
Progreso robótico
Hace aproximadamente dos años, Tesla presentó el prototipo de Optimus, su robot humanoide. La compañía afirma que este robot juega un papel esencial en su estrategia para alcanzar una valorización de mercado de 25 mil millones de dólares, lo que representaría un aumento de cuarenta veces su valor actual. Tesla quiere mejorar las habilidades motoras de Optimus, por lo que actualmente está ofreciendo 48 dólares por hora a trabajadores para que se pongan trajes de captura de movimiento y ayuden en el entrenamiento de su robot. En el portal de empleos de Tesla se anuncia la posición ‘Data Collection Operator’, que requiere que los operadores utilicen un traje de 30 kilos con sensores, usen un casco de realidad virtual y caminen durante más de siete horas al día. Se indica:
“Los objetivos principales de este puesto son recopilar datos, ayudar con las solicitudes de ingeniería y reportar comentarios sobre el equipo… Buscamos a alguien con entusiasmo por el campo de la robótica y un fuerte deseo de contribuir al desarrollo del Tesla Bot.”
Según Business Insider, más de 50 personas han desempeñado este rol durante el último año. Jonathan Aitken, experto en robótica de la Universidad de Sheffield, explica que Tesla está haciendo lo mismo que hizo con sus vehículos autónomos. Comenta:
“En lugar de recopilar datos de su flota de automóviles, ahora está pagando a personas para que vengan a la fábrica y realicen estas tareas”.
Según Tesla, actualmente hay dos robots Optimus trabajando de forma autónoma en sus fábricas, y una versión mejorada comenzará a operar a principios de 2025. Optimus estará disponible para clientes externos en 2026, pero no está solo. La semana pasada en la Conferencia Mundial de Robots celebrada en Beijing, más de 20 empresas chinas mostraron las habilidades de sus robots humanoides. Según informa Reuters, Arjen Rao, analista del LeadLeo Research Institute, señaló:
“La industria de robots humanoides de China demuestra claras ventajas en la integración de la cadena de suministro y en las capacidades de producción en masa”.
En los folletos del evento, se destacaba que el esfuerzo en robótica cuenta con el respaldo de la política del presidente Xi Jinping de desarrollar ‘nuevas fuerzas productivas’ en tecnología. De hecho, en enero de 2024, Beijing lanzó un fondo estatal de 1.400 millones de dólares para impulsar la robótica y en junio, Shanghái anunció planes para establecer un fondo de la misma cantidad para la industria de robots humanoides. La empresa UBTECH Robotics ha estado probando sus robots humanoides en fábricas de automóviles y llegó a un acuerdo con una planta de Audi en China para continuar su entrenamiento. Sotirios Stasinopoulos de UBTECH señaló:
“Para el próximo año, nuestro objetivo es la fabricación en masa. Esto significaría hasta 1.000 robots trabajando en fábricas. Es el primer hito hacia un despliegue a gran escala”.
La nueva era de las máquinas no tiene precedentes. Pese a los desafíos tecnológicos y de costos, Market.us, estima que la integración de la IA, la innovación e inversión constante, permitirá que los robots humanoides puedan alcanzar un precio promedio de 20.000 dólares por unidad y una producción anual cercana a 1.000 millones de robots. La consultora Benchmark International, en su informe de mayo, valoró el mercado mundial de robótica en 46 mil millones de dólares en 2023. Estima que este mercado crecerá a una tasa de 15,1% anual para alcanzar los 169,8 mil millones de dólares en 2032. La revolución robótica que sacude el mundo está todavía en sus comienzos, pero sus amplios efectos se están sintiendo en diferentes ámbitos. La mayor demanda viene de los sectores automotriz, manufacturero, de atención médica, agrícola y doméstico. Señala el informe:
“Los robots ofrecen una solución a los problemas laborales al automatizar tareas repetitivas y que requieren mucha mano de obra. También pueden ayudar a las empresas a mantener la productividad incluso en tiempos de escasez de mano de obra. Los robots también pueden funcionar sin descanso, lo que conduce a una mayor eficiencia y producción. Su presencia significa que las empresas pueden reducir su dependencia de la mano de obra humana, mitigando el impacto del aumento de los costos laborales”.
Esta semana en The Guardian, Julia Kollewe en su artículo Improved version of ‘Robocrop’ only picks ripe raspberries, informó que el primer robot recolector de frambuesas del mundo se utilizará en granjas del Reino Unido, Australia y Portugal. El robot es una creación de Martin Stølen, quien fundó la empresa Fieldwork Robotics en 2016. El grupo British Berry Growers ha advertido de que dos quintas partes de los productores de fresas y frambuesas podrían cerrar a finales de 2026 debido al aumento de los costos de producción y a la presión de los supermercados sobre los precios de los proveedores. Fieldwork Robotics actualmente se encuentra haciendo los estudios para adaptar sus actuales robots para recolectar otras frutas blandas como las moras. Nick Marston, presidente de British Berry Growers, advirtió:
“Es un sector complejo y actualmente estamos muy lejos de que los robots reemplacen a los recolectores calificados, por lo que debemos asegurarnos de tener acceso a la mano de obra de recolección que necesitamos hasta que esa tecnología funcione bien”.
Los robots ya no son elementos limitados a la ciencia ficción; su presencia e influencia crecen en todos los aspectos de la vida cotidiana, desde el hogar hasta la industria, lo que sugiere que su rol en la sociedad seguirá expandiéndose y profundizándose. En 2019, John Keane, politólogo y profesor australiano, impartió una conferencia en la Universidad de Tsinghua, en Pekín que tituló Tenemos que hablar de robots. Keane insistió en que los efectos de la robótica y la inteligencia artificial no solo son tecnológicos sino también profundamente políticos y democráticos. Argumentó que estas tecnologías cambian las relaciones de poder y plantean importantes preguntas respecto de nuestra sociedad. Dijo:
“Los humanos tienen un talento colectivo para el antropomorfismo, la desafortunada costumbre de perderse en sus propias creaciones. Es como si sufrieran una especie de autohipnosis narcisista. A menudo de manera inconsciente, los humanos se proyectan a sí mismos en el mundo de los objetos que han creado. Entonces los alaban y culpan de ser la fuente de su felicidad y liberación, o de su mala suerte y desgracias”.
La robótica y la inteligencia artificial tienen un impacto dual en la economía. Por un lado, aumentan la eficiencia de producción y pueden impulsar el crecimiento económico. Pero, por otro lado, el reemplazo de trabajos humanos plantea desafíos de desempleo y desigualdad alarmantes. Keane llama a un debate más amplio y profundo sobre estas tecnologías, ya que no solo transforman el mercado laboral y la economía, sino también afectan los fundamentos mismos de la sociedad y la democracia. Yuval Noah Harari, recientemente publicó en The Guardian un extracto editado de su nuevo libro Nexus: A Brief History of Information Networks from the Stone Age to AI. Harari discute las posibles implicaciones geopolíticas de estas tecnologías, donde naciones o corporaciones dominantes podrían utilizarlas para ejercer un control sin precedentes, creando nuevas formas de colonialismo o imperialismo. Según la consultora PricewaterhouseCoopers, se espera que la IA agregue 15,7 mil millones de dólares a la economía global para 2030, pero si las tendencias actuales continúan, China y Estados Unidos, se llevarán el 70% de ese dinero. Escribe Harari:
“En una economía global impulsada por la tecnología, los líderes digitales se adjudican la mayor parte de los beneficios y podrían utilizar su riqueza para capacitar a su fuerza laboral y obtener aún más ganancias. Mientras tanto, el valor de los trabajadores no calificados en los países rezagados disminuirá, lo que hará que se queden aún más atrás”.
Los economistas del MIT Daron Acemoglu y Simon Johnson, en el libro Power and Progress, realizan un amplio análisis histórico de cuán desigualmente se han distribuido los beneficios y los costos del cambio tecnológico. Su investigación muestra que los desarrollos tecnológicos de los últimos 1.000 años tendieron a enriquecer y empoderar a las pequeñas élites mientras generaban pocos beneficios para la sociedad en su conjunto. Los autores concluyen que la tecnología no es en sí misma una fuerza, sino más bien una herramienta desarrollada para apoyar las agendas de las personas e instituciones que detentan el poder. Acemolglu comenta:
“Deberíamos utilizar máquinas para potenciar a los humanos. La IA generativa es tan prometedora porque tiene esa capacidad. Podría ayudar con la recuperación y filtrado de información para que los tomadores de decisión humanos lo hagan mejor. Pero eso es muy diferente a automatizar unos cuantos quioscos McDonald’s más”.
Acemoglu y Johnson sostienen que un pequeño número de corporaciones gigantes están vendiendo una narrativa que dice que lo que es bueno para ellos también es bueno para todo el mundo. El mensaje implícito es que como sociedad debemos permitirles seguir con sus experimentos sin obstaculizarlos con regulaciones, ya que con eso impediremos el ´progreso´. Según los autores, la narrativa de que la tecnología es igual a progreso debe ser cuestionada. En una entrevista Acemoglu dijo:
“Este es un momento crítico para pensar en el futuro de la tecnología. Muchas decisiones de gran importancia se ven obstaculizadas por el hecho de que existe un ´tecnooptimismo´ en el mundo académico, el mundo tecnológico y el mundo político. El tecnooptimismo es la noción de que un cambio tecnológico impresionante conducirá automáticamente a mejores resultados para la sociedad”.
Douglas Rushkoff en libros como Survival of the Richest y Team Human, argumenta que la revolución tecnológica, por muy pura que fuera en sus inicios, produjo que surgiera una élite de tecnólogos que creen que están especialmente capacitados para crear reglas para toda la humanidad. Pero esas reglas siguen las mismas prácticas de desigualdad y abuso históricas. Entregamos la tecnología digital al mercado. Esto pudo haber generado una economía más circular y equitativa, pero, en cambio, terminó sirviendo a la misma lógica de siempre. Mientras que la tecnología puede aumentar la productividad, también puede llevar a una polarización del empleo, donde los trabajos de alta y baja habilidad crecen, pero los trabajos de habilidad media tienden a desaparecer. Esta dinámica puede exacerbar la desigualdad económica, ya que los beneficios de la automatización a menudo se concentran en los propietarios de la tecnología y los trabajadores altamente calificados. Rushkoff comenta:
“Eso ha sido bueno para crear un crecimiento exponencial a corto plazo y para crear algunos multimillonarios”.
Nicholas Carr, en su libro The Glass Cage, afirma que las tecnologías de automatización, en lugar de invitarnos al mundo y animarnos a desarrollar nuevos talentos que aumenten nuestras percepciones y expandan nuestras posibilidades, tienen con frecuencia el efecto