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Verdad provisional

Pocos científicos han alcanzado un perfil público tan notorio y controvertido como el biólogo británico Richard Dawkins. Su primer libro El gen egoísta, lo encumbró como gran divulgador de la biología evolutiva. Con su libro El espejismo de Dios, se posicionó como uno de los más tenaces defensores del ateísmo. Dawkins sostiene que es casi seguro que no existe un creador sobrenatural y que la fe religiosa es un engaño y una creencia falsa. Comentando su reciente libro Ateísmo para principiantes, dijo:

Me gusta la idea de romper con esa inercia por la cual cada generación transmite sus supersticiones a la siguiente. Si preguntas a los creyentes de una determinada religión por qué creen, la mayoría te dirá que es porque ha sido educada en ella. Quiero animarlos a que piensen por sí mismos.

John Lennox, profesor emérito de matemáticas de la Universidad de Oxford y un declarado cristiano se ha enfrentado en numerosos debates públicos con Dawkins. En su libro ¿Puede la ciencia explicarlo todo?, afirma que es una ficción creer que el origen del universo y la vida se pueden explicar solamente por leyes matemáticas. En sus palabras:

Los científicos ateos, que han intentado eludir la evidencia clara de una inteligencia divina subyacente en la naturaleza, se ven obligados a atribuir poderes creativos a candidatos cada vez menos creíbles, como la masa/energía y las leyes naturales. El ateísmo, sencillamente, no da la talla.

John Dupré, filósofo de la biología de la Universidad de Exeter en su libro Against Scientific Imperialism sostiene que en la actualidad existe un imperialismo científico que sin contemplaciones afirma que los métodos de la ciencia son superiores al resto de las disciplinas. En sus palabras:

Es la tendencia a llevar una buena idea científica mucho más allá del entorno en que se aplica y para lo que fue desarrollada.

Un prejuicio no es más que una creencia aceptada sin dar razones, por lo que los prejuicios por definición son dogmáticos. Bertrand Russell filósofo y matemático británico, ganador del Premio Nobel de literatura, en su Historia de la Filosofía explica:

Enseñar a vivir sin certeza, y al mismo tiempo no ser paralizado por la vacilación, es quizá el mayor aporte que la filosofía, en nuestra época, puede hacer a los que la estudian.

Russell, define que en un extremo está lo que es posible conocer, el dominio de la investigación científica y en el otro extremo lo que no podemos conocer, el dogma de la teología. Entre ambos extremos posiciona a la filosofía. En sus palabras:

Todo conocimiento definido -así lo afirmaría yo- pertenece a la ciencia; todo dogma acerca de lo que sobrepasa el conocimiento definido pertenece a la teología. Pero entre la teología y la ciencia hay una tierra de nadie, expuesta al ataque por ambos lados; esta tierra de nadie es la filosofía. Casi todas las cuestiones de mayor interés para los espíritus especulativos son tales que la ciencia no puede responder, y las confiadas respuestas de los teólogos ya no parecen tan convincentes como en siglos anteriores.

Para Russell, la filosofía comparte con la teología el interés en cuestiones que no son susceptibles de un conocimiento definido, sin embargo, se aparta de la teología en que no debiera ser dogmática. En su libro El conocimiento humano, Russell realizó un análisis lógico y sistemático de los múltiples campos del saber humano, desde la biología y la psicología a la astronomía. En la última frase de su libro, concluye:

Todo conocimiento humano es incierto, inexacto y parcial.

Entonces, ¿Por qué cargamos con tantos dogmatismos intelectuales religiosos, pseudocientíficos o políticos? El filósofo pragmático Charles Sanders Peirce en su artículo La fijación de la creencia, señala:

A pocos les interesa estudiar lógica, porque todo el mundo se considera ya lo suficientemente competente en el arte de razonar. Pero observo que esta satisfacción está limitada al propio raciocinio y no se extiende al de otros hombres.

Cada uno está completamente convencido de la corrección de sus opiniones, y no entiende cómo otras personas pueden sostener opiniones diferentes. Darin McNabb, en su libro Hombre, signo y cosmos, explica que, para Peirce, las creencias son disposiciones a actuar, hábitos o reglas que dirigen nuestras acciones. Peirce describe la creencia como un estado calmado y satisfactorio del que no queremos salir. Sin embargo, a veces ese estado sereno se desmorona. Algo nos saca de la rutina, de lo conocido. Nos entra la duda. La duda es un estímulo, una irritación o molestia que nos impulsa a eliminarla de inmediato. Los pasos que damos para erradicar la duda es lo que Peirce llama indagación. La finalidad de la indagación es el establecimiento de creencias. En palabras de McNabb:

Al interrumpirse el funcionamiento normal de la creencia empezamos a sentir la irritación de la duda y buscamos eliminarla con el establecimiento de una nueva creencia.

Según Peirce, existen cuatro métodos de indagación, que ordena de acuerdo con su capacidad de fijar creencias duraderas:

Método de la tenacidad: Se caracteriza por aferrarse a las creencias instauradas por medio de la repetición y reiteración constante. Este método frente al surgimiento de la duda afianza la creencia como estrategia para destruirla, aislando a la persona de todas las influencias externas que puedan cuestionar su convicción. Una de las características de este método es el fanatismo y la rigidez. Peirce, destaca que en este método el impulso social está en su contra.

Método de la autoridad: En este segundo método el problema del establecimiento de la creencia pasa del individuo a un cuerpo político o social con autoridad sobre el grupo. Se delega a las instituciones el establecimiento de las creencias y las formas de destruir las dudas existentes. Se puede observar en doctrinas políticas y religiosas que definen las creencias correctas o legítimas y por ende los deseos y las acciones de los individuos. Este método es más duradero que el anterior porque logra fijar la misma creencia en mucha gente y de esta manera es menos probable que uno se tope con opiniones contrarias que provoquen dudas. Aun así, es probable que tarde o temprano, surjan conflictos que nos cuestionen. No existe ninguna institución capaz de regular todas las dimensiones de la experiencia humana.

Método a priori: Este método surge de la idea de la verdad como un discurso coherente producto del intercambio de las perspectivas y opiniones de una comunidad. Su fundamentación no está en la observación detallada y sistemática de hechos ni mediada por la experiencia, sino que se fija a partir de la inclinación de las creencias y la construcción de opiniones frente a los fenómenos. Este método en algunos casos se basa en creencias falsas. Aunque está basado en la razón, su debilidad estriba en el poder del impulso social. En palabras de Peirce:

El gusto es siempre más o menos una cuestión de moda, y por consiguiente los metafísicos nunca han llegado a un acuerdo fijo, sino que el péndulo ha oscilado entre una filosofía más material y una más espiritual desde los primeros tiempos hasta los últimos.

Método científico: Peirce destaca este método frente a los otros, porque incorpora la hipótesis de la realidad, la cual dice que hay cosas reales que afectan a nuestros sentidos, y que por lo tanto contribuyen a la formación de nuestras creencias de acuerdo con leyes regulares. La realidad entendida así sirve para restringir nuestra idiosincrasia y proporciona una posibilidad de establecer una opinión, aunque sea provisional. Para Peirce, la ciencia es un deseo ferviente de conocer la verdad, lo cual implica querer validar constantemente nuestros supuestos. Saber en qué nos hemos equivocado para actualizar nuestras creencias. En palabras de McNabb:

El método científico hace real la posibilidad de establecer o fijar la creencia porque, aun cuando a corto plazo sea provisional, proporciona la confianza de que en el curso de la investigación nuestras dudas serán apaciguadas no por el capricho ni por la idiosincrasia, sino por alguna permanencia externa.

Para Ortega y Gasset, la gran virtud de la ciencia es que conoce sus límites y solo responde preguntas que están dentro de su ámbito de exploración. En ¿Qué es filosofía?, escribió:

La “verdad científica” se caracteriza por su exactitud y el rigor de sus previsiones. Pero estas admirables calidades son conquistadas por la ciencia experimental a cambio de mantenerse en un plano de problemas secundarios, dejando intactas las últimas, las decisivas cuestiones. De esta renuncia hace su virtud esencial, y no sería necesario recalcar que por ello sólo merece aplausos. Pero la ciencia experimental es sólo una exigua porción de la mente y el organismo humanos.

En 1927, Georges Lemaître un científico y sacerdote católico de 33 años, comprendió que las ecuaciones de Einstein también podían describir un universo dinámico, de masa constante y que se expande. Lemaître consideraba que sus teorías científicas no eran contradictorias con el Dios creador de su fe católica, así que le presentó sus ideas a Einstein. La primera reacción de Einstein fue:

Tus cálculos son correctos, pero tu física es abominable.

La creencia que el universo era un sistema estacionario estaba tan arraigada, que incluso una de las mentes más imaginativas de la época rechazó de plano la opción que el universo podría estar en expansión. Tomaron años de discusión y argumentos antes de que esta idea extraordinariamente novedosa y creativa fuera aceptada. En 1933, Einstein luego de oír nuevamente a Lemaître exponer su teoría, se puso en pie y dijo:

Esta es la explicación más bella y satisfactoria de la creación que alguna vez he escuchado.

La intuición de Lemaître, confirmada por las mediciones de Edwin Hubble, sentaron las bases para nada menos que una nueva visión del origen del universo, la teoría del Big Bang. Lemaître siempre expresó que era importante mantener una separación entre las ideas científicas y las creencias religiosas sobre la creación. El astrofísico Eduardo Battaner en su libro Los físicos y Dios, escribe:

Lemaître de joven pensó que se podía llegar al conocimiento de la existencia de Dios por dos vías: la teología y la física. Y eligió seguir las dos. […] A Lemaître no le gustaba mezclar estas dos vías. Cuando hacía cosmología, hacía cosmología; cuando hablaba con Dios, hablaba con Dios. Pero estas dicotomías del pensamiento no son tan sencillas de mantener en el único cerebro que tenemos.

La ciencia es una búsqueda creativa de verdades provisionales, validadas a través de experimentos necesarias demostraciones. La ciencia, la filosofía y la teología no son excluyentes. La capacidad intelectual no garantiza la flexibilidad mental. Carecer de la habilidad, de cuestionar nuestras creencias, repensar y cambiar de opinión, limita nuestras opciones. Alister McGrath, biofísico y teólogo en la Universidad de Oxford en su artículo Between Knowing and Believing, señala:

Como todos los demás, anhelo saber y abrazar lo que es verdadero y digno de confianza. Sin embargo, a medida que envejezco, a regañadientes he llegado a la conclusión de que sé menos y creo más, no porque haya caído en alguna forma de credulidad, sino porque mucho de lo que alguna vez pensé que era conocimiento ahora parece ser una opinión o una creencia.

Nuestra creencia es una elección personal. Podemos creer que el Big Bang, la distribución del espacio y el tiempo, el equilibrio entre masa y energía, son hechos accidentales. Es posible que la creación se deba a procesos físicos aleatorios sin causa, propósito o intención de ningún tipo. De hecho, es tan posible, y tan imposible de demostrar, como probar la existencia de un espíritu subyacente al universo que lo anima y sustenta, que une nuestra alma y la de todos y tal vez todo lo que existe o haya existido. Odon Godart y Michał Heller en el libro Cosmology of Lemaître, registraron lo que el sacerdote dijo a un grupo de científicos:

El investigador cristiano tiene que dominar y aplicar con sagacidad la técnica adecuada a su problema. Sus medios de investigación son los mismos que los de su colega no creyente […] En cierto sentido, el investigador hace una abstracción de su fe en sus investigaciones. Lo hace no porque su fe pueda envolverlo en dificultades, sino porque directamente no tiene nada en común con su actividad científica. Después de todo, un cristiano no actúa de manera diferente a cualquier no creyente en lo que se refiere a caminar, correr o nadar.

El hecho de que Lemaître fuera tanto un científico como un sacerdote hizo que un periodista escribiera de él:

No hay conflicto entre religión y ciencia, repite Lemaître una y otra vez… Su punto de vista es interesante e importante no solo porque sea un sacerdote católico, ni uno de los principales matemáticos y físicos de nuestro tiempo, sino porque él es ambas cosas.

Lemaître fue capaz de trabajar con dos cosmovisiones distintas y aparentemente contradictorias, pero encontró formas de entretejerlas. La mayoría de nosotros hacemos lo mismo, entrelazando ideas científicas, religiosas, morales y políticas que provienen de fuentes muy diferentes y que poseen credenciales racionales distintas. Russell aconseja que la curiosidad, el espíritu de libertad y aventura y la amplitud de criterio son las cualidades a las que debemos aspirar para enriquecer nuestro conocimiento. Escribe:

El espíritu científico exige, en primer término, el deseo de encontrar la verdad; cuanto más ardiente sea este deseo, mejor.