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Las tres preguntas

Bronnie Ware, trabajó por muchos años asistiendo a personas desahuciadas. A partir de su experiencia, escribió el libro The Top Five Regrets of the Dying, en que sintetiza los sentimientos que sus pacientes le narraban frente a la inminencia de la muerte. Identificó cinco temas recurrentes:

  1. Ojalá hubiera tenido el valor de vivir una vida más acorde con mi forma de ser, no la que otros esperaban de mí. Cuando las personas reconocían que su vida estaba llegando a su final, miraban hacia atrás, y observaban sus sueños truncados. La mayoría no había concretado ni la mitad y sabían que había sido por sus propias elecciones.
  2. Ojalá no hubiera trabajado tanto. Los varones extrañaban no haber estado más presentes durante la infancia de sus hijos y disfrutar más de sus parejas. Las mujeres también compartían este sentir. Pero como la mayoría pertenecía a una generación anterior, muchas de ellas no habían sido el sostén económico de su familia.
  3. Ojalá hubiera tenido el valor de expresar mis sentimientos. Muchas personas reprimieron sus sentimientos para mantener la paz con los demás. Como resultado, se conformaron con una existencia mediocre y no expresaron lo que realmente querían. Algunos incluso desarrollaron enfermedades relacionadas con la amargura y el resentimiento.
  4. Ojalá no hubiera perdido el contacto con mis amigos. A menudo, no se daban cuenta realmente de todos los beneficios de los viejos amigos hasta sus últimas semanas y ya no siempre era posible localizarlos. Hubo muchos arrepentimientos profundos por no haber dado a las amistades el tiempo que merecían. Todos extrañan a sus amigos cuando están muriendo.
  5. Ojalá me hubiera permitido ser feliz. Este fue un arrepentimiento sorprendentemente común. Muchos no se dieron cuenta hasta el final de sus días que la felicidad es una elección. Se habían quedado atrapados en viejos patrones y hábitos. El miedo al cambio los hacía fingir ante los demás y ante sí mismos que estaban contentos. Sin embargo, en lo profundo de sí, añoraban haber disfrutado mucho más su vida.

El factor que más se correlaciona con la felicidad, no es la riqueza, la buena apariencia, ni la fama. Lo que más importa es la fuerza de las conexiones sociales de una persona. La vida de cada persona se desarrolla de manera única. Cada evento significativo que experimentamos deja un rastro, cada alegría, cada sufrimiento, nos va moldeando. Decodificar estos patrones, permite descubrir propósitos de vida sorprendentes. Cómo escribió Rumi, el célebre poeta musulmán del siglo XIII:

Cuando corro tras lo que creo que quiero, mis días son un horno de estrés y ansiedad; Si me siento en mi lugar, lleno de paciencia, lo que necesito fluye hacia mí, sin ningún dolor. De esto comprendo que lo que quiero también me quiere a mí, me está buscando y me atrae. Hay un gran secreto aquí, para quien pueda captarlo.

Una noche de invierno, a la edad de 82 años, León Tolstoi, decidió irse de su hogar, escapar para convertirse en una especie de monje errante. Murió un par de semanas después, en una estación de tren. El autor de Guerra y paz y Anna Karenina es considerado uno de los más grandes novelistas de la literatura mundial, pero pocos saben que también fue uno de los pensadores sociales y políticos más radicales. Sus ideas influenciaron a Gandhi y Martin Luther King, quienes consideraban a Tolstoi como un hombre profundamente espiritual.

Tolstoi nació en la nobleza rusa. Su familia tenía tierras y cientos de trabajadores. Roman Krznaric, en su ensayo Six Life Lessons from Leo Tolstoy, comenta que los primeros años de vida del joven conde fueron escandalosos y libertinos. Lo reconoció en A Confession:

Mataba a hombres en la guerra, retaba a otros a duelo para matarlos, perdía dinero jugando a las cartas, dilapidaba el fruto del trabajo de los campesinos, los castigaba; fornicaba, me valía de engaños. La mentira, el robo, la promiscuidad de todo tipo, la embriaguez, la violencia, el asesinato. No existe crimen que no hubiera cometido, y por todo ello me alababan, y mis coetáneos me consideraban, y aún me consideran, un hombre relativamente moral. Así viví diez años.

Tolstoi en función de nuevas experiencias, comenzó a cambiar tan profundamente, que sorprendió aun a sus más cercanos. Durante la Guerra de Crimea, cuando presenció una ejecución pública por guillotina. Le escribió a un amigo:

La verdad es que el Estado es una conspiración diseñada no solo para explotar, sino sobre todo para corromper a sus ciudadanos. De ahora en adelante, nunca serviré a ningún gobierno en ninguna parte.

Sus críticas al régimen zarista en Rusia se hicieron tan incisivas, que solo su fama lo salvó de la cárcel. Influenciado por un movimiento creciente que ensalzaba las virtudes del campesinado, Tolstoi no solo adoptó la vestimenta tradicional, sino que trabajó junto a ellos, arando los campos y reparando sus casas con sus propias manos. Creía que no podría entender la realidad de la vida de los pobres, a menos que la experimentara personalmente.

Nunca dejó de preguntarse por qué y cómo debía vivir, y cuál era el sentido de todo su dinero y fama. Incapaz de encontrar respuestas, sufrió un colapso y estuvo al borde del suicidio. Pero después de sumergirse en la filosofía de Schopenhauer, textos budistas y la Biblia, adoptó un tipo revolucionario de austera espiritualidad. Dejó de beber y fumar y se hizo vegetariano. La nueva vida de Tolstoi no estuvo exenta de contradicciones. Predicaba el amor universal, pero vivía en constante conflicto con su esposa. Cuando planteó la idea de regalar sus propiedades a los campesinos, su esposa e hijos se enfurecieron y tuvo que retractarse. Igual se las arregló, para renunciar a los derechos de autor de gran parte de sus obras literarias, sacrificando su fortuna. En sus últimos años, cuando los escritores y periodistas iban a visitar al sabio barbudo más famoso del mundo, se sorprendían de encontrarlo cortando leña con algunos trabajadores o fabricando sus propias botas.

En 1885 publicó un corto cuento que llamó Las tres preguntas. Era parte de la colección What Men Live By, and Other Tales. La historia toma la forma de una parábola. Trata sobre un emperador que quiere encontrar las respuestas a tres preguntas que consideraba eran las más importantes de la vida:

  1. ¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?
  2. ¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?
  3. ¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?

El emperador pensaba que, si conociera la respuesta a estas tres preguntas, no cometería errores. Por lo tanto, ofreció una gran recompensa a los que pudieran responderlas. Llegaron todo tipo de respuestas:

En respuesta a la primera pregunta, algunos le aconsejaron proyectar minuciosamente su tiempo, dedicando cada hora, cada día, cada mes y cada año a tareas específicas y seguir el programa al pie de la letra. Otros le dijeron que era imposible planear de antemano, por lo que era mejor estar atento a todo lo que ocurre, para saber qué hacer. Otro, insistió en que no podía esperar tener la previsión y competencia necesaria para decidir cada momento cuándo hacer cada cosa, por lo que era mejor que estableciera un Consejo de sabios, que lo asesoraran y luego actuara en consecuencia. Otro afirmó que ciertos temas exigen una decisión inmediata, por lo que no se puede esperar por un detallado análisis y deliberación. Así que, si quería saber de antemano lo que iba a ocurrir, debía consultar a magos y adivinos.

Las respuestas a la segunda pregunta tampoco fueron muy convincentes. Algunos decían que las personas que más necesitaba el emperador eran sus administradores; otros opinaban que eran los sacerdotes, los médicos, incluso algunos le decían que los más necesarios eran los guerreros.

Y finalmente, la última pregunta, sobre cuál era la actividad más importante para hacer, también recibió todo tipo de respuestas. Algunos decían que era la ciencia, otros insistían en la religión e incluso algunos clamaban por los temas militares.

El emperador no quedó satisfecho con las respuestas por lo que decidió visitar a un ermitaño que vivía en la montaña del que se decía era un hombre iluminado. Para su viaje, el emperador se vistió de campesino y les ordenó a sus guardias que lo esperaran al pie de la montaña. Al llegar a la casa del sabio, el emperador encontró al ermitaño cavando en el jardín. Cuando el ermitaño vio al extraño, lo saludó y siguió con su trabajo.

El trabajo era duro para el anciano, cada palada de tierra le costaba mucho esfuerzo. El emperador planteó sus preguntas, el ermitaño escuchó atentamente pero no respondió. Solo posó su mano sobre el hombro del emperador y siguió cavando.

El emperador le dijo: Debes estar cansado, déjame ayudarte. El ermitaño agradeció, le pasó la pala y se sentó a descansar. Luego que el emperador cavó un rato, volvió a hacer sus preguntas. El ermitaño tampoco contestó, y le dijo al emperador ¿Por qué no descansas? Yo puedo continuar. Pero el emperador siguió cavando. Pasaron varias horas y el sol comenzó a ocultarse. El emperador dejó la pala y dijo al ermitaño: Vine a ver si podías responder a mis tres preguntas, pero si no puedes ayudarme, dímelo, para que pueda volver a mi palacio.

El ermitaño levantó la cabeza y le preguntó al emperador: ¿Escuchas a alguien corriendo por ahí? El emperador volvió la cabeza y vieron a un hombre con una larga barba blanca que salía del bosque. Corría presionando una herida sangrante en su estómago. El hombre corrió hacia el emperador y cayó inconsciente. El emperador y el ermitaño vieron que el hombre tenía una profunda herida en su estómago.

El emperador limpió la herida lo mejor que pudo, hasta que la hemorragia cesó, luego usó su propia camisa para vendarle. El herido recuperó la conciencia y pidió agua. El emperador corrió al arroyo y trajo un jarro de agua fresca. La noche comenzaba. El ermitaño ayudó al emperador a llevar al herido hasta la cabaña donde lo acostaron sobre la cama. El herido descansó tranquilo. El emperador agotado por el largo día, se quedó dormido apoyado contra la puerta.

Cuando el emperador despertó por la mañana, durante un momento olvidó donde estaba. Miró hacia la cama y vio al hombre herido, que también estaba confuso; cuando el hombre vio al emperador, le dijo débilmente: Por favor, perdóneme. El emperador preguntó: Pero ¿qué has hecho para que yo deba perdonarte? El hombre respondió: Tú no me conoces, majestad, pero yo te conozco a ti. Yo era tu más implacable enemigo y había jurado vengarme, porque en la guerra pasada mataste a mi hermano y confiscaste mi propiedadCuando supe que vendrías a ver al ermitaño decidí emboscarte en el camino de regreso y matarte. Pero como te demorabas, salí a buscarte y me topé con tus guardias, que me reconocieron y me hirieron. Afortunadamente pude escapar y corrí hasta acá. Si no me hubieras ayudado estaría muerto. ¡Yo había intentado matarte, pero en lugar de ello tú salvaste mi vida! Me siento más avergonzado y agradecido de lo que mis palabras pueden expresar. Si vivo, juro que seré tu servidor el resto de mi vida y ordenaré a mis hijos y a mis nietos que hagan lo mismo. Por favor, ¡perdóname! El emperador se alegró mucho al ver que se había reconciliado tan fácilmente con este acérrimo enemigo, y no solo le perdonó, sino que le prometió devolver su propiedad y enviar a sus médicos para que lo atendieran.

Antes de volver al palacio el emperador quería hacer el último intento de hacer sus preguntas al ermitaño. Lo encontró sembrando el terreno que ambos habían cavado. El ermitaño se levantó, miró al emperador y le dijo: tus preguntas ya han sido contestadas. Ayer, si no te hubieras compadecido de mi edad y ayudado a cavar estos surcos, al regresar habrías sido atacado por ese hombre. Entonces habrías lamentado no haberte quedado conmigo. El tiempo más importante es el tiempo que pasaste cavandola persona más importante era yo mismo y la actividad más importante era ayudarme. Más tarde, cuando el hombre herido corría hacia acá, el momento más oportuno fue el tiempo que pasaste curando su herida, porque si no le hubieses cuidado habría muerto y habrías perdido la oportunidad de reconciliarte. En este caso, la persona más importante era él y el objetivo más importante era curarlo.

Solo hay un momento importante y es ahora. El momento actual es el único sobre el que tenemos dominio. La persona más importante es siempre la persona con la que estás, la que está delante de ti, porque quién sabe si tendrás la oportunidad de tratar con otra persona. El propósito más importante es hacer que esa persona, sea feliz, porque es el único propósito de la vida. Thich Nhat Hanh, comentando esta historia en su libro The Miracle of Mindfulness escribe:

Tolstoi era un santo, lo que los budistas llamamos un Bodhisattva. Pero ¿fue el emperador capaz de ver el sentido y la dirección de su vida? ¿Cómo podemos vivir el momento presente, vivir en este preciso instante con las personas que nos rodean, ayudando a disminuir su sufrimiento y haciendo que sus vidas sean más felices? La respuesta es: practicando el ser conscientes.

La mejor forma de desafiar nuestras suposiciones y prejuicios, es rodearnos y aprender de personas cuyas opiniones y estilos de vida difieren de los nuestros. Bronnie Ware en su libro escribe:

Ser amable con los demás y dejar de lado los prejuicios te ayuda a cuidarte y a plantar mejores semillas. Perdónate por culpar a los demás de tu infelicidad. Aprende a tratarte con cariño, a aceptar tu humanidad y tu fragilidad. Perdona a quienes te han culpado de su infelicidad. Todos somos humanos, todos hemos dicho y hecho cosas que ahora diríamos o haríamos de una manera más bondadosa. Simplemente, sonríe y sé consciente.

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