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Defecto sagrado

Vivimos nuestra vida como si se tratara de una narración. Inventamos historias. Nuestra mente transforma el caos y la desolación en un relato y nos posiciona como si fuéramos el protagonista. Jonathan Haidt en su libro The Righteous Mind, señala:

Nuestro cerebro es un procesador de narraciones, no un procesador lógico.

Filtra la mayoría de las experiencias vividas, conserva solo algunas muestras bien seleccionadas, las combina con fragmentos de historias, películas, novelas, discursos y sueños, y con todo ese revoltijo teje un relato en apariencia coherente sobre quienes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Construimos nuestros modelos mentales a partir de la observación de miles de instantes y experiencias, de las que sacamos conclusiones y elaboramos teorías sobre cómo funciona el mundo. Estos microrrelatos de causa y efecto conforman nuestras creencias, los pilares que sustentan nuestra particular forma de interpretar la realidad. Pensamos que esas creencias son personales y propias porque nos ayudan a inventarnos el mundo que habitamos y a explicarnos quiénes somos. Nos parecen personales porque ellas son nosotros. Sin embargo, muchas de estas creencias, son erróneas. Pero nuestro cerebro narrador de historias nos quiere vender la ilusión de que tenemos la razón en todo.

Robert Wrigth en The Moral Animal, explica que, desde el punto de vista de la psicología evolutiva, el cerebro humano fue diseñado, para engañarnos, e incluso esclavizarnos. A la selección natural solo le interesa preservar las características que han contribuido a la proliferación de nuestra especie, eso incluye los rasgos mentales más efectivos. De modo que si nos preguntamos qué clase de percepciones, pensamientos y sentimientos son los que nos guían a través de la vida, no es la clase de pensamientos, sentimientos y percepciones que nos dan una idea precisa de la realidad. En palabras de Wrigth:

Fuimos “diseñados” por la selección natural para hacer ciertas cosas que contribuyesen a hacer cosas como comer, tener relaciones sexuales, ganarse el aprecio de los demás miembros del grupo o vencer a los rivales.

Wrigth, explica que portamos tres principios básicos de diseño que optimizan nuestra capacidad de propagarnos:

  1. Conseguir placer alcanzando objetivos de subsistencia, aprecio de los demás y estatus.
  2. Que el placer no dure para siempre. Sea efímero.
  3. Querer siempre más. No alcanzar la satisfacción.

La consecución de objetivos es el mecanismo fundamental sobre el que se edifican todos los demás impulsos. El objetivo básico darwiniano de todas las formas de vida es sobrevivir y reproducirse. Sin embargo, por diseño, el placer que percibimos al alcanzar objetivos, se evapora rápidamente, lo que nos impulsa a buscar siempre más. Parece que la selección natural no quiere que seamos felices; simplemente quiere que seamos productivos, y la manera de conseguirlo es hacer que la ansiedad por alcanzar el placer sea muy intensa, pero que el placer en sí, sea fugaz.

El mundo de los seres humanos está fundamentalmente habitado por personas, por lo tanto, nuestros cerebros hipersociales están diseñados para controlar los entornos en los que habitan personas. Las estrategias humanas se centran en lograr el aprecio dentro de la tribu y alcanzar estatus. Sobre estos fundamentos universales se asientan nuestros deseos: nuestras ambiciones, enemistades, amores, decepciones y traiciones. Nuestros sentimientos: la ansiedad, la desesperación, el odio o la codicia. Nuestros enfrentamientos. Todo el material que construye nuestras narraciones.

Will Storr, en su libro The Science of Storytelling, presenta la sorprendente convergencia entre lo que dicen los expertos en narrativa y lo que enseña la psicología y la neurociencia respecto del funcionamiento de nuestro cerebro y nuestra mente. Los narradores de historias y los científicos han descubierto cosas similares desde puntos de partida distintos. Nuestros cerebros narradores no están interesados en la verdad, están interesados en defender las historias que contamos. Cuando nos encontramos con personas que amenazan nuestras historias y, por lo tanto, nuestro estatus en el mundo, nuestro cerebro narrativo se pone en marcha. Comienza separando a los buenos de los malos y maximizando las acciones diabólicas de las personas que creemos que nos han hecho daño. Somos muy buenos justificando nuestras acciones. En sus palabras:

Si en nuestras historias emergemos como una persona útil, un buen personaje, ascendemos en estatus. Pero, si terminamos como un mal personaje, entonces estamos en peligro de humillación, ostracismo y en última instancia la muerte.

Es bueno para nosotros creer estas historias ligeramente ilusorias que nos dicen que somos increíbles y que nuestros enemigos son terribles. Esas historias nos sacan de la cama por las mañanas y nos permiten prosperar, es útil, pero también puede ser peligroso, porque nuestras historias nunca son del todo ciertas. En sus palabras:

Nuestras distorsiones cognitivas nos hacen únicos, interesantes y distintos a los demás. Nuestros defectos contribuyen a definir nuestro carácter. Sin embargo, también afectan nuestra capacidad para controlar el mundo.

Storr denomina a este enfoque el defecto sagrado, entendido como una idea errónea sobre sí mismos o sobre el mundo que se vuelve central para una persona y sobre la que organiza y estructura su vida. A menudo, una buena historia ocurre cuando vemos que se cuestiona esa creencia sagrada. Es la parte dañada de nosotros mismos que hemos convertido en sagrada. Storr comenta:

Hace unos años, tuve la suerte de entrevistar al famoso psicólogo Jonathan Haidt. Me dijo algo que nunca he olvidado: “Sigue la pista de lo sagrado. Averigua lo que la gente considera sagrado y, cuando mires a tu alrededor, hallarás un grado de irracionalidad desaforado”. ¡Irracionalidad desaforada! Esto es precisamente lo que debemos buscar en nuestros personajes.

Sin una meta que perseguir y la sensación de que nos estamos acercando a ella, solo hay decepción, depresión y desesperación. Es una muerte en vida. Cuando nos esforzamos por alcanzar un objetivo difícil pero significativo, prosperamos. Nuestros sistemas de recompensa se disparan no cuando logramos lo que buscamos, sino mientras lo perseguimos. La búsqueda es lo que alimenta una vida; la búsqueda es lo que alimenta una trama. Personaje y trama son indivisibles. La función de la trama es conspirar contra el protagonista. Así es como funciona una narración, así contamos la historia de nuestra vida. Las causas y efectos giran en torno a algún evento de cambio, un episodio que pone en jaque las creencias más profundas de los personajes, donde aflora nuestro defecto sagrado, donde surge nuestra irracionalidad desaforada. Una vez en ese lugar hostil y ajeno, nuestra teoría de control defectuosa, nuestro defecto sagrado se pone a prueba una y otra vez, a menudo hasta su punto de ruptura.

Un buen ejemplo es la película británica de 1986, La Misión, dirigida por Roland Joffé y escrita por el historiador Robert Bolt. Ha sido considerada una de las mejores películas de todos los tiempos. Narra las vicisitudes por las que pasaron guaraníes y jesuitas y que llevaron, finalmente, a la destrucción de las misiones construidas en las fronteras de Argentina, Paraguay y Brasil en el siglo XVIII. La película es una historia real que contiene acciones, ideas y símbolos religiosos, sin embargo, Joffé aclara:

En cierto modo, esta es una película que tiene religión, pero en realidad no trata de religión. Trata de seres humanos. Trata de unos seres humanos que creían profundamente en la religión, pero es una película sobre el amor y es una película sobre lo que es el amor. Es una película sobre el dolor del amor; sobre la vulnerabilidad del amor; sobre el anhelo de paz que el amor puede traer o que el desamor puede quitar.

La película cuenta la forma en que la vida del Padre Gabriel, un sacerdote jesuita (Jeremy Irons) y la de Rodrigo Mendoza un traficante de esclavos (Robert De Niro) se entrelazan, mientras el cardenal Altamirano (Ray McAnally) vive una profunda disyuntiva valórica. Tres personajes magníficamente construidos, en que sus más profundas creencias son desafiadas. Sin embargo, el Defecto Sagrado de Rodrigo Mendoza, es particularmente destacable.

El capitán Mendoza, es un conocido traficante de guaraníes que está expandiendo los territorios para hacer su negocio de esclavos y las misiones de los jesuitas le presentan un problema. Luego de matar y apresar guaraníes, regresa con su captura a Asunción con actitud triunfante. En ese momento Carlota, que así se llama su pareja, le dice a Felipe, hermano de Rodrigo, que su hermano ha llegado. Un triángulo amoroso.

Rodrigo tiene una relación cariñosa con su hermano menor Felipe, a quien educa y protege. Carlota le revela a Rodrigo que tiene una relación con su hermano desde hace seis meses. Rodrigo, impactado le pregunta si acaso él no necesita todo aquello que su relación le aportaba. Carlota, conocedora de la agresividad del capitán Mendoza, le exhorta a que no haga daño a su hermano.

El modelo de mundo del capitán Mendoza se comienza a resquebrajar, su poder y voluntad, no han sido suficientes para lograr el amor de Carlota. Ha sido engañado. Y todo el amor y cuidados que le ha dado a su hermano menor, ha sido traicionado.

Mendoza le dice a Carlota que no hará daño a Felipe, pero luego al encontrarlos en la cama su agresividad se activa y le surge una profunda ira, celos y un sentimiento de humillación. Mendoza se aleja muy molesto, mientras Felipe corre tras él. En la calle Mendoza siente que un hombre se ríe, y lo increpa violentamente, pensando que se estaba riendo de él. Felipe, al ver que Rodrigo podría descargar su ira con un inocente, toma una espada y desafía a su hermano a un duelo. Mendoza, acostumbrado a utilizar las armas, acepta el duelo de su hermano y finalmente lo mata. Aunque, legalmente Felipe murió en duelo, y en esa época estaba permitido, Rodrigo considera que no tiene redención posible. Amaba a su hermano, su modelo de mundo se derrumbó totalmente.

El Padre Gabriel se encuentra con Rodrigo Mendoza recluido por seis meses, deseando morir. El Padre Gabriel le pregunta, si lo que siente es remordimiento. Rodrigo le dice que ya sabe lo que es, un mercenario que mató a su hermano, a lo que el Padre Gabriel responde que sabe que quería a su hermano, aunque:

Eligió una extraña manera de demostrarlo.

Ante estas palabras Mendoza reacciona con violencia creyendo que el Padre Gabriel se está riendo de él. El Padre Gabriel, le dice que sí, que se está riendo de él y apela a la falta de valor de Mendoza para enfrentarse a las consecuencias de sus actos al tiempo que le ofrece una salida: la redención.

Mendoza, se autoimpone la penitencia de integrarse a la misión que está construyendo el Padre Gabriel arriba de las cataratas. Para llegar al lugar, decide arrastrar todo el camino un saco con armaduras y espadas. Uno de los curas pregunta al Padre Gabriel durante cuánto tiempo Mendoza va a seguir llevando esa carga, a lo que el Padre Gabriel responde que sólo Dios lo sabe y que, si Mendoza no cree que ya ha sufrido suficiente, él tampoco.

Mendoza sigue llevando la carga, hasta que un guaraní le libera. Fue perdonado por aquellos a los que él había perseguido, esclavizado y matado. La profunda emoción y llanto que la situación provoca en Mendoza, hace que el guaraní que lo ha liberado comience a reír, sin embargo, esa risa para Rodrigo no era burla, sino alegría.

Rodrigo se integra al grupo y participa en los quehaceres diarios, ayudando en la construcción de la misión. Durante un tiempo, se dedica a la lectura y reflexión, incorporando una conciencia nueva y haciéndose jesuita. Cuando Rodrigo es ordenado sacerdote, el Padre Gabriel le dice que si va a ser jesuita tendrá que acatar sus órdenes como si fueran las de su líder.

El cardenal Altamirano decide autorizar el desalojo por la fuerza de los guaraníes desde las misiones y comienza la masacre. Rodrigo decide defender a los guaraníes con las armas. El Padre Gabriel le dice que nunca debió haberse ordenado jesuita y que si muere con sangre en las manos traicionará toda la labor que han hecho. Ante este comentario del Padre Gabriel, Rodrigo le dice que los guaraníes le necesitan. A pesar del violento ataque armado, el Padre Gabriel y las personas que decidieron no participar en el enfrentamiento, mayoritariamente ancianos, mujeres y niños, continúan orando y caminando hacia la muerte que, de manera inexorable, les espera. Joffé hablando sobre la escena de la muerte de Mendoza comenta:

Cuando estaba filmando la escena me di cuenta que, en cierto modo, no hay un momento más importante en nuestras vidas que el momento en que morimos. La forma en que manejamos ese momento muestra lo que significó la vida para nosotros. Cuando filmé esa escena, comprendí que le tenemos tanto miedo a la muerte que no nos permitimos entender que también es lo que le da sentido a nuestra vida. Huimos de eso, pero es importante…

La película finaliza con el cardenal Altamirano, con lágrimas en los ojos, reprochando a los embajadores de España y Portugal la matanza. Sin embargo, ellos le recuerdan que fue consecuente con la decisión que él mismo había tomado y que “el mundo es así”, a lo que el cardenal Altamirano responde:

No, nosotros lo hemos hecho así. ¡Yo lo he hecho así!

Los hallazgos sobre las brechas e incoherencias de nuestras teorías de mundo, refuerzan la importancia de reflexionar en los orígenes de nuestras creencias, cuestionar radicalmente paradigmas, revisar premisas y abrirnos a opciones. Ortega advertía:

Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión.

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