
Hipótesis disruptivas
Michael Levin, biólogo sintético y del desarrollo en la Universidad de Tufts, ha centrado su investigación en la regeneración y la memoria en ‘planarias’, que son pequeños gusanos planos conocidos por su capacidad para regenerar su cuerpo completo, incluyendo el cerebro. En el artículo Resources for planarian memory experiments, publicado en Forms of life, forms of mind, Levin explica que entrenó a planarias a familiarizarse con su entorno (por ejemplo, recibir alimento en una trama rugosa). Luego les amputó la cabeza. Tras varias semanas las planarias regeneraron su cabeza y cerebro. Sorprendentemente, las planarias regeneradas recordaron el entrenamiento previo. Levin escribe:
“Las planarias muestran familiarización ambiental, y esta memoria persiste al menos 14 días –tiempo suficiente para que regeneren el cerebro–. Además, las planarias entrenadas y decapitadas evidencian recuperación de memoria tras regenerar una nueva cabeza”.
Esto sugiere que la memoria no está exclusivamente almacenada en el tejido neural, sino que podría ser transferida o distribuida de alguna manera a lo largo del organismo. Levin ha demostrado que la manipulación de voltajes de membrana altera el plan corporal de las planarias. Por ejemplo, al aplicar corrientes eléctricas específicas, logró regenerar ejemplares con dos cabezas en lugar de una. Fragmentos de planarias trasplantados regeneran cabezas en posiciones no naturales, guiados por gradientes iónicos que actúan como ‘mapas’ morfológicos. Esta técnica (no genética) le ha permitido a Levin controlar el crecimiento de órganos. En experimentos en ranas, indujo el crecimiento de ojos en ubicaciones inusuales o detuvo el crecimiento de tumores cancerosos sólo cambiando voltajes bioeléctricos. En el artículo Cellular Competency during Development Alters Evolutionary Dynamics in an Artificial Embryogeny Model, Levin propone que la evolución no opera solo mediante selección genética. Aprovecha ‘regalos gratuitos’ de la física y la geometría para acceder a formas preexistentes en un ‘espacio platónico’ de patrones. Para Levin, el espacio platónico es un conjunto de soluciones preexistentes a problemas biológicos, accesibles mediante mecanismos como la bioelectricidad. Estos patrones no están codificados en el genoma, sino que emergen de principios físicos, geométricos e informacionales. Sus investigaciones expanden la noción de herencia biológica a factores ambientales y simbiosis, desafiando la primacía del ADN en la morfogénesis. Según Levin, el ADN es el hardware, mientras la bioelectricidad actúa como el software reprogramable. La capacidad de las planarias para resolver ‘problemas’ morfológicos (p. ej., restaurar simetría bilateral tras cortes) refleja una forma primitiva de inteligencia. La inteligencia no es una función cerebral exclusiva, sino una propiedad emergente de sistemas colectivos. En palabras de Levin:
“La bioelectricidad funciona como un pegamento cognitivo. Somos una enorme colección de neuronas individuales, y, sin embargo, esas neuronas se unen para dar lugar a un nuevo individuo con objetivos, preferencias y recuerdos que ninguna de las neuronas individuales posee”.
Levin propone que la distinción tradicional entre ‘mente’ y ‘cuerpo’ es artificial. Sus estudios revelan que la memoria anatómica y la toma de decisiones morfológicas no dependen exclusivamente del cerebro o el genoma, sino de redes bioeléctricas distribuidas. Propone un marco integrador donde el telos (propósito) inherente de los organismos vivos para mantener la homeostasis anatómica incluso bajo perturbaciones, la bioelectricidad y la cognición distribuida explican la autoorganización biológica. Bernardo Kastrup, doctor en filosofía, informática e inteligencia artificial en su libro Why Materialism Is Baloney, ha utilizado los descubrimientos de Levin para cuestionar los límites del materialismo científico y proponer alternativas explicativas basadas en su idealismo analítico. Según esta visión la conciencia sería el sustrato fundamental de la realidad y la materia emergería como patrones de experiencia. Si las planarias retienen información fuera del cerebro, argumenta Kastrup, ello apunta a una lógica mental subyacente más amplia. Escribe:
“El ADN es una fábrica de proteínas, pero esto no explica la organización holística de los organismos. La vida requiere un principio organizativo que trasciende la química molecular, algo análogo a un ‘plan’ coherente que no está codificado en los genes”.
Una intuición similar fue la que tuvo el biólogo de la Universidad de Cambridge, Rupert Sheldrake. En su libro de 1981 A New Science of Life, explica que luego de muchos años de investigación sobre el desarrollo vegetal, llegó a la conclusión de que los genes no son suficientes para comprender cómo crecen las plantas. Concluyó que la morfogénesis, que literalmente significa la generación de una forma, depende de campos organizadores. En su libro, Sheldrake propuso la resonancia mórfica como hipótesis explicativa de la memoria biológica. La hipótesis de la resonancia mórfica propone que la memoria es inherente a la naturaleza. Para Sheldrake, las leyes de la naturaleza se asemejan más a los hábitos. En esta visión, cuando un animal aprende algo o una especie adquiere un nuevo rasgo, estos se codifican en dicho campo invisible y luego ‘resuenan’ en individuos posteriores, permitiendo incluso la aparente herencia de comportamientos adquiridos. Sheldrake llega a afirmar que nuestra memoria no reside únicamente en el cerebro, sino en estos campos atemporales. En sus palabras:
“Los campos morfogenéticos funcionan imponiendo patrones a patrones de actividad que de otro modo serían aleatorios o indeterminados. Los campos morfogenéticos no son inmutables, sino que evolucionan. Cada individuo se nutre de la memoria colectiva y contribuye a ella”.
La hipótesis de los campos mórficos propuesta por Sheldrake fue duramente criticada por la comunidad científica. El editor de Nature, John Maddox, publicó un famoso editorial titulado ¿Un libro para quemar? que tachó los argumentos de Sheldrake de ‘pseudociencia’ e ‘incorporación de magia a la discusión científica’. Sheldrake debía ser ‘condenado exactamente con el mismo lenguaje que el papa usó para condenar a Galileo, y por la misma razón: es herejía’. Los críticos subrayan que las explicaciones de Sheldrake son vagas e infalsables, y los experimentos que las respaldan no se han replicado. A pesar de las críticas, algunos autores defienden la idea de campos mórficos como una hipótesis legítima contra el reduccionismo materialista, en especial ante fenómenos aún mal comprendidos (como la memoria extracerebral). En el artículo Rupert Sheldrake: the ‘heretic’ at odds with scientific dogma, publicado en The Guardian, Sheldrake describió el tiempo que vivió después de la revisión de Maddox como:
“Exactamente como una excomunión papal. A partir de ese momento, me convertí en una persona muy peligrosa para los científicos”.
Sin embargo, hallazgos experimentales como los de Levin, podrían requerir de enfoques explicativos más amplios. Desde la óptica de Kastrup, la ‘resonancia mórfica’ de Sheldrake puede interpretarse como fluctuaciones internas de una mente universal. Según él, la naturaleza en su conjunto es una gran mente, y los fenómenos de hábitos o memoria son simplemente rutas en esa mente cósmica. Kastrup escribe que: ‘Sheldrake tiene razón en esencia: no hay leyes sino hábitos en la naturaleza… Pero no hace falta postular nuevos campos objetivos; la realidad puede consistir simplemente en excitaciones del medio subjetivo de la mente’. Bajo esta interpretación, la memoria regenerativa en planarias sería vista como la reactivación de estructuras mentales preexistentes, en lugar de un fenómeno puramente físico. La hipótesis de campos mórficos ofrece un modelo explicativo alternativo, ya que propone que la información vital trasciende la materia. Aunque la mayoría de los científicos descartan estas ideas por considerarlas vagas y ‘no falsables’, pensadores como Kastrup argumentan que no deben desecharse de plano. Lo importante es evaluar críticamente estas ideas por su poder explicativo. En la sección de preguntas y respuestas (Q&A 1) de Forms of life, forms of mind, Levin escribe:
“Me alegra que las ideas de Rupert [Sheldrake] estén ahí; en algún momento podrían conectar estrechamente con lo que hacemos, y si es así, no tendré problemas en profundizar en ellas”.
La ciencia es una búsqueda creativa de verdades provisionales, validadas a través de experimentos y necesarias demostraciones. Las investigaciones de Levin y las interpretaciones que suscitan ilustran bien el falibilismo de Charles Sanders Peirce. En su artículo La fijación de la creencia, Peirce sostenía que todo conocimiento científico es provisional y sujeto a revisión ante nueva evidencia. Peirce afirmaba que las proposiciones científicas pueden aceptarse aún sin una justificación concluyente, pues ‘el conocimiento puede resultar ser falso’ y todo enunciado es corregible. Esto significa que no debemos descartar teóricamente ninguna hipótesis simplemente por dogma; antes bien, debemos contrastarla empíricamente y juzgarla por su coherencia y capacidad predictiva. El falibilismo de Peirce no solo cuestiona la inmutabilidad del conocimiento, sino que, valida la exploración de hipótesis disruptivas. Para Peirce, incluso las ideas ’heréticas’ pueden ganar plausibilidad con evidencia empírica sólida. Escribe:
“El conocimiento científico es un proceso de autocorrección continua, donde incluso las teorías más sólidas están sujetas a ser desplazadas por nuevas evidencias”.
Los hallazgos de Levin y su posible interpretación refuerzan la necesidad de una mentalidad abierta. El falibilismo de Peirce invita a mantener viva la hipótesis de que existen mecanismos no convencionales (bioeléctricos o incluso ‘mentales’) de almacenamiento de información, en lugar de suponer de antemano que el materialismo debe ser correcto. Sin embargo, las hipótesis explicativas también deben someterse a un escrutinio riguroso. No basta su atractivo filosófico, deben integrarse a un modelo científico más amplio y comprobarse experimentalmente. El enfoque de Peirce enfatiza un método de conjeturas donde las teorías se reformulan o descartan según los datos. Bajo esta luz, la labor de Levin se ve como un avance que pone a prueba nuestras teorías actuales sobre memoria y desarrollo. Alister McGrath, biofísico en la Universidad de Oxford en su artículo Between Knowing and Believing, escribe:
“Como todos los demás, anhelo saber y abrazar lo que es verdadero y digno de confianza. Sin embargo, a medida que envejezco, a regañadientes he llegado a la conclusión de que sé menos y creo más, no porque haya caído en alguna forma de credulidad, sino porque mucho de lo que alguna vez pensé que era conocimiento ahora parece ser una opinión o una creencia”.
Los estudios de Levin en planarias desafían la visión reduccionista tradicional del organismo. Sus hallazgos sobre memoria regenerativa y códigos bioeléctricos muestran que las células cooperan en patrones informacionales complejos. Filósofos como Kastrup han aprovechado estos datos para defender perspectivas idealistas, sugiriendo que existe un substrato mental fundamental que subyace a la materia. De manera análoga, la cuestionada hipótesis de campos mórficos de Sheldrake reaparece en el debate como una posible explicación alternativa o complementaria de la memoria más allá del cerebro. No obstante, es fundamental reconocer los límites especulativos de estas interpretaciones. Aún se desconoce el mecanismo preciso que permitiría el almacenamiento eléctrico de memoria en planarias. Es posible que haya explicaciones bioquímicas o moleculares aún no descubiertas. Por ello, las ideas filosóficas deben mantenerse como hipótesis de trabajo, no verdades axiomáticas. El reto es evaluarlas sin prejuicio, conscientes de que las ‘verdades’ científicas son tentativas. En palabras de Peirce, toda teoría científica –por ingeniosa que sea– es falible. Debemos examinar cada modelo por su poder explicativo, por cuánto logra unificar fenómenos sin contradicción, y por su capacidad de guiar nuevos experimentos. El progreso científico reside en la continua revisión de hipótesis: incorporar nuevos datos, descartar conjeturas débiles e integrar hallazgos sorprendentes. Sólo así la ciencia puede avanzar: manteniendo una mente abierta ante lo novedoso, pero también filtrando las ideas por la experimentación y la lógica. En palabras de Hamlet:
“Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía…”