adaptación

Vivir para no lamentar

Memento mori, es una expresión latina que puede traducirse como ‘recuerda que morirás’ o ‘acuérdate de morir’. La tradición describe un ritual que supuestamente formaba parte del triunfo romano. Mientras un general victorioso atravesaba la ciudad, un esclavo le susurraba al oído:

¡Respice post te! ¡Hominem te memento!

¡Mira tras de ti! ¡Recuerda que eres un hombre!

El propósito de este mensaje era ayudar al victorioso general a mantener controlado su ego, para evitar que cometiera alguna estupidez que ofendiera a los dioses. La idea del ‘memento mori’ encaja a la perfección con la narrativa triunfal. Subraya la dualidad de la celebración de un momento de gloria atenuada por el reconocimiento de la mortalidad humana. Séneca escribió:

Ordenemos nuestros pensamientos como si hubiéramos llegado al final. No pospongamos nada. Saldemos cuentas con la vida cada día.

La muerte puede servir como un entrenador, que nos anima a vivir el presente con más conciencia. La contemplación de nuestra mortalidad debería impulsarnos a explorar formas de honrar la vida. Sin embargo, nuestra cultura occidental no nos anima a reflexionar en la muerte mientras aún podemos. Woody Allen, lo expresó magistralmente:

No es que tenga miedo de morir; ¡es solo que no quiero estar allí cuando suceda!

La enfermera australiana Bronnie Ware dedicó muchos años a atender a personas en sus últimas semanas de vida. Observó que, ante la inminencia de la muerte, las personas experimentaban una ‘claridad sorprendente’ para evaluar sus vidas. Plasmó sus hallazgos en el libro The Top Five Regrets of the Dying (2011). Según Ware ‘cada uno experimenta una variedad de emociones, como es de suponer, negación, miedo, enojo, remordimiento, más negación y eventualmente aceptación’, sin embargo, encontró cinco arrepentimientos recurrentes:

  1. ‘Ojalá hubiera tenido la valentía de vivir fiel a mis conceptos y no a lo que otros esperaban de mí’. Este fue el lamento más frecuente. Al repasar sus vidas, muchas personas notaron que habían dejado sus sueños de lado por cumplir expectativas ajenas.
  2. ‘Me hubiese gustado no haber trabajado tan duro’. Lamentaban haber pasado demasiado inmersos en el trabajo a costa de reservar tiempo de calidad con sus hijos y parejas. El afán por el éxito profesional los hizo perder momentos familiares irrepetibles.
  3. ‘Ojalá hubiera tenido el valor de expresar mis sentimientos’. Muchos ‘callaron sus sentimientos’ para mantener la paz con otros, conformándose con una existencia mediocre y no siendo quienes realmente eran. Esta represión emocional provocó amargura, resentimiento e incluso enfermedades psicosomáticas en algunos.
  4. ‘Me hubiese gustado mantener más contacto con mis amigos’. Al final de la vida, la gente comprende el valor de las amistades perdidas. Muchos lamentaron haber dejado que amistades importantes se ‘diluyeran con los años’. En sus últimos días de vida, extrañaron profundamente a sus amigos, pero ya era tarde para recuperarlos.

5.   ‘Me gustaría haber sido más feliz’. Este arrepentimiento fue sorprendentemente común. Surge de constatar que la felicidad fue una elección que muchos no hicieron. Por miedo al cambio permanecieron atrapados en su rutina, pretendiendo estar contentos cuando en el fondo añoraban haber tenido una experiencia vital más plena.

En suma, los cinco arrepentimientos identificados por Ware, si bien surgieron de relatos personales, múltiples investigaciones académicas los han confirmado. Thomas Gilovich y Shai Davidai en el artículo The Ideal Road Not Taken (2018), investigaron por qué ciertos arrepentimientos persisten a lo largo de la vida. Concluyen que los arrepentimientos más duraderos surgen de discrepancias entre las metas no cumplidas, más que de las obligaciones incumplidas. Es decir, al acercarnos a nuestra muerte lamentamos más no haber logrado nuestras aspiraciones que no haber cumplido con nuestras responsabilidades. En palabras de los investigadores:

La gente lamenta más no haber sido todo lo que podía ser que no haber sido todo lo que debía ser.

‘Ser fiel a uno mismo’ no solo es un llamado a la autenticidad, sino un profundo factor de bienestar psicológico. Todos nacemos únicos. Nuestra composición genética y circunstancias no se repetirán jamás. Así que ‘una sola persona puede marcar la diferencia’. De hecho, siempre es gracias a una persona que se producen todos los cambios relevantes en el mundo. Robert Greene en su libro Maestría (2012), afirma que esta semilla de singularidad humana necesita crecer y desarrollarse para manifestarse plenamente. Aunque poseemos el potencial natural, necesitamos aprender a expresarlo. José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914), escribió:

Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.

Los hallazgos de Ware, confirman que ‘vivir auténticamente, equilibrar las prioridades, expresar las emociones, cultivar relaciones y adoptar una actitud positiva hacia la vida’ no solo previene remordimientos futuros, sino que mejora objetivamente el bienestar presente. Esta convergencia entre sabiduría experiencial y evidencia científica proporciona una hoja de ruta inicial de cómo vivir con menos arrepentimientos. Pero ¿cómo podemos, en la práctica, cultivar esas actitudes y evitar caer en esos remordimientos? Para ello exploraremos el marco de trabajo propuesto por el académico británico John G. Bennett que integró décadas de investigación en ciencia, filosofía y espiritualidad. Bennett identificó tres dominios o mundos. El primero es el mundo en sí, el contexto de nuestra experiencia. El segundo es el de nosotros mismos, nuestra interioridad. El tercero es el de la comunidad, nuestras relaciones. Estos tres mundos se pueden reconciliar si nuestra singularidad se expresa armónica y coherentemente. En su libro The Sevenfold Work (1974) Bennett sintetizó siete líneas de trabajo interdependientes que dividen aspectos activos y receptivos de nuestra naturaleza. El objetivo es desarrollarlas para experimentar una vida más consciente. Las líneas activas son: Asimilación, Lucha y Servicio. Las líneas receptivas son: Receptividad, Sumisión y Aceptación. Todas aportan a la Manifestación de nuestra singularidad.

Asimilación: Consiste en romper la ilusión del conocimiento teórico. Es el proceso de internalizar conocimientos verificando su validez por nosotros mismos. El anhelo de ‘vivir una vida fiel a uno mismo’ implica nutrirnos de experiencias y conocimientos que resuenen con nuestra verdadera vocación y verificarlos en nuestra experiencia concreta. Los griegos distinguían la sabiduría teórica (sophia) y la sabiduría práctica (phronesis). Ambas son inseparables, la sabiduría es el resultado del conocimiento teórico desplegado en la experiencia práctica. Robert Nozick, en su libro The Examined Life (1990), explica:

La sabiduría es práctica. La sabiduría es lo que necesitamos comprender para vivir bien, afrontar los problemas centrales y evitar los peligros en los trances en que se encuentran los seres humanos.

Lucha: Es el continuo trabajo con nuestros hábitos y sistemas de resistencia interna. Esta línea de trabajo implica estar continuamente alerta para combatir la inercia psíquica (pereza física, emocional o mental), identificación (con cosas, sentimientos o ideas) y mentiras internas (autojustificación). Vivir auténticamente, requiere de un esfuerzo consciente. Quienes ’viven de acuerdo con sus valores y metas intrínsecas’, aunque implique luchas y decisiones difíciles, alcanzan mayor realización y menos arrepentimiento en la vejez. Adela Cortina, profesora de Ética de la Universidad de Valencia, en el artículo Forjar el carácter, señala:

Somos nosotros en muy buena parte los autores de nuestra novela vital en decisiones concretas y en la forja del carácter a mediano y largo plazo.

Servicio: Esta línea de trabajo consiste en conectarse con el futuro a través de acciones que trasciendan nuestra propia conveniencia. A través del servicio a otros o a una causa, se trasciende el egoísmo y se encuentra un propósito que equilibra la lucha entre el yo y el mundo. El arrepentimiento de ‘haber trabajado demasiado’ refleja un desequilibrio vital. Desarrollar la vocación de Servicio requiere primeramente cuidar de nuestro círculo más cercano, no únicamente de nuestras ambiciones personales o profesionales. El servicio está basado en el altruismo y la empatía. El historiador holandés Rutger Bregman, en Humankind (2019), afirma que, creer en la bondad y el altruismo humanos debe servir como fundamento para lograr un verdadero cambio en nuestra sociedad. Escribe:

No te avergüences por tu generosidad y haz el bien a plena luz del día. Al principio puede que se burlen de ti y te llamen ingenuo. Pero recuerda que la ingenuidad de hoy puede ser el sentido común de mañana.

Receptividad: Es la capacidad de ‘dejarse’ ayudar. Implica escuchar, aprender de los demás, y también estar disponible al asombro, la belleza, la naturaleza y la cultura que nos rodea. Bennett explica que aquí la persona practica la humildad y la apertura al aprendizaje. El arrepentimiento de ‘no haber estado en contacto con mis amigos’ subraya que descuidar las relaciones es fuente de dolor. Ningún individuo florece en aislamiento. El arrepentimiento de ‘no haber tenido el valor de expresar mis sentimientos’ alude a la honestidad emocional y la autenticidad en las relaciones. Para expresar nuestros sentimientos también hay que estar dispuestos a recibir la reacción del otro con valentía y apertura. Esta línea de trabajo nos invita a ser eternos aprendices, abiertos a enseñanzas y vivencias que nutran nuestra esencia. Shunryu Suzuki en su libro Zen Mind, Beginner’s Mind (2021) escribe:

En la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero en la del experto hay pocas.

Sumisión: Es la aceptación consciente de nuestras limitaciones. La sumisión no es obediencia ciega a algo externo, sino la humildad frente a lo que nos supera. Implica confiar en la vida, soltar el orgullo y alinearse con un propósito mayor, según la concepción de cada uno. El arrepentimiento ‘ojalá me hubiera permitido ser más feliz’ es un lamento por haber vivido con miedo y negatividad, en vez de con apertura y gozo. La idea es que somos parte de algo más grande que nosotros mismos. Es una elección personal decidir qué es ese ’algo’, cómo definirlo y experimentarlo. Sam Harris, filósofo, neurocientífico y crítico del fundamentalismo religioso, en su libro Waking Up (2014) afirma que las prácticas espirituales promueven el bienestar emocional y la resiliencia mental.En 1930, Einstein redactó un credo personal que llamó Lo que creo, concluía:

Sentir que detrás de todo lo que podemos experimentar hay algo que no pueden captar nuestras mentes, cuya belleza y sublimidad nos alcanza solo de manera indirecta; eso es la religiosidad. En este sentido, y solo en este sentido, yo soy un hombre devotamente religioso.

Aceptación: Corresponde al trabajo receptivo de reconocer sin ilusiones nuestra condición. En términos prácticos, es la aceptación radical de la realidad última. Esta actitud de aceptación profunda trae consigo paz, ecuanimidad y la capacidad de ver nuestra vida con perspectiva amplia. El anhelo ‘me gustaría ser más feliz’, requiere aceptar la realidad tal como es, reconociendo que la vida es corta y uno merece buscar la felicidad. A veces se requiere aceptar que cierta etapa terminó, que una relación no era sana, o que uno mismo merece perdonarse errores del pasado, para poder avanzar. Aceptar lo que ocurre forma parte de las reglas del juego. El ingeniero egipcio Mo Gawdat, quien, tras una exitosa carrera profesional, en 2014 sufrió la muerte repentina de su hijo de tan solo 21 años, en su libro Solve for Happy (2016) escribió:

Elijo creer que todo en la vida, incluso el sufrimiento, tiene un lado bueno. No hay nada absolutamente malo. No ver el lado bueno de una situación nos vuelve sesgados.

Manifestación: Es la expresión concreta del esfuerzo por ser auténticos. Bennett señalaba ‘no somos ni activos ni receptivos; el contexto es la acción misma’. Es cuando nuestra identidad singular se expresa libremente en nuestras acciones. No basta con decir que somos auténticos, hay que manifestarlo con hechos concretos. La manifestación pone en acción las decisiones que surgen de la aceptación y la vocación de servicio. Construir una vida con sentido incluye también dejar un legado. Ese sentido de aporte contribuye al sentimiento de felicidad serena en la vejez. El psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, en su libro Flow (2008), escribió:

La felicidad es una condición vital que cada persona debe preparar, cultivar y defender individualmente. Las personas que saben controlar su experiencia interna son capaces de determinar la calidad de sus vidas, eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices.

La muerte es la llamada a despertar definitiva. Fred Kofman en The Meaning Revolution (2018), escribió que ‘morir antes de morir’ es el esfuerzo más importante que debemos hacer si queremos vivir plenamente. Sugiere que imaginemos el discurso de nuestro funeral, lo que dirán de nosotros nuestros seres queridos o el texto de nuestra lápida. La muerte es un recordatorio de lo preciosa que es nuestra singular vida y del tiempo limitado que tenemos para experimentarla y expresarla de la mejor forma posible. Cada momento encapsula posibilidades y decisiones. Cada momento abre oportunidades que se pueden aprovechar o descartar. Y esta apertura existencial caracteriza la vida humana. Memento mori, es una reflexión oportuna para la compleja condición en que nos encontramos, ya que permite abordar nuestras incomodidades y anhelos con una perspectiva más amplia. Con mayor conciencia de que este día, esta hora, este momento es todo lo que tenemos. En Meditaciones (170-180), Marco Aurelio reflexionó:

Puedes dejar esta vida en cualquier momento; tenga esta posibilidad en su mente en todo lo que haga, diga o piense.

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