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Emociones

Mike Tyson observaba a su contrincante tendido en la lona. El 11 de febrero de 1990, defendía todos sus títulos de campeón del mundo de los pesos pesados, en el Tokio Dome de Japón. Era el octavo asalto. Se suponía que el adversario de Tyson, un desconocido, James “Buster” Douglas, no debería haber llegado hasta ese punto. El árbitro empezó la cuenta, Douglas se levantó y sonó la campana. Se fue a su esquina, tuvo un minuto para recuperarse de la conmoción y se levantó para seguir peleando. Antes de la pelea, las apuestas eran 42 a 1 a favor de Tyson. De hecho, se ofrecían apuestas sobre cuánto tiempo duraría Douglas antes de que Tyson lo noqueara.

Tyson, el mejor boxeador de finales del siglo XX, creció en un barrio marginal de Brooklyn. A los 12 años tenía 30 condenas por robo y violencia. Su madre era descrita como una mujer promiscua. Tyson comenta:

Nunca vi a mi madre feliz conmigo y orgullosa de mí por hacer algo: solo me conocía como un niño salvaje que corría por las calles, volviendo a casa con ropa nueva que sabía que había robado. Nunca tuve la oportunidad de hablar con ella o saber de ella. Profesionalmente, no tiene ningún efecto, pero es aplastante emocional y personalmente.

Tyson, creció sin padre, pero tras la muerte de su madre quedó al cuidado del mítico preparador Constantine D’Amato, que reconoció su talento y potencial para el box. D´Amato canalizó la ira y naturaleza agresiva de Tyson para convertirlo en una máquina de aniquilar rivales. En palabras de D’Amato:

Vi que Mike era fuerte, que podía aguantar los golpes. Y estaba dispuesto a ser constante. Por eso le dije que podía hacer de él un gran boxeador y el futuro campeón del mundo.

D’Amato llevó a Tyson a las Olimpiadas junior de 1982. Tyson tenía 16 años. En el primer combate, tardó ocho segundos en derrotar a su rival. Y así siguió hasta lograr el título de campeón olímpico junior. El combate final duró 35 segundos. En 1985, Tyson pasó al profesionalismo. Desde entonces, fue dejando rivales en la lona y logró reunir sin apelación los cinturones de la WBC, WBA e IBF. Tyson se convirtió en el campeón del mundo peso pesado más joven de toda la historia. Pasó a ser una celebridad. Una máquina de destrozar rivales y de hacer dinero. Así llegó Tyson a Tokio. 37 victorias, 32 de ellas por nocaut y 17 en el primer asalto. Cero derrotas. Nunca nadie lo había tumbado.

No estaba previsto que Douglas se enfrentara a Tyson. La “verdadera” pelea para Tyson era con Holyfield. La pelea de Tokio era solo una preparación. A nadie le importaba Douglas. Precisamente lo eligieron por ser un boxeador con buena pinta y técnica, que podía aguantar lo suficiente a Tyson, pero tampoco demasiado. A Tyson le pagaron 6 millones de dólares por la pelea y al “paquete” Douglas, le ofrecieron 1.3 millones de dólares por aguatar los golpes. La única que confiaba en “Buster” Douglas era su madre. Sin embargo, tres semanas antes de la pelea, Douglas se enteró que su madre había muerto de una apoplejía a los 47 años. Declaró:

Estaba devastado. Nadie podía entender mi situación. Perdí a mi mejor amiga, a mi madre. En realidad, no tenía a nadie a quien acudir.

Pese a que sus entrenadores le ofrecieron la oportunidad de retirarse de la pelea. No lo hizo. Declaró:

Ella hubiera querido que permaneciera fuerte.

Los boxeadores llegaron a Tokio varios días antes de la pelea, para aclimatarse. Mientras Douglas se mataba entrenando, Tyson se dedicó a la farándula. Era lógico, enfrentaría a un rival que era un buen atleta, pero nada más. Sin embargo, Douglas pensaba diferente y comentó:

He venido a Tokio a ganar. Soy alguien y no tengo nada que perder.

Nadie le creyó. Cuando Douglas cayó a la lona en el octavo asalto, todos pensaron que se había terminado su aventura. Si Mike Tyson te noquea, no te levantas. Douglas, podría haber decidido tomar su dinero y retirarse, y nadie lo hubiera culpado. Pero decidió seguir. Se puso en pie y salió a enfrentar al temible Tyson nuevamente. Aguantó el noveno asalto. Y en el décimo asalto Douglas lanzó una combinación de golpes que noquearon al campeón. Por primera vez en la historia alguien había sido capaz de tumbar a Mike Tyson. James Douglas se había convertido en el sorprendente nuevo campeón de los pesos pesados. Hasta hoy, este sigue considerándose, el triunfo más inesperado en la historia del boxeo. “Buster” Douglas, “el don Nadie”, había derrotado al invencible Mike Tyson. Luego de la pelea le preguntaron a Douglas ¿Cómo lo había logrado?, ¿Cómo había podido recuperarse de la noqueada en el octavo asalto? ¿Qué lo había motivado a seguir peleando? Douglas casi rompió en llanto y dijo:

Mi madre, Mi madre… Que Dios la bendiga.

Su madre había creído en él y eso lo motivó. El combate de Douglas y Tyson en Tokio pone de manifiesto que uno de los factores más importantes de la experiencia humana, para bien y para mal son las emociones. Leonard Mlodinow, físico teórico y matemático conocido por sus trabajos de divulgación científica, en su reciente libro Emotional: How Feelings Shape Our Thinking, se ocupa de investigar cómo nuestras emociones inconscientemente modelan y dirigen nuestro pensamiento. Explica que las emociones están arraigadas en nuestros genes y estructuras cerebrales que compartimos con todos los seres vivos. Y al mismo tiempo están incrustados en esquemas sociales y tradiciones culturales profundas. Los padres de Mlodinow sobrevivieron a los campos de concentración alemanes durante la segunda guerra mundial, y en una anécdota personal comenta que cuando era niño y hacía alguna travesura, su madre explotaba y le gritaba:

¡No puedo más!, ¡Desearía estar muerta! ¿Por qué sobreviví? ¿Por qué Hitler no me mató?

A medida que crecía, Mlodinow se dio cuenta que el trauma que su madre había soportado era la causa de sus reacciones desproporcionadas. Escribe:

En lo profundo de nuestro cerebro […] nuestro oscuro inconsciente aplica todo el tiempo las lecciones de nuestras experiencias pasadas para predecir las consecuencias de nuestras circunstancias actuales.

En última instancia, somos marionetas tanto del dolor como del placer, ocasionalmente liberados por la creatividad. Las emociones se iniciaron con la vida misma. Nos preceden en nuestros antecesores en la escala evolutiva y nos constituyen en nuestra esencia más profunda. Daniel López Rosetti, en su libro Equilibrio, explica que desde nuestra primera infancia y a lo largo de toda nuestra vida, vamos acumulando en nuestra memoria las experiencias que vivimos relacionadas con nosotros mismos, los demás y el entorno. Aunque casi la totalidad de esas experiencias las olvidamos, recordamos las que nos resultan particularmente relevantes; en especial, las que nos han impactado. La emoción decide y la razón justifica. En sus palabras:

Cualquier experiencia que vivamos se recordará según la intensidad de la carga emocional que la acompañe. Lo que vivimos emocionalmente nos queda grabado para siempre.

Gran parte de nuestro conocimiento de cómo funciona la emoción proviene de los avances de los últimos años, en los cuales ha habido una explosión sin precedentes de investigaciones en este campo. Mlodinow escribe:

Sabemos que la emoción es tan importante como la razón para guiar nuestros pensamientos y decisiones, aunque funcionan de manera diferente. Si bien el pensamiento racional nos permite sacar conclusiones lógicas con base en nuestras metas y datos relevantes, la emoción actúa a un nivel más abstracto: afecta la importancia que le asignamos a las metas y el peso que le damos a los datos.

Nuestras emociones se comienzan a forjar en la infancia y conforman un marco para nuestros juicios. Modelan la forma en que pensamos nuestras circunstancias presentes y nuestras posibilidades futuras. Uno de los aspectos más notables de la emoción humana es cuánto difiere en las personas, distintas personas reaccionan de manera muy diferente a circunstancias y desafíos similares. Sin embargo, la actual investigación académica destaca algunas emociones que surgen en nuestra infancia y repercuten durante toda nuestra vida.

  • Vergüenza: es la inquietud sobre cómo tú y otros te ven, se asocia con un deseo de esconderse o escapar. Las personas propensas a la vergüenza pueden tender a culpar a otros, enojarse y ser hostiles; en general, son menos capaces de empatizar con otras personas.
  • Culpa: es la preocupación sobre cómo tus acciones afectan a otros, se relaciona con el deseo de disculparse o reparar. Las personas propensas a la culpa se enojan menos y es más común que expresen su ira de manera directa.
  • Miedo: es una respuesta a un peligro específico, identificable e inminente. El miedo estimula una reacción defensiva o una respuesta para pelear o huir, y rápidamente se calma cuando la amenaza desaparece.
  • Ansiedad: es la percepción de una amenaza posible e impredecible, una que puede tener poca probabilidad de hacernos un daño real, puede ser vaga o ambigua, o no tener un origen claro. Es más común vivir en un estado crónico de ansiedad que de miedo permanente. Una fuerte tendencia a la ansiedad provoca estrés.
  • Ira: es el estímulo para actuar cuando se desafía la supervivencia o cuando otro individuo obstaculiza el logro de una meta. Una respuesta iracunda está diseñada para disuadir no solo la amenaza actual, sino las amenazas similares que podrían ocurrir en el futuro. Evolutivamente aumenta las posibilidades de supervivencia y reproducción.
  • Agresión: es una reacción defensiva física o verbal que se puede activar en diferentes contextos. Un bajo nivel de agresión podría indicar que dudas en imponer tu opinión. Ni la ira ni la agresión tienen necesariamente el mismo efecto hoy que el que tuvieron en nuestro entorno ancestral. Ambas emociones pueden salirse de control.

El psicólogo Tomás Navarro, en su libro Fortaleza emocional, señala que nadie elige dónde nace, qué familia le toca y qué experiencias vive en su primera infancia. La única manera de corregir las malas cosas del pasado es añadiendo cosas buenas en el futuro. El primer paso consiste en asumir que el pasado, pasado está y que no podemos modificarlo. En sus palabras:

Si te has criado con unos padres, hermanos o personas cercanas manipuladoras, has de saber que su instrumento preferido para ejercer su control suelen ser el miedo, la culpa o la vergüenza.

Una de las investigaciones más reveladoras sobre la herencia y la crianza, lo ha liderado Michael Meaney en la Universidad McGill en Montreal. En el artículo: Are your genes your destiny? (Not if your mom has anything to say about it), los investigadores demostraron que ratas criadas por madres negligentes tendían a ser más ansiosas que ratas criadas por madres cuidadosas. Descubrieron que la actividad de los genes relacionados con el estrés se alteraba en las ratas que habían recibido menos cuidados. Eran hipersensibles a las amenazas de su entorno. Se paralizaban si se les dejaba en lugares desconocidos y daban un gran salto si las asustaban. Liberaban grandes cantidades de hormonas, que provocan que el corazón bombee más rápido y preparan a los músculos para pelear o huir. Las hembras de ese tipo no atendían bien a sus crías y no les daban la atención habitual.

Otras ratas del laboratorio se encontraban en el extremo opuesto de la ansiedad. Cuando las colocaban en un nuevo entorno, exploraban. Incluso cuando recibían un choque eléctrico, liberaban solo una pequeña cantidad de la hormona del estrés. Las hembras en este grupo eran muy cuidadosas con sus crías. Los investigadores se percataron que las madres de las ratas afectuosas pasaban mucho más tiempo lamiendo y limpiando a sus crías, las madres también eran afectuosas. Por su parte, las madres de las crías ansiosas raramente las lamían y limpiaban. Las ratas ansiosas tenían madres ansiosas. Parecía que el rasgo del afecto contra el de la ansiedad se transmitía genéticamente de una generación a otra.

Los investigadores, diseñaron un experimento. Al nacer, cambiaron las crías: los hijos de las madres ansiosas fueron criados por las madres afectuosas, y viceversa. Sorpresa. Las crías crecieron con el rasgo de la madre que los crio, no el de su madre biológica. Al parecer este experimento muestra que lo que regía el perfil emocional era el comportamiento de la madre y no los genes. Los investigadores encontraron que el gen que gobierna los receptores de la hormona del estrés en las ratas se modifica por las experiencias de su vida temprana. Las lamidas y el aseo que les brindaban las madres cariñosas activaban el gen afectuoso. Si la madre es negligente, el gen del afecto se reprime, dejando a la rata susceptible a la ansiedad.

Esta investigación muestra que las experiencias infantiles transforman la manera en la que actúa el ADN. ¿Es esto equivalente en humanos? Los investigadores obtuvieron muestras de tejido cerebral e historiales médicos y psicológicos detallados de personas que habían sufrido abuso infantil y, posteriormente, se habían suicidado. Encontraron que, como en las ratas, cuando se comparaba el tejido cerebral de quienes habían padecido abuso, los cerebros violentados contenían una modificación química considerablemente mayor en el gen responsable del receptor de la hormona del estrés.

Al igual que en las ratas, las experiencias estresantes en la infancia hacen que los humanos adultos sean menos capaces de lidiar con la adversidad. Meaney descubrió que el perfil emocional de una persona surge de su predisposición genética más la epigenética, lo que parece ser un importante mecanismo en el que la crianza ejerce su efecto. En palabras de Mlodinow:

El trabajo de Meaney proporciona una gran esperanza para quienes padecen problemas emocionales y muestra que, incluso si existe una tendencia heredada, es posible cambiar el cerebro para superarla.

Mike Tyson luego de la derrota con Douglas, peleó cuatro veces más antes de ser condenado por violación en 1991. Después de salir de la cárcel recuperó los títulos mundiales, pero los perdió frente a Holyfield y nunca más fue campeón mundial. Peleó esporádicamente durante otra década y se retiró del boxeo en 2005. Según Forbes, Tyson fue uno de los boxeadores mejor pagados de la historia y sus ganancias pudieron haber llegado a 700 millones de dólares. Lo perdió todo. Sin embargo, hoy se está recuperando con un próspero negocio de cannabis: Tyson 2.0. En una entrevista, declaró:

Mi primer año como campeón no fue muy bueno. Un montón de demandas. Fue abrumador para mí a los 20 años. Siempre quise lo que pasa ahora, pero no estaba preparado para ello.

Douglas conservó el título de campeón mundial de peso pesado durante ocho meses hasta que en su primera defensa fue derrotado por Holyfield. Se retiró poco después de la derrota. Aumentó de peso al extremo y un coma diabético lo tuvo al borde de la muerte. Volvió al boxeo entre 1996 y 1999 hasta que se retiró definitivamente. Hoy tiene un gimnasio en Columbus, Ohio. Formó una asociación para desarrollar programas de capacitación, diversidad y habilidades para jóvenes en riesgo social. En una entrevista reciente comentó que cuando niño sufrió acoso escolar. Comenta:

Mi madre me ayudó a superarlo. Me enfrenté al matón, y me di cuenta de que se podía manejar. A veces físicamente o a veces simplemente manteniéndome en pie. Esto puede tener un efecto muy negativo y alterar la vida. Afortunadamente, pude superarlo y convertirme en el hombre que soy hoy.

Las experiencias en la infancia temprana pueden influir profundamente en nuestra fortaleza emocional. Pero se puede mejorar. Aprender a regular nuestras emociones, requiere analizar conscientemente nuestro archivo de emociones e identificar patrones. Detenernos el tiempo necesario, para observar nuestras reacciones emocionales pasadas y actuales con la mayor precisión posible, las recurrencias y tendencias, las reacciones positivas o negativas y por qué creemos que actuamos de tal o cual modo.

Reconocer y regular nuestras emociones nos ayuda, entre otras cosas, a diferir nuestras reacciones automáticas, y abrirnos a la opción de explorar acciones más adecuadas. El factor tiempo en el procesamiento de las emociones, clarifica nuestra condición y minimiza la posibilidad de errores. Tomar distancia y tiempo es fundamental en un estado de alta carga emocional. Es preferible esperar lo necesario para ser capaces de analizar y reflexionar adecuadamente. La regulación emocional posibilita no descontrolar ni desorganizar nuestra toma de decisiones ante emociones intensas. En las actuales circunstancias mundiales, un adecuado equilibrio entre la razón y la emoción es la única alternativa para alcanzar el bienestar personal, social y planetario. La comprensión de nuestras emociones sigue siendo una asignatura pendiente. En su libro Emoción y Sentimientos, Daniel López Rosetti, lo resume magistralmente:

Podemos afirmar que tenemos una prehistoria emocional y una novedad racional. Hemos “sentido” mucho tiempo antes que apareciera nuestro primer pensamiento.