
El Maestro
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, para muchos, la fe religiosa parecía un peligro inherente, asociado a extremismos. Esto generó el auge del ‘nuevo ateísmo’. El neurocientífico Sam Harris publicó El fin de la fe (2004), un best-seller que criticaba la religión como fuente de irracionalidad. Le siguieron el filósofo Daniel Dennett con Romper el hechizo (2006), el biólogo Richard Dawkins con El espejismo de Dios (2006) y el periodista Christopher Hitchens con Dios no es grande (2007). En 2007, estos autores, apodados los ‘Cuatro Jinetes del Apocalipsis’, grabaron una conversación que se viralizó y dio lugar al libro The Four Horsemen: The Conversation That Sparked an Atheist Revolution (2019). En la introducción, Dawkins elogia la ‘valentía intelectual’ del ateísmo, argumentando que la religión ha sido un obstáculo histórico para la ciencia. Harris, en particular, deplora a científicos religiosos como Francis Collins, director del Proyecto Genoma Humano, quien combina su fe cristiana con su labor científica: ‘Hay personas como Francis Collins, que consideran que el domingo puedes arrodillarte sobre la hierba húmeda y entregarte a Jesús porque tienes una cascada helada, y el lunes puedes ser un genetista’. Para Harris, esta dualidad es inaceptable. El físico teórico Carlo Rovelli, en El nacimiento del pensamiento científico (2018), reconoce que gran parte de la ciencia surgió en contextos religiosos, citando: ‘No hay contradicción alguna entre resolver las ecuaciones de Maxwell y pensar que Dios ha creado el Cielo y la Tierra y que ha de juzgar a los hombres al final de los tiempos’. Sin embargo, Rovelli identifica un conflicto inevitable: el pensamiento religioso se basa en verdades absolutas inmutables, mientras que la ciencia avanza mediante la duda y verdades provisionales. Escribe:
La religión, especialmente el monoteísmo, encuentra una profunda dificultad en aceptar el pensamiento del cambio, el pensamiento crítico.
Estas tensiones se desvanecen ante la figura de Georges Lemaître (1894-1966), sacerdote católico belga y astrofísico, conocido como el padre de la teoría del Big Bang. Su apellido, pronunciado ‘Le Maître’ en francés, evoca ‘El Maestro’, un apodo apropiado para un pionero de la ciencia contemporánea que reconcilió ciencia y fe como ‘dos caminos complementarios hacia una misma verdad’. En una entrevista con The New York Times en 1933, Lemaître declaró:
Me interesaba la verdad desde la perspectiva de la salvación, así como la verdad desde la perspectiva de la certeza científica. Había dos maneras de llegar a la verdad. Decidí seguir ambas. Nada en mi vida laboral, nada de lo que he aprendido en mis estudios de ciencia o religión, me ha hecho cambiar de opinión. No tengo ningún conflicto que resolver.
En un mundo polarizado, Lemaître inspira al demostrar que no hay dicotomía irresoluble. Exploraremos su vida, su tesis de los ‘dos caminos’, sus interacciones con Einstein y el Papa Pío XII, a quienes corrigió con éxito, y su legado invaluable.
Forja de una visión dual. Georges Lemaître nació el 17 de julio de 1894 en Bélgica, en una familia católica. A los nueve años sintió una doble vocación: científica y sacerdotal. Estudió ingeniería civil en la Universidad Católica de Lovaina, pero la Primera Guerra Mundial interrumpió sus planes; tuvo que suspender sus estudios para servir como voluntario en el ejército belga. Fue condecorado con la medalla de la Cruz de Guerra por su valentía. Un compañero recordó que su vocación de fe y de ciencia iban tan en paralelo que se le veía en el frente leyendo con el mismo interés la Biblia como artículos científicos. Tras la guerra, se licenció en matemáticas, física y filosofía tomista y entró al seminario, ordenándose sacerdote en 1923. Durante estos años se convirtió en un experto en la Teoría de la Relatividad. Esto lo llevó a obtener una beca de posgrado en la Universidad de Cambridge para estudiar con el astrónomo Arthur Eddington, quien acababa de confirmar empíricamente esta teoría en 1919. Una nueva beca le permitió a Lemaître, trasladarse en 1924 a Estados Unidos donde trabajó en el Observatorio de Harvard y el MIT.
Desafiando al genio. Einstein había propuesto un modelo estático del universo. Sin embargo, Lemaître, se dio cuenta que las ecuaciones de Einstein también podían describir un universo dinámico, de masa constante y en expansión. En 1927 publicó un modelo cosmológico que predecía la expansión del universo, dando cuenta del corrimiento al rojo observado en nebulosas distantes. Tuvo la oportunidad de presentar sus hallazgos al propio Einstein en el Congreso Solvay de 1927, pero, se encontró con un escepticismo frontal. Einstein, prefería un universo estático. Sospechaba que estas teorías buscaban respaldar el Génesis, así que, desestimó la propuesta del joven sacerdote con la frase: ‘Tus cálculos son correctos, pero tu física es abominable’. En 1929, el astrónomo estadounidense Edwin Hubble publicó un artículo donde demostraba, basado en datos mejores y más abundantes que los disponibles por Lemaître, que, en promedio, las galaxias se alejan a una velocidad proporcional a su distancia del observador. Si bien Hubble no interpretó este resultado en términos de un universo en expansión, su trabajo generó gran atención y pronto convenció a muchos expertos, incluido Einstein, de que el universo no es estático. Tomaron años de discusión y argumentos antes de que esta idea extraordinariamente novedosa y creativa fuera aceptada. Lemaître aceptó con humildad que la relación lineal que él descubrió entre la distancia y velocidad de las galaxias se conociera popularmente como ‘Ley de Hubble’. Nunca entabló disputas por autoría; al contrario, se mantuvo enfocado en la búsqueda desinteresada de más conocimiento. No fue hasta 2018, que la Unión Astronómica Internacional decidió rebautizarla como ‘Ley de Hubble-Lemaître’. En 1931, Lemaître escribió un breve artículo en Nature en el que proponía
Si retrocedemos en el transcurso del tiempo debemos encontrar cada vez menos cuantos, hasta que encontremos toda la energía del universo empaquetada en unos pocos o incluso en un único […] Si el mundo ha comenzado con un solo quantum, las nociones de espacio y tiempo no tendrían ningún significado al principio; […] Podríamos concebir el comienzo del universo en la forma de un átomo único, cuyo peso atómico es la masa total del universo.
En 1933, Lemaître presentó su trabajo sobre la ‘Evolución del Universo en Expansión’ ante la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Einstein luego de oír a Lemaître exponer su teoría, se puso en pie y dijo: ‘Esta es la explicación más bella y satisfactoria de la creación que alguna vez he escuchado’. Lemaître, dejó en claro que la singularidad inicial es una hipótesis física del comienzo natural del cosmos, no la ‘Creación’ metafísica. La intuición de Lemaître, confirmada por las mediciones de Edwin Hubble, sentaron las bases para una nueva visión del origen del universo, la teoría del Big Bang. ‘Einstein estaba equivocado y Lemaître estaba en lo cierto’.
Corrigiendo al papa. Cuando la teoría del big bang empezó a difundirse, el papa Pío XII declaró en un discurso público en 1951: ‘la ciencia de hoy… ha logrado hacerse testigo de aquel primordial Fiat lux, cuando, de la nada, brotó, con la materia, un mar de luz y radiaciones’. Para Lemaître, esta declaración resultaba preocupante. Lemaître sabía que el modelo aún era una hipótesis en desarrollo, que necesitaba de más evidencias, por lo cual presentarla como ‘prueba’ de la creación era imprudente. Lemaître transmitió su parecer al consejero científico del Papa, y poco después se reunió personalmente con Pío XII para expresarle su preocupación. Según el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia, nadie sabe exactamente qué se dijo en aquella audiencia privada, pues no trascendió el contenido de la conversación. Sin embargo, el resultado fue evidente. En un discurso al año siguiente ante astrónomos, Pío XII cambió de enfoque: en lugar de afirmaciones ‘concordistas’ (reconciliación forzada de Biblia y ciencia), se limitó a elogiar los logros de la ciencia moderna y reflexionar, de forma más genérica y prudente, sobre la maravilla de la creación sin pretender deducirla de ninguna teoría en concreto. Este episodio, conocido como el ‘affaire Lemaître-Pío XII’, mostró la valentía y coherencia de Lemaître. No es fácil para un sacerdote corregir al Papa. El astrofísico Eduardo Battaner en Los físicos y Dios (2020) escribe sobre Lemaître:
Cuando hacía cosmología, hacía cosmología; cuando hablaba con Dios, hablaba con Dios. Pero estas dicotomías del pensamiento no son tan sencillas de mantener en el único cerebro que tenemos.
En La realidad no es lo que parece (2014) Rovelli escribe ‘desmentir a Einstein y al Papa, convencerlos de que se equivocan, y tener razón en ambos casos, no es sin duda poca cosa. “El Maestro” merece su nombre’. Lemaître formaba parte de una comunidad de sacerdotes denominada los Amigos de Jesús, que buscaban una espiritualidad más profunda a través del estudio de los místicos, asistiendo regularmente a retiros silenciosos, haciendo votos de pobreza y entregando sus vidas completamente a su fe. Lemaître siempre aparece en fotografías vestido con el atuendo de sacerdote católico. Sin embargo, no usó su posición científica para hacer proselitismo y rara vez mencionó sus ideas religiosas en contextos científicos.
Logros científicos y filosóficos. Los logros científicos de Lemaître por sí solos bastarían para inscribir su nombre en la historia. Como hemos visto, sentó las bases de la teoría estándar del Big Bang. Además, fue el primero en proponer un origen definido del cosmos con su hipótesis del ‘átomo primitivo’. Sin embargo, su genio anticipó conceptos fundamentales de la física moderna como los agujeros negros y reinterpretó la constante cosmológica de Einstein dándole un rol dinámico que hoy asociamos con la energía oscura, demostrando además que un comienzo del tiempo es inevitable en la relatividad general, fundamentos que luego desarrollarían Stephen Hawking y Roger Penrose. James Peebles Nobel de Física 2019 señaló ‘creo que alrededor de 1930 Lemaître comprendía la relatividad general de Einstein mejor que nadie’.
Lemaître mostró en los hechos que la cosmovisión científica moderna y la fe religiosa pueden coexistir fecundamente en una misma persona, sin dividirla ni generar esquizofrenia intelectual. Su vida desmiente el falso dilema de que uno debe escoger entre ser hombre de ciencia o hombre de fe. Por el contrario, Lemaître encarnó una síntesis personal muy original: un ‘científico con sotana’, plenamente competente en ambas esferas y sin complejos en ninguna. Su profunda humildad hizo que nunca buscara imponerse ni desde la autoridad religiosa ni desde la eminencia científica, sino que dejó que la verdad hablara por sí misma. Esta actitud le ganó el respeto tanto de colegas agnósticos como de líderes eclesiales, algo extraordinario en una época (mediados del siglo XX) en que las relaciones entre ciencia y religión atravesaban recelos mutuos. En muchos sentidos, Lemaître fue un precursor del diálogo interdisciplinario sincero.
Dos caminos. Lemaître nunca sistematizó formalmente su pensamiento sobre ciencia y fe, pero sus ideas más elaboradas emergen en dos fuentes: la entrevista con The New York Times (1933) y su conferencia en el 6º Congreso Católico de Malinas (1936). Allí, en su discurso resumió su enfoque: ‘Dos caminos, dos métodos, dos lenguajes, dos discursos’ convergen en la verdad. Para él ‘la búsqueda de la verdad es la actividad humana más elevada’. Sin embargo, criticó a quienes ‘exageradamente’ consideran la ciencia ‘como lo único que importa’, pero también a quienes no le conceden ‘la consideración que merece la actividad científica’, lo que lleva a las personas a ‘alejarse de la Iglesia porque imaginan que desprecia la búsqueda de la verdad natural’. En su conferencia afirmó:
La acción divina omnipresente está esencialmente oculta en todas partes. Está siempre fuera de discusión reducir el Ser supremo al nivel de una hipótesis científica.
Para Lemaître, el propósito de la Biblia es enseñar ‘El camino a la salvación’. Afirmaba ‘Una vez que te das cuenta de que la Biblia no pretende ser un libro de texto de ciencia, la vieja controversia entre religión y ciencia se desvanece’. ‘La revelación divina nunca nos enseñó lo que podríamos haber descubierto por nosotros mismos’. Un concepto clave en el enfoque de Lemaître hacia la ciencia fue su incansable optimismo en la posibilidad humana de resolver los enigmas de la naturaleza. Consideraba que la naturaleza era un ‘enigma’ solucionable. Comparaba los misterios de la naturaleza con los ladrillos cuneiformes de los babilonios o los jeroglíficos de los egipcios, calificándolo como un esfuerzo ‘para descifrar el palimpsesto entrelazado de la naturaleza’.
Conclusión. Lemaître nos lega la pasión por la verdad. Su rigor científico y humildad frente al conocimiento es una guía para superar polarizaciones, hacia una comprensión profunda de la realidad material y espiritual. Hoy, en debates sobre el origen del universo, bioética, IA y gobierno, Lemaître propone una síntesis: límites claros fomentan diálogo respetuoso. ‘La verdad es poliédrica’, y requiere humildad para abordarla desde ángulos diversos. Nuestra creencia es una elección personal. Podemos creer que el Big Bang, la distribución del espacio y el tiempo, el equilibrio entre masa y energía, son hechos accidentales. Es posible que la creación se deba a procesos físicos aleatorios sin causa, propósito o intención de ningún tipo. De hecho, es tan posible, y tan imposible de demostrar, como probar la existencia de un espíritu subyacente al universo que lo anima y sustenta, que une nuestra alma y la de todos y tal vez todo lo que existe o haya existido. Odon Godart y Michał Heller en Cosmology of Lemaître (1985), registraron lo que este sacerdote dijo a un grupo de científicos:
El investigador hace una abstracción de su fe en sus investigaciones. Lo hace no porque su fe pueda envolverlo en dificultades, sino porque directamente no tiene nada en común con su actividad científica. Después de todo, un cristiano no actúa de manera diferente a cualquier no creyente en lo que se refiere a caminar, correr o nadar.
Lemaître fue capaz de trabajar con dos cosmovisiones distintas y aparentemente contradictorias, pero encontró la forma de entretejerlas. La mayoría de nosotros hacemos lo mismo, entrelazando ideas científicas, religiosas, morales y políticas que provienen de fuentes muy diferentes y que poseen credenciales racionales distintas. La excelencia, la curiosidad, el espíritu de libertad y aventura y la amplitud de criterio son las cualidades a las que debemos aspirar para enriquecer nuestro conocimiento. En última instancia, el caso de George Lemaître no resuelve el debate ciencia-fe, pero ejemplifica cómo coexistir sin conflicto intelectual en un mundo polarizado. El filósofo Julian Baggini, en Breve historia de la verdad (2018) escribe:
La defensa de la verdad a menudo toma la forma de batallas para defender verdades particulares que nos dividen. En ocasiones es necesario; pero, como la misma metáfora militar sugiere, alimenta el antagonismo. Mejor y más ambicioso es defender el valor común que atribuimos a la verdad, las virtudes que nos llevan a ella y los principios que nos ayudan a identificarla.