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Ego desbordado

Ego. Egocéntrico. Egoísta. La palabra ya es parte de nuestra conversación cotidiana. Fue Sigmund Freud, quien expandió la idea en su libro Das Ich und das Es (1923). Freud había estado practicando lo que luego llamó psicoanálisis durante casi un cuarto de siglo, y en este libro intentó exponer lo que había interpretado del funcionamiento de la mente. Escribió:

El ego representa lo que puede llamarse razón y sentido común, en contraste con el id, que contiene las pasiones.

Más de un siglo después, el concepto de ego se ha vuelto clave para comprender la naturaleza humana. Un ejemplo claro del ego desbordado es el enfrentamiento público entre Elon Musk y Donald Trump. Examinaremos la naturaleza del ego desde múltiples perspectivas, para entender cómo un ego desmedido puede ser fuente de conflictos y autoengaños. Jonathan Swan y Theodore Schleifer en su artículo Musk Called Trump Privately Before Posting Message of ‘Regret’, publicado en The New York Times, escriben:

Trump afirmó ante sus asesores que no tenía interés en conversar nuevamente con Musk.

Freud describió el ego como la parte de la mente que lidia con la realidad, buscando satisfacer los deseos instintivos de forma socialmente aceptable. A diferencia de enfoques éticos o espirituales, Freud no concebía el ego en sí mismo como ‘malo’, sino como necesario para la autorregulación. Sin embargo, reconoció fenómenos patológicos relacionados con un ego sobredimensionado. En su ensayo Sobre el narcisismo (1914), Freud observó cómo la ‘energía psíquica’ puede retirarse del mundo exterior y dirigirse hacia el propio Yo, dando lugar al narcisismo. Un ego narciso se cree el centro de importancia, distorsionando la percepción de la realidad y de los demás en función de sus deseos. Más adelante, Freud introdujo el concepto del ‘yo ideal’, señalando cómo las personas desarrollan en su psiquis una imagen inflada de sí mismas que ansían satisfacer. Así, desde la psicología temprana se entendió que un ego hipertrofiado podía generar defensas y fantasías que impiden el crecimiento saludable. La reconocida psicoterapeuta británica Susie Orbach en una entrevista con la BBC señaló:

Una forma de concebir el ego es como el lugar de negociación, que hace ajustes, cálculos psicológicos para encontrar una manera de vivir con nosotros mismos y en el mundo.

Freud sentó las bases para hablar del ego, pero ha sido la evolución del término lo que nos lleva a entenderlo también como sinónimo de orgullo desmedido o vanidad. Es importante distinguir el término ‘ego’ en el sentido freudiano (el yo estructural) del uso común. En lenguaje cotidiano ‘ego’ suele referir a una creencia exagerada en la propia importancia y a tendencias egoístas. Este egocentrismo puede nublar la objetividad, dificultar la autocrítica y deteriorar relaciones. El psiquiatra Claudio Naranjo fue pionero en conectar la sabiduría antigua con la psicología moderna. En su enfoque, cada persona desarrolla desde la infancia un ‘personaje’ que nos sirve como máscara o armadura para navegar en el mundo. Este ego-personaje representa una versión falseada o limitada de nosotros mismos, moldeada por mecanismos de defensa y hábitos emocionales. En su libro Carácter y Neurosis (2008), Naranjo explica que en cada individuo coexisten un Yo esencial, auténtico y un yo falso o personalidad. El ego sería ese yo falso: una construcción artificial que se forma desde nuestra infancia para protegernos y satisfacer necesidades emocionales. A medida que crecemos, nos identificamos tanto con esa creación propia que nos desconectamos de nuestra esencia, la cual queda oculta o reprimida. En palabras de Naranjo:

Cada ser humano cuenta con dos fuerzas antagónicas en su interior. Uno es el falso yo, más conocido como EGO o personalidad, relacionado con la ignorancia, la inconsciencia, el egocentrismo, la insatisfacción y el miedo. El otro es el verdadero yo, nuestra verdadera esencia y que está conectado con la sabiduría, la consciencia, el bienestar y el amor incondicional.

Mucho antes que Freud y Naranjo, los filósofos estoicos advertían que la virtud es el único bien verdadero. Enseñaban que para razonar claramente tenemos que manejar nuestros deseos y emociones. Según los estoicos, la meta de la vida es que alcancemos nuestro verdadero potencial, como seres racionales, viviendo consistentemente de acuerdo con la sabiduría y la virtud. Los estoicos reconocían la existencia de cuatro virtudes fundamentales, las llamadas virtudes cardinales: sabiduría, justicia, templanza y coraje, que eran el camino para la eudaimonía o vida lograda. El mayor enemigo de la virtud era el dejarse llevar por pasiones irracionales, entre ellas la vanidad y la ira que brotan de un ego indisciplinado. El emperador Marco Aurelio a pesar de tener poder absoluto, en sus Meditaciones (años 170-180), reflexionó constantemente sobre la importancia de mantener el ego a raya. Marco Aurelio sabía que tanto los halagos como las pérdidas son efímeros; recibir honores con soberbia o aferrarse a los bienes con avaricia solo conduce a la ansiedad. Escribió:

Cuando te despiertes por la mañana, dite a ti mismo: las personas con las que trataré hoy serán entrometidas, desagradecidas, arrogantes, deshonestas, celosas y hoscas. Son así porque no pueden distinguir el bien del mal.

El autor contemporáneo Ryan Holiday, ha popularizado el pensamiento estoico en términos modernos. En su libro El ego es el enemigo (2016), define el ego como ‘una creencia malsana en tu propia importancia’ y expone cómo ese ego sabotea nuestras aspiraciones. Holiday argumenta que el ego es ‘un imán para los problemas y los conflictos’ y ‘rechaza las ventajas y oportunidades’ porque la persona cegada por su orgullo deja de escuchar y razonar. Para Holiday nuestros mayores problemas a menudo surgen de nuestra actitud egoísta y ensimismamiento, más que de factores externos. Cuando introducimos un ego inflado en una situación, perdemos capacidad de ser racionales, objetivos y lúcidos. Escribe:

El ego es el enemigo de lo que deseamos y de lo que tenemos. EI enemigo de la posibilidad de llegar a dominar un oficio. De la verdadera intuición creativa. De la posibilidad de trabajar bien con los demás. De construir lealtad y apoyo.

Desde un ángulo filosófico-científico Julian Baggini en su libro The Ego Trick (2011) argumenta que nuestra identidad personal es, en gran medida, una construcción narrativa en continuo cambio. Para Baggini, no existe un ‘núcleo’ estático e inmutable; más bien, somos el producto de una historia que nos contamos a nosotros mismos. Baggini explica que la sensación de unidad y continuidad identitaria que tenemos a lo largo del tiempo depende de nuestra habilidad para hilar nuestras experiencias en una autobiografía coherente. Lo que nos hace ser ‘el mismo’ a través del tiempo es que creemos ser el mismo. Es un ‘truco’ de la mente: no es que no existamos en absoluto, sino que nos creemos más perdurables y sólidos de lo que realmente somos. Las implicaciones de esta visión son profundas. Podemos cambiar significativamente (por enfermedad, por decisión, por experiencia) y seguir siendo ‘nosotros’ en tanto recordemos y demos significados a ese cambio. Si uno cree que posee un ‘yo’ absolutamente especial, fijo e independiente, puede caer en la trampa del egocentrismo o la intolerancia al cambio. Por el contrario, reconocer que nuestro yo es un mosaico en evolución, sostenido por hilos narrativos y relaciones con otros, favorece la empatía y la adaptabilidad. En How to Think Like a Philosopher (2023), Baggini escribe:

Es cierto que muchas personas de éxito, incluidos intelectuales, científicos y artistas, son arrogantes. No obstante, eso no significa que su arrogancia sea necesaria para su éxito. Correlación no equivale a causación. La determinación, el talento y el trabajo duro podrían haber sido suficientes sin el pavoneo. La arrogancia casi siempre es injustificada.

El espectáculo que han brindado Trump y Musk es un ejemplo de ego desbordado. Se les acusa de narcisismo, megalomanía y de poseer una autoconfianza casi ilimitada. Durante un tiempo, Trump, como presidente de Estados Unidos y Musk como magnate tecnológico forjaron una alianza de conveniencia: Musk asesoró a Trump en temas empresariales y apoyó con donaciones importantes su causa política, mientras Trump ofrecía a Musk un asiento en la mesa del poder gubernamental. Sin embargo, desde el inicio muchos vaticinaban que la unión de estos ‘dos egos tan descomunales’ terminaría chocando tarde o temprano. Víctor Lapuente escribió en El País:

La relación entre la personalidad social más influyente del imperio más poderoso y su gobernante más despótico está tan condenada al fracaso […] Dos gallos, tan ególatras como inestables, tendrán que romper tarde o temprano.

Y así fue: lo que empezó como cooperación estratégica rápidamente se tornó en duelo público, con ambos ventilando reproches en redes sociales ante una audiencia planetaria. Ninguno de los dos optó por la discreción o el diálogo privado; por el contrario, llevaron sus diferencias al escenario público de las plataformas que dominan. Trump utilizó su red Truth Social y Musk su plataforma X para atacarse. Acusaciones de traición, de ingratitud, amenazas veladas e incluso insultos directos. Musk dijo que, sin su apoyo financiero (más de 275 millones de dólares), Trump no habría logrado la presidencia. ‘¡Cuánta ingratitud!’, exclamó Musk. Trump, por su parte, respondió poniendo en duda la lealtad y la ética de Musk, calificándolo de farsante. La escalada continuó. Trump amenazó con cortar todos los contratos gubernamentales adjudicados a las empresas de Musk (Tesla, SpaceX), utilizando el poder institucional como arma. Musk, a su vez, contraatacó usando su influencia digital publicando mensajes cada vez más agresivos. El punto álgido llegó cuando Musk sugirió públicamente que Trump figuraba en los documentos secretos del caso Jeffrey Epstein (el financista envuelto en tráfico sexual). Sin aportar pruebas, Musk desató la sospecha sobre Trump en uno de los escándalos más tóxicos de las últimas décadas. Trump reaccionó furioso, calificando a Musk de ‘desequilibrado’ y alegando que el empresario solo extrañaba la atención y ‘los focos de la Casa Blanca’. Iker Seisdedos, escribió en El País:

La bronca personal entre Trump y Musk dejó pocos trapos sucios por sacar a la plaza pública.

Las consecuencias del ego desbordado son claras. Musk reclama que Trump no reconoce su importancia. Trump no acepta que Musk lo desafíe públicamente. Trump exige lealtad absoluta y halagos. Musk, no soporta ser reprendido o desvalorizado. El resultado: choque de egos titánicos donde ninguno cede, pues hacerlo heriría la autoimagen grandiosa que tienen de sí mismos. Este caso evidencia cómo el ego afecta la racionalidad. Ambos están dispuestos a arriesgar contratos y credibilidad con tal de ganar la disputa. Atrapados en su visión personal, Musk y Trump convirtieron un desacuerdo político-técnico en una guerra personal, contribuyendo a un clima de polarización y espectáculo que erosiona la confianza en las instituciones. También es un caso de estudio sobre el poder del ego en la era de las redes. Ambos utilizaron plataformas digitales para crear su propia ‘realidad’ mediática y movilizar a sus seguidores. En efecto, Musk y Trump priorizaron ganar popularidad entre sus seguidores por encima del bien común. Por último, el duelo ilustra cómo el ego desbordado en altos cargos de poder puede afectar a millones de personas. Nieves García en su artículo Cuando el ego pesa más que la política, publicado en Estrella Digital señala:

Es el retrato de un sistema donde los límites entre política, negocios y medios se difuminan, y donde las decisiones personales de dos hombres pueden tener consecuencias que alcanzan al resto del planeta.

Más de dos milenios de filosofía, un siglo de psicología moderna y cincuenta años de neurociencia nos han dado una imagen bastante clara de las consecuencias del ego sin control. Cuando el ego se desborda, todos pierden: se pierde el foco en políticas sensatas, se pierde la confianza entre aliados, se pierde la compostura ética. Musk y Trump, con todos sus logros, nos recuerdan que incluso las mentes más brillantes o las posiciones más altas pueden sucumbir a las trampas del ego. Pese a la diversidad de enfoques analizados, todos convergen en una idea: el ego desbordado es fuente de sufrimiento y conflicto, mientras que la humildad, la autoconciencia y el autocontrol son claves para una vida plena y en armonía con los demás. El conflicto entre Musk y Trump ejemplifica claramente cómo sus egos, los empujaron de la cooperación al enfrentamiento, revelando cómo la necesidad de autoafirmación y de tener razón puede sobrepasar incluso alianzas estratégicas y responsabilidades públicas. Ambos quedaron atrapados en sus propias fijaciones y demandas de reconocimiento. Alejandro Laurnagaray de Urquiza señaló en France 24:

Acá la particularidad fue que Elon Musk le competía en protagonismo político a Donald Trump.

Es fácil criticar los excesos ajenos, sobre todo de figuras tan polarizantes, pero la verdadera sabiduría está en identificar cómo opera nuestro propio ego en la vida cotidiana: en nuestras relaciones, en nuestro liderazgo a nuestra propia escala, en cómo reaccionamos a las críticas o al fracaso. El ego puede ser un maestro engañoso, haciéndonos creer que ya somos plenos y superiores cuando siempre hay más por mejorar, crecer y aprender. Contener el ego no significa anular la autoestima o la individualidad; significa liberarnos de la tiranía del yo falso para actuar desde un lugar más genuino y compasivo. En un mundo donde los egos desbordados pueden provocar tormentas, la práctica individual y colectiva de la templanza y humildad podría ser, paradójicamente, el sendero más seguro hacia un futuro más amplio y pleno. En palabras de Baggini:

Tendemos a apegarnos mucho a nuestras creencias, ya que estas forman una parte real de nuestra identidad. […] Hace falta humildad para aceptar cuándo estamos equivocados. Es una afrenta para nuestro ego.

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