
Todo irá bien…
“Él dijo: ‘Ha habido un accidente. Lo intentaron, querido niño. Me temo que ella no lo logró’. Mi padre no me abrazó. No se le daba muy bien expresar sus emociones. Puso su mano sobre mi rodilla y me dijo: ‘Todo irá bien’. Pero después de eso, durante mucho tiempo nada estuvo bien”.
Así, se enteró Harry, cuando tenía 12 años, que su madre, la princesa Diana, había muerto. Luego junto a su hermano mayor, tuvieron que cumplir con el protocolo del funeral. En una entrevista comentó:
“Fue terrible hacer que William y yo camináramos detrás del ataúd de nuestra madre. No debería haberse permitido”.
En 2021, Harry, el príncipe rebelde de la monarquía británica, junto a su esposa Meghan, renunciaron al tratamiento de realeza, dejaron de estar sustentados por la Corona y de ejercer funciones reales. En la actualidad, él y su familia residen en Estados Unidos. En una entrevista señaló:
“Perdí bastante, pero también he ganado mucho y me siento agradecido al ver crecer a mis hijos aquí y ver cómo son. No veo cómo eso hubiera sido posible en ese entorno”.
Hace un año, lanzó su biografía ‘En la sombra’, en la que narra su experiencia de haber crecido en un hogar destrozado. Afirmó:
“A lo largo de mi vida he llevado muchos sombreros, tanto de forma literal como figurada, y mi esperanza es que contando mi historia —los altibajos, los fallos, las lecciones aprendidas— pueda ayudar a mostrar que no importa de dónde vengamos, porque tenemos más en común de lo que pensamos”.
Harry ahora comprende mejor las limitaciones emocionales de su padre, el rey Carlos III, quien está en tratamiento contra el cáncer. Estos obstáculos incluyen las secuelas de una relación distante con su madre, la reina Isabel II. En una ocasión, la reina, estuvo ausente entre cuatro o cinco meses, y al regresar su única interacción con su hijo de cinco años fue saludarlo con la mano. Esta experiencia fue descrita por Harry como parte de un ‘dolor genético’ que ha marcado profundamente a la familia. En un podcast señaló:
“Me voy a asegurar de romper ese ciclo para, no transmitirlo”.
Cuando los problemas mentales entran en juego de poco vale ser príncipe o mendigo. El tipo de experiencia y cómo la vive cada uno tampoco. Dentro de las actividades de promoción de su biografía, en marzo de 2023, el editor, programó una conversación entre Harry y el médico canadiense Gabor Maté. Para acceder al encuentro, había que comprar la biografía de Harry, que se podía complementar con el último ensayo de Maté ‘El mito de lo normal’. Maté es uno de los médicos más reconocidos en el mundo en torno al trauma. Sostiene que existe una conexión estrecha entre las experiencias traumáticas de la infancia y las enfermedades que se desarrollan en la adultez. Según él, el estrés emocional sostenido puede tener efectos profundos y duraderos sobre el sistema físico, predisponiendo a las personas a enfermedades como el cáncer, enfermedades autoinmunes, y trastornos de adicción. En la conversación con Harry, Maté apuntó que la desconexión emocional agravó una situación ya de por sí extremadamente dolorosa para un niño. El trato frio de su padre no significaba que no lo amara. Simplemente era que:
“[Su padre] no sabía cómo expresarlo debido a su propia educación”.
En la conversación con Maté, Harry compartió detalles sobre sus veinte años de lucha contra el abuso de alcohol y drogas. Maté, quien aborda la adicción desde una perspectiva holística, argumenta que este problema va más allá de lo médico y conductual, arraigándose en el dolor emocional y traumas no resueltos. Respondiendo a Harry, replicó:
“Tu reacción fue normal dadas las circunstancias anormales que enfrentaste. Siendo un niño bajo estrés constante, ¿qué alternativas tenías para manejarlo? No podías huir, así que, ¿qué hiciste? Tu cerebro simplemente se desconectó… Esto sucedió mientras tu cerebro aún se desarrollaba, afectando profundamente su funcionamiento”.
Esta entrevista tuvo repercusiones para el terapeuta. En el podcast de Steven Bartlett The Diary of a CEO, Maté reconoció que se ‘perdió’ y no siguió su ‘instinto’. Primero, no estaba de acuerdo con el formato de la entrevista. Señaló:
“Tuve la sensación desde el principio de que no debería aceptar hacer la entrevista de la manera en que estaba definida, porque había que pagar para verla. Y pensé, esto no es justo. Creí que debería haber sido un servicio público gratuito por parte de dos personas que podrían tener una conversación interesante. Pero por puro oportunismo, acepté. Así que no seguí mis instintos. Me perdí incluso al aceptar el formato”.
El segundo inconveniente para Maté, fue la reacción ’degradante’ y ’desdeñosa’ de la prensa británica y las redes sociales, que incluyeron etiquetarlo como ’comerciante del trauma’.
“Pensé que, a esta edad, podría manejarlo mejor. Pero realmente me afectó. Lo que pasó fue que estaba en un estado mental negativo”.
Con la franqueza sobre sus fracasos que lo caracteriza, Maté, narra que tuvo la actitud más valiente que puede existir: ’pedir ayuda’. Así que llamó a un amigo psiquiatra. En sus palabras:
“Le dije: ’Estoy en un mal estado’. Él dijo: ‘¿Qué te está pasando?’ Le dije: ‘Bueno, toda esta mala prensa y toda la distorsión en redes sociales de quién soy y mis motivos’. Él dijo: ‘¿Qué es lo que tanto te molesta de eso?’ Le dije: ‘No ser visto’”.
El siquiatra replicó:
“Mira, Gabor, cuando eras un niño y no te vieron como el ser humano que eres, casi te costó la vida…”
Maté, se dio cuenta que su dolor, nuevamente estaba siendo provocado por una herida antigua no resuelta. En sus palabras:
“La herida todavía no está completamente sanada. A los 79 años, todavía me molesta no ser visto”.
Maté nació en Budapest, Hungría, en enero de 1944 y en mayo de ese año comenzó la deportación de judíos de Hungría a Auschwitz. Al final del Holocausto, 565.000 judíos húngaros habían sido asesinados, entre ellos los abuelos maternos de Maté. En su libro, cita su diario de la época:
“Mi querido hombrecito […] nos trasladaron a la fuerza al gueto vallado de Budapest, […] te puse en manos de una perfecta desconocida para que te llevara con tu tía Viola, porque vi que tu pequeño cuerpecito no podría soportar las condiciones de ese edificio”.
Maté explica:
“El trauma no es lo que nos pasó, sino lo que pasó dentro de nosotros como resultado”.
No es el golpe en la cabeza, sino la conmoción que provoca. Maté explica que el trauma no fue que su madre lo entregara a un extraño. Su trauma fue pensar que él no valía como ser humano, que no importaba, que no era merecedor de afecto, esa es la herida que tenía que reconocer y sanar. Para un niño existen eventos traumáticos brutales que incluyen cosas como el abuso o la pérdida de un padre, sin embargo, se puede herir a un niño también no satisfaciendo sus necesidades de afecto y reconocimiento. En palabras de Maté:
“El trauma, en muchos casos, es multigeneracional. Se transmite de padres a hijos, extendiéndose del pasado al futuro. Pasamos a nuestra descendencia lo que no hemos conseguido resolver. El hogar se convierte en un lugar en el que, sin querer, recreamos, tal como hice yo, escenarios que recuerdan aquellos que nos hirieron de pequeños”.
Si no se cura el trauma, sigue impactando en nuestras vidas, sobre cómo nos sentimos con nosotros mismos, cómo vemos el mundo, cómo nos desplegamos, lo que creemos, el tipo de relaciones que establecemos, e incluso se manifiesta en enfermedades físicas y mentales. Para Maté no sentirse visto era una situación de amenaza vital, ya que lo separaba de su madre. Escribe:
“Ese es mi detonante. Si alguien no está de acuerdo conmigo, genial, no me importa. Pero que me vean”.
Maté pasó 12 años trabajando en el Downtown Eastside de Vancouver, el área con mayor concentración de consumo de drogas en América del norte. En su experiencia, las adicciones son respuestas normales al trauma. Escribe:
“Cada una de mis pacientes femeninas (muchas de las cuales eran indígenas, muchas atrapadas en el comercio sexual) habían sido abusadas sexualmente en la infancia o la adolescencia, un marcador del legado multigeneracional nacido del brutal pasado colonial de Canadá”.
Johann Hari, en su libro ‘Conexiones Perdidas’, explora cómo las circunstancias sociales pueden contribuir a la crisis de salud mental que estamos viviendo. Con solo 18 años, él comenzó a consumir antidepresivos recetados por un médico que le explicó que su depresión se debía a descompensaciones en su química cerebral. Trece años después, Hari, ya estaba tomando la dosis más alta permitida, pero seguía con depresión, malestar, miedo, tristeza y vergüenza. Así que comenzó a investigar en profundidad todo lo que la ciencia había descubierto sobre su condición y descubrió que casi todo lo que se dice sobre la depresión y la ansiedad está mal. Hari cuestiona la concepción común de que los trastornos anímicos de la depresión y la ansiedad son meramente el resultado de un desequilibrio químico cerebral. Sostiene que la depresión y la ansiedad, además, están fuertemente vinculadas con la desconexión social. En sus palabras:
“En cierta manera, la depresión y la ansiedad quizá sean las reacciones más cuerdas a tu situación. Es una señal que te indica que no tienes por qué vivir de esta manera, y que, si no recibes ayuda para encontrar un camino mejor, te perderás buena parte de lo más gratificante que encierra la condición humana”.
Hari critica los ‘valores basura’ del neoliberalismo y cómo estos contribuyen a las altas tasas de los actuales trastornos mentales. La forma en que vivimos, incluyendo la soledad y el aislamiento social, contribuyen significativamente a la depresión y la ansiedad. La investigación de Hari desmantela la creencia de que la depresión es únicamente un problema biológico o un fenómeno puramente psicológico. Vivimos en una sociedad enferma que nos enferma. En sus palabras:
“La depresión y la ansiedad tienen tres tipos de causas posibles: biológicas, psicológicas y sociales. Todas son reales y ninguna responde a una idea tan rudimentaria como un desequilibrio químico. Las causas sociales y psicológicas llevan muchos años siendo ignoradas”.
Los seres humanos somos animales sociales. Nos necesitamos unos a otros y estamos destinados a estar cerca de otras personas. Necesitamos ser vistos. Las relaciones cercanas nos ayudan. Nuestros cerebros están programados para que nos importe lo que la gente piensa de nosotros; por eso sentirse juzgado o rechazado es tan angustiante. Necesitamos rodearnos de una comunidad. Necesitamos desprendernos de cualquier sentimiento de vergüenza por un maltrato del que fuéramos víctima. Todos los seres humanos compartimos estas mismas necesidades y, en nuestra cultura y sociedad muchos de estos factores se subestiman. En palabras de Maté:
“Todo empieza por el despertar: el despertar a lo que es real y auténtico dentro y alrededor de nosotros y a lo que no lo es; despertar a quiénes somos y a quiénes no somos; despertar a lo que expresa nuestro cuerpo y a lo que suprime nuestra mente; despertar a nuestras heridas y a nuestros dones; despertar a lo que creíamos y a lo que realmente valoramos; despertar a lo que ya no estamos dispuestos a tolerar y lo que ahora podemos aceptar; despertar a los mitos que nos atan y a las interconexiones que nos definen; despertar al pasado tal como fue, al presente tal como es y al futuro tal como aún puede ser; y, ante todo, despertar a la diferencia entre lo que pide nuestra esencia y lo que nos ha exigido la ‘normalidad’“.
Hemos permanecido desconectados los unos de los otros y de aquello que realmente importa. Hemos perdido la fe en la idea de algo más grande o significativo que nuestra individualidad, o la acumulación de pertenencias. Únicamente escuchando nuestro dolor seremos capaces de rastrear su origen, y solo una vez ahí, frente a sus causas verdaderas, podremos empezar a superarlo. En palabras de Hari:
“Necesitas tus náuseas. Necesitas tu dolor. Es un mensaje que debemos escuchar”.