adaptación

Menos pero mejor

Richard Leider en su libro Repacking Your Bags, cuenta su experiencia cuando dirigía una caminata a pie en Tanzania, con otras doce personas y su guía masái, Koyie. Leider llevaba una mochila nueva, un modelo ultraligero de alta tecnología llena de todas las cosas que imaginó necesarias para un viaje seguro. Mientras caminaban, Koyie no paraba de mirar la mochila. Luego de unas horas de caminata, ambos comenzaron a hablar sobre la mochila y Koyie expresó su entusiasmo por ver su contenido. Leider relata:

Orgullosamente, empiezo a mostrarle todo lo que hay en mi mochila. Utensilios para comer, dispositivos de corte, herramientas de excavación. Buscadores de dirección, observadores de estrellas, lectores de mapas. Cosas para escribir. Una muda. Suministros médicos, remedios y curas. Bolsas impermeables. ¡Cosas asombrosas! Cuando finalmente tengo todo el equipo extendido sobre una piedra, me siento muy satisfecho con mi colección y miro a Koyie para evaluar su reacción. Parece divertido, pero guarda silencio. Finalmente, después de varios minutos de mirar todo, Koyie me mira y me pregunta de forma simple, pero con gran intensidad: ¿Todo esto te hace feliz?

La pregunta de Koyie, remeció a Leider en sus valores más profundos, lo hizo pensar en todo lo que estaba cargando y por qué, no solo en el viaje, sino a lo largo de su vida. Algunas cosas lo habían hecho feliz, pero muchas otras no, al menos no de forma que tuviera sentido arrastrarlas por tanto tiempo. En sus palabras:

Como resultado de esta experiencia comencé a armar mis pensamientos y sentimientos acerca de cómo aligerar la carga de mi vida.

La vida es un viaje y la experiencia en el camino está indisolublemente ligada al equipaje emocional, intelectual y físico que llevamos. T.S. Eliot ya en 1934, planteó la pregunta en Choruses from The Rock:

¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?, ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?, ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en la información?

En los últimos años hemos observado el incremento exponencial de oportunidades en todo orden de cosas, no obstante, cuantas más opciones tengamos más importante es el criterio para elegir. Peter Drucker en Managing Knowledge Means Managing Oneself, advirtió:

En unos cientos de años, cuando la historia de nuestro tiempo sea escrita desde la perspectiva del largo plazo, es muy probable que el evento más importante que observen los historiadores no sea la tecnología, ni Internet, ni el comercio electrónico, sino un cambio sin precedentes en la condición humana. Por primera vez un sustancial y cada vez mayor número de personas se gestionarán a sí mismas. Y la sociedad no está preparada en absoluto para ello.

No sólo el número de elecciones ha aumentado de manera exponencial, sino también la cantidad de influencias externas y la fuerza de la presión social. Hoy en día, la tecnología ha disminuido la barrera para que otros compartan su opinión sobre en qué deberíamos enfocarnos. Este acceso virtualmente ilimitado a información, experiencias y cosas nos somete a una vertiginosa variedad de opciones que nos confunde y genera ansiedad. No es sólo sobrecarga de información; es sobrecarga de opinión.

Greg McKeown en su libro Essentialism: The Disciplined Pursuit of Less, propone la idea de vivir por diseño, no por defecto. Distinguir deliberadamente los pocos vitales y eliminar los muchos triviales, abrazar el enfoque de menos pero mejor. En palabras de McKeown:

No se trata de hacer más en menos tiempo. No se trata de hacer menos. Se trata de hacer sólo las cosas correctas. Se trata de desafiar la suposición central de ‘podemos tenerlo todo’ y ‘tengo que hacer todo’ y reemplazarla con la búsqueda de ‘lo correcto, de la manera correcta, en el momento correcto’. Se trata de recuperar el control de nuestras propias elecciones sobre dónde gastar nuestro tiempo y energías en lugar de dar a otros un permiso implícito para que elijan por nosotros.

El término esencialismo tiene varios significados. Según la Enciclopedia de Filosofía de Stanford, la palabra se remonta a Platón cuando caracterizó la esencia como una forma ideal. Una propiedad esencial de un objeto es una propiedad que debe tener, mientras que una propiedad accidental de un objeto es una que tiene pero que podría ser eliminada. McKeown propone adoptar esta mentalidad en nuestra vida, para lo cual necesitamos reforzar tres conceptos básicos:

  • Recuperar la capacidad de elegir: Es frecuente considerar que tenemos que atender a todas las peticiones, planes, compromisos, obligaciones familiares y con los amigos, además de leer y responder a todos los mensajes de texto, correos electrónicos, reuniones y notificaciones que recibimos. Tratar estas opciones como ineludibles e imperativas, estimula un estado de reactividad impotente. Recuperar la consciencia que tenemos el poder de elección, implica también hacernos responsables de lo que hacemos y los resultados que buscamos. No podemos controlar los eventos y circunstancias, pero siempre podemos elegir cómo responder. En palabras de McKeown:

Cuando olvidamos nuestra capacidad de elegir, aprendemos a ser indefensos. Poco a poco permitimos que nos quiten nuestro poder, hasta que terminamos convirtiéndonos en una función de las elecciones de otras personas, o incluso en una función de nuestras elecciones pasadas.

  • Casi todo es ruido: ¿Qué me apasiona profundamente?, ¿Para qué tengo un talento especial? ¿Cómo puedo aportar a una causa significativa? Hay muchas más oportunidades en el mundo que el tiempo y los recursos con que contamos. Clarificar nuestro propósito y valores fundamentales, permite filtrar y seleccionar las opciones disponibles. Muchas cosas pueden ser buenas o incluso muy buenas, pero la mayoría son triviales y muy pocas son significativamente vitales para alcanzar el propósito que realmente nos importa. En palabras de McKeown:

Sólo cuando te das permiso de dejar de hacerlo todo, de dejar de decirles que sí a todos, puedes hacer tu mayor contribución a las cosas que realmente importan.

  • No podemos tenerlo todoEl deseo de quererlo todo es una tentación seductora que conduce a costosos autoengaños. Decidir a dónde vamos y qué es lo más importante considerando nuestras capacidades y limitaciones, implica renunciar a otras opciones alternativas. Requiere definir que no vamos a hacer y dónde no vale la pena ir. Debemos estar dispuestos a dejar ir esas otras opciones, por muy atractivas que parezcan. Pagar el precio de optar por lo que realmente nos importa. Aceptar la responsabilidad de vivir en coherencia con nuestro propósito y valores. Renunciar a opciones implica decidir: ¿Cuál es el problema del que si me voy a hacer cargo? En palabras de McKeown:

Para discernir lo que es verdaderamente esencial necesitamos espacio para pensar, tiempo para mirar y escuchar, permiso para jugar, sabiduría para dormir y disciplina para aplicar criterios altamente selectivos a las elecciones que hacemos.

Las formas más elevadas de pensamiento, la contemplación, la reflexión, la introspección, incluso la respiración profunda requiere que seamos capaces de prestar atención, que eliminemos el ruido, las distracciones, las interrupciones y ser capaces de abrazar el silencio. Cal Newport en su libro Deep Work: Rules for Focused Success in a Distracted World acuñó el término trabajo profundo. Para Newport extraer valor de la información, conectar ideas, crear y reflexionar son actividades que a menudo están reñidas con la aceleración, la superficialidad y la dispersión. Un trabajo profundo, requiere disciplina y capacidad de concentración. En sus palabras:

Todas las actividades que se llevan a cabo en un estado de concentración sin distracciones, que llevan las capacidades cognitivas al límite. Este esfuerzo crea valor, mejora las habilidades y no es fácil de replicar.

Will Gompertz, periodista y director de arte de la BBC en su libro Think Like an Artist, describe el proceso de cómo Pablo Picasso dio forma a su famosa serie de litografías tituladas colectivamente El toro. Una lección magistral sobre la búsqueda de la esencia. Picasso, ya había asimilado todo lo que necesitaba de sus ídolos, había filtrado esas ideas a través de su personalidad y había producido un trabajo sorprendentemente prolífico, original e ingeniosamente conectado con la obra de sus predecesores. La historia de Picasso y sus toros comenzó el 12 de noviembre de 1945, en el taller del grabador Fernand Mourlot en París. El trabajo se extendió obsesivamente por varios meses. A veces, los impresores llegaban en la mañana y encontraban a Picasso todavía trabajando. Cuando el taller cerró por Navidad, Picasso se llevó su trabajo a casa. En palabras de Mourlot:

La primera impresión fue un toro soberbio y bien redondeado. Pensé para mí mismo que eso era todo. Pero no. Picasso comenzó a crear litografías posteriores, cada una más recortada que la anterior. Se dio cuenta que estábamos desconcertados. Hizo una broma, siguió trabajando y luego produjo otro toro. Y cada vez quedaba menos y menos del toro. Solía mirarme y reír. ‘Mira…’ decía, ‘debemos darle este bocado al carnicero’.

Gompertz, explica que Picasso presenta las imágenes a través de un proceso de reducción o como él lo llamaba, de destrucción, para llegar a la esencia del toro. Crea una imagen a partir de cada una de las etapas de trabajo, descubriendo así su proceso mental. Las diez litografías que preceden a la versión final son como las tomas descartadas del director de cine o los versos corregidos del poeta, material extraño que no llegó a la versión final.

  • La serie comienza con una imagen tradicional que se acerca a los grabados de toros creado por Goya en el siglo XVIII.
  • El segundo boceto es algo más grueso y sólido, similar a una interpretación del Rinoceronte de Alberto Durero en 1515. En esta etapa, Picasso aún está copiando.
  • En la tercera versión entra en escena el auténtico Picasso, diseccionando al animal como un carnicero y marcando todas las articulaciones.
  • En la cuarta lámina comienzan a aparecer líneas geométricas que presagian el cubismo. La cabeza del toro gira hacia el espectador. Cada vez Picasso es más Picasso.
  • Las versiones cinco, seis y siete son reminiscencias de una serie similar de dibujos realizados por el artista neerlandés Theo van Doesburg en 1917, en los que los animales quedan divididos en secciones para crear una composición general más equilibrada.
  • En las láminas ocho y nueve Picasso llega a la conclusión de que menos, es más. Matisse fue un maestro reconocido del trazo; Picasso reta a su rival en su propio terreno. Se acaban los esquemas; desde este momento se trata de la pureza del dibujo.
  • La décima imagen muestra al artista recurriendo de nuevo a la experiencia. La cornamenta del animal ha variado, ya no es inmediatamente reconocible y empieza a recordar a una horca, un trazo lineal a mano alzada que Picasso ya había empleado tres años antes en su escultura Cabeza de toro de 1942, hecha con un sillín y un manubrio de bicicleta. El décimo toro tiene una cabeza diminuta y un ojo enorme, truco gráfico que venía practicando desde las Señoritas de Aviñón, en 1907.
  • Por fin, en la última versión, todo encaja. Se trata de una imagen única creada combinando pintura rupestre y abstracción moderna. Fruto de la experiencia de la mano del pintor y lo innovador de un procedimiento inédito. El artista había tomado ideas de otros y reutilizado muchas propias.

La litografía final de la serie parece estar compuesta de solo 12 líneas, pero sigue siendo, sin lugar a dudas, un toro. Mourlot señaló:

Todavía recordaba el primer toro y me dije a mí mismo: lo que no entiendo es que haya terminado donde realmente debería haber comenzado. Y cuando miras esa línea, no puedes imaginar cuánto trabajo implicó.

Entre las muchas frases célebres de Picasso hay una que ilustra a la perfección lo que representa esta serie de litografías:

Me llevó cuatro años pintar como Rafael, y toda una vida pintar como un niño.

Las ideas completamente originales no existen. Lo que sí existe son las combinaciones únicas. Picasso nos muestra que la creatividad no es sumar, sino restar: las ideas necesitan pulirse, simplificarse, centrarse. La serie de litografías de Picasso no sólo muestran como una idea toma forma, sino de donde proceden. En la sencilla figura con la que Picasso culmina la secuencia radica la clave de la creatividad. Estaba lidiando con lo abstracto, lo que significaba reducir algo a sus elementos gráficos más esenciales. En palabras de Picasso:

Dos agujeros: ese es el símbolo del rostro, suficiente para evocarlo sin representarlo. Lo más abstracto puede ser quizás la cumbre de la realidad.

Vale la pena el esfuerzo de simplificar. Descartar lo superfluo nos da más tiempo, energía y recursos cognitivos para invertir en lo esencial. Necesitamos revisar regularmente nuestras maletas, aligerar la carga y volver a empacar, mientras nos volvemos a hacer la pregunta de Koyie:

¿Todo esto te hace feliz?

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