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Lejos del árbol

Albert Einstein, icono científico del siglo XX, no fue ajeno a las complejidades de la vida familiar, particularmente en su relación con sus hijos. Su romance con Mileva Marić, una brillante compañera de clase de origen serbio tomó un giro inesperado luego del nacimiento en secreto de su hija Lieserl a fines de 1901 o principios de 1902. Revelada solo en 1986 a través de correspondencia privada entre Einstein y Mileva, la historia de Lieserl aún permanece envuelta en el misterio, posiblemente marcada por una adopción en Serbia, como se plantea en el libro Einstein’s Daughter: The Search for Lieserl de Michele Zackheim. Un año después del nacimiento de Lieserl, Albert y Mileva se casaron, y en mayo de 1904, nació Hans Albert, su segundo hijo. Walter Isaacson, en Einstein: His Life and Universe, recoge testimonios de Hans Albert, que revelan una relación paterna marcada tanto por el respeto como por la distancia emocional:

“Lo extraordinario de mi padre radicaba en su tenacidad por resolver problemas; persistía incluso después de errar en sus intentos. Incesantemente, volvía a la carga. Curiosamente, parecería que el único proyecto del cual se retiró fui yo. Intentó aconsejarme sin éxito, dándose cuenta de que no era más que una pérdida de tiempo debido a mi terquedad”.

Hans Albert siguió los pasos académicos de su padre en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, especializándose en Ingeniería Civil y culminando con un doctorado en Ciencias Técnicas en 1936. En el libro Hans Albert Einstein: His Life as a Pioneering Engineer, Robert Ettema y Cornelia Mutel destacan:

Hans Albert forjó teorías y métodos prácticos fundamentales para nuestra comprensión contemporánea del transporte de sedimentos en cuerpos de agua”.

Siguiendo una trayectoria paralela a la de su padre, Hans Albert se trasladó a Estados Unidos, impartiendo clases de ingeniería hidráulica en la Universidad de California. Fue reconocido como una rara amalgama de científico investigador de alto calibre, ingeniero práctico ejemplar y docente excepcional. Con humor resignado, Hans Albert respondía a las comparaciones con su famoso padre:

Aprender a reírse de ello desde niño era la única manera de no desesperarse”.

Pocas cosas son tan gratificantes como los hijos sanos y queridos. Einstein reconoció las cualidades que veía en Hans Albert y lo expresó en una carta:

“Es un gozo tener un hijo que no solo heredó mis rasgos de personalidad sino también la capacidad de dedicarse con sacrificio a un fin trascendental a lo largo de los años”.

Hanoch Gutfreund y Jürgen Renn, en Einstein on Einstein: Autobiographical and Scientific Reflections, relatan que el tercer hijo de Einstein, Eduard, que nació en 1910, tenía una salud muy frágil y frecuentemente enfermaba de gravedad. Pese a ello, Eduard, se convirtió en un excelente estudiante y se interesó especialmente en las artes, la poesía y el piano. Entablaba intensas discusiones con su padre sobre música y filosofía, lo cual Einstein, incentivaba. Pero, luego de la separación y futuro divorcio del matrimonio, Mileva, regresó a Suiza con los niños. Einstein mantuvo una extensa correspondencia con sus hijos especialmente con Eduard. Eduard, se apasionó por las teorías de Sigmund Freud y quería ser psiquiatra. Eduard escribió:

“A veces es difícil tener un padre tan importante porque uno se siente tan poco importante”.

Lamentablemente Eduard comenzó a experimentar profundos cambios de ánimo. Einstein le escribió:

“La vida es como andar en bicicleta. Para mantener el equilibrio, debes seguir pedaleando”.

En 1930, Einstein fue a visitar a su hijo con la intención de reconfortarlo en su creciente desesperación. Pasaron mucho tiempo tocando el piano juntos, pero no sirvió de nada. Eduard seguía peor. Poco después de que Einstein se marchó, Eduard amenazó con tirarse por la ventana de su habitación, pero su madre lo detuvo. Mientras estudiaba medicina en 1932 Eduard tuvo que ser hospitalizado en una clínica psiquiátrica. En 1933, con 22 años, se le diagnosticó esquizofrenia. Eso afectó profundamente a Einstein, quien escribió:

“Al más refinado de mis hijos, al que realmente consideraba de mi propia naturaleza, le sobrevino una enfermedad mental incurable”.

Tres años más tarde, Einstein visitó a su hijo en el centro siquiátrico. Isaacson describe el encuentro:

“Él y Eduard habían tocado juntos con frecuencia, […] La fotografía de ambos realizada durante aquella visita resulta especialmente patética. Están los dos sentados de manera incómoda uno al lado del otro, vestidos con traje, en lo que parece ser la sala de visitas del manicomio. Einstein sostiene su violín y su arco con la mirada ausente. Eduard, cabizbajo, contempla fijamente un montón de papeles, mientras su rostro, parece contraerse en una mueca de dolor”.

Esta fue la última vez que Einstein vio a su hijo menor. A Eduard no le permitían ingresar a Estados Unidos por tener un trastorno mental. Murió de un accidente cerebrovascular en 1965, a los 55 años. Había pasado más de 30 años de su vida en la clínica psiquiátrica de Burghölzli en Zúrich. Las vivencias de Einstein con sus hijos reflejan las teorías contemporáneas sobre la paternidad y la identidad. La mayoría de los hijos comparten al menos algunos rasgos con sus padres. Sin embargo, también portan genes atávicos y rasgos recesivos, y están sometidos desde el principio a estímulos ambientales que escapan al control de los padres. Andrew Solomon profesor de psicología de la Universidad de Cornell y profesor de la Facultad de Medicina de Yale, realizó un largo y extenso estudio de padres que crían hijos con discapacidades y diferencias físicas, mentales y sociales significativas. Su trabajo dio origen al libro Lejos del árbol: padres, niños y la búsqueda de identidad que posteriormente fue adaptado en un documental dirigido por Rachel Dretzin. El proyecto surgió del deseo de Solomon de perdonar a sus propios padres, quienes, aceptaron sin esfuerzo su dislexia, pero no su homosexualidad. Escribe Solomon:

“No existe lo que llamamos «reproducción». Cuando dos personas deciden tener un bebé, se comprometen a realizar un acto de producción, y el uso generalizado de la palabra «reproducción» para esta acción, en la que se implican dos personas, es en el mejor de los casos un eufemismo para consolar a los futuros padres antes de implicarse en algo que está por encima de ellos”.

Solomon quería entender cómo abordan los padres la relación con hijos cuyas identidades son muy diferentes de las suyas. Solomon distingue dos tipos de identidades: la horizontal y la vertical. La religión, la raza, el idioma y la nacionalidad son identidades verticales comunes que se transmiten de padres a hijos; las identidades horizontales se refieren a rasgos de un hijo que son ajenos a los de sus padres, ya sean inherentes, como una discapacidad física, o adquiridos, como la criminalidad. Escribe:

“La mayoría de los hijos comparten al menos algunos rasgos con sus padres. Son estas identidades verticales. Caracteres y valores pasan de padres a hijos a lo largo de las generaciones no solo a través de hebras de ADN, sino también a través de normas culturales compartidas. […] Las identidades horizontales pueden ser expresión de genes recesivos, mutaciones azarosas, influencias prenatales o valores y preferencias que un hijo no comparte con sus progenitores”.

Las identidades verticales suelen ser valoradas, pero las identidades horizontales a menudo son consideradas defectos. Solomon, estudió familias con hijos sordos y enanos; con síndrome de Down, con autismo, esquizofrenia o que padecen múltiples y severas discapacidades; niños prodigio; o que fueron concebidos como consecuencia de una violación; o han cometido crímenes; o son transexuales. Solomon recuerda un refrán que dice que una manzana no cae lejos del árbol, queriendo decir que un niño se parece a su padre o a su madre; sin embargo, los niños que estudió son manzanas que han caído en cualquier parte, algunas dos o tres huertos más allá y otras en el otro extremo del planeta. El especialista canadiense Dick Sobsey, que es padre de un hijo discapacitado en el artículo Transformational outcomes associated with parenting children who have disabilities, escribe junto a Kate Scorgie:

“Es más probable que los padres de hijos con discapacidades relativamente leves se ajusten o se acomoden a sus necesidades haciendo cambios menores o superficiales. Y, al contrario: a los padres de hijos con discapacidades más severas puede resultarles más difícil, cuando no imposible, seguir haciendo la vida que hacían antes; como resultado, es más probable que experimenten transformaciones”.

Solomon entrevistó a unas 300 familias durante los más de 10 años que duró la investigación para el libro. Una vez realizó dos entrevistas consecutivas. La primera a una mujer blanca adinerada que tenía un hijo autista con escasas capacidades, y la segunda a una mujer afroamericana pobre también con un hijo autista muy similar. La mujer más privilegiada económica y socialmente había pasado años intentando inútilmente mejorar la vida de su hijo. La mujer pobre jamás pensó que pudiera mejorar la vida de su hijo, porque nunca había conseguido mejorar su propia vida, y no la atormentaba sentimiento alguno de fracaso. La primera mujer encontraba extremadamente difícil el trato con su hijo. “Lo rompe todo”, decía apesadumbrada. La otra mujer tenía una vida relativamente feliz con su hijo. “Cualquier cosa que pueda romperse estaba ya rota hace mucho tiempo”. Escribe Solomon:

“Tener hijos que constituyen excepciones exagera las tendencias de los padres; los que tienden a ser malos padres se convierten en padres atroces, pero los que tienden a ser buenos padres terminan siendo padres extraordinarios.”

Solomon, adopta el punto de vista contrario al de Tolstói en las primeras líneas de Ana Karenina. Para Solomon:

“Las familias desgraciadas que rechazan a los hijos diferentes tienen mucho en común, mientras que las familias felices que se esfuerzan por aceptarlos son felices de muy diversas maneras.”

Una entrevista impactante es la que realizó a Tom y Sue Klebold, padres de Dylan, uno de los dos adolescentes que realizaron la masacre de Columbine y se suicidaron luego de la balacera. Estos padres han sido criticados y denostados públicamente bajo el supuesto de que, “seguramente, deben haber fallado en la crianza y contribuido al estado mental de su hijo”, pero no hay evidencia de ello. Luego de la entrevista Sue afirmó:

“La vida está llena de sufrimiento, y este es el que me ha tocado. Sé que para el mundo habría sido mejor que Dylan no naciera. Pero no creo que para mí lo hubiera sido”.

El general Charles de Gaulle líder de la resistencia francesa contra la Alemania nazi y posterior presidente de Francia, tenía tres hijos. Jonathan Fenby en su libro The General: Charles de Gaulle and the France He Saved, cuenta que De Gaulle a nadie le dedicó tanta atención y ternura como a su hija Anne, afectada con síndrome de Down. En palabras de De Gaulle:

“Para mí, Anne ha sido una gran prueba, pero también una bendición. Es mi alegría y me ha ayudado mucho a superar todos los obstáculos y todos los honores. Gracias a Anne he ido más lejos, he conseguido superarme”.

A menudo es a través de los desafíos inesperados y las diferencias profundas que encontramos las más significativas lecciones de amor y humanidad. De Gaulle le dijo a su biógrafo Jean Lacouture:

“Sin Anne, tal vez nunca hubiera hecho lo que hice. Ella me dio el corazón y la inspiración”.

Anne, falleció en 1948 a la edad de 20 años. Su padre fue sepultado bajo la misma lápida. De Gaulle ejemplificó un amor que sobrepasó las expectativas y el estigma de su tiempo. No medía el valor de sus hijos por logros convencionales, sino que encontraba belleza en la unicidad de sus vidas. Este amor incondicional crea el espacio para que cada hijo, sin importar cuán distante esté de las expectativas del “árbol” familiar, crezca y se desarrolle conforme a su esencia. Michel Foucault sostenía que la posibilidad de errar es inherente a la vida y que dicho error es fundamental en la construcción del pensamiento humano y su historia. Impedir el error significaría obstruir la propia evolución. La experiencia de Einstein con sus hijos resuena con la tesis de Solomon: el amor familiar es una travesía entre la aceptación de similitudes y diferencias, manteniendo un equilibrio frágil que desafía lo que esperamos y enriquece nuestra comprensión de los vínculos humanos. Desde la brillantez heredada hasta los retos inesperados, la historia de Einstein y sus hijos refleja la búsqueda eterna de la comprensión y el amor en el corazón de la familia humana. Solomon termina su libro diciendo:

“A veces pensaba que los heroicos padres de este libro estaban locos por embarcarse de por vida en ese viaje junto con su extraña progenie e intentar extraer una identidad de su desgracia. Me sorprendí al descubrir que mi investigación era una manera de construir una plataforma para embarcarme con ellos y que, además, estaba preparado para hacerlo”.

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