiento de la naturaleza se deriva de los signos. Para Peirce el hombre no es una sustancia mental llena de ideas que se expresa con signos, sino que el mismo hombre es un signo en desarrollo, como si fuera un nodo más en una red semiótica. No podemos operar en aislamiento. Conocer el mundo es participar en él. La finalidad de los signos es vivir en forma razonable. Se base en dialogar constructivamente con el mundo que nos rodea. Entonces ¿Qué hacen los signos? Representan algo y significan algo. Lo que representan es el objeto y lo que significan es el interpretante. Para Peirce cada signo es una triada de signo, objeto e interpretante.

La principal innovación de la semiótica de Peirce es la inclusión de un tercer elemento: el interpretante. Lo que interesa es el sentido, el hecho de que una cosa signifique otra. A puede significar B, pero sólo en el contexto de una determinación. Un signo, es casi siempre una convención cultural, es decir, deben ser referidos a un contexto particular e interpretados de manera particular. En palabras de McNabb:

Un signo es genuino cuando la relación entre los elementos es triádica, es decir, cuando el signo representa un objeto para un interpretante. […] el signo es un intermediario entre un objeto y un interpretante. A través del signo el objeto y el interpretante se ponen en contacto.

Para Peirce, el signo representa al objeto, pero lo que significa es el interpretante que produce o determina. En palabras de Peirce:

Concedamos, entonces, que todo pensamiento es un signo. Ahora bien, la naturaleza esencial de un signo es que media entre su Objeto, que se supone lo determina y que es, en algún sentido, su causa, y su Significado […] el objeto y el interpretante siendo los dos correlatos de todo signo […] el objeto es el antecedente del signo y el interpretante el consecuente.

El objetivo de Peirce era extremadamente ambicioso. De hecho, a su muerte en 1914, a la edad de 74 años, había poca evidencia que hubiera logrado desarrollar su propio sistema aristotélico. Fue solo después de que Harvard, comprara sus documentos que la reputación de Peirce comenzó a crecer. Daniel Everett en su artículo The American Aristotle, escribe:

A medida que los estudiantes y académicos más maduros comenzaron a examinar esos documentos, comenzaron a darse cuenta de que, de hecho, Peirce podría haber construido exactamente el sistema aristotélico que había prometido. Hoy hay quien diría que superó a Aristóteles.

John Kaag y Douglas Anderson en su artículo The Renegade Ideas Behind the Rise of American Pragmatism, señalan que, para Peirce, las creencias eran ideas vivas que ayudaban a dar forma al mundo; no pertenecían a nadie ni a ningún tiempo ni lugar en particular. La historia del impacto de una idea no es la obra de una sola persona o de una sola cultura. El significado y la importancia de las ideas evoluciona y requiere el trabajo y participación de muchas personas y culturas. Escriben:

Peirce nos recuerda que la filosofía connota la voluntad de vivir o morir, de vivir y morir, por nuestros pensamientos. Los pensamientos importan: pueden acelerar nuestro final o ayudarnos a sobrevivir, al menos por el momento.

Peirce, pasó gran parte de sus últimas dos décadas sin poder pagar la calefacción en invierno y subsistiendo con pan añejo que le regalaba el panadero del pueblo. No podía comprar papel para escribir sus artículos, por lo que reutilizaba los manuscritos antiguos. Varias personas, incluido su hermano, sus vecinos y parientes lo ayudaban a subsistir. Murió de cáncer y en la más extrema indigencia. Sin embargo, la perspectiva de Peirce sobre nuestro lugar en el mundo, nuestra necesidad de conocer nuestras limitaciones y la importancia de cuidar a los demás en una comunidad es instructiva para mirar el final de la vida. En última instancia, optó por seguir escribiendo. El egoísmo, la presunción, la arrogancia y el interés propio tenían que ser eliminados para que la comunidad tuviera algún éxito. Claramente, la filosofía de Peirce es el camino que no se tomó. Sin embargo, puede ser adecuada volver a considerarla como filosofía para el siglo XXI. Escribió:

No es haciendo fría justicia al círculo de mis ideas que puedo hacerlas crecer, sino cuidándolas y cultivándolas como lo haría con las flores de mi jardín.

Peirce afirmaba que cada uno de nosotros tiene un pequeño papel interconectado que desempeñar en el crecimiento del universo. Cada uno de nosotros tenemos talentos que revelan nuestras responsabilidades y nos dan un lugar para operar en la mejora general de las cosas. Cada uno tiene sus propios modos de poder, pero estos deben liberarse dentro de su propio contexto. Y nuestra capacidad para desempeñar los roles que se nos ofrecen depende de que vayamos más allá de nuestros deseos inmediatos e intereses personales. En palabras de Peirce:

Ningún hombre puede ser lógico si su deseo supremo es el bienestar de sí mismo o de cualquier otra persona o conjunto de personas.

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