adaptación

Ligero de equipaje

El historiador de la filosofía Pierre Hadot, en su libro ¿Qué es la filosofía antigua? concluye que la filosofía estaba concebida para ayudar a las personas a superar el sufrimiento emocional y a desarrollar la fuerza de su carácter. Eran maestros que se esforzaban por encontrar formas de pensar mejor, para vivir mejor.

Tanto las tradiciones orientales como las occidentales han reconocido que la práctica de soltar apegos es la clave para vivir plenamente. Por ejemplo, los sadhus, ascetas de la India, los sufíes islámicos, los monjes budistas y algunos filósofos griegos como Diógenes de Sinope, compartían este enfoque, lo practicaban y lo enseñaban. Tenían la convicción que, para alcanzar la felicidad, era imprescindible soltar nuestra compulsión a apegarnos, no solo a posesiones materiales, sino que, también a los pensamientos y a las emociones. Ajahn Chah, uno de los monjes tailandeses más influyentes y conocidos durante el siglo XX, siguió esta tradición de austeridad viviendo en el bosque y mendigando su alimento. Su mensaje era simple: ser consciente, no apegarse a nada, dejar todo y rendirse a la manera natural de cómo son las cosas. Señalaba:

Si sueltas un poco, obtendrás un poco de paz. Si sueltas mucho, tendrás mucha paz. Si sueltas completamente, alcanzarás la paz completa.

Fue el Buda, quien percibió que la principal causa del sufrimiento humano consiste en aferrarnos a nuestros apegos sobre lo que nos procura felicidad. Para los budistas en cuanto deseamos algo compulsivamente, ponemos todos nuestros anhelos de felicidad en eso y nos exponemos a la desilusión y al sufrimiento, cuando no lo conseguimos. Anthony de Mello, fue un sacerdote jesuita y psicoterapeuta, de origen indio, conocido mundialmente por sus conferencias y libros en que combinaba enseñanzas de tradiciones místicas de Oriente y Occidente. En su libro Autoliberación interior, cuenta sobre un proverbio oriental que dice:

Cuando el arquero dispara gratuitamente, tiene con él toda su habilidad. Cuando dispara esperando ganar una hebilla de bronce, ya está algo nervioso. Cuando dispara para ganar una medalla de oro, se vuelve loco pensando en el premio y pierde la mitad de su habilidad, pues ya no ve un blanco, sino dos.

La habilidad del arquero no ha cambiado, pero al imaginar el premio, su mente se divide. El deseo de ganar el premio, lo distrae y le quita la alegría de simplemente disparar. Su habilidad y disfrute por expresarse como arquero se distorsiona con el deseo por obtener el premio. El apego al logro, al reconocimiento, al futuro imaginado, le roba la visión, la armonía y el gozo.

Soltar asume muchas formas: soltar creencias o puntos de vista inalterables, soltar el hecho de tener razón, soltar el ego, soltar el pasado o las expectativas de futuro, soltar el apego a las posesiones y las relaciones, soltar los juicios y las quejas, soltar las emociones negativas, soltar las suposiciones sobre el modo en que deberían o no deberían ser las cosas, etcétera. Esta enseñanza afirma de manera reiterada que el aferramiento limita nuestra percepción, nubla nuestro pensamiento y es causa de buena parte de nuestro dolor y ansiedad. Soltar, en cambio, nos alivia de todo lo anterior. La mente se relaja y sentimos mayor tranquilidad. Antonio Machado lo afirmaba magistralmente en su poema El tren:

Yo, para todo viaje —siempre sobre la madera de mi vagón de tercera—, voy ligero de equipaje.

Entonces, si soltar es tan valioso y potente, ¿por qué no lo realizamos con mayor frecuencia?, la respuesta, como sabemos por experiencia propia, es porque no es tan fácil. Tras una tragedia, ruptura o pérdida, nuestros amigos y seres queridos con la mejor de las intenciones pueden percibir nuestra angustia y aconsejarnos: solo tienes que dejarlo ir, suelta y sigue adelante… un consejo adecuado, pero no demasiado útil, ya que en esas condiciones soltar es muy difícil.

El primo occidental del budismo, es el estoicismo. Parte de lo que hace que el estoicismo sea una filosofía de vida tan interesante de estudiar, es que tres de sus practicantes más conocidos tenían posiciones sociales muy diferentes. Marco Aurelio, era un emperador romano. Séneca, era un rico y famoso político y escritor. Y Epicteto, era un esclavo.

Epicteto nació alrededor del año 55 d.C. en Hierápolis, en lo que ahora es Turquía. Epicteto no era su verdadero nombre, la palabra significa adquirido, para destacar el hecho de que era un esclavo. Su amo Epafrodito, era un liberto rico, es decir, fue un antiguo esclavo, que trabajaba como secretario de Nerón. Epicteto estaba lisiado, ya fuera de nacimiento o a causa de una herida provocada por uno de sus amos anteriores. Epafrodito lo trató bien, y le permitió estudiar la filosofía estoica. Tras la muerte de Nerón, fue liberado, lo que era una práctica habitual en Roma con los esclavos especialmente inteligentes y educados. Entonces Epicteto estableció su propia escuela, se hizo famoso como maestro y atrajo a estudiantes de alto rango. Epicteto no se casó, aunque a una edad avanzada empezó a vivir con una mujer que le ayudó a criar al hijo de un amigo, un muchacho que habría muerto si no lo hubiera recogido.

Este fue Epicteto, un esclavo tullido, que se educó, se convirtió en hombre libre, emprendió su propia escuela de filosofía, y ya siendo viejo, ayudó desinteresadamente en la crianza de un niño. Bueno y tal vez lo más importante, fue el filósofo que pronunció algunas de las enseñanzas más poderosas expresadas por cualquier maestro. Epicteto, era muy consciente del carácter efímero de las cosas y la vida. Enseñaba que debemos aceptar que estamos aquí solo de paso y que lo que pensamos que es nuestro no es más que un préstamo:

No digas nunca respecto de una cosa: “La perdí”, sino “La devolví”. ¿Ha muerto tu hijo? Ha sido devuelto. ¿Ha muerto tu mujer? Ha sido devuelta. ¿Han expoliado tus campos? También eso ha sido devuelto. “¡Pero el que me los ha arrebatado es un bellaco!”. ¿Y a ti qué te importa a través de quién te lo reclaman quienes te lo dieron? Durante el tiempo que te son dados, ocúpate de tus bienes como si fueran de otro, como hacen los viajeros en la posada.

Peter Russell en su libro Letting Go of Nothing sostiene que nos equivocamos cuando abordamos el soltar como una acción que tenemos que realizar. Por más que lo intentemos, no podemos simplemente soltar. Para soltar, tenemos que dejar de hacer las acciones que nos mantienen aferrados a nuestros deseos, eso exige un enfoque diferente:

Imaginemos que sostenemos una piedra. Sostenerla exige un esfuerzo que mantiene tensos los músculos de la mano. Para soltarla, relajamos los músculos y dejamos de agarrarla. Dejamos de sujetar y soltamos.

Entonces, para soltar la piedra, primero tenemos que darnos cuenta que estamos aferrados a esa piedra. Russell explica que eso ocurre con los apegos. No somos conscientes de las piedras que estamos sujetando, las cargas que arrastramos y las tensiones que nos causan. El aferramiento que tenemos que soltar es de naturaleza mental: nos aferramos a estructuras, formas de pensar, actitudes, creencias, personas, expectativas o juicios, de muchos de los cuales no somos conscientes.

Dedicamos nuestra vida a la producción de resultados a través de nuestras profesiones, organizaciones y deberes. Estamos absortos en una carrera persiguiendo a aquellos que tenemos delante para no quedarnos atrás en la competencia. Cuando ganamos, nuestro valor existencial crece, pero cuando perdemos, es como si nuestro valor se desvaneciera instantáneamente.

Construimos estructuras con el fin de evitar el dolor. Nos armamos una fortaleza material y conceptual para protegernos. El punto es que estas fortalezas también nos aprisionan. Soltar implica trascender nuestros modelos mentales. El camino de salida es tomar conciencia. Dejar de definir la perturbación mental como una experiencia negativa. Para soltar, tenemos que cuestionar nuestras estructuras de pensar, cambiar la forma en que interpretamos lo que nos ocurre, permitir que nuestra mente tome conciencia de sus apegos, los identifique y luego se relaje para poder soltarlos. De Mello, contaba la siguiente historia:

Le preguntaron a un maestro oriental sus discípulos: ¿Qué te ha proporcionado la iluminación? Y contestó: Primero tenía depresión y ahora sigo con la misma depresión, pero la diferencia está en que ahora no me molesta la depresión.

Liberarnos de nuestras heridas implica dejar de jugar con ellas. Cuanto más las toquemos, más las irritamos. Como siempre estamos haciendo algo para evitar sentirlas, no les damos la oportunidad de que se sanen de manera natural. La idea es permitir que nuestros apegos afloren a la superficie y entonces soltarlos y dejar que se vayan. Russell propone los siguientes pasos:

  • Dejar entrar: Significa permitir que la experiencia acceda más plenamente a la conciencia, sintiendo curiosidad por lo que ocurre. Es como una molestia o tensión corporal. Tal vez seamos conscientes de la incomodidad en alguna zona del cuerpo. Si no es así, podemos hacer un chequeo y averiguar si hay algo que no percibimos. Entonces es posible que se nos revele alguna sensación que, probablemente, se encontraba en el límite de nuestra conciencia. En lugar de ignorar el dolor, resistirnos a él o intentar que desaparezca, le prestamos la atención que demanda. A medida que exploramos con mayor profundidad esas sensaciones de incomodidad, podemos descubrir que lo que etiquetábamos como dolor, molestia o inquietud se convierten en algo más específico.
  • Dejar ser: Consiste en aceptar las sensaciones. No intentar cambiarlas, ni obsesionarnos para que desaparezcan. Aceptarlas tal como son, con una atención curiosa. No somos conscientes de la mayor parte de la información asociada a una experiencia, de manera que no sabemos con exactitud lo que hay que liberar ni cómo hacerlo. Si observamos atentamente la tensión y la experimentamos tal como la sentimos sin tratar de rechazarla, abrimos la posibilidad de comprenderla mejor. El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. El dolor es la sensación física. El sufrimiento, en cambio, proviene de nuestra interpretación de la sensación, nuestra aversión al dolor, nuestros deseos. Es una capa adicional de malestar, consecuencia de no aceptar lo que es, de aferrarnos a nuestra idea de cómo deberían ser las cosas. Resistirse no ayuda, solo contribuye a incrementar la intensidad del malestar. Es posible que nos demos cuenta que el malestar y el dolor tiene otras causas que nada tienen que ver con lo que pensábamos originalmente.

En su cumpleaños número 30, Steve Jobs envió el siguiente refrán hindú a sus amigos:

Durante los primeros 30 años de tu vida, creas tus hábitos, durante los últimos 30 años de tu vida, tus hábitos te crean a ti.

Después de décadas de programación mental, nuestros patrones de pensamiento toman el control y operamos en automático, rara vez notamos los hábitos que nos constituyen. James Clear en su libro Atomic Habits, sostiene que lo que hacemos repetidamente forma en última instancia la persona que somos. Según Clear, toda conducta está dirigida por el deseo de resolver un problema. Así formamos nuestros hábitos, conductas y apegos, pero también podemos disolverlos y cambiarlos, para lo cual propone:

  1. Hacerlo obvio: El primer paso es identificar, reconocer y comprender profundamente nuestros hábitos y apegos, para luego poder soltarlos.
  2. Hacerlo atractivo: Los apegos nos hacen depender de algo o alguien externo para nuestra felicidad. Soltarlos permite ser alguien en quien los sentimientos no están adheridos ni bloqueados.
  3. Hacerlo sencillo: Dominar un hábito, implica repetición, no perfección. Soltar un poco, luego mucho, para poder soltar completamente.
  4. Hacerlo satisfactorio: El retorno a la simplicidad y la sencillez tiene la virtud de calmar nuestro dolor y ansiedad y puede ayudarnos a reconocer oportunamente nuestra tendencia natural a apegarnos.

Ramon Bayés, profesor emérito de la Universidad de Barcelona, con sus lúcidos 92 años, en su libro Un largo viaje por la vida, escribe que la vida es cambio. Por lo tanto, debemos evitar un apego excesivo a nuestras creencias, no somos nuestras opiniones. Bayés, sostiene que la persona no es el cerebro, no es el cuerpo, no es la familia, no es el grupo con el que comparte ilusiones y vínculos, gustos o valores, no es el contexto físico, cultural, social y emocional en que nace y transcurre su vida. Bayés afirma la persona es el viaje:

Un viaje siempre único, irrepetible, interactivo, continuamente cambiante, una biografía en constante evolución desde el nacimiento hasta la muerte, a menudo a través de niebla, espejismos, ansiedad o dudas, de destellos de conocimiento, felicidad, libertad, justicia o amor, en búsqueda del mapa de nuestras particulares minas del rey Salomón.

A lo cual nuestro maestro Epicteto, replica:

En definitiva, ¿cuál es la meta de la virtud si no es una vida que fluye con placidez?

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