adaptación

Desconocido imaginado

Joseph Campbell en su libro La historia del Grial, señala:

En Oriente, los caminos de iniciación son señalados: sabes en qué estadio te encuentras, hallas a tu gurú y te sometes a él, sin crítica, haciendo lo que te dice, dejándote guiar a lo largo de tu propia experiencia.

Sin embargo, en occidente, cada cual tiene que seguir su propia naturaleza, su inspiración; un camino de prueba y error. Ese fue el caso de Alexandra David-Néel, la primera mujer occidental en entrar a Lhasa, la ciudad prohibida, la capital de Tíbet.

El padre de Alexandra, fue un francés protestante, socialista y masón. Participó en la Revolución de 1848 y huyó a Bélgica, donde se enamoró de una devota católica que en muchos sentidos era su opuesto. Se casaron y regresaron a Francia, pasaron 13 años antes que naciera en 1868 su única hija, Alexandra. Su madre estaba amargamente decepcionada que no fuera un niño y casi no le prestó atención. En su libro My Journey to Lhasa, Alexandra, escribe:

Desde que tenía cinco años, deseé salir de los estrechos límites en los que, como todos los niños de mi edad, me tenían encerrada. Ansiaba ir más allá de la puerta del jardín, seguir el camino que pasaba y partir hacia lo desconocido. Pero, por extraño que parezca, este desconocido imaginado por mi mente infantil siempre resultó ser un lugar solitario donde podía sentarme sola, sin nadie cerca.

A la edad de 16 años, en plena época victoriana en que tal comportamiento era escandaloso, Alexandra se escapó varias veces de la casa de su familia en Bruselas, una vez a Holanda e Inglaterra, una vez a Italia y luego a Francia y España. Se interesó por la religión desde pequeña, y una amiga de la escuela le prestó una reseña titulada Gnose Supreme, publicada por una sociedad ocultista inglesa. A la edad de 18 años decidió estudiar inglés en Londres, se puso en contacto con la Sociedad Teosófica y pasó largas horas en la biblioteca del lugar estudiando las traducciones de textos chinos e indios.

Para Alexandra, la Sociedad Teosófica no era de su completo agrado, pero le encantaba su biblioteca. En ella leyó por primera vez sobre el budismo tibetano. También descubrió el Museo Guimet en París, cuya colección asiática intensificó su atracción por Oriente. A la edad de 21 años, David-Néel se había convertido en una lingüista devota, fascinada por el budismo, se prometió aprender todo aquello que pudiera conducirle por ese camino. Con el dinero de una herencia se marchó sola a la India. No iba como turista, sino en un viaje de aprendizaje. Después de una travesía de quince días, desembarcó en Ceilán, donde pudo entrar por primera vez a un santuario budista. Con ansias de conocer más, emprendió su viaje hacia el sur de la India, y pudo conocer directamente como era la vida de los ascetas.

La joven aventurera ya sin dinero tuvo que regresar a París. Logró finalizar sus estudios de música y canto, y consiguió un trabajo como primera cantante en la ópera de Hanoi. En esa época Vietnam formaba parte de Indochina que era colonia francesa. Esta actividad le dio la oportunidad de seguir conociendo Asia. Viajó a Túnez, donde conoció Philippe Néel, un ingeniero ferroviario del que se enamoró y con quien tuvo una relación muy atípica. Alexandra ya de 36 años, no estaba dispuesta a dejar de aprender y viajar.

Se había hecho budista y publicó su obra Le modernisme boudhiste et le bouddhisme du Bouddha. En una breve estancia en Londres apoyó a los grupos que impulsaban el voto femenino y dio conferencias en la Sociedad Budista de Londres. En 1911 volvió a la India, y aunque le había prometido a su esposo regresar en unos meses, no cumplió su promesa y se fue a un remoto monasterio budista, donde conoció a Aphur Yongden, un joven monje de 14 años que adoptó como su hijo. Alexandra, se hizo amiga del líder espiritual de ese lugar, quien la llevó a conocer al decimotercer Dalai Lama que estaba refugiado por la guerra en China.

Acabó en Lanchen, en las montañas próximas al Tíbet, estudiando budismo durante cuatro años. La apodaron: lámpara de sabiduría. Por un tiempo volvió a la India, y le pedían su consejo para ayudar en reformas religiosas. Alexandra decidió irse al Tíbet en 1916, acompañada de Yongden. Cuando llegaron al monasterio de Tashulimpo, el lama del lugar le dio acceso a la biblioteca y Alexandra pudo profundizar sus estudios, pudiendo acceder una desconocida sabiduría tibetana, que mezclaba el budismo con elementos de la antigua religión Bon. La hicieron lama y doctora en budismo tibetano. En una carta que escribió a Philippe señalaba:

Viví en una caverna a 4.000 metros de altura, medité, conocí la verdadera naturaleza de los elementos y me hice yogui. Cómo había cambiado mi vida, ahora mi casa era de piedra, no poseía nada y vivía de la caridad de los otros monjes.

Debido al abandono, su marido Philippe le comunicó su intención de mantener relaciones con otra mujer, Alexandra era consciente de que no podía convivir con ningún hombre, ni menos tener hijos, ya que había elegido una vida solitaria en un constante viaje de aprendizaje. Junto con Yongden, llegaron a Japón, a un monasterio zen, donde fue acogida por la esposa de D.T. Suzuki, el introductor del budismo zen en Occidente. Tuvo un encuentro con el filósofo y monje Ekai Kawaguchi, quien le contó que había logrado ingresar a la ciudad de Lhasa disfrazado de religioso tibetano. Esta ida fue la que Alexandra adoptó para alcanzar su mayor anhelo. Llevaba en oriente más de diez años y no quería regresar a Europa sin realmente explorar el Tíbet. En particular, quería ser la primera mujer occidental en ingresar a Lhasa. En su libro My Journey to Lhasa, narra:

Les dijimos a todos que íbamos en busca de hierbas medicinales. Yongden se hizo pasar por hijo mío. Me teñí la piel con ceniza de cacao, usé pelo de yak que teñí con tinta china negra, como si fuera la viuda de un lama brujo. Decidimos viajar de noche y descansar de día. Viajar como fantasmas, invisibles a los ojos de los demás. Alguna vez tuvimos que hervir agua y echar un trozo de cuero de nuestras botas para alimentarnos.

Tras cuatro meses y dos mil kilómetros caminando a pie por el Himalaya, Alexandra logró su objetivo. Era el año 1924 y a la edad de 55 años, Alexandra David-Néel se había convertido en la primera mujer occidental en entrar a la ciudad prohibida de Lhasa. Pudo visitar muchos monasterios del entorno, hasta que fue descubierta y tuvieron que escapar. Era tiempo de volver a Europa con todo ese aprendizaje.

Alexandra volvió a Europa convertida en una heroína. Fue portada del Times que la definió como la mujer sobre el techo del mundo. También recibió numerosas condecoraciones y premios: la Medalla de honor de la Sociedad Geográfica de París y la Legión de Honor. Se estableció en Francia. Compró un terreno en Digne-les-Bains, una pequeña localidad al pie de los Alpes franceses y construyó su casa, a la que bautizó como Samten Dzong (fortaleza de meditación). Este lugar sería desde entonces su refugio. Escribió más de treinta libros sobre sus aventuras, dio charlas, recibió a personalidades y siguió aprendiendo budismo.

A los tibetanos les parecía perfectamente lógico que Alexandra David-Néel hubiera viajado a Lhasa: para ellos, simplemente estaba regresando al lugar de una encarnación anterior. Sin embargo, desde una perspectiva occidental, parece increíble que una niña victoriana se interesara por el budismo, y mucho menos que viajara a Oriente para estudiarlo de primera mano. Aunque, es aún más notable que haya pasado tantos años como investigadora independiente sin ningún tipo de apoyo, simplemente motivada por su pasión.

David-Néel fue famosa como aventurera, pero esa descripción no parece adecuada a sus logros reales. Dejó voluminosos escritos, y estos son valiosos no solo por su erudición, sino porque son el reflejo de una práctica auténtica de toda una vida. Esta mujer pasó años en cuevas de montaña, se sentó en salones de meditación con miles de lamas, estudió idiomas y buscó en las bibliotecas enseñanzas originales, viajó durante años y recorrió miles de kilómetros para sumergirse en una cultura que pocas personas conocían, y algunas nunca habían oído hablar. Su devoción por el budismo y su voluntad de rastrearlo hasta su origen es lo más impresionante de su vida.

Alexis Racionero Ragué en su libro El viaje del héroe, comenta que cualquiera que abandona su zona de confort se adentra en el camino del viaje del héroe, no se trata de llegar, sino de transitar la senda. Se identifican cuatro grandes etapas:

  • Primera etapa, el mundo conocido: En esta etapa nos movemos en la esfera de la tradición, lo manipulable y previsible, nuestro contexto de base. Sin embargo, dentro de lo cotidiano, algo sucede, que funciona como un llamado a la acción. Al principio, el deber, obligaciones, inseguridad, debilidad, miedo, conspiran para que rechacemos el llamado a la aventura y nos insta a mantenernos en lo conocido. Pero finalmente por fuerza, nos embarcamos a la aventura, al mundo desconocido.
  • Segunda etapa, aparecen mentores y aliados: Este es uno de los puntos esenciales del inicio del viaje. Aparecen guías que nos cuentan sobre el nuevo mundo. Quemamos las naves, e ingresamos al terreno de lo desconocido, en que desconocemos los peligros, reglas y limitaciones. La separación final del mundo conocidos, y nuestras certezas quedan atrás.
  • Tercera etapa, pruebas y polaridades: Pasado el umbral, nos cuestionamos, aparecen las dudas y los obstáculos que tenemos que sortear. Es momento de aplicar lo aprendido, fluir, ser flexibles y permanecer abiertos y dispuestos a avanzar, aunque sea muy lentamente. Se ponen a prueba todas nuestras capacidades y aparecen todas nuestras debilidades y limitaciones. Entramos a la caverna más profunda.
  • Cuarta etapa, aprendizaje y regreso: Este es el momento de recoger lo sembrado, lo aprendido, lo experimentado. Después de recorrer el viaje y terminar el ciclo, volvemos a nuestro origen para compartir con nuestra comunidad lo que aprendimos. La recompensa se obtiene alcanzando este momento, mediante el contacto o visión de cuál es nuestro propósito, nuestro aporte, la respuesta a la llamada de la aventura que emprendimos.

Todos podemos ser héroes del mito de nuestra vida. Es cuestión de sentir la llamada de la aventura, vencer nuestros miedos y avanzar a lo desconocido para tomar las riendas de nuestra propia epopeya. Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, escribe:

Todos los héroes han recorrido el sendero, el camino es conocido, hay que seguir la huella del héroe. Donde pensamos encontrar un monstruo, encontraremos un dios, donde pensamos en matar a otro, nos mataremos a nosotros mismos, donde habíamos pensado viajar al exterior, llegaremos al centro de nuestra existencia, y donde habíamos creído estar solos, estaremos con todo el mundo.

Alexandra en 1937, cuando ya tenía 69 años de edad, decidió partir de nuevo en viaje, ahora a China. Su propósito fue estudiar el taoísmo antiguo. Se encontró en medio de la guerra chino-japonesa y fue testigo directo de los horrores, el hambre y las epidemias. El viaje por China se desarrolla a lo largo de un año y medio. Luego se fue al Tíbet nuevamente para otro retiro de cinco años. No dejó de publicar y dar conferencias, pero poco antes de morir dijo que

No sabía absolutamente nada y que estaba empezando a aprender.

Al cumplir los 100 años renovó el pasaporte, Por si acaso. Esta viajera incansable murió a punto de cumplir los 101 años y sus cenizas fueron esparcidas en el río Ganges. Esta es la naturaleza de una mujer sabia e incomparable, fue una heroína de carne y hueso, que demuestra, que la realidad supera la ficción. Como escribía Antonio Machado:

Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino: se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *