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La emoción decide y la razón justifica

La mente y el cuerpo, están integrados en una unidad indisoluble y las emociones son el regulador. La cultura y el intelecto nacen esencialmente del lenguaje, pero el lenguaje no habría existido nunca sin emociones.

Si alguien te grita que hagas algo, pese a que sea completamente racional, tu primera reacción será de no querer hacerlo. Sin embargo, si intentas persuadirlo afectuosamente y negociar, muy probablemente esa persona sí te escuche.

Antonio Damasio en su libro, El extraño orden de las cosas: señala:

“Si no hubiéramos sentido dolor y placer, nunca habríamos inventado la medicina, sistemas morales, gobiernos y herramientas […] en el siglo XX, nos hemos preocupado mucho por los números, la ciencia y la tecnología y la gente ha tendido a abandonar los sentimientos y la conciencia de ser […] Estoy totalmente en contra de la idea de que la inteligencia artificial puede recrear una mente humana.”

Nuestro sistema nervioso se fue desarrollando paulatinamente, como una cadena, cada nuevo nivel evolutivo de nuestro sistema nervioso incorporó funciones nuevas que, de algún modo, actuaban y modulaban las anteriores. Nuestros antecesores más lejanos sentían emociones como miedo, ira o alegría, ya que nuestra raíz evolutiva es, básicamente emocional.

En el libro Emoción y Sentimientos, Daniel López Rosetti, lo resume magistralmente:

“podemos afirmar que tenemos una prehistoria emocional y una novedad racional. Hemos “sentido” mucho tiempo antes que apareciera nuestro primer pensamiento.”

Sobre esta base biológica emocional arcaica, la aparición de la razón ha permitido el explosivo desarrollo humano. La ciencia y la técnica han logrado en corto tiempo avances impensados. Visto así, resulta comprensible la soberbia de nuestra especia frente a los logros de su capacidad de razonamiento, su lógica, su ciencia y su técnica. Vivimos en una sociedad donde se sobrevaloran la razón y los resultados. Sin embargo, estos resultados y complejos procesos cognitivos, no serían posibles sin valentía, tenacidad, convicción, y el adecuado control del miedo.

En los seres vivos las emociones cumplen tres funciones: una función adaptativa, una social y una motivacional. La función adaptativa hace que nos acerquemos o alejemos de una circunstancia. La función social, nos permiten comportarnos en sintonía con nuestros pares del entorno y promover relaciones interpersonales y la función motivacional, nos da la energía necesaria para la acción, dirige y orienta nuestro comportamiento hacia un objetivo. Estas tres funciones emocionales, se expresan en tres reacciones: reacción física, reacción expresiva o conductual y sentimientos.

Imaginemos la siguiente situación: usted está conduciendo solo por una carretera con poca visibilidad, recibe una llamada y toma el teléfono para responder, de pronto un niño sale corriendo delante de usted. Rápidamente suelta el teléfono y frena violentamente. Instantes después, es posible que experimente una serie de reacciones emocionales incontroladas. Finalmente, una vez que se ha recuperado del sobresalto, su centro mental se dará cuenta de lo ocurrido pensando acerca de ello, e imaginando lo que podría haber sucedido.

En este relato, observamos que el evento de riesgo nos generó una emoción de miedo, surge así de inmediato una respuesta orgánica como el aumento de la frecuencia cardiaca, frecuencia respiratoria y aumento de presión arterial, que habilitan que nuestro cuerpo reaccione físicamente. Luego viene una manifestación expresiva, nuestro rostro cambia y toma la expresión propia y característica del miedo. La cara de miedo es siempre la misma y reconocible independiente de la cultura. El lenguaje de comunicación más primitivo, las caras. Y, por último, “sentimos miedo”; la vivencia emocional subjetiva y personal del miedo. Cuando se toma conciencia de una emoción, se le asigna un significado o relato se la denomina sentimiento.

Las emociones y los sentimientos, entonces son dos formas de procesamiento de la información distintas, y con diferentes velocidades. Las emociones son reacciones orgánicas, rápidas e intensas, mientras que los sentimientos son interpretaciones mentales, duraderas y menos intensas. Nuestro pensamiento, enfrentado a estas reacciones, busca intencionalmente presentar a nuestro mundo social una explicación entendible, defendible y justificable desde la razón “la emoción decide y la razón justifica”, somos seres emocionales que razonan.

Para Damasio:

“La ciencia y la razón no salvarán el mundo: lo que necesitamos es la negociación combinada con sentimientos. A través de la negociación podemos llegar a un consenso para garantizar la supervivencia de la humanidad; si no, podemos entrar en una espiral de destrucción absoluta.”

Un adecuado equilibrio entre la razón y la emoción es la única alternativa para alcanzar el bienestar personal, social y planetario, y la educación emocional sigue siendo una asignatura pendiente.

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