aprendizaje

Colapso

Todas las estructuras son inestables. El 25 de febrero de 2025, se produjo en Chile un corte del suministro de energía eléctrica que se extendió por más de siete horas y afectó a más del 90% de la población del país. Luego, el pasado 28 de abril, España, Portugal y la zona sur de Francia experimentaron un apagón masivo que trastocó su rutina cotidiana. Estos eventos recuerdan ficciones apocalípticas, donde algún evento afecta todos los sistemas de sociedades completamente dependientes de la tecnología y se desencadena el caos. En 2019, la miniserie francesa ‘L’Effondrement’ (‘El colapso’), creada por el colectivo Les Parasites anticipó magistralmente esta situación. En ocho capítulos, la serie presenta una Francia que ha sufrido un colapso sistémico y sigue la trayectoria de diferentes individuos, grupos y familias mientras buscan por distintos medios sobrevivir en un mundo y contexto que ya no está bajo su control. En una entrevista los creadores de la serie señalaron:

“Quisimos mostrar que todo lo que nos rodea (supermercados, automóviles, hospitales, internet…) es mucho más frágil y alterable de lo que parece”.

L’Effondrement, a través de situaciones límite, nos emplaza a cuestionar la robustez de nuestro sistema económico y sus inequidades; nos sumerge en reflexiones sobre la posibilidad real del colapso de la civilización y lo que ello implica para nuestra idea de progreso y modernidad; nos alerta sobre la dimensión ecológica de la crisis, subrayando que ignorar los límites naturales y éticos del crecimiento nos lleva al abismo; nos hace revivir dilemas éticos fundamentales, mostrando cómo la moral se pone a prueba cuando las estructuras se desmoronan; y, finalmente, nos hace imaginar formas diferentes de vivir juntos. Ronald Wright en su libro Una breve historia del progreso, define la trampa del progreso como aquella situación en la que una sociedad, persiguiendo continuamente el crecimiento y el avance tecnológico, acaba atrapada en una dinámica autodestructiva. Según Wright, la humanidad históricamente ha creado tecnologías y sistemas beneficiosos inicialmente pero que terminan generando consecuencias imprevistas o contraproducentes que amenazan la propia supervivencia social. Escribe:

“Muchas de las grandes ruinas que adornan los desiertos y selvas de la Tierra son monumentos a las trampas del progreso, las lápidas de civilizaciones que sucumbieron a su propio éxito. En el destino de estas sociedades —antiguamente poderosas, complejas y brillantes— se encuentran las lecciones más instructivas… son aviones de pasajeros caídos cuyas cajas negras pueden revelarnos qué falló”.

En La condición humana, Hannah Arendt sostiene que uno de los grandes errores del pensamiento occidental fue olvidar el origen concreto y real de las cosas y los seres. Por ello para Arendt ‘las estructuras de pensamiento occidental saltan en pedazos ante el contacto con la realidad’. Según Arendt, los sistemas excesivamente abstractos han simplificado y separado artificialmente conceptos como la acción, la pluralidad y la realidad, lo que ha generado en nosotros una ‘ineptitud teórica’ —una incapacidad para comprender y responder a los desafíos humanos desde su contexto vital real. Mar Padilla en el artículo El pensamiento indígena señala las causas de nuestras crisis, publicado recientemente en El País, argumenta que demasiadas veces creemos que ‘nuestro modo de vida es el único válido’, pero existen muchas otras formas de habitar el mundo, de hecho, actualmente hay casi 500 millones de personas pertenecientes a pueblos indígenas que viven en 90 países diferentes. Tyson Yunkaporta docente de pensamiento indígena en la Deakin University Melbourne y autor del libro Escrito en la arena. Cómo el pensamiento indígena puede salvar al mundo, en una entrevista señaló:

“El mundo se está infectando de simplicidad artificial, enfangado en esa simplicidad. En realidad, la guerra entre el bien y el mal es una imposición de la estupidez y la simplicidad sobre la sabiduría y la complejidad”.

Yunkaporta observa que el pensamiento occidental razona a partir de variables aisladas y abstractas, lo que lleva a conceptos desvinculados y jerárquicos. Por ello las personas sumergidas en culturas poco dependientes del contexto estamos expuestas ‘a razonamientos basados en señales y estructuras conceptuales determinadas por una autoridad desconocida’, que controla el tiempo y el espacio de nuestra realidad. Estamos sometidos a algo que ejerce su poder más allá de las personas, sea en forma de Dios, ciencia, tecnología o el gran emperador de turno. Según Yunkaporta, el pensamiento occidental arrastra un defecto de origen: la idea de ‘yo soy más que tú, tú eres menos que yo’. Frente a esta perspectiva occidental crítica, cabe preguntarnos cómo otras culturas han construido alternativas al progreso tecnológico desenfrenado. El lingüista Daniel Everett, es mundialmente famoso por su trabajo con el pueblo pirahã, una remota y aislada tribu de unas 400 personas que viven en la ribera del Maici, afluente del rio amazonas. Existen registros de buscadores de oro portugueses que habían avistado esta tribu hace más de 300 años, pero siempre se negaban a toda influencia del exterior y preferían vivir aislados. Los pirahã se llaman a sí mismos ‘cabezas rectas’, y a los extranjeros los llaman ‘cabezas torcidas’. Everett llegó a la Amazonia en 1977 con la misión de traducir la Biblia y convertir al pueblo pirahã al cristianismo. En aquel entonces, tenía dos certezas típicamente occidentales: su fe evangélica y la convicción lingüística de que todos los idiomas comparten estructuras universales. Sin embargo, tras décadas de convivencia con los pirahã sus convicciones se resquebrajaron. Everett descubrió que la calidad de vida de los pirahã era mejor en la mayoría de los aspectos que las de las personas que conocía en el ‘mundo civilizado’. Así que, en lugar de ‘civilizar’ a los pirahã, fue él quien se vio cuestionado y ‘descolonizado’ de sus paradigmas occidentales. En el libro Don’t Sleep, There are Snakes, Everett escribe:

“Lo que encontré fue un pueblo para el cual la mayoría de las cosas que eran importantes para mí, les parecían irrelevantes”.

Everett comenta: ‘imagina una vida sin arrepentimientos, sin preocupaciones más allá de aquello que podemos solucionar ahora mismo, sin un cielo sobre nosotros o infierno por debajo. Es una lección maravillosa y, creo, una filosofía sofisticada’. En su práctica cotidiana, los pirahã no planifican más allá del día a día. Son unos empiristas radicales, amantes del carpe diem. Por ejemplo, no guardan comida ni acumulan pertenencias: cazan, pescan o recolectan lo necesario para el momento y confían en que la selva proveerá mañana. Esta orientación al aquí y ahora se refleja también en su lengua y sus narrativas. De hecho, carecen de conceptos abstractos que no se puedan vincular a lo vivido directamente. No tienen números ni términos precisos para cantidades, sólo nociones equivalentes a ‘poco’ o ‘mucho’. Tampoco tienen términos específicos para los colores, los describen por semejanzas concretas, ‘como sangre’ en vez de decir ‘rojo’. Su idioma tampoco emplea tiempos verbales que se refieran a eventos lejanos o hipotéticos. Estas particularidades tienen profundas implicaciones en la forma de entender la vida, sus relaciones interpersonales y el mundo. En palabras de Everett:

“La lengua y cultura pirahã están regidas por una restricción de la comunicación a la experiencia inmediata”.

Los pirahã son considerados el pueblo más feliz del mundo. Se ríen por cualquier cosa. Se ríen de su mala suerte, por ejemplo, cuando una tormenta destruye sus chozas, o incluso si saben que van a morir. Cuando pescan muchos peces se ríen. Cuando no pescan ninguno se ríen. Se ríen cuando se hartan de comer y cuando tienen hambre. Para Everett la felicidad de los pirahã es cultural y se debe a que no se preocupan por el pasado o el futuro. No hay en su idioma una palabra que signifique preocupación.Sienten que son capaces de hacerse cargo de sus necesidades del presente, ya que desde niños son autovalentes. No son materialistas. No quieren cosas que no pueden proporcionarse por sí mismos. Valoran poder viajar rápido y ligero. Un grupo de psicólogos del departamento de ciencias cognitivas y del cerebro del MIT midieron el tiempo promedio que los pirahã pasan riendo y sonriendo, y lo compararon con otras sociedades. Los pirahã ganan por goleada. En palabras de Everett:

“Esa es una evidencia superficial de la felicidad. Pero tampoco encuentras un pirahã sentado deprimido y llorando. No encuentras síndrome de fatiga crónica. No encuentras el suicidio. El concepto de suicidio les es ajeno. Nunca he visto evidencia de ninguno de los trastornos mentales que asociamos con la depresión, la tristeza y la falta de felicidad entre los pirahã. Simplemente trabajan, llegan a casa y hablan. Están contentos. Cantan por la noche. Y se levantan y lo vuelven a hacer. Es simplemente un grado asombroso de satisfacción sin necesidad de drogas o estados que alteren la conciencia”.

El joven misionero cristiano que había llegado con 25 años a evangelizar a los pirahã, se hizo ateo. Este cambio provocó otro terremoto personal para Everett, significó el final de su matrimonio de más de treinta años. En 2005, Everett publicó el artículo Cultural Constraints on Grammar and Cognition in Pirahã en que concluyó que el lenguaje de los pirahã, contradice la teoría de Chomsky sobre la gramática universal y en particular la recursividad. El paradigma aceptado desde hacía 50 años por la ciencia fue cuestionado. Everett explica que el lenguaje pirahã carece de recursividad sintáctica debido a su principio cultural de inmediatez, sin que ello impida que se comuniquen eficazmente. Esto provocó acalorados debates académicos, pero más allá de lo técnico, plantea una pregunta de fondo: ¿hasta qué punto nuestros sistemas conceptuales occidentales son verdaderamente universales? Los pirahã han desarrollado otros modos de resolver los problemas de la existencia, igualmente válidos. Como dice Everett, cada cultura indígena es como ‘un sistema completo de conocimiento’. Everett cuenta que la última vez que visitó su aldea, los pirahã le manifestaron su deseo de que ningún foráneo se estableciera en sus tierras. Le dijeron:

“Los ‘cabezas torcidas’ tiene muchísima tierra y muchísima agua. Nosotros tenemos el río Maici. ¿Por qué no se pueden quedar los ‘cabezas torcidas’ en su jungla y dejarnos a nosotros en la nuestra?”.

Jürgen Habermas, uno de los filósofos sociales más destacados de nuestra era, en su Teoría de la acción comunicativa realiza la distinción entre el ‘mundo de la vida’ y el ‘sistema’. En términos sencillos, el mundo de la vida abarca la esfera de la experiencia cotidiana, la cultura compartida, los valores, lenguajes y significados que integran una comunidad. Es el espacio de la interacción simbólica donde las personas se comunican para entenderse mutuamente y reproducir sus lazos sociales y tradiciones. Por otro lado, el sistema se refiere a los ámbitos funcionales especializados de las sociedades modernas, especialmente la economía de mercado y el aparato administrativo-estatal. En el sistema, la coordinación no se basa en valores compartidos o entendimiento común, sino en mecanismos impersonales: las transacciones monetarias, las órdenes legales, las reglas tecnocráticas. Habermas advierte que, con la modernización, estos sistemas tienden a ‘desbordarse’ al mundo de la vida. A este fenómeno lo denomina ‘colonización del mundo de la vida’, en que el dinero y el poder comienzan a dictar las normas incluso en la esfera familiar, comunitaria y personal, desplazando las formas de relación orientadas por valores y entendimiento. Habermas lo describe como un ‘encogimiento paulatino del entramado cultural, simbólico y moral’. Escribe:

“Hoy en día, el lenguaje del mercado penetra cada poro y fuerza cada relación interpersonal al esquema de la preferencia individual”.

El resultado es una sociedad con alta eficiencia técnica, pero crecientes patologías: aislamiento individual, pérdida de significado compartido, mercantilización de esferas íntimas y desintegración comunitaria. La existencia de comunidades como los pirahã en pleno siglo XXI es un recordatorio de que hay formas de vida alternativas. Desafía la noción de que el ‘progreso’ material y tecnológico es indispensable para la felicidad o la plenitud humana. La cultura pirahã nos muestra que es posible vivir con muy poco y aun así no sentir pobreza alguna en lo esencial. No se sugiere que la humanidad deba volver al paleolítico, pero sí preguntarnos: ¿Qué hemos perdido en el camino al ‘desarrollo’Quizá hemos ganado en control material, pero hemos cedido control sobre nuestro propio tiempo, nuestras relaciones y narrativas a fuerzas que muchas veces no comprendemos del todo. Los pirahã, al conservar el control sobre su vida, mantienen una lucidez y una alegría de vivir que interpelan nuestras insatisfacciones crónicas. En palabras de Everett:

“Los pirahã han construido su cultura en torno a lo que es útil para la supervivencia. No les preocupa lo que no conocen, y tampoco creen que puedan hacerlo ni saberlo todo. De la misma forma, no codician los productos o las soluciones de conocimientos ajenos”.

La vida para los pirahã, es pescar un pez, remar en una canoa, reír con los hijos, amar a los hermanos y morir de malaria. Muchos occidentales se empeñan en insinuar que eso los hace más primitivos, pero la evidencia muestra que tal vez seamos nosotros los ‘cabezas torcidas’, los primitivos. Los pirahã nos dan la oportunidad de conocer un ejemplo concreto de un lenguaje y vida de personas sin sistemas abstractos, absolutos, culpas, miedos y la obsesiva búsqueda del éxito. La modernidad no puede desandarse, ni tampoco se trata de romantizar la vida en la selva. Pero sí podemos aspirar a ‘reponer’ en nuestra experiencia algo de esa sabiduría del mundo de la vida. Podemos descolonizar nuestra propia mente y vida cotidiana. No es un problema de técnica es un problema de ética. ¿Cómo podemos vivir dentro de los límites de nuestro planeta y crear un entorno seguro para todos? Hay que recordar que el objetivo de tener sistemas es mejorar la vida, no devorarla. En definitiva, quizá el mayor colapso que enfrentamos no sea el de nuestros sistemas tecnológicos, sino el de nuestra capacidad para imaginar vidas diferentes. ¿Estamos dispuestos a cuestionar el paradigma occidental y reaprender lo esencial para vivir en armonía con nuestro entorno y con nosotros mismos? Ronald Wright advierte:

“Nuestro comportamiento actual es el típico de sociedades fracasadas en el apogeo de su codicia y arrogancia. La historia demuestra que estas sociedades a menudo colapsan justo cuando parecen más invencibles. Las cosas avanzan tan rápido que la inacción en sí misma es uno de los mayores errores. El experimento de 10.000 años de esta civilización se sostendrá o caerá por lo que hagamos, y por lo que dejemos de hacer, ahora mismo”.

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *