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Tres transformaciones

Freud decía que Nietzsche había logrado un conocimiento de sí mismo más profundo que cualquier hombre que jamás hubiese vivido y que, probablemente, jamás habría de vivir. Sorprendente declaración viniendo del padre del psicoanálisis.

En el primer libro de Así habló Zaratustra, Nietzsche cuenta el relato de tres transformaciones:

Cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león, y cómo finalmente el león se convierte en niño.

El camello carga con el peso de los valores establecidos, con los fardos de la educación, de la moral y de la cultura en que está inmerso. Carga con ellos hasta el desierto y, allí, se transforma en león. El león rompe las estatuas, pisotea los fardos, critica todos los valores tradicionales. Por último, el león, se convierte en niño, en inocencia. Se abre a un nuevo comienzo para crear nuevos valores y nuevos criterios de evaluación. El filósofo francés Gilles Deleuze, en su libro Nietzsche escribe:

Estas tres metamorfosis significan, entre otras cosas, momentos de su obra, y también fases de su vida y de su salud. Sin duda todos estos cortes son relativos: el león está presente en el camello, el niño está en el león; y en el niño hay la salida trágica.

Friedrich Wilhelm Nietzsche nació en 1844, en la casa parroquial de Röcken, en una región de Turingia anexada a Prusia. Tanto su madre como su padre provenían de una larga línea de pastores luteranos. Su padre murió cuando Nietzsche tenía cuatro o cinco años. Sin embargo, su influencia fue decisiva. Ralph Eichberg, del Centro de Documentación de Nietzsche en Naumburg, relata que, durante el sermón de su bautizo, su padre preguntó:

¿Qué creen que será de este niño pequeño: el bien o el mal?

Luego, describió todas las cosas que podrían pasar en la vida de un niño, los pecados y las tentaciones con que podría encontrarse, al hacerlo, su padre, describió la radical dicotomía cultural existente. Toda su vida Nietzsche, intentó difuminar esta oposición radical, relacionando el bien con el mal para que fueran dependientes. Mucho más tarde escribió un libro que tituló Más allá del bien y del mal.

Friedrich fue criado por su madre y dos tías, de niño era profundamente religioso, estudió teología y filología. Sin embargo, pronto abandonó la teología, y durante el resto de su vida fue un enérgico crítico del cristianismo y toda religión organizada. Con su especialización en filología y su genialidad, recibió el doctorado a los veinticuatro años, sorprendente para la época, y fue nombrado profesor en la Universidad de Basilea, en Suiza.

El relato de Nietzsche de las tres metamorfosis, es una saga de su propia transformación espiritual. Las fases de la metamorfosis que describe están representadas simbólicamente por un camello, un león y un niño.

Primera etapa: el camello: Para Nietzsche, el camello es un animal del desierto. Los camellos cargan con fardos, y caminan hasta lo más profundo del desierto en soledad. Los camellos tienen dos defectos, su No es un falso no, es un no con resentimiento. Y su Sí, es un falso sí. Cree que decir sí, significa asumir, aceptar, cargar. El camello carga con el peso de los valores establecidos por su cultura y sociedad.

Hay muchas cosas pesadas para el espíritu, para el espíritu fuerte, de carga, en el que habita la veneración: su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas. ¿Qué es pesado?, así pregunta el espíritu de carga, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que lo carguen bien. ¿Qué es lo más pesado, héroes?, así pregunta el espíritu de carga, para que yo cargue con ello y mi fortaleza se regocije. ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría?

Los camellos bajan la cabeza sin quejarse. Hacen lo que se les pide, sin dudarlo. Asumen la carga de sus amos. Los camellos son dóciles, sumisos, obedientes. Su vida tiene que ver con el sacrificio. Expresan su poder a través de su resistencia, su capacidad de soportar la sed durante largo tiempo; aceptan las cargas y las penurias suyas y de otros. Asumen una tarea y persisten en ella hasta verla completada. El camello se realiza al decir: Yo puedo.

Esta potente alegoría describe el papel que juega la presión de las obligaciones sociales y las demandas de los demás. Las normas sociales imponen lo que es bueno y lo que es malo, lo que deberíamos considerar valioso y lo que es un vicio. Además, se espera que satisfagamos las aspiraciones que otras personas tienen sobre nosotros. El camello piensa Estoy obligado a hacerlo.

Pasamos la primera parte de nuestra vida aprendiendo a dominar el mundo, aprendiendo a lidiar con nuestros impulsos y necesidades. Desde temprana edad debemos ir a la escuela, aprobar los cursos, aprender un oficio, desarrollar una habilidad o destreza y aprender a ganarnos la vida. Debemos también aprender a llevarnos bien con los demás. Todo esto es fundamental para estar en el mundo, para sobrevivir. Para ser funcionales. Es la etapa de formación básica, de la especialización.

Ansiosos por demostrar que somos fuertes y capaces, buscamos los desafíos más pesados y nos obligamos a nosotros mismos. Nos arrodillamos como el camello, que quiere estar bien cargado. Nietzsche describe el espíritu del camello como un coleccionista de cargas, conquistas y cicatrices.

Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu de carga: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto.

Sin embargo, esta autoexigencia arriesga a envenenarnos de amargura, desesperación y ganas de venganza. Nietzsche, había experimentado en carne propia esta etapa. Cuando el camello cargado va solo por su desierto tiene la oportunidad de reflexionar y comprender el significado de su carga. En soledad, comienza a cuestionar los valores y las reglas que dan forma a la comunidad a la que pertenece, dimensiona el peso de los fardos que ha cargado y mira las heridas que le han provocado. Ahora el camello aspira a ser libre.

Segunda etapa: el león: Es en el solitario desierto donde ocurre la segunda transformación, el espíritu se convierte en león. El león es el depredador de los viejos valores. Nietzsche utiliza el símbolo del león porque es una bestia de presa, es la bestia más poderosa, capaz de vencer a las demás. El león, es un poder altivo, de dominio y conquista, de libertad. Defiende lo suyo, fija límites. Afirma su dignidad. El león cuando se siente amenazado ataca y destruye. El león impone su voluntad. Su voz dice Yo quiero.

Quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria. ¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? «Tú debes» se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice «yo quiero». «Tú debes» le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente «¡Tú debes!».

El camello se convierte en león cuando en la soledad del desierto se da cuenta que los fardos que carga no tienen valor y asume que todo está permitido. En ese momento, impone su propia voluntad al mundo. Pero, en el desierto, el león se encuentra con un dragón. El dragón es la imagen que Nietzsche utiliza para representar el poder de la cultura y las normas sociales.

El león podría ceder al brillo de los valores, virtudes y oportunidades que le ofrecen sus semejantes, y olvidarse del peligroso viaje de descubrimiento. Podríamos conformarnos con lo que proponen las tradiciones, las normas y las instituciones existentes. Dejar que nuestros padres, relaciones y sociedad decidan por nosotros. Esto es lo que argumenta el dragón. Brillantes escamas.

Esta es una etapa de conflictos duros. Por un lado, queremos seguir nuestros deseos y aspiraciones, rechazar lo establecido, fijar límites, afirmar nuestra propia identidad, vivir con nuevos valores. Pero, por otro lado, tenemos que lidiar con las restricciones que la sociedad impone. El conflicto entre el león y el dragón dorado, es un combate a muerte.

El león contempla los valores del mundo y dice: Ya no quiero esto. Nietzsche decía que para hacer filosofía había que romper con lo evidente y alcanzar otras perspectivas. Darío Sztajnszrajber, en Filosofía a martillazos, explica que, para Nietzsche, la cultura occidental está viciada desde su origen, pues es racional y dogmática, y está empeñada en instaurar la racionalidad a toda costa. En consecuencia, la tarea del filósofo es liberar al hombre de los valores decadentes, devolviéndole el derecho a la vida, a la existencia, es necesario filosofar a martillazos, como un león. Sin embargo, para avanzar el león debe transformase nuevamente, pero esta vez convertirse en niño.

Tercera etapa: el niño: Para Nietzsche, el niño es el símbolo de la inocencia y de un nuevo comienzo. Es a ausencia de culpa, el juego, el perdón, la creatividad, el disfrute. Un espíritu infantil es vital para la felicidad, la salud y el bienestar.

Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido; un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.

El león se convierte en niño cuando el individuo que dice quiero deja de afirmar su oposición a la ley del tú debes, y cambia su actitud por el deseo de crear: el espíritu ahora crea su propio mundo, nuevos valores. La vida deja se ser una lucha reactiva para derrotar enemigos y derribar obstáculos. La vida se convierte en una celebración, un acto sostenido de afirmación pura, de un santo decir sí. El espíritu infantil conoce la alegría de vivir y la inocencia de la creatividad. Una alegre aceptación.

El comportamiento de los niños suele ser espontáneo. Actúan sin dudas. Olvidan, perdonan y se perdonan. Cada vez que se olvidan, inmediatamente pueden tener un nuevo comienzo. Cada vez que perdonan, lo hacen sin rencores. Esta es la representación que toma Nietzsche, acepta tus pensamientos y sentimientos, mantente activo, es el poder de la curiosidad y de la inocencia, de la respuesta liviana frente a las dificultades de la vida. Es el poder del que construye castillos en la arena y, cuando las olas del mar los derrumba, vuelve a construirlos. Es el poder que se ejerce desde el juego y el baile. Ya no existe la individualidad y el experto. El niño expresa el poder de la creación perpetua, la infinita curiosidad, es la afirmación plena de la vida. Su voz es la de un gran, auténtico y santo ¡Sí!.

Nietzsche creía que el espíritu verdaderamente libre se parecerá a los niños que juegan, que descubren el mundo por primera vez, sin la carga del pasado. El niño es curioso y lleno de asombro. El niño no se deja agobiar por reglas y valores impuestos, el niño descubre por sí mismo el sentido de las cosas.

André van der Braak ha realizado un profundo estudio académico de filosofías comparadas, en Nietzsche and Zen, argumenta que la filosofía de Nietzsche y la filosofía zen pueden considerarse filosofías de autosuperación continua, en las que incluso la noción de yo ha sido superada. Ambas son filosofías de la risa y el juego. Filosofías que impulsan la mente de principiante. Como dijo el monje zen Shunryu Suzuki en su libro Zen Mind, Beginner’s Mind

En la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero en la del experto hay pocas.

Así como en el niño de Nietzsche, la mente del principiante está vacía, libre de los hábitos del experto, dispuesta a aceptar, a dudar y abierta a todas las posibilidades. Es la clase de mente que puede ver las cosas tal como son, que paso a paso y en un instante es capaz de darse cuenta de la naturaleza original del todo.

Después de escribir Así habló Zaratustra, Nietzsche se alejó aún más de sus amigos y familiares. El peso de los valores victorianos empeoró cada vez más su deteriorada salud mental. Había hablado de la locura como una solución cómica, como una última bufonada. Deleuze escribe:

Llega el gran año 1888: El crepúsculo de los ídolos, El caso Wagner, El Anticristo, Ecce Homo. Todo sucede como si las facultades creadoras de Nietzsche se exacerbaran, tomaran un último impulso que precede al hundimiento. Cambia incluso el tono en estas obras de una gran maestría: una nueva violencia, un nuevo humor, algo así como lo que hay de cómico en lo Sobrehumano.

El 3 de enero de 1889, a los 44 años, mientras caminaba por una calle de Turín, fue testigo de una escena que le hace detenerse: un cochero está maltratando a su caballo que, exhausto, no quiere seguir caminando. Nietzsche interviene. Rodea el cuello del caballo con sus brazos y rompe a llorar. Sus últimas palabras son:

Mamá, soy tonto.

Luego viene el derrumbe. Nietzsche nunca se recuperó. Después de dos derrames cerebrales y contraer neumonía, al cambiar el siglo en el verano de 1900, muere a los 55 años.

Las transformaciones alegóricas de Nietzsche son una guía para ayudarnos a superar el sufrimiento que necesariamente vienen con la búsqueda de la libertad y el autodominio creativo. Un enfoque inocente, liviano y afirmativo de la vida es vital para el florecimiento espiritual y la existencia creativa. Recuperar una mente de principiante. Fiel a su estilo, en El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, escribió:

Quiero, de una vez por todas, no saber muchas cosas. La sabiduría traza límites también al conocimiento.

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