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¿Miedo a morir?

Thomas Friedman denomina nuestra era como ‘Policeno’, para describir la interconexión e interdependencia de múltiples crisis superpuestas que interactúan y se potencian entre sí. El historiador Adam Tooze en su artículo Welcome to the World of the Polycrisis (2022) profundizó en esta idea, argumentando que la convergencia de pandemias y colapsos financieros hasta conflictos bélicos y el cambio climático, excede la mera suma de sus partes. Esta condición sistémica, según Tooze, define nuestra modernidad y crea un entorno de incertidumbre extrema. En este contexto, el miedo y la ansiedad se han vuelto el estado dominante. El sociólogo Zygmunt Bauman describió este fenómeno como ‘miedo líquido’El miedo contemporáneo es difuso ya que no proviene de una amenaza concreta e identificable, sino de una sensación constante de vulnerabilidad ante riesgos abstractos, globales y difíciles de prever.

En su obra Síntomas en busca de objeto y nombre (2017), Bauman escribió que este miedo nace de la percepción de la fragilidad de los vínculos sociales y la desconfianza hacia las instituciones. En la ‘modernidad líquida’, nada parece sólido: el empleo, las relaciones afectivas, la seguridad política y los lazos humanos se vuelven volátiles y transitorios. Las crisis múltiples y superpuestas del Policeno no hacen más que reforzar este ambiente de desamparo y precariedad. La sensación abrumadora de que ‘todo impacta al mismo tiempo’, lejos de ser una mera percepción individual subjetiva, es la condición estructural de nuestro momento histórico. La intersección entre la policrisis objetiva y el miedo líquido subjetivo constituye el marco esencial para diagnosticar los malestares profundos de la sociedad actual.

¿Cómo podemos navegar en este futuro cada vez más incierto? El filósofo Massimo Pigliucci afirma que en todas las culturas que conocemos, ya sean seculares o religiosas, la cuestión de cómo vivir es un tema capital. En su ensayo Cómo ser un estoico (2018), Pigliucci pregunta ¿Cómo deberíamos afrontar los retos y las vicisitudes de la vida? Y la cuestión última: ¿cuál es la mejor preparación para la prueba final de nuestro carácter, el momento de nuestra muerte? En última instancia, cualquier reflexión profunda sobre la vida nos conduce a considerar nuestra mortalidad. La muerte es la gran prueba final del carácter: la forma en que la enfrentamos dice mucho de quiénes somos. Fred Kofman en The Meaning Revolution (2018), escribió que ‘morir antes de morir’ es el esfuerzo más importante que debemos hacer si queremos vivir plenamente.

El miedo a la muerte es quizás el miedo más básico y universal. En épocas de policrisis, este miedo puede intensificarse al sentir la muerte más próxima o impredecible por enfermedad, violencia o catástrofes. Donald Robertson, en How to Think Like Socrates (2024), profundiza en el caso de Anaxágoras y Sócrates. Ambos condenados a muerte enfrentaron la incerteza suprema. Sus reacciones, aunque diferentes, ofrecen lecciones valiosas sobre cómo vencer el miedo y preservar la integridad incluso bajo las circunstancias más extremas. La Atenas del siglo V a.C. enfrentó profundas crisis políticas, guerras, revoluciones y pestes; y vivían en medio de un relativismo de ideas innovadoras introducidas por los sofistas.

Anaxágoras. Aceptación de lo natural. Anaxágoras fue un filósofo de Jonia, en la costa egea de la actual Turquía. Probablemente nació alrededor del 500 a. C. Llegó a Atenas con 20 años y fue el primer representante en Atenas de la llamada escuela jónica, famosa por introducir explicaciones naturalistas sobre el cosmos. En cierta ocasión le preguntaron para qué creía haber nacido, a lo que respondió: ‘Para estudiar el sol, la luna y los cielos’. Consideraba que la búsqueda de tal conocimiento era el objetivo de la vida en general. Alguien le reprochó: ‘¿No te importa tu patria?’. Señaló el cielo y las estrellas y dijo: ‘Me importa mucho mi patria’. Anaxágoras dijo: ‘Todas las cosas estaban juntas; entonces vino el Nous y las ordenó’. Postulaba que inicialmente todas las cosas estaban mezcladas, había un estado de caos primordial, hasta que, un intelecto cósmico, las separó en objetos distintos, formando el universo tal como lo conocemos hoy. No equiparaba este ‘Nous’ o Mente cósmica con dioses, sino más bien con una fuerza impersonal, o sustancia sutil, aparentemente de naturaleza material.

Anaxágoras, dedujo que en la luna había colinas y barrancos, que era un gran terrón de tierra, más cercana a nosotros que el sol, del cual tomaba prestada su luz, y entendió cómo funcionan los eclipses solares y lunares. Se hizo conocido por enseñar que el sol no era un dios, sino un enorme trozo de hierro incandescente. Este enfoque naturalista le ganó admiración intelectual, pero también suspicacias en Atenas, una sociedad muy devota de sus dioses. Anaxágoras se convirtió en maestro y amigo del estadista Pericles. Sin embargo, en pleno apogeo de Pericles, Anaxágoras fue acusado de impiedad, supuestamente por sus afirmaciones ‘heréticas’ sobre el sol y la luna. Aunque, detrás de la acusación había probablemente motivaciones políticas para atacar a Pericles.

Anaxágoras fue procesado y condenado a muerte en Atenas. Al parecer, Pericles logró persuadir a los jueces de conmutar la pena por una multa y exilio. Anaxágoras, al ver peligrar su vida, decidió huir de la ciudad y se refugió en una colonia griega en Asia Menor, donde vivió el resto de sus días como exiliado. Se cuenta que cuando le informaron que había sido sentenciado a muerte declaró: ‘hace mucho tiempo que la naturaleza condenó a muerte tanto a mis acusadores como a mí’. Luego le informaron que sus hijos también habían fallecido, a lo cual dijo: sabía que los había engendrado mortales’. Anaxágoras enfocó la muerte desde la perspectiva de la naturaleza: todos, tarde o temprano, estamos ‘condenados’ por el hecho mismo de nacer. Asumirlo reduce el impacto emocional ante la muerte. Anaxágoras sufrió el exilio y la condena, sin embargo, continuó enseñando y siendo respetado. Su gran amigo Pericles murió finalmente de peste en Atenas. Anaxágoras falleció al año siguiente, alrededor del 428 a. C. Según algunas versiones murió de viejo, aunque otras tradiciones tardías, por suicidio. Diógenes Laercio, siete siglos después, escribió: ‘El sol es una masa fundida, dijo Anaxágoras; este es su crimen, su vida debe pagar el precio. Pericles de ese destino rescató a su amigo demasiado tarde; con el espíritu destrozado, muere por su propia mano’. La obsesión de Anaxágoras por explicar los acontecimientos de manera única en términos de sus causas físicas lo dejó a tientas en la oscuridad a la hora de tratar de comprender el comportamiento humano. La historiadora Karen Armstrong, en The Case for God (2009), subraya que la ciencia puede explicar, pero no disipa por sí sola el miedo o la desolación. Escribe:

La racionalidad científica puede explicarnos por qué padecemos cáncer e incluso curarnos; pero no alivia el terror, la desilusión y el dolor que acompañan al diagnóstico, ni nos ayuda a morir con dignidad.

Sócrates. Virtud sobre el miedo. Sócrates tenía alrededor de veinte años cuando Anaxágoras, de unos cincuenta, fue juzgado. Aunque no hay evidencia de que Sócrates conociera personalmente a Anaxágoras, desde muy joven se obsesionó por la filosofía natural. Las enseñanzas de Anaxágoras estaban disponibles para Sócrates y otros jóvenes atenienses. Sin embargo, con el tiempo se frustró con las explicaciones sobre los fenómenos naturales. ‘El Nous, que para Anaxágoras lo explica todo, en realidad no explica nada’. Sócrates se frustró con los filósofos naturales porque creía que se centraban demasiado en las causas físicas y no se preocupaban lo suficiente por la ética, que plantea las cuestiones más importantes de la vida humana. Anaxágoras tenía muy poco que decir sobre la naturaleza de la sabiduría o sobre la bondad moral y la virtud. Anaxágoras, estaba preocupado por el ‘cómo’ de la vida, mientras que Sócrates quería saber el ‘por qué’¿Con qué objetivo o propósito vivimos? Como consecuencia, ‘abandonó gradualmente el estudio de la filosofía natural en favor de un nuevo enfoque, centrado principalmente en el estudio de la naturaleza humana, la ética y lo que es mejor para el hombre, es decir, las virtudes’. Escribe Robertson:

Sócrates, mantenía una mente abierta respecto a las cuestiones teológicas porque le parecía que las explicaciones naturales eran bastante compatibles con la creencia en los dioses. Decía que incluso si el trueno era el resultado de una causa física, como la fricción de las nubes entre sí, el comportamiento de las nubes podía expresar la voluntad de Zeus.

Sócrates ocupó el lugar de Anaxágoras como el filósofo más destacado de Atenas, pero era un pensador muy diferente, que daba más importancia a formular la pregunta correcta que a especular sobre las respuestas, que no se presentaba como un ‘experto’ y que estaba más interesado en la naturaleza humana que en la naturaleza de los fenómenos celestes. Al igual que Anaxágoras, Sócrates a los 70 años, fue llevado a juicio bajo la acusación de impiedad, es decir, no reconocer a los dioses de la ciudad y de corromper a la juventud con sus enseñanzas cuestionadoras. El jurado lo declaró culpable, y condenado a la pena de muerte por cicuta. Este veredicto puso a Sócrates en la disyuntiva final de su vida: ‘acatar la sentencia injusta pero legal, o intentar salvarse quebrantando sus principios’.

Sócrates tuvo la opción de huir del castigo y salvar su vida. Sus amigos habían tramado un plan de escape, dispuesto sobornos para los guardias, lo instaron a fugarse y exiliarse. Sin embargo, Sócrates se negó rotundamente. En el diálogo Critón (399-395 a. C.), expuso sus razones: ‘escapar habría implicado violar las leyes de Atenas, traicionar sus principios de respeto a la justicia y despreciar todo lo que había enseñado sobre la virtud’. Prefirió ‘asumir su condena y morir’ a vivir renegando de sus valores. En la Apología (399-395 a. C.), de Platón, dejó claro que no temía a la muerte tanto como temía cometer una injusticia o traicionar su misión filosófica. Declaró ante sus jueces que el mal no puede nada contra el hombre de bien’, es decir, que quitarle la vida no le hacía verdadero daño, mientras que quien comete injusticia condenando a un inocente, se hace daño moral a sí mismo. Para Sócrates, el peor mal no era morir, sino actuar mal. Por ello, incluso frente a la perspectiva de la ejecución, no renunció a decir la verdad ni a sus convicciones. Rehusó emplear trucos retóricos para despertar lástima o implorar clemencia. Cuando se le permitió proponer un castigo alternativo a la muerte, Sócrates ironizó que merecía más bien un premio por su servicio a la ciudad y sugirió ser mantenido a expensas del Estado como honor, tal como se honraba a los campeones olímpicos. Esta respuesta, considerada una provocación, selló su condena definitiva: la mayoría de los jueces votó entonces por la muerte.

Según relata Platón, tras la sentencia Sócrates comentó a sus acusadores: ‘¡Oh vosotros que me habéis condenado! […] Os anuncio que vuestro castigo no tardará […], más cruel que el que me imponéis a mí’. A sus amigos y discípulos, Sócrates les explicó que no debían lamentarse por él, pues creía que el alma del hombre virtuoso no sufre verdadero daño con la muerte. En el diálogo Fedón (385-380 a.C.), Sócrates discute con calma sobre la inmortalidad del alma y la filosofía como preparación para morir. Bebió la cicuta con tranquilidad, incluso con buen ánimo, consolando a los presentes que lloraban. En una reciente entrevista, Robertson señaló:

Cuando nos enfrentamos a nuestra propia mortalidad, a menudo resulta obvio, al pensarlo en perspectiva, que muchas de las cosas que imaginábamos importantes solo tenían un valor potencial. Lo que importa es cómo las utilizamos antes de que se nos acabe el tiempo.

Anaxágoras y Sócrates representan dos maneras distintas de enfrentar la adversidad extrema. De Sócrates aprendemos que incluso en la peor adversidad es posible responder con valentía moral, mantener la dignidad y dar un sentido trascendente a nuestro sufrimiento si permanecemos fieles a nuestros valores. De Anaxágoras podemos entender los límites de nuestro control y aceptar la ley natural. La mejor preparación para la prueba final de nuestro carácter es haber vivido ‘una vida examinada’, de modo que la muerte no nos tome espiritualmente desprevenidos.

Séneca aconsejó ‘ordenemos nuestros pensamientos como si hubiéramos llegado al final. No pospongamos nada. Saldemos cuentas con la vida cada día’. En un mundo donde todo parece incierto, esta puede ser nuestra mejor armadura. Como concluye Bauman, la única certeza de hoy es la incertidumbre; no podemos eliminarla, pero sí podemos desactivarla cultivando la sabiduría. En última instancia, navegar el miedo puede ser más llevadero si, aprendemos a conocernos a nosotros mismos, a distinguir lo importante de lo trivial, y a mirar de frente la finitud de la vida no con pánico, sino con comprensión y propósito. De ese modo, cada crisis personal o colectiva se convierte en una oportunidad de demostrar nuestro carácter y, quizás, aproximarnos un poco más a esa buena vida que todas las culturas han anhelado. Marco Aurelio en Meditaciones (170-180), reflexionó:

Puedes dejar esta vida en cualquier momento; tenga esta posibilidad en su mente en todo lo que haga, diga o piense.

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