adaptación

Reinvención

Su nombre bautismal fue Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso, que más tarde se convirtió en Pablo Picasso. Fue el primogénito de José Ruiz y María Picasso, nació en Málaga en 1881 y murió en 1973, en su casa cerca de la Costa Azul francesa.

Ateo y comunista declarado, cuando falleció, a sus 91 años había acumulado una inmensa fortuna y un legado de 45.000 obras entre pinturas, dibujos, cerámica, esculturas, libros ilustrados, planchas de grabado y tapices. Pablo Picasso influyó en el curso del arte del siglo XX con una magnitud casi inigualable. Su vida apasionada, su trabajo obsesivo, su continua experimentación y su impulso por la reinvención dio origen a su prolífica producción que cambió las nociones de lo que se suponía que era el arte. Por alguna extraña y desconocida urgencia interior, no paraba de crear y debía expresar su creación. Picasso fue consciente de la importancia de valorar las obras artísticas en su contexto. El fotógrafo húngaro Brassaï en su libro Conversaciones con Picasso expone:

¿Por qué cree usted que pongo fecha a todo lo que hago? Porque no es suficiente conocer las obras de un artista. Es preciso saber también cuándo las hizo, por qué, cómo, en qué circunstancias. Sin duda, un día habrá una ciencia, que tal vez se llame la «ciencia del hombre», que tratará de penetrar más en el hombre a través del hombre-creador. Pienso mucho en esa ciencia y procuro dejar a la posteridad una documentación lo más completa posible. Por eso pongo fecha a todo lo que hago.

Aunque la palabra genio se usa frecuentemente en la cultura popular y en los medios de comunicación, existe una extensa investigación científica sobre el tema. Algunas personas cambian el mundo más que otras. Los actos de genialidad suelen ir acompañados de actos de destrucción; a eso generalmente le llamamos progreso. Craig Wright, que, en la Universidad de Yale, dictó por años el curso Explorando la naturaleza del genio, afirma que casi todas las definiciones de diccionario de lo que es un genio incluyen las palabras inteligencia y talento. Sin embargo, el talento y la genialidad son diferentes. Arthur Schopenhauer lo explicó en 1819:

Una persona talentosa alcanza un objetivo que nadie más puede lograr; una persona genial logra un objetivo que nadie más puede ver.

Las personas talentosas tienen la capacidad de destacar en un mundo conocido. No obstante, un genio ve lo que está oculto para el resto de las personas. Los genios son algo más que una combinación de genes y esfuerzo. En palabras de Wright:

Es posible que el talento sea heredable, pero la genialidad no lo es. La genialidad, o el logro excepcional, es algo más parecido a una tormenta perfecta.

Por muy creativas o talentosas que sean las personas, si su trabajo no tiene un impacto significativo amplio o no resiste la prueba del tiempo, no califican como genios. La genialidad no es un absoluto, sino una construcción humana que depende del tiempo, el lugar y la cultura. La definición operativa que propone Wright es:

Un genio es una persona con capacidades extraordinarias cuyas obras o ideas originales cambian la sociedad de alguna manera significativa para bien o para mal en todas las culturas y épocas.

Podemos estar de acuerdo o discrepar con esta definición, pero es un punto de partida para iniciar una discusión. Las ideas brillantes que cambian el mundo nunca son repentinas, sino que son el resultado de modos únicos de pensar y una larga gestación. Lo notable es que los genios, logran conseguir éxito por encima de las normas estándar de una forma constante y a largo plazo. El alto rendimiento de los genios no está muy correlacionado con la edad, la educación, los ingresos, la etnia, la nacionalidad ni el sexo. Pero algunos de sus hábitos sí. Para efectos de este artículo, organizaremos hallazgos de investigaciones sobre los genios en tres grupos: apertura mental, voluntad y flexibilidad:

Apertura mental: La curiosidad, la amplitud de criterio y el pensamiento contradictorio son cualidades distintivas de los genios. Uno de los ejemplos más notables de esta forma de pensar es Leonardo Da Vinci. Según el historiador Kenneth Clark, Leonardo fue el hombre más tercamente curioso de la historia. Brendon Burchard en su libro High Performance Habits, afirma que las personas de alto rendimiento se caracterizan por su infinita curiosidad, su obsesión por comprender y dominar diferentes temas, hacer cosas solo porque son interesantes y disfrutar del proceso. En sus palabras:

Es la curiosidad la que desarrolla su conocimiento, sus habilidades y sus capacidades. La curiosidad los impulsa.

Craig Wright en The Hidden Habits of Genius, destaca que las perspectivas contradictorias ejemplifican su forma de pensar. Piensan a la inversa. Lo que transmite esta idea es que los procesos frecuentemente no avanzan continuamente, ni en línea recta. Para destrabarlos, a veces, los genios necesitan retroceder sobre sus pasos. Por ejemplo, si quieren entender mejor un objeto o concepto, profundizan en su opuesto. Si quieren entender cómo se armó un artefacto, lo desarman. Si quieren lograr un resultado específico, definen la meta deseada y luego diseñan hacia atrás los pasos a ejecutar.

Voluntad: Los genios tienen el hábito de trabajar duro porque se obsesionan con lo que hacen. Tienden a valorar mucho menos el papel que desempeñan en él las características hereditarias que su propio trabajo. El pedagogo y profesor de ajedrez húngaro László Polgár rechazaba por completo la idea del talento innato, y consideraba que, con práctica dirigida y trabajo duro, un niño podía convertirse en un genio dentro de cualquier especialidad. Su lema era:

Un genio no nace, un genio se entrena y se educa.

László puso a prueba su teoría con sus propias hijas. El ajedrez sería el campo apropiado para experimentar y diseñó un plan para formarlas desde su infancia, y así llegaran a ser grandes maestras del ajedrez. Susan, su hija mayor, empezó a jugar ajedrez cuando tenía solo 4 años. Después de un período de seis meses, ya era capaz de derrotar a jugadores adultos. Sofia, la hija del medio, lo hizo aún mejor. A la edad de 14 años, era la campeona del mundo y, unos años después, se convirtió en gran maestra. Judit, la más joven, fue la mejor de todas. A la edad de 5 años, ya podía derrotar a su padre. A los 12 años, fue la jugadora más joven en entrar a la lista de maestros superando a Bobby Fischer. Judit Polgár por 27 años consecutivos, fue la jugadora de ajedrez número uno del mundo, y es considerada la mejor ajedrecista de la historia. El gran maestro Robert Byrne escribió en su columna del New York Times en 1997:

Durante mucho tiempo ha habido un animado debate sobre quién es el jugador más fuerte de todos. Los candidatos destacados son Bobby Fischer, Garry Kasparov, José Raúl Capablanca, Alexander Alekhine o Emanuel Lasker. Pero no hay discusión sobre la mejor jugadora: Judit Polgar, de 21 años.

Los genes determinan nuestras áreas de oportunidad, pueden predisponer, pero no predeterminar. Para maximizar nuestras posibilidades debemos elegir un campo de competencia coherente con nuestras capacidades innatas. Adoptar esta estrategia implica reconocer que todas las personas nacemos con distintas habilidades, pero tenemos que trabajar para desarrollarlas.

Flexibilidad: La capacidad intelectual no garantiza la flexibilidad mental. Carecer de la habilidad, de cuestionar nuestras creencias, repensar y cambiar de opinión, puede hacernos perder oportunidades. George Bernard Shaw, en Everybody’s Political What’s What? Advierte:

El progreso es imposible sin el cambio, y aquellos que no pueden cambiar de opinión no pueden cambiar nada.

Adam Grant en su libro Piénsalo otra vez, afirma que nuestros sesgos no solo nos impiden aplicar nuestra inteligencia, sino que la convierten en un obstáculo para el aprendizaje. En sus palabras:

La inteligencia se considera tradicionalmente como la capacidad de pensar y aprender. Sin embargo, en un mundo turbulento, hay otro conjunto de habilidades cognitivas que podrían ser más importantes: la capacidad de repensar y desaprender.

A medida que vamos cuestionando nuestros conocimientos, sentimos mayor curiosidad por la información que nos estamos perdiendo. Esta búsqueda nos conduce a nuevos descubrimientos, que a su vez nos ayudan a conservar la humildad porque refuerzan la idea de que aún nos queda mucho por descubrir. Grant propone que, para evitar caer en los modos rígidos de pensar debemos desarrollar deliberadamente un pensamiento científico. En sus palabras:

Trata tu opinión recién nacida como una intuición o una hipótesis, y ponla a prueba con los datos.

Ser científico es mucho más que una profesión, es un estado de ánimo. Entramos en el modo científico cuando buscamos la verdad en forma deliberada: realizamos experimentos para comprobar hipótesis y obtener nuevos conocimientos. Las herramientas de la ciencia no son exclusivas de los laboratorios. El pensamiento científico, requiere medir con rigor los resultados y tomar decisiones a partir de la confirmación o la refutación de las hipótesis. Grant comenta:

Empiezo a creer que la capacidad de decisión está sobrevalorada… pero me reservo el derecho de cambiar de opinión.

Picasso nació con un gran talento artístico, aprendió a dibujar antes que hablar, pero su estilo lo desarrolló en París, donde se había ido a vivir cuando tenía 19 años. Vivía una vida bohemia en el Bateau Lavoir, que era un antiguo edificio repleto de artistas. Por su parte, Henri Matisse, mucho mayor y famoso había logrado realizar el mayor avance del arte moderno, con su cuadro Alegría de vivir. Los rasgos clave del nuevo estilo propuesto por Matisse eran formas distorsionadas, colores irreales y una apariencia plana sin sombras ni perspectivas.

Picasso también había logrado algunos éxitos que le permitieron ganarse la admiración de los hermanos Gertrude y Leo Stein que habían dedicado su fortuna para coleccionar arte. Eran los días del apogeo del colonialismo y el arte africano. Los artistas de París habían empezado a coleccionar esas esculturas que admiraban por razones técnicas, especialmente por la manera como transmitían la belleza mediante formas angulares y distorsionadas. Picasso y Matisse fueron invitados a una velada en el departamento de los Stein. Matisse llevó a la velada a su hija y una escultura africana. Hilary Spurling, en The Unknown Matisse cuenta lo que pasó en ese encuentro:

Picasso reaccionó inmediatamente. Cenó con los Matisse. Rehusó apartarse de la escultura durante toda la velada y luego permaneció despierto el resto de la noche en su estudio del Bateau Lavoir, donde lo encontraron a la mañana siguiente, rodeado de dibujos que mostraban un monstruo de un solo ojo, cuatro orejas y boca cuadrada, que él decía que era la imagen de su amante.

Picasso había combinado el cuadro Alegría de Vivir de Matisse y la escultura africana. El resultado fue su obra maestra Las señoritas de Aviñón. En ese cuadro de Picasso se ven los elementos clave del nuevo estilo de Matisse: formas distorsionadas, colores irreales y una apariencia plana sin sombras o líneas de perspectiva. Hasta los colores se parecen y también las poses de las mujeres. Sin embargo, los dos cuadros también son muy diferentes. La influencia de la escultura africana añadió al cuadro de Picasso una apariencia brusca y angular, que contrasta claramente con las curvas del estilo de Matisse. En una colección de ensayos de 1920, el poeta británico T.S. Eliot acuñó una máxima muy repetida:

Los poetas inmaduros imitan; los poetas maduros roban; los malos estropean lo que roban, y los buenos lo convierten en algo mejor.

Las ideas completamente originales no existen. Lo que sí existe son las combinaciones únicas. Muchos de los genios transformadores de nuestra historia no fueron políticamente correctos y rompieron gran cantidad de reglas, pero también, en algunos casos cambiaron el mundo para mejor. Aristóteles, escribió:

La excelencia es un arte ganado a base de entrenamiento y hábito. No actuamos correctamente porque tengamos excelentes virtudes, sino que somos virtuosos porque actuamos correctamente. Somos lo que hacemos repetitivamente. La excelencia entonces, no es un suceso sino un hábito.

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