Abstracción

Cíborgs del lenguaje

Hace miles de años creamos una tecnología aún no superada: el lenguaje. El lenguaje no es solo comunicación trivial, sino una poderosa herramienta cognitiva que modifica la realidad que habitamos, influye en nuestras percepciones y define nuestros límites. La cultura mapuche proporciona una perspectiva única sobre el lenguaje. Ziley Mora, en su libro Zungun, Diccionario Mapuche, explica que en este idioma no existe una palabra específica que denote ‘enfermedad’. Esta ausencia no es accidental. Si no se tiene una palabra para enfermedad, la enfermedad en sí misma no puede existir. Hasta hace aproximadamente un siglo, en la Araucanía, las personas no fallecían debido a enfermedades como las conocemos hoy. Las causas de muerte se limitaban a vejez, heridas de guerra o maleficios. Los antiguos mapuche sostenían que ‘los males que afectan a una persona son consecuencia de las palabras que quedan mal puestas en el alma’ y desvían la mente y sus pensamientos. Weza zungun se traduce como mala palabra, lo que es una forma de referirse a malas noticias o mensajes desafortunados que quedan ‘adheridas’ en nuestro ser. Las palabras negativas tienen el potencial de dañar. Por eso, la sabiduría ancestral mapuche enfatiza la importancia de no hablar de dolencias o males en el día a día. Esta tradición todavía está viva en la Araucanía, donde se aconseja evitar pronunciar malas palabras frente a niños, para no invocar estas realidades en sus mentes vulnerables. En la cosmovisión mapuche, hablar no es simplemente un acto de comunicación; las palabras tienen el poder de convocar realidades. En el libro Palabras Mágicas para reencantar la tierra, Mora propone un retorno a lo sagrado mediante la reconexión con la naturaleza y las tradiciones, invitando a ‘descolonizar el pensamiento’ y recuperar una visión panteísta del mundo, donde todos los elementos —ríos, montañas, animales— poseen espíritu y conciencia. Escribe Mora:

“El lenguaje tiene el poder de enfermar, pero también de sanar, porque somos lenguaje”.

Esta ‘filosofía perenne del lenguaje’, tiene una traza de al menos 2.500 años de historia de místicos, filósofos y psicólogos de diferentes culturas que afirman que el ‘lenguaje interfiere y oscurece nuestra comprensión’. Así, liberar nuestra mente del lenguaje a través de prácticas y ritos era una utopía para disolver esta forma engañosa de conciencia que confundimos con ‘la realidad’. El Tao Te Ching comienza con la frase ‘El Tao [o Camino] que se puede expresar no es el Tao eterno’. Luego Zhuang Zhou aclara: ‘El Camino nunca ha conocido límites… Pero debido a ‘esto’, llegaron a existir límites’. Es decir, las palabras categorizan, creando fronteras y divisiones artificiales que ocultan la realidad. El monje budista Nāgārjuna señaló:

“Un nombre… debido a la ausencia de sustancia intrínseca en las cosas, es insustancial y, por tanto, vacío”.

Esta idea del poder del lenguaje también aparece en la filosofía occidental. El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein decía: ‘los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo’. Demostró que el significado surge de su uso en contextos específicos. Así, el lenguaje, y por ende nuestra comprensión de la realidad, es inherentemente social; está necesariamente limitada y moldeada por formas de expresión compartidas y públicas, más que por la experiencia individual y aislada. Por su parte, el filósofo británico J.L. Austin, sostenía que el lenguaje no es una herramienta pasiva ni un mero reflejo de la realidad. Para Austin, hablar no se limita a transmitir información: cada cosa que decimos o nos decimos es una acción que forja relaciones, crea compromisos y ejerce poder, transformando el mundo a través de lo que denominó ‘actos del habla’. En su libro Cómo hacer cosas con palabras, subrayó que las palabras no son ‘hechos ni cosas inertes’, sino ‘instrumentos dinámicos que moldean la realidad’. Escribió:

Necesitamos, por lo tanto, arrancarlas del mundo… para poder darnos cuenta de sus insuficiencias y arbitrariedades, y poder volver a mirar el mundo sin anteojeras”.

Las intuiciones místicas y filosóficas encuentran respaldo en la neurociencia moderna. El neurocientífico Mariano Sigman, en su libro El poder de las palabrasafirma que definir categorías y etiquetarlas mediante el lenguaje, permite expresar ideas complejas en palabras que cobran vida propia en otras mentes. Sin embargo, esto tiene un costo. Al reducir y proyectar detalles infinitos de una realidad análoga en unas pocas categorías digitales perdemos resolución.‘Es como ver el mundo a través de un filtro que granula la imagen en unos pocos pixeles’. Rafael Yuste, director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia, en su libro El cerebro, el teatro del mundo afirma que el cerebro no es un receptor pasivo de información, sino ‘una máquina de predicción del futuro’. Se ocupa de generar modelos virtuales en nuestra mente que a menudo confundimos con ‘la realidad’. Nuestro cerebro no deja de proponer pensamientos sobre lo que sucedió o podría suceder:advierte riesgos, imagina amenazas, rumia emociones y recuerdos. Nuestra mente construye ideas acerca de lo que enfocamos, usando recuerdos, planes futuros y condiciones presentes. En cuanto fijamos la atención en algo, el resto del mundo desaparece de nuestro radar mental. La atención es clave. Escribe Yuste:

“El cerebro, hace dos cosas, más bien tres. Primero, construye un modelo del mundo, incluidos nosotros mismos. Después, utiliza ese modelo para calcular el futuro y, al final, escoge un plan de acción que nos convenga”.

Jeremy Skipper, profesor de Neurociencia Cognitiva en el University College de Londres, explica en su artículo Language creates an altered state of consciousness que el lenguaje moldea profundamente nuestros cerebros y, al estar continuamente inmersos en él, vivimos en un estado de conciencia alterado lingüísticamente. Según Skipper, el lenguaje es una herramienta tan omnipresente y efectiva que nos ha convertido en verdaderos ‘cíborgs del lenguaje’. Gracias a su capacidad para simplificar la complejidad del entorno mediante etiquetas, hemos potenciado nuestras habilidades para representar, aprender, almacenar y manejar información, permitiéndonos dirigir la atención y coordinar actividades. No obstante, estas poderosas ventajas evolutivas han generado en los humanos un ‘túnel de realidad’, en el que la riqueza y complejidad auténtica del mundo quedan oscurecidas, llevándonos a menudo a confundir ‘el mapa con el territorio’. Escribe Skipper:

“El lenguaje no es simplemente una herramienta de comunicación, sino un arquitecto fundamental de nuestra variedad humana de conciencia de orden superior. Impone restricciones categóricas que moldean la percepción, la cognición y la individualidad, creando una realidad estable que con demasiada frecuencia confundimos con la única realidad”.

Creemos que dominamos una lengua, pero es esa lengua la que nos domina. Nick Enfield, profesor de lingüística en la Universidad de Sydney, en su libro Lenguaje versus realidad, afirma que cada vez que nombramos algo, dirigimos la atención y limitamos las posibles interpretaciones alternativas, ejerciendo así una forma de poder e influencia social. Creamos mundos diferentes usando vocabularios diferentes de una realidad que excede por mucho la capacidad de nuestros sentidos. Para Enfield el lenguaje es un cuchillo que usamos para cortar hechos. Y como cualquier cuchillo, puede ser a la vez destructor y creador. Una de las propiedades más peligrosas del lenguaje es que nos permite decir cosas que no son ciertas. El peligro no es sólo que la gente pueda ser engañada, sino que la falsedad se difunde mucho más rápido y puede ser más eficaz que la verdad. Enfield escribe:

“La forma en que describimos las cosas afecta cómo las vemos. Pero peor aún, las palabras, al dirigir la atención, pueden actuar como interruptores de la mente, limitando una comprensión más amplia de una situación”.

Cada palabra o gesto no está relacionado con algo exterior a nosotros, sino con nuestro interior. Son nuestras acciones y las emociones que están en su base, las que especifican y dan a nuestras palabras su significado particular. Aunque todos podamos compartir una misma base biológicala forma en que construimos significados difiere en cada uno de nosotros.El lenguaje actúa como medio para moldear y modificar nuestras percepciones. Somos, en esencia, el resultado de las narraciones que nos contamos a nosotros mismos y las que compartimos con otros. Nuestra interpretación de la realidad necesita una revisión constante. En lugar de verla como un escenario externo fijo en el que se desarrollan los acontecimientos, deberíamos considerarla como una interacción dinámica entre observadores y su entorno. La realidad, desde este punto de vista, no reside ahí fuera, independientemente de nosotros. Más bien, la realidad son nuestras interacciones con el mundo, moldeadas y definidas por nuestras sensaciones, emociones y pensamientosLas palabras poseen una dualidad: pueden herir o pueden sanar y transformar. Al reconocer y resignificar nuestros relatos personales desde una perspectiva más amplia y compasiva, tenemos la oportunidad de sanar profundas heridas y nos ofrece la oportunidad de crear una fuente de energía para extraer esperanza y entusiasmo en el presente y futuro. Es esencial revisar lo que decimos y nos decimos seleccionando cuidadosamente buenas palabras. Escribe Skipper:

“En último término, el lenguaje es al mismo tiempo un enriquecimiento y una limitación, un arma de doble filo que estructura el pensamiento mientras que al mismo tiempo oscurece otros modos de ser. Comprenderlo y liberarse estratégicamente de su dominio puede no solo refinar nuestra comprensión de los estados alterados, sino también ampliar los horizontes de la propia conciencia”.

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