
Modernidad líquida
Edgar Morin y Anne Brigitte Kern utilizaron por primera vez el término ‘policrisis’ en su libro Homeland Earth, para argumentar que el mundo enfrenta ‘no solo un problema vital, sino muchos problemas vitales interconectados’. Thomas Homer-Dixon, director del Cascade Institute, afirma que las múltiples crisis globales —como las económicas, climáticas, políticas y sociales— están entrelazadas causalmente y se potencian mutuamente. Nuestro mundo globalizado se basa en sistemas interconectados, y cuando uno se altera, los demás también: un clima más cálido, aumenta el riesgo de pandemias, las pandemias socavan las economías, las economías inestables alimentan la agitación política. Desde el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en enero de 2025, se han intensificado dinámicas que contribuyen a esta policrisis global. Entre otras medidas, su administración ha implementado políticas proteccionistas, como la imposición de aranceles a más de 60 países, lo que ha desestabilizado el comercio internacional y ha generado incertidumbre económica a nivel mundial. Como consecuencia el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha reducido las previsiones del crecimiento económico global a 2.8% para 2025, el más bajo desde 2020. La política exterior de Trump ha sido marcada por un enfoque transaccional y aislacionista, retirando a Estados Unidos de organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el Acuerdo de París contra el cambio climático y ha cuestionado la participación del país con aliados tradicionales como la OTAN. Adicionalmente, su retórica expansiva ha generado controversia al plantear ideas relacionadas con la posible anexión o control sobre territorios como Groenlandia, Panamá, partes de Canadá e incluso zonas conflictivas como Gaza. Las políticas impredecibles de Trump han erosionado la confianza en las instituciones y han generado un ambiente de incertidumbre generalizado. Una reciente encuesta del The New York Times y Siena College indica que el 54% de los votantes estadounidenses desaprueba el desempeño de Trump. El reporte señala:
“Los turbulentos primeros meses del gobierno de Trump son percibidos como ‘caóticos’ y ‘aterradores’ por la mayoría de los votantes, incluso por muchos que aprueban su gestión. Los votantes no lo consideran comprensivo con los problemas de su vida diaria y han perdido el interés en su liderazgo a medida que se acerca a su centésimo día en el cargo”.
Las políticas de Trump han exacerbado el miedo y la angustia social, aumentando la incertidumbre y debilitando las instituciones que sostienen el orden económico desde la posguerra. La combinación de políticas impredecibles y las tensiones geopolíticas consecuentes hacen más difícil abordar desafíos sistémicos globales y amplifican sus efectos negativos en la sociedad. En el artículo What is this era of calamity we’re in? Some say ‘polycrisis’ captures it, publicado en The Guardian, Homer-Dixon señala:
“Nos hemos alejado tanto y tan rápido de la experiencia previa de nuestra especie que muchas élites carecen del marco cognitivo necesario para comprender nuestra situación”.
El miedo y la ansiedad dominan nuestra época. Desde la ansiedad política, económica, laboral, tecnológica, social y climática hasta la relacional y personal. El miedo está vinculado a un objeto identificable en el presente al que podemos reaccionar, mientras que la ansiedad es una inquietud ante un futuro incierto que nos produce un sentimiento generalizado cuya causa exacta nos cuesta identificar. El sociólogo Zygmunt Bauman desarrolló la teoría de la ‘modernidad líquida’ a partir de sus vivencias marcadas por la guerra, la posguerra y la inestabilidad política. De origen judío, Bauman debió huir de Polonia en 1939 tras la invasión nazi, refugiándose en la Unión Soviética y luego sirviendo en el ejército polaco contra el nazismo. Tras la guerra regresó a la Polonia comunista como profesor universitario, pero en 1968 una campaña antisemita lo forzó a emigrar definitivamente, ejerciendo luego en universidades de Occidente. Estas experiencias –la huida durante el Holocausto, la vivencia bajo regímenes totalitarios y la ruptura de su patria– le mostraron la fragilidad de las instituciones sólidas: familias, Estados o proyectos políticos que podían colapsar súbitamente. Bauman mismo reconoció que la ‘fragilidad de los entornos’ en su vida debió influir en su visión de la modernidad. En su ensayo Síntomas en busca de objeto y nombre publicado pocos meses después de su fallecimiento en 2017, escribe:
“A diferencia de nuestros antepasados recientes, que todavía consideraban el futuro el lugar más seguro y prometedor en el que podían invertir sus esperanzas, nosotros solemos proyectar en él principalmente nuestros múltiples miedos, ansiedades y aprensiones”.
Para Bauman, lo líquido contrasta con la modernidad ‘sólida’ de los siglos XIX-XX. En la modernidad sólida se concebía el cambio como un tránsito hacia soluciones permanentes; se creía que la modernización resolvería definitivamente los problemas sociales. En cambio, la modernidad líquida describe una era en que “todo lo sólido se ha tornado ‘líquido’, provisional, ansioso de novedades y al mismo tiempo agotador”. Como él explicó en una entrevista, la sustancia líquida no mantiene su forma en el tiempo: los marcos de acción cambian antes de que puedan consolidarse como rutina. En este contexto las estructuras sociales, políticas y económicas son volátiles y efímeras. La globalización, el avance tecnológico y el capitalismo neoliberal han desestabilizado los pilares que antes daban sentido –como el empleo estable, el matrimonio o el Estado–, haciendo que ‘lo sólido diera paso a lo líquido, donde todo está en constante cambio’. En la vida cotidiana, la precariedad laboral derivada de contratos temporales y la volatilidad emocional generada por relaciones afectivas efímeras son ejemplos claros del impacto práctico de la modernidad líquida. En este contexto el individuo está ‘constantemente redefiniéndose’. En ausencia de certezas surge ansiedad e inseguridad: sin ‘anclas firmes’ en la sociedad, el individuo contemporáneo vive continuamente con ‘sentimientos de desorientación, inseguridad y ansiedad’. La escasez cada vez mayor de empleos, la fragilidad de nuestras posiciones sociales, la volatilidad de los logros de nuestras vidas o el desfase cada vez mayor entre las herramientas, recursos y habilidades que tenemos a nuestra disposición frente a la trascendencia de los desafíos que se nos oponen solo aumentan nuestro miedo. Bauman tituló uno de sus libros: Miedo líquido para subrayar cómo el temor se difunde cuando los cimientos sociales no dan seguridad. Según Bauman, la identidad misma deja de ser un rasgo dado y se convierte en una tarea personal continua. Bauman escribe:
“Los problemas que afrontamos hoy en día no admiten varitas mágicas, atajos ni curas instantáneas; piden nada menos que otra revolución cultural. Por eso también exigen pensamiento y preparación a largo plazo: unas artes que por desgracia prácticamente han caído en el olvido y apenas se ponen ya en práctica en estas vidas ajetreadas que vivimos sometidos a la tiranía del momento”.
En este contexto, la organización británica Institute of Art and Ideas preguntó a destacados pensadores cómo la filosofía podía ayudarnos a navegar en este futuro cada vez más incierto. Uno de los consultados fue el biólogo y profesor de filosofía en el City College de Nueva York, Massimo Pigliucci. En su adolescencia abandonó la Iglesia Católica, y durante un tiempo exploró el budismo, pero su lenguaje culturalmente distante y su metafísica le impidieron aceptarlo. En 2014 se enteró por Twitter, que el grupo Modern Stoicism celebraría la ‘Semana Estoica’. Participó, reformuló su vida yse convirtió en un estoico. En su ensayo Cómo ser un estoico Pigliucci escribe:
“En todas las culturas que conocemos, ya sean seculares o religiosas, ya sean étnicamente diversas o no, la cuestión de cómo vivir es un tema capital. ¿Cómo deberíamos afrontar los retos y las vicisitudes de la vida? ¿Cómo nos deberíamos comportar en el mundo y tratar a los demás? Y la cuestión última: ¿Cuál es la mejor preparación para la prueba final de nuestro carácter, el momento de nuestra muerte?”.
En el libro How To Live A Good Life, Pigliucci, junto a Skye Cleary y Daniel Kaufman, plantean que una filosofía de vida está compuesta por una metafísica, es decir, una explicación de cómo funciona el mundo; una ética, es decir, un relato de cómo debemos vivir y un conjunto deprácticas. Si el relato incluye entidades trascendentales, dioses, etc., lo llamamos religión; si no, tenemos una filosofía de vida. Con el objetivo de cerrar algunas brechas que observaba en el estoicismo, en su artículo: Beyond Stoicism? An ongoing spiritual-cognitive journey, Pigliucci anuncia su propuesta filosófica. Escribe:
“Una nueva síntesis, algo que he llamado neoescepticismo, y que utiliza las ideas combinadas de los antiguos Escépticos y los Estoicos para elaborar una mejor forma de pensar y, especialmente, de vivir la propia vida”.
Según Pigliucci, una combinación particular de estas dos importantes filosofías grecorromanas está en la mejor posición para ayudarnos a navegar el futuro, siempre incierto y en gran medida desconocido. Pigliucci fue pionero en el resurgimiento del estoicismo práctico y ha integrado sus enseñanzas en su neoescepticismo. Ambas filosofías comparten la convicción de que, aunque el mundo externo es incierto e imparable, nosotros podemos controlar nuestras reacciones y decisiones. El estoicismo ejemplificado en Epicteto distingue entre lo que depende de nosotros (nuestras elecciones y juicios) y lo que no (circunstancias externas, opiniones ajenas). Escribe Pigliucci:
“Para todos los propósitos prácticos, las únicas cosas que están realmente ‘bajo nuestro control’, como dice Epicteto, son nuestros juicios considerados, nuestros valores aprobados explícitamente, y la decisión de actuar o no actuar. Todo lo demás depende de factores externos que no controlamos”.
No podemos controlar el mundo y menos el futuro. El mundo es inmenso, rebelde y se ocupa constantemente de recordárnoslo. Esta idea es central al neoescepticismo: reconoce que no podemos asegurar el resultado de nuestras acciones ni controlar el rumbo del mundo, pero sí podemos gobernar cómo pensamos y elegimos. En consecuencia, la energía y el esfuerzo deben dirigirse a lo interno (nuestros juicios) mientras se cultiva la ecuanimidad ante lo externo. En su propuesta, Pigliucci incorpora las ideas del escepticismo, tal como lo practicaban en la Academia Platónica figuras como Carnéades y Cicerón. Para Carnéades, nuestras percepciones son siempre engañosas, por lo que no hay ‘criterio’ seguro de la verdad. Esta postura parte del reconocimiento de la falibilidad del conocimiento: toda creencia puede ser puesta en duda y revisada (falibilismo). Sin embargo, en lugar de renunciar a actuar, Carnéades introdujo la idea de ‘plausibilidad’: aceptar solo proposiciones probables con grados adecuados de confianza. El neoescepticismo adopta una actitud crítica frente a cualquier afirmación, aun las científicas, y enfatiza que nuestras certezas siempre son provisionales. Rechaza el dogmatismo y defiende que debemos someter nuestras creencias a escrutinio constante, conservando solo aquellas apoyadas en la evidencia más sólida disponible. No podemos estar absolutamente seguros de nada, pero podemos guiar nuestras acciones por creencias razonablemente justificadas. Escribe Pigliucci:
“Un buen escéptico evalúa, basándose en la mejor evidencia disponible, la probabilidad de que ciertas cosas ocurran o no, y actúa en consecuencia”.
Un corolario de esta actitud es que debemos mantener la mente abierta a modificar nuestro rumbo cuando la evidencia cambie. En resumen, el neoescepticismo propone dos enseñanzas principales: centrarse en el control interno y actuar con la evidencia parcial disponible. Pigliucci, resume así su ‘receta de navegación’ para el actual contexto:
- Céntrate en lo que es viable.
- Prepárate mentalmente para aceptar lo que está fuera de tu control.
3. Evalúa continuamente tus cursos de acción con base en hechos.
Ante la modernidad líquida, la combinación de los principios estoicos y escépticos ofrece una guía sólida para la acción consciente y la estabilidad emocional. El estoicismo aporta serenidad y sentido práctico al enseñar a distinguir entre aquello que depende de nosotros y aquello que no, cultivando la ecuanimidad en medio del caos. El escepticismo, por su parte, proporciona humildad intelectual y flexibilidad, alentando a actuar siempre sobre la base de creencias plausibles, abiertas a revisión. Esta combinación resulta particularmente valiosa hoy: promueve una mente crítica pero comprometida, capaz de tomar decisiones basadas en la mejor evidencia disponible, manteniendo a la vez la modestia frente a la incertidumbre. Juntas, estas filosofías trazan un camino para transitar la policrisis global, fortaleciendo la firmeza interior y el juicio razonado, y mitigando así la ansiedad, el miedo y la incertidumbre propias de la modernidad líquida. En la política, la tecnología, la ciencia y la vida personal, esta actitud filosófica enseña a desconfiar de las certezas fáciles, valorar la evidencia sin caer en fanatismos y conservar la serenidad frente a lo desconocido. En una época en la que las fuentes de información son abundantes pero cada vez menos confiables, adoptar un escepticismo informado resulta no solo prudente, sino imprescindible para navegar en las tormentas del siglo XXI con racionalidad, flexibilidad y resiliencia. Tal vez ha llegado el momento de incorporar algunas de estas ideas y prácticas en nuestra propia filosofía de vida. En el Enquiridion, Epicteto advierte:
“No pretendas que los acontecimientos sucedan como deseas, sino desea que sucedan tal como ocurren, y así vivirás en armonía”.