Agente

Tecnofeudalismo

Nos encontramos en un punto de inflexión histórico en la relación entre el poder privado y el público. En la actualidad, las grandes empresas tecnológicas y sus líderes han trascendido su rol como meros actores económicos para convertirse en agentes de influencia global, cuyas decisiones moldean ámbitos que tradicionalmente eran dominio casi exclusivo de los Estados. Este fenómeno, que el experto en riesgo político Ian Bremmer denomina la ‘emergencia de una soberanía digital corporativa’, ha redefinido la esfera social, a través del control de la información y la expresión; la económica, con el dominio de infraestructuras digitales críticas y mercados de datos; e incluso la seguridad nacional y la geopolítica.

Esta transformación plantea interrogantes fundamentales: ¿Poseen estos líderes empresariales la legitimidad para tomar decisiones con profundas implicaciones geopolíticas? ¿Qué desafíos conlleva para la democracia que empresas con fines de lucro actúen como árbitros de la verdad? A través del análisis de casos paradigmáticos recientes, y respaldados por marcos teóricos como el capitalismo de vigilancia, el tecnofeudalismo y la desvinculación de las élites, exploraremos esta metamorfosis y los dilemas de gobernanza que plantea. Finalmente, examinaremos caminos para equilibrar este nuevo poder con el interés público en un mundo donde las fronteras entre lo estatal y lo corporativo se desdibujan aceleradamente, incorporando desarrollos recientes en regulaciones europeas e iniciativas de soberanía tecnológica.

De emprendedores a actores geopolíticos. Hace más de cincuenta años, Milton Friedman publicó su influyente artículo ‘The Social Responsibility of Business is to Increase its Profits’ (1970), en el que afirmaba que ‘existe una y solo una responsabilidad social de las empresas: usar sus recursos y participar en actividades diseñadas para aumentar sus ganancias’. La visión de Friedman ha influenciado la mentalidad y determinado el comportamiento de muchos líderes empresariales, como también orientado la enseñanza y formación que brindan las escuelas de negocio. Sin embargo, en 2025, esta máxima ha sido ampliamente superada por la realidad. Gigantes como Google, Apple, Meta, Amazon, Microsoft y SpaceX se han convertido en infraestructuras de facto de la vida moderna. Sus líderes ostentan un poder de influencia global comparable, y en ciertos aspectos superior, al de jefes de Estado, generando un cambio en las expectativas sociales. Se les exige mayor responsabilidad, y generan preocupación por su falta de control democrático. Bremmer, en la conferencia CogX en 2023, ilustró este punto:

Estaba hace unos meses en la Casa Blanca preguntando qué países estaban haciendo más para proporcionar apoyo militar a Ucrania. Y la respuesta que obtuve fue: Estados Unidos, Reino Unido, Microsoft y Polonia…

Bremmer advierte que el ‘nuevo orden digital’ no lo manejan los gobiernos, sino las compañías tecnológicas. Durante años, predominó una visión idealista que asociaba a los innovadores tecnológicos con la promoción de la libertad de expresión y los derechos humanos. Sin embargo, como señaló Philippe Aghion, co-ganador del Premio Nobel de Economía 2025 junto a Joel Mokyr y Peter Howitt por su trabajo en innovación y crecimiento económico, ‘la política de competencia no está adaptada a la era digital; el único criterio es la cuota de mercado’. La evidencia demuestra que las prioridades de estas empresas son, ante todo, comerciales y estratégicas‘Al volverse hegemónicas, esas empresas están bloqueando el crecimiento de otras. Las desincentivan a competir’Han demostrado estar dispuestas a alinearse con gobiernos y fuerzas políticas para proteger su posición, mediante cabildeo, financiación de partidos y ajustes en sus tácticas. Este tránsito de ‘defensores de la democracia’ a actores geopolíticos con intereses propios define la nueva realidad, exacerbada por las tensiones actuales.

Para analizar este poder emergente, recurrimos a tres marcos conceptuales actualizados con perspectivas recientes:

  • Capitalismo de vigilancia: Shoshana Zuboff en The Age of Surveillance Capitalism (2019), explica que este modelo de negocio convierte la vida humana en materia prima gratuita. A través de la extracción sistemática de datos personales, este sistema convierte la experiencia y el comportamiento humanos en un ‘excedente conductual’, el cual es refinado, empaquetado y comercializado para predecir e influir en conductas futuras. Este modelo se ha evidenciado con debates sobre IA, donde empresas como OpenAI y Google dominan el entrenamiento de modelos con datos globales, violando propiedad intelectual e intensificando desigualdades.
  • Tecnofeudalismo: Concepto acuñado por Cédric Durand en 2020, describe a las gigantes tecnológicas como los señores feudales de la era digital. En sus dominios, los usuarios somos los siervos de datos que generamos la riqueza, mientras ellas dictan las normas (términos de servicio) y aplican su justicia (moderación de contenido), estableciendo un poder privado por encima de la ley pública. Desarrollos recientes, como la concentración en infraestructuras de IA, refuerzan este paralelismo.
  • Desvinculación de las élites: En The System: Who Rigged It, How We Fix It (2020), Robert Reich identifica la creciente desigualdad como erosión del contrato social. Las élites tecnológicas aceleran esto al crear infraestructuras privadas (educación, salud, etc.), desvinculándose de lo público. Daron Acemoğlu, Nobel de Economía 2024 en el artículo Los ricos no deben ser los héroes de la sociedad (2024)publicado en El País, argumenta que la creciente concentración del poder en manos de unos pocos ‘tecnoligarcas’ genera interrogantes sobre la capacidad de las democracias para salvaguardar la soberanía individual y nacional.

El nuevo orden en acción. En septiembre de 2025, Microsoft suspendió sus servicios en la nube (Azure) a la Unidad 8200 de inteligencia israelí, tras descubrir su uso en vigilancia masiva de civiles palestinos. Esta decisión, impulsada por una investigación realizada por The Guardian+972 Magazine y Local Call, generó revisiones éticas internas, presiones de empleados e inversores, y marcó un hito: una corporación imponiendo sanciones tecnológicas a un gobierno aliado de Estados Unidos. Este caso ejemplifica el poder regulatorio de las grandes tecnológicas. Microsoft actuó como un árbitro ético global, un rol tradicionalmente estatal. Si bien fue aplaudida, la medida establece un precedente ambiguo: ¿Qué legitimidad tiene un CEO para afectar la seguridad nacional de un país? Ilustra la tensión entre una ‘ética corporativa’ voluntaria y la soberanía de los estados, mostrando cómo las empresas se ven a sí mismas como guardianes de valores universales, incluso por encima de los gobiernos.

En forma similar, el caso de Elon Musk y Starlink en Ucrania ilustra un poder operativo directo. El servicio de satélites Starlink de SpaceX se volvió vital para Ucrania durante la invasión rusa. Sin embargo, en septiembre de 2022, Musk ordenó deliberadamente desactivar el servicio durante una contraofensiva ucraniana en Crimea, por temor a una escalada nuclear. Esta decisión unilateral alteró el curso táctico de la guerra. Este incidente revela el poder operativo directo de un particular sobre un conflicto internacional. Starlink, una infraestructura crítica, estaba bajo el control absoluto de un individuo cuyos criterios personales prevalecieron sobre la estrategia de un Estado. Esto refleja ‘los peligros de concentrar poder en sectores sin regulación’. El caso subraya la urgencia de la soberanía tecnológica y los riesgos de la dependencia en infraestructuras privadas para la seguridad nacional.

Meta ha privatizado la esfera pública con sus plataformas. Con sus más de 3.000 millones de usuarios, constituye la ‘nueva plaza pública’ global. En enero de 2025, Mark Zuckerberg anunció el fin de la verificación de datos con terceros en Facebook e Instagram, reemplazándola con un sistema de ‘notas comunitarias’. Justificó el giro como un retorno a la ‘libertad de expresión’, argumentando que la moderación previa había generado ‘demasiada censura’. Este viraje, coincidió con la elección de Donald Trump, y demostró que Meta es capaz de redefinir unilateralmente las reglas del discurso público global. Organizaciones como Amnistía Internacional han alertado que esto representa ‘un grave peligro’ para comunidades vulnerables. El caso muestra el conflicto entre la lógica empresarial (evitar acusaciones de sesgo y congraciarse con el poder) y la lógica democrática (garantizar una esfera pública informada), desafiando abiertamente marcos regulatorios como el Reglamento de Servicios Digitales (DSA) de la Unión Europea.

Desafíos para la Sociedad y la Democracia. El orden digital se ha vuelto decisivo en cómo vivimos, en qué creemos, en lo que queremos y en lo que estamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Las empresas tecnológicas tienen ahora tal poder económico, político y de influencia que se han convertido en un factor geopolítico en sí mismas. Disponen de más recursos e influencia que los gobiernos que deberían regularlas. En occidente son las empresas tecnológicas privadas las que establecen las reglas y ejercen el poder, y no los gobiernos. Bremmer advierte:

Estos titanes tecnológicos están dirigidos por las personas más poderosas del planeta con influencia sobre nuestro futuro.

Los líderes de estas empresas toman decisiones que afectan derechos fundamentales sin ser elegidos ni rendir cuentas ante los ciudadanos. La gestión privada de la información puede degradar la calidad del debate democrático, fomentando la polarización y la desinformación. La dependencia de infraestructuras tecnológicas hace a las personas, organizaciones y estados vulnerables a decisiones empresariales unilaterales. La motivación última del lucro rara vez se alinea perfectamente con el bien público. Douglas Rushkoff en Survival of the Richest (2022)argumenta que la revolución tecnológica, por muy pura que fuera en sus inicios, produjo que surgiera una élite de tecnólogos que creen que están especialmente capacitados para crear reglas para toda la humanidad. Pero esas reglas siguen las mismas prácticas de desigualdad y abuso históricas. Entregamos la tecnología digital al mercado. Si el sector tecnológico no se hubiera vuelto tan central para la economía y sociedad, y si no estuviera impulsado por una dinámica tan fuerte donde el ganador se queda con todo, los magnates tecnológicos de hoy no se habrían vuelto tan ricos y poderosos. Si ya ejercen demasiada influencia social, cultural y política indebida, lo último que deberíamos querer es darles foros públicos aún mayores. Acemoğlu, en Poder y Progreso (2023)afirma:

La tecnología no es inherentemente beneficiosa o perjudicial; su impacto depende de cómo se utiliza y de quién controla su implementación.

Soberanía tecnológica: En 2025, la Unión Europea ha redoblado sus esfuerzos para impulsar proyectos como las ‘nubes soberanas’ o los satélites IRIS, que son piezas clave para reducir la dependencia privada y diversificar a los proveedores, sentando las bases de una verdadera soberanía tecnológica. Por ejemplo, existe un consenso generalizado, de que la IA es una tecnología revolucionaria con el potencial de acelerar drásticamente el progreso en áreas críticas como la medicina, la energía o la meteorología. Sin embargo, este potencial viene acompañado del riesgo que su desarrollo quede monopolizado por un puñado de gigantes tecnológicos y países como Estados Unidos y China. Frente a este panorama, Suiza lanzó una iniciativa pionera. Como explica Katharina Frey, subdirectora de Política Exterior Digital del Ministerio de Asuntos Exteriores suizo, en una entrevista para SWI (swissinfo.ch), el país lidera la Red Internacional de Computación e Inteligencia Artificial (ICAIN). El objetivo de esta red es conectar proyectos científicos de naciones en desarrollo con los supercomputadores más avanzados y el conocimiento especializado en IA, para así nivelar el campo de juego. Frey señala:

Observamos un enorme desequilibrio de poder. En todo el mundo, solo un puñado de empresas tiene la capacidad de desarrollar modelos de IA a gran escala, mientras que la mayoría carece de acceso a ese nivel de potencia computacional.

La visión suiza bajo el enfoque ‘IA ProSocial’, busca crear sistemas que sean específicamente Adaptados, Entrenados, Probados y Dirigidos para resolver desafíos sociales en sectores como la ciencia, la educación y la salud, siempre con la ética y la inclusión como pilares fundamentales. Una muestra tangible de este compromiso fue el lanzamiento, el pasado 2 de septiembre, de Apertus, el primer modelo de IA del mundo completamente abierto y transparente. La razón de fondo que impulsa a Suiza a crear esta plataforma desde el sector público es doble: asegurar un futuro en el que la IA sirva a sus intereses nacionales y valores democráticos, y al mismo tiempo promover una distribución más justa de sus beneficios a escala global. Para consolidar este modelo, Suiza aboga por un ecosistema digital robusto y autónomo. Esto incluye la imposición de transparencia algorítmica, auditorías independientes y normas antimonopolio, junto con una decidida inversión en infraestructuras públicas o consorciadas. Acemoğlu advierte:

La tecnología no es una fuerza, sino una herramienta. Depende de nosotros decidir si será un instrumento de liberación o de dominio.

Conclusión. La evolución del poder tecnológico corporativo ha reconfigurado el paisaje geopolítico del siglo XXI. Evitar que la actual disrupción tecnológica se convierta en un ‘tecnofeudalismo’ exige marcos regulatorios robustos y éticos, gobernanza multilateral efectiva, políticas inclusivas y una priorización absoluta del bienestar humano sobre la eficiencia capitalista descontrolada o la ambición geopolítica. Los líderes de los gigantes tecnológicos deben reconocer que su licencia social para operar exige una sólida ética cívica. Los gobiernos, a su vez, deben modernizar sus instituciones y marcos legales. La colaboración informada, la valentía regulatoria y una ciudadanía vigilante son los pilares para construir un nuevo pacto social digital donde la innovación y la prosperidad vayan de la mano de la responsabilidad, la libertad y el interés público. El futuro de nuestras democracias depende de este equilibrio. La filósofa Adela Cortina autora de ¿Ética o ideología de la inteligencia artificial? (2024), en una entrevista con El País advirtió:

La IA es un saber científico-técnico que hay que encaminar en alguna dirección. Si quienes lo controlan son grandes empresas que quieren poder económico o países que quieren poder geopolítico, entonces no queda nada garantizado que sea bien usado.

El futuro de las democracias depende de este equilibrio.

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