adaptación

Patitos feos

Se dirigió entonces hacia ellos, con la cabeza baja, para hacerles ver que estaba dispuesto a morir. Y entonces vio su reflejo en el agua: el patito feo se había transformado en un soberbio cisne blanco…

La monumental obra del escritor danés Hans Christian Andersen incluye obras de teatro, relatos de viajes, novelas y poemas, pero es gracias a sus cuentos que es conocido mundialmente. Sus historias han inspirado piezas de ballet, obras de teatro y películas animadas. La sirenitaEl soldadito de plomo o El patito feo, han sido traducidos a más de 125 idiomas y se han arraigado en la conciencia colectiva por sus lecciones de virtud y resiliencia. Pese a que el cine y la televisión estaban a muchos años de ser inventados, Andersen los prefiguró y hoy puede decirse que su influencia, directa e indirecta, ha sido enorme. Por ejemplo, en este pasaje de El soldadito de plomo:

Entonces los juguetes comenzaron a jugar, a hacer visita, a dirigir la guerra, a bailar.

Andersen contaba sus historias a la manera de un abuelo que relata sus fantasías como si fueran lo más natural. Buena parte de su credibilidad reside en su narrativa desfachatada y genial. Escribe en El ruiseñor:

En China, seguramente ya lo sabes, el emperador es chino y todos los que tiene a su alrededor son chinos. De esto ya hace muchos años y por eso precisamente es digno de oírse este cuento, antes de que sea olvidado.

Sin embargo, su vida estaba muy lejos de ser un cuento de hadas. Su madre fue una lavandera sin educación, su padre, un zapatero aficionado a la literatura y el alcohol, que murió cuando Hans tenía 11 años. Andersen, era un niño pobre y poco atractivo. En los colegios a los que asistió se burlaban y abusaban de él. Toda su vida tuvo pesadillas sobre sus tiempos escolares. El autor y director teatral danés William Bloch, lo describió de esta forma:

Extraño y bizarro en sus movimientos. Sus piernas y sus brazos son largos, delgados y fuera de toda proporción; sus manos, anchas y planas, y sus pies son tan gigantescos que nadie piensa en robarle las botas. Su nariz es, digamos, de estilo romano, pero tan desproporcionadamente larga que domina toda la cara; cuando uno se despide de él, su nariz es lo que más recuerda.

No tuvo hijos y todos sus intentos amorosos fracasaron. Sus diarios y cartas indican que se enamoró locamente tanto de hombres como de mujeres, y nunca logró tener una relación estable con nadie. El amor no correspondido fue un tema constante a lo largo de su vida, una herida que no pudo curar. Escribió en su diario:

Todopoderoso Dios, tú eres lo único que tengo, tú que gobiernas mi sino, ¡debo rendirme a ti! ¡Dame una forma de vida! ¡Dame una novia! ¡Mi sangre quiere amor, como lo quiere mi corazón!

Andersen era un personaje excéntrico. La paradoja es que, al comienzo de su vida profesional, los cuentos de hadas y los cuentos para niños no eran lo que más lo ilusionaba, de hecho, no se consideraba un escritor de literatura infantil. Sin embargo, el interés por sus cuentos fue creciendo paulatinamente, así que empezó a invertirles más tiempo. Andersen entabló amistad con Charles Dickens, que lo impactó con el poderoso realismo de su obra, esto ayudó a equilibrar su prosa entre la realidad y la fantasía. Inspirándose en tradiciones populares, mitología alemana y griega, y sus experiencias personales entre 1835 y 1872 escribió 168 cuentos, que fueron recibidos con gran entusiasmo primero en Dinamarca y luego en toda Europa. En 1843 publicó El patito feo, Andersen explicó: Este cuento, es un reflejo de mi propia vida.

En realidad, no importa el haber nacido en un corral de patos cuando uno proviene de un huevo de cisne.

Andersen siempre sintió que su origen humilde era un lastre y fantaseaba que era el hijo ilegítimo de un gran señor. Los héroes de sus cuentos pasan por desafíos arduos a los que se sobreponen. Coquetean con la tragedia, hasta el punto de que a veces no tienen finales felices. Sus héroes, al igual que él, son fatalistas, además de obstinados. Se meten en problemas por porfiados, como la sirenita y después deben sufrir las consecuencias por el resto de su vida. Los cuentos de Andersen reviven las injusticias sociales y culturales. Sus fuentes de inspiración fueron la infelicidad propia y los problemas que observaba en su mundo. Sus cuentos fueron su refugio, para mitigar su herida de no haber podido disfrutar de un amor correspondido.

Boris Cyrulnik el neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés, mundialmente conocido por su trabajo sobre la resiliencia y los traumas de la infancia, no se pudo resistir a la imaginación de Andersen y para darle contexto a su teoría escribió el libro Los patitos feos: La resiliencia. Una infancia infeliz no determina la vida. En esta obra explica cómo un cierto número de niños traumatizados son capaces de soportar sufrimientos inimaginables y, a veces, incluso utilizarlos para volverse más humanos.

Cyrulnik argumenta que el sufrimiento, por terrible que sea, para una persona puede ser la causa de su creación en lugar de su destrucción. Incluso los niños que parecen estar carentes de toda oportunidad, pueden salvarse y tiene evidencias. Cyrulnik al igual que Andersen, habla con propiedad, no es solo uno de los mayores expertos mundiales en el tema, es su historia de vida. En su libro Me acuerdo…: El exilio de la infancia, esboza su autobiografía, marcada por la muerte de sus padres en los campos de concentración nazis.

Mi padre, Aaron, era ruso-ucraniano; mi apellido significa ‘barbero’ en ucraniano. Mi madre, Nadia, era polaca. Ambos eran judíos. Llegaron a Francia en la década de 1930. Nací en 1937 en Burdeos. Mi padre se alistó al comienzo de la guerra y resultó herido mientras servía en la legión extranjera. Poco después, ambos desaparecieron.

En 1944, los padres de Cyrulnik fueron llevados a Auschwitz, donde perecieron. La noche antes de que se llevaran a su madre, ella lo hizo adoptar, pero su nueva familia lo traicionó, entregándolo a las autoridades casi de inmediato. Fue arrestado en una redada:

Recuerdo que pensé: ‘Estos adultos no pueden hablar en serio. ¿Cómo pueden estar interesados en un niño de siete años?’ Usaban sombreros y anteojos oscuros para que no los reconocieran. Pensé que esto era muy divertido. ¿Por qué estas personas usaban anteojos oscuros por la noche? No podía tomarlo en serio.

De niño, Cyrulnik no entendía lo que estaba pasando, y como no había ningún adulto a su lado para explicarle lo que estaba pasando, los hechos no lo afectaron profundamente hasta mucho después. Cuando terminó la guerra, trató de contarle a las personas lo que había vivido, pero no le creían, y ni siquiera querían escucharle.

Mi tía me encontró tras la guerra. Apenas había ido al colegio, pero recuperé el retraso. Los primeros años de vida son decisivos, igual que los primeros movimientos de una partida de ajedrez. Pero eso no quiere decir que uno no se pueda sobreponer a un mal comienzo.

Al principio, fue en gran parte autodidacta, pero finalmente logró estudiar medicina en la Universidad de París.

Estoy siguiendo mi propio camino, simplemente haciendo lo que tengo que hacer para ser considerado normal.

Cyrulnik pronto se dio cuenta que podía aplicar su propia experiencia para ayudar a otras personas. Gracias a sus investigaciones y teorías se le considera el padre de la etología humana. Un etólogo estudia el comportamiento animal, que lo ve como instintivo.

No es tanto que tenga nuevas ideas […] pero sí ofrezco una nueva actitud. La resiliencia consiste en abandonar la huella del pasado.

Cyrulnik, considera la resiliencia como un proceso, un conjunto de fenómenos armonizados en el que las personas interactuamos en un contexto afectivo, social y cultural. La resiliencia es el arte de sobrevivir en aguas turbulentas. Un trauma nos arrastra a una dirección a la que nunca nos hubiera gustado ir. La corriente nos lleva dando tumbos y golpes a una cascada de muerte, pero el resiliente es capaz de recurrir a todos sus recursos internos para luchar y no dejarse arrastrar por la corriente de las circunstancias, hasta el momento en que aparece una mano que nos ofrece ayuda, un recurso externo, una relación afectiva, una institución social o cultural que nos permite salir airosos. Cyrulnik aborda el estudio de la resiliencia, con estas tres dimensiones:

  • El temperamento personal, carácter y recursos internos que explican la forma de reaccionar ante los golpes, agresiones o carencias.
  • El significado cultural, que el contexto familiar y social da posteriormente a la herida recibida.
  • El apoyo social, que posibilita acceder al afecto y recursos necesarios para que el herido prosiga con su vida.

Cuando las heridas están en carne viva, es mejor no pensar mucho en ellas. Con la perspectiva del tiempo, la emoción que provocó los golpes tiende a apagarse lentamente y a dejar en la memoria solo la interpretación del golpe. Esta interpretación construida depende de la manera en que damos un sentido histórico, cultural y social a lo que ocurrió. A veces, la cultura en que estamos inmersos hace de ello una herida vergonzosa, mientras que, en otras circunstancias, le da el significado de un acto heroico. El tiempo aporta a suavizar la memoria, y los relatos transforman los sentimientos. A fuerza de procurar comprender, de intentar encontrar palabras para explicar y convencer, de tratar de disponer de imágenes que evoquen lo ocurrido, el herido consigue vendar la herida y modificar la interpretación de su trauma.

Este conjunto constituido por un temperamento personal, una significación cultural y un sostén social, explica la asombrosa diversidad de los traumas humanos. Lo más importante a tener en cuenta, dice Cyrulnik, es que la resiliencia no es un rasgo de carácter, las personas no nacemos más o menos resilientes:

La resiliencia es una red, no una sustancia. Nos vemos obligados a tejernos a nosotros mismos, usando las personas y las cosas que encontramos en nuestros entornos emocionales y sociales. Cuando todo termine y podamos mirar hacia atrás a nuestras vidas desde el cielo, nos diremos a nosotros mismos: “Las cosas por las que he pasado. He recorrido un largo camino. No siempre fue un viaje fácil”.

El apego y el afecto ayudan a desarrollar la resiliencia, el cariño les da confianza a los niños y luego, cuando les pasa algo malo, pueden recuperarse. Incluso si un niño ha sufrido mucho, su cerebro es maleable:

Los escáneres cerebrales muestran que los niños traumatizados pueden sanar. En las condiciones adecuadas, el cerebro vuelve a la normalidad en un año.

Cyrulnik sostiene que es imperativo no etiquetar a los niños que han sufrido un trauma. Los adultos a veces imponemos interpretaciones humillantes sobre experiencias de los niños que pueden hacerlas aún más negativas. Ningún niño está condenado por su pasado, su lema es: una persona nunca debe reducirse a su trauma.

A sus 84 años Boris Cyrulnik se deleita enormemente con su propia familia. Su esposa, Florence, su hija Natasha, su hijo Ivan, y sus dos nietos, de ocho y 12 años.

Es un milagro que tenga esta familia […]  Era mi sueño de adolescente. Recuerdo haber soñado con todas las cosas que quería. Así fue como fue mi pensamiento: si puedo ser psicólogo, lo entenderé todo. Lamentablemente, esto no fue cierto […] Entonces pensé: si llego a vivir junto al mar, a tener un bote y un jardín, seré feliz. Esto era parcialmente cierto. Luego: si tengo amigos y familia, estaré completo. Y esto es lo que me pasó. No es fácil lograr esa felicidad en el mundo moderno, pero lo he conseguido.

Cyrulnik demuestra que, mientras existan los mecanismos de defensa y existan manos dispuestas a ayudar a otros ninguna lesión es irreversible. El transcurso de la vida nunca carece de problemas y dificultades, pero la elaboración de los conflictos y el trabajo de resiliencia nos permiten retomar el camino, pese a todo. A veces, basta una minúscula señal, una palabra, una sonrisa, un gesto, para transformar a un patito feo en cisne.

Así como Cyrulnik, Andersen fue también un patito feo y terminó como un espléndido cisne literario. En el momento de su muerte, era reconocido internacionalmente y el gobierno danés lo consideraba tesoro nacional.

En aquel momento se sintió muy avergonzado y puso la cabeza tras sus alas. Él mismo no sabía qué hacer: era demasiado feliz, pero para nada orgulloso, pues un buen corazón nunca se envanece; pensó en cómo había sido perseguido e insultado, y ahora oía a todos diciendo que él era el pájaro más hermoso entre todas las aves. Las lilas inclinaron sus ramas ante él y el sol brilló muy cálidamente. Entonces su plumaje se hinchó, estiró su delgado cuello y desde su corazón lloró con gozo: ¡no soñaba tanta felicidad cuando era el patito feo!

Poco antes de su muerte, Andersen había hablado con un compositor acerca de la música que deseaba que se interpretase en su funeral, diciéndole:

La mayoría de las personas que caminarán detrás de mí serán niños, así que haga el ritmo con pasos pequeños.

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