Agente

Sabiduría híbrida

Amazon, el gigante del comercio electrónico, ha invertido masivamente en robótica desde hace años, pero los planes revelados recientemente marcan un punto de inflexión. Según un informe publicado el 21 de octubre de 2025 por The New York Times, basado en documentos internos, Amazon planea automatizar el 75% de sus operaciones para 2027, lo que evitaría la contratación de 160.000 trabajadores en ese año y más de 600.000 para 2033. Esta estrategia promete un ahorro de ‘30 centavos’ por artículo procesado, acumulando 12.600 millones de dólares entre 2025 y 2027. Los documentos revelan una estrategia de comunicación cuidadosamente diseñada que evita términos como ‘automatización’ o ‘inteligencia artificial’, prefiriendo ‘tecnología avanzada’ o ‘cobot’ (robot colaborativo) para suavizar la percepción pública del reemplazo masivo de trabajadores. Esta iniciativa cambia el enfoque de Amazon de ‘crecimiento global’ a ‘eficiencia y reducción de costos’. Existe una clara contradicción entre la narrativa pública de colaboración humano-robot y la comunicación interna donde el CEO Andy Jassy reconocía que ‘necesitaremos menos personas realizando algunas de las tareas que se realizan actualmente y esperamos que esto reduzca nuestra plantilla total’. Daron Acemoğlu, profesor del MIT y premio Nobel de Economía 2024, comentó que esta estrategia convertirá a ‘uno de los mayores empleadores de Estados Unidos en un destructor neto de empleo’. Acemoğlu advierte que, una vez que Amazon demuestre la rentabilidad de este modelo, es muy probable que se extienda a otras grandes corporaciones del sector acelerando una ola global de automatización con profundos impactos en el mercado laboral.

Irónicamente, la revelación sobre Amazon coincidió con la concesión del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025 al filósofo y ensayista alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han, por su contribución a la comprensión de la sociedad contemporánea. Como informa El País, el hecho de que el galardón le fuera concedido específicamente por su ‘brillantez para interpretar los retos de la sociedad tecnológica’ elevó su crítica humanista a un reconocimiento institucional en el momento más oportuno. La automatización masiva de Amazon representa la materialización del ‘régimen neoliberal despótico’ que Han denuncia: un sistema que prioriza la optimización cuantitativa y el ahorro marginal (esos 30 centavos por artículo) por encima de las dimensiones cualitativas del trabajo humano, los lazos comunitarios y el bienestar social. Para Han, esta lógica reduce el mundo a un ‘gigantesco almacén donde todo se vuelve consumible’, incluido el ser humano.

En su discurso de aceptación, disponible en la web de la Fundación Princesa de Asturias (fpa.es), Han articuló una crítica frontal a las consecuencias de este paradigma. Alertó que ‘sin moral y virtudes cívicas, la democracia se vacía de contenido y se reduce a mero aparato’. El neoliberalismo, al crear ‘una gran cantidad de perdedores’ y agrandar ‘la brecha social entre ricos y pobres’, genera el caldo de cultivo perfecto para el auge de ‘autócratas y populistas’. Frente a la ilusión de libertad que proyecta la tecnología, Han nos confronta con una realidad más sombría:

Sentimos difusamente que, en realidad, no somos libres, sino que, más bien, nos arrastramos de una adicción a otra, de una dependencia a otra. Nos invade una sensación de vacío. El legado del liberalismo ha sido el vacío. Ya no tenemos valores ni ideales con que llenarlo.

El caso de Amazon es un ejemplo paradigmático del avance tecnocientífico impulsado por una optimización financiera extrema, cuyas profundas consecuencias sociales y éticas son enmascaradas bajo una retórica de colaboración y progreso, mientras pensadores desde la economía hasta la filosofía, advierten sobre el coste humano de este enfoque. En 1959, el físico y novelista británico Charles Percy Snow dio en Cambridge una conferencia titulada Las dos culturas. Posteriormente, esa conferencia se publicó con el título The Two Cultures and the Scientific Revolution. Snow, alertó sobre la división profunda en el mundo intelectual, de un lado, los científicos, centrados en el rigor empírico y la innovación técnica; del otro, los humanistas, inmersos en las narrativas éticas, culturales y sociales. Snow argumentaba que esta brecha de comunicación y la ausencia de interdisciplinariedad representaban un obstáculo crítico para resolver problemas complejos. Ambos grupos operaban en ‘mundos paralelos’, incapaces de dialogar: los científicos a menudo subestimaban el valor de las artes y la ética, mientras que los humanistas ignoraban o desvalorizaban los fundamentos científicos. Señaló:

Los científicos creen que los intelectuales literarios carecen por completo de visión anticipadora, que viven singularmente desentendidos de sus hermanos los hombres, que son en un profundo sentido anti-intelectuales, anhelosos de reducir tanto el arte como el pensamiento al momento existencial. Cuando los no científicos oyen hablar de científicos que no han leído nunca una obra importante de la literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado [a los no científicos] cuántos de ellos eran capaces de enunciar el segundo principio de la termodinámica. La respuesta fue glacial; fue también negativa. Y sin embargo lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico de ‘¿Ha leído usted alguna obra de Shakespeare?’

Más de seis décadas después, en 2025, esta dicotomía de pensamiento se manifiesta en crisis globales como la automatización laboral, la desigualdad extrema, la crisis climática y las tensiones geopolíticas. Este artículo explora las raíces históricas de esta división cultural, sus consecuencias contemporáneas y propuestas para una reconciliación, argumentando que solo un diálogo interdisciplinario puede guiar el progreso hacia un futuro equitativo y sostenible.

Orígenes históricos de la brecha cultural. La separación entre ciencias y humanidades es un constructo reciente. Durante el Renacimiento y la Ilustración, las fronteras disciplinarias eran porosas: figuras como Leonardo da Vinci fusionaban arte, anatomía e ingeniería, mientras Galileo y Newton integraban matemáticas con filosofía natural. Esta visión holística se erosionó en el siglo XIX con la especialización industrial, y se profundizó en el XX por el auge tecnocientífico. Snow observaba que, a mediados del siglo pasado, científicos y humanistas ‘hablaban lenguajes distintos’, mirándose con desconfianza mutua. Científicos subestimaban las artes, mientras humanistas ignoraban principios científicos básicos. La educación contemporánea ha institucionalizado esta división. Los estudiantes son forzados a elegir entre ‘ciencias’ o ‘humanidades’, como si fueran caminos mutuamente excluyentes. Esta dicotomía refuerza estereotipos perjudiciales: el humanista como ‘tecnófobo’ sin habilidades cuantitativas, y el científico como ‘tecnócrata’ carente de sensibilidad ética. En las universidades, esta segregación se materializa en facultades separadas, revistas especializadas y presupuestos independientes generando expertos ‘hiperespecializados’ en su campo, pero con grandes lagunas interdisciplinarias. Esta fragmentación limita la capacidad para abordar desafíos multifacéticos, como la ética de la IA o el cambio climático.

Consecuencias en la sociedad contemporánea. La polarización entre ‘dos culturas’ agrava las crisis actuales. Políticos a menudo carecen de alfabetización científica, promoviendo ideas equivocadas o políticas ineficaces en áreas como el clima, la IA y la biotecnología. Por ejemplo, los modelos científicos sobre emisiones de CO₂ requieren narrativas humanistas para movilizar acción colectiva, integrando datos con valores de justicia y equidad intergeneracional. La pandemia del COVID-19 ejemplificó esta necesidad de integración. El desarrollo récord de las vacunas de ARNm (logro científico) dependió de sociólogos, éticos y comunicadores (logro humanista) para combatir la desinformación y guiar una distribución equitativa. En esencia, la ciencia provee herramientas para entender el mundo físico; las humanidades, para navegar el humano. Separadas, ofrecen visiones parciales; unidas, generan respuestas eficientes y justas. Pocos ámbitos ilustran mejor esta desconexión que la automatización laboral. Según el Future of Jobs Report 2025 del World Economic Forum el auge de la IA, la automatización y la robótica podría desplazar 92 millones de empleos para 2030, pero también crear 170 millones de nuevos puestos, demandando una recapacitación masiva. Sin embargo, proyecciones más amplias, como las de Goldman Sachs, sugieren que la IA podría afectar 300 millones de puestos globales. Según Infobae, en el sector tecnológico, en 2024, se produjeron más de 152.000 despidos; y en lo que va de 2025, ya se superan los 177.000. Estos recortes, justificados por ‘competitividad’, ignoran los impactos humanos como reconversión y salud mental. Sin la perspectiva humanista, la tecnología avanza ciegamente: algoritmos agravan desigualdades, redes sociales propagan desinformación, y empresas priorizan ganancias sobre dignidad. Este enfoque se entrelaza con la desigualdad extrema. El informe 2025 de Oxfam, ‘Takers Not Makers’, revela que el 1% más rico posee más riqueza que el 95% restante, con billonarios derivados de herencia, corrupción o monopolios. Esta ‘oligarquía global’ donde ultrarricos controlan megaempresas, obstruye soluciones a clima, pobreza y salud, frenando iniciativas como impuestos justos o acceso universal a vacunas. Esta dinámica refleja una falla estructural: avances científicos generan riqueza, pero sin equidad humanista, concentran poder y alienan comunidades. Cerrar esta brecha requiere democratizar conocimiento, fomentando confianza y participación colectiva. En este contexto de polarización ideológica extrema, prosperan líderes tóxicos que exacerban divisiones, erosionan democracias y normas internacionales. En octubre de 2025, el presidente Trump anunció que reanudaría las pruebas nucleares, revirtiendo una moratoria de 33 años, citando paridad con Rusia y China, fortaleciendo la carrera armamentista y riesgos ambientales. Aunque, técnicamente viable, esta decisión ignora lecciones humanistas: horrores de Hiroshima, secuelas éticas y ambientales. Como Einstein dijo, ‘ciencia sin conciencia es ruina del alma’; priorizar el poder técnico sobre la experiencia histórica arriesga la civilización.

Hacia una reconciliación: una tercera cultura. Muchos científicos han sido grandes humanistas. Carl Sagan, un astrofísico brillante fue también un profundo humanista que reflexionó sobre nuestro lugar en el cosmos. A la inversa, Jorge Luis Borges exploró en sus relatos conceptos científicos como la infinitud, los universos paralelos y los laberintos temporales, anticipándose a debates de la física y las matemáticas modernas. John Brockman en Third Culture: Beyond the Scientific Revolution (1995), propuso impulsar una ‘tercera cultura’, una síntesis entre ciencia y humanidades que permita una comprensión más rica del mundo. Esta tercera cultura ya se está manifestando en iniciativas concretas:

  • Diseño centrado en lo humano: Empresas como Patagonia o Siemens integran antropólogos y éticos en sus equipos de ingeniería. El objetivo ya no es solo la eficiencia, sino crear tecnologías que aumenten las capacidades humanas, respeten la diversidad cultural y promuevan el bienestar.
  • Gobernanza multidisciplinar de la IA: La Unión Europea está desarrollando marcos legales para la IA que involucran no solo a ingenieros y abogados, sino también a filósofos, sociólogos y expertos en derechos laborales, anticipando impactos sociales y éticos.
  • Bioética en medicina: Los avances en genética, como la tecnología CRISPR, se debaten en comités que incluyen no solo a genetistas y médicos, sino también a filósofos, teólogos y representantes de pacientes, considerando implicaciones sobre la identidad humana, la justicia y la equidad en el acceso.
  • Humanidades ambientales: Pensadoras como Donna Haraway integran biología, ciencia ficción y teoría feminista para proponer narrativas alternativas que nos ayuden a repensar nuestra relación con el planeta.
  • Arte y neurociencia: Instituciones como el Neuroaesthetics Research Lab investigan las bases neurales de la experiencia estética, fomentando colaboraciones inéditas entre artistas, historiadores del arte y neurocientíficos.

Para superar esta división, es necesario transformar las estructuras del conocimiento. Las escuelas y universidades deben fomentar programas integrados. Asignaturas como ‘Ética de la IA’‘Historia de la Tecnología’ o ‘Ciencia y Sociedad’ forman ciudadanos más críticos y empáticos, capaces de navegar un mundo complejo. Los proyectos científicos deben incluir desde su concepción a expertos en ética, comunicación y ciencias sociales. En el desarrollo de tecnologías médicas, por ejemplo, es esencial considerar el consentimiento informado, la equidad en el acceso y el impacto psicológico. Laboratorios como el MIT Media Lab o el Santa Fe Institute son modelos donde artistas, ingenieros, biólogos y economistas colaboran en tiempo real en problemas de sistemas complejos. Por último, los científicos deben aprender a comunicar sus hallazgos de forma clara y contextualizada, mientras que los humanistas deben familiarizarse con los conceptos básicos de la ciencia. Los medios de comunicación tienen un rol clave como traductores y facilitadores de este diálogo.

Conclusión: Un imperativo para nuestro tiempo. La advertencia de Snow fue profética, pero su llamado a la acción es hoy más urgente que nunca. El caso de Amazon no es el destino inevitable del progreso tecnocientífico, sino el resultado de un desequilibrio en nuestra forma de conocer y gobernar el mundo. Las dos culturas no son enemigas, sino complementarias. La ciencia nos da las herramientas para entender los mecanismos del mundo físico; las humanidades nos proporcionan la sabiduría para comprender el significado, el valor y la complejidad del mundo humano. En un momento histórico marcado por desafíos globales interconectados; desde el cambio climático hasta la IA, necesitamos más que nunca esta visión integrada. La verdadera tercera cultura no es la suma de saberes, sino su fecundación mutua: la creación de ecosistemas de conocimiento donde un biólogo molecular dialoga con un poeta, y un filósofo contribuye al diseño de algoritmos. Esta evolución del pensamiento constituye, quizás, nuestra próxima gran aventura intelectual y el cimiento de un futuro más sabio y sostenible. Enfrentar el futuro no exige elegir entre lógica y empatía, entre datos y narrativas, sino cultivar una sabiduría híbrida capaz de operar en ambos registros de forma simultánea. El desafío del siglo XXI no es ni puramente técnico ni exclusivamente humanista; es ambos a la vez. Nuestra capacidad para integrarlos definirá si el porvenir será de prosperidad compartida o de fracturas insalvables. En palabras de Han:

Mis escritos son una denuncia, en ocasiones muy enérgica, contra la sociedad actual. No son pocas las personas a las que mi crítica cultural ha irritado, como aquel tábano socrático que picaba y estimulaba al caballo pasivo. Pero es que, si no hay irritaciones, lo único que sucede es que siempre se repite lo mismo, y eso imposibilita el futuro.

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