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Imperio global 2.0

Al asumir el cargo, Donald Trump firmó rápidamente una serie de órdenes ejecutivas que pusieron a prueba los límites de su autoridad y muchas de las cuales enfrentaron desafíos legales inmediatos. Entre las primeras acciones estuvo la derogación de 78 órdenes ejecutivas emitidas por Joe Biden, la intensificación de las deportaciones, y la restricción de la inmigración. Además, ha impuesto aranceles significativos a las importaciones procedentes de México, Canadá y China. Otras medidas han sido la limitación de las prácticas de diversidad, equidad e inclusión dentro del gobierno federal, el recorte del gasto público y el aumento de la autoridad ejecutiva mediante la emisión de decretos en áreas sensibles como la política exterior. En este ámbito, Trump ha adoptado un enfoque más aislacionista, retirando a Estados Unidos de organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el Acuerdo de París contra el cambio climático y ha cuestionado la participación del país en alianzas como la OTAN. También ha puesto fin al apoyo militar y económico a Ucrania, mientras describe a Putin como ‘un genio’. Adicionalmente, su retórica expansiva ha generado controversia al plantear ideas relacionadas con la posible anexión o control sobre territorios como Groenlandia, Panamá, partes de Canadá e incluso zonas conflictivas como Gaza, lo que ha generado tensiones diplomáticas y debates sobre la legalidad y viabilidad de tales propuestas. Estas acciones forman parte de un amplio paquete de iniciativas diseñadas para redefinir tanto la política interna como la posición global de Estados Unidos bajo su liderazgo.

Por su parte el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), liderado por Elon Musk, sigue siendo cuestionado por conflictos de interés relacionados con los negocios de Musk, falta de transparencia en sus operaciones y errores reiterados en la información que entrega. Además, las acciones disruptivas de DOGE, como el cierre parcial de USAID y el acceso a datos sensibles, han sido señaladas como riesgos para la seguridad nacional y la ayuda humanitaria global. El estilo de gestión impulsivo de Musk, junto con la inexperiencia de su equipo, ha generado preocupación sobre la continuidad y estabilidad de los servicios esenciales del gobierno. Aunque se promueve como un esfuerzo para eliminar el despilfarro, DOGE enfrenta múltiples desafíos legales y operativos que ponen en duda su eficacia y legitimidad. El consejo editorial del New York Times, en el artículo Musk Doesn’t Understand Why Government Matters señala:

“DOGE es apenas una de las formas en que Trump ha aumentado la inestabilidad, junto con su serie de órdenes ejecutivas que pretenden reescribir la política ambiental, el significado de la Enmienda 14 y más; sus aranceles intermitentes; y su inversión de la política exterior estadounidense, cortejando a Vladimir Putin mientras desdeña a aliados de larga data”.

Li Yuan, en su artículo Many Chinese See a Cultural Revolution in America, afirma que para muchos chinos las medidas que Trump está implementando se parecen mucho a lo que ellos vivieron en la Revolución Cultural de Mao. Observan que, así como Mao Zedong reclutó a los Guardias Rojos para destruir la burocracia, los jóvenes ayudantes de Musk están desmantelando el gobierno estadounidense. El periodista Wang Jian escribió en X:

“Viniendo de un Estado autoritario, sabemos que la dictadura no es solo un sistema: es, en el fondo, la búsqueda del poder. Sabemos que la Revolución Cultural consistió en desmantelar instituciones para ampliar el control”.

Zhang Qianfan, profesor de derecho de la Universidad de Pekín en un artículo sobre la erosión de la democracia estadounidense escribió:

“La única manera de desmantelar el ‘Estado profundo’ estadounidense es mediante una ‘Revolución Cultural’La Revolución Cultural no aporta ni honradez ni eficacia, solo la demolición del Estado de derecho, esencial para la supervivencia de todos”.

En China, lo que más les llama la atención es el lenguaje que las agencias gubernamentales están utilizando en las publicaciones de las redes sociales. Según ellos, el tono, suena a propaganda del Partido Comunista Chino. Deng Haiyan, expolicía convertido en crítico del gobierno chino escribe:

“Ni siquiera los mensajes de la embajada del PCCh, con toda su propaganda, se pasan todos los días alabando obsesivamente a Xi Jinping. Cualquiera diría que el Diario del Pueblo se ha trasladado al Consulado de Estados Unidos”.

Evan Medeiros, profesor de la Universidad de Georgetown, en su artículo Xi Has a Plan for Retaliating Against Trump’s Gamesmanship, publicado en Financial Times, señala que la mayoría de los analistas chinos relacionan la elección de Trump con una ola global de populismo y nacionalismo. Observan la economía estadounidense más frágil y una política profundamente dividida. En términos geopolíticos, Pekín considera que la influencia de Estados Unidos está disminuyendo, mientras aumenta el apoyo a la visión China. Escribe Medeiros:

“China en 2025 es diferente a la de 2017, y lo mismo sucede con Estados Unidos y el mundo. Muchos chinos sostienen que Xi es más fuerte políticamente y que la economía es más autosuficiente y resiliente, incluso en medio de los desafíos recientes”.

Jiang Shigong, profesor de Derecho en la Universidad de Pekín, es reconocido como un intelectual clave en la articulación del ‘sueño chino’ promovido por Xi Jinping. Esta visión sostiene que China está destinada a recuperar su papel histórico como civilización líder, integrando su desarrollo en un orden global más inclusivo. Jiang argumenta que el ‘socialismo con características chinas’ no es un eslogan vacío, sino una descripción precisa de la economía política china que avanza con firmeza hacia una posición destacada en el mundo.

David Ownby, profesor en la Universidad de Montreal, afirma que es difícil determinar hasta qué punto Jiang recibe directrices del Comité Central del Partido Comunista Chino o expresa sus propias opiniones. Sin embargo, destaca que Jiang no es un propagandista ni un populista, sino un intelectual público. En su artículo El imperio y el orden mundial según Jiang Shigong, publicado en El Grand Continent, Ownby traduce un ensayo de Jiang en el que se afirma que los imperios siempre han sido pilares de los órdenes políticos regionales, incluso antes de que el surgimiento del imperialismo posibilitara la construcción de imperios globales. El auge de las ideas de soberanía y la formación de los Estados-nación en la era moderna han aportado nuevas facetas a la construcción y administración de imperios. No obstante, los imperios no han desaparecido; solo han cambiado de forma y función. Jiang sostiene que la globalización actual, establecida por Inglaterra y Estados Unidos, constituye el ‘imperio global 1.0’ conformado por la civilización cristiana occidental, estructurada en torno a los mercados, las monedas y la política interna de las superpotencias, disfrazada de práctica jurídica universal. En palabras de Jiang:

“[El estado actual del imperio global] se enfrenta a tres grandes problemas insolubles: la desigualdad cada vez mayor generada por la economía liberal; el fracaso del Estado, el declive político y la ineficacia de la gobernanza como consecuencia del liberalismo político; y la decadencia y el nihilismo creados por el liberalismo cultural. Ante estas dificultades, incluso Estados Unidos se ha retirado en lo que concierne la estrategia militar global, lo que significa que el imperio global 1.0 se enfrenta actualmente a una gran crisis, y que las revueltas, la resistencia y la revolución desde dentro del imperio están deshaciendo el sistema”.

Jiang afirma que actualmente Estados Unidos está sometido a una gran presión para mantener su imperio global, sobre todo por la resistencia rusa y la competencia china. Por lo que ve en el horizonte a China como articulador de un imperio global 2.0, ya que ha sido capaz de aportar soluciones reales a los tres grandes problemas que el actual imperio global 1.0 no ha podido resolver. Escribe Jiang:

“China también debe absorber pacientemente las habilidades y los logros de la humanidad en su conjunto, incluidos los empleados por la civilización occidental para construir el imperio global. Sólo sobre esta base podemos considerar la reconstrucción de la civilización china y la reconstrucción del orden mundial como un todo que se refuerza mutuamente”.

En el artículo China/Estados Unidos: la década crítica y la nueva gran lucha, traducido por David Ownby, Jiang estructura su análisis en torno a dos fechas significativas: 2008, año que simboliza el ascenso de China (con los Juegos Olímpicos de Pekín) y el declive de Occidente (debido a la crisis financiera); y 2018, cuando Trump inició la guerra comercial contra China. Históricamente, la posición geopolítica de China la ha obligado a construir un orden propio, resistiendo presiones tanto de Estados Unidos como de la Unión Soviética durante la Guerra Fría. A diferencia de Estados Unidos, China ha logrado combinar mercados y control, creatividad y disciplina, estableciendo un nuevo modelo de desarrollo. En este modelo, el ‘comunismo’ ya no se basa en la ‘lucha de clases’, sino que se asemeja a una búsqueda de la perfección que resuena con el confucianismo y la tradición china. Escribe Jiang:

“La quiebra del sueño estadounidense de construir un nuevo Imperio Romano y el fracaso de su política de compromiso fueron dos caras de la misma moneda: al no poder conquistar China, al no poder obtener el apoyo de China, Estados Unidos fue incapaz de construir su imperio mundial”.

Mientras Estados Unidos aspira a una hegemonía unipolar, China aboga por una pluralidad de civilizaciones o un modelo inspirado en el universalismo chino, que busca la cooperación basada en el respeto mutuo y las tradiciones culturales. Alabar a China no significa sostener que sea un sistema perfecto, sino reconocer que ha logrado avances notables. Su extraordinario crecimiento económico no puede separarse de su trasfondo cultural, histórico y filosófico milenario. Lejos de ser un fenómeno meramente técnico o coyuntural, el actual modelo chino de desarrollo desafía lo conocido. La reducción de la pobreza y la unidad social, contrastan con la desindustrialización, la desigualdad y la oligarquía en Estados Unidos. China busca influir en el mundo mediante su ejemplo, no por imposición. Como señala Jiang:

“’El verdadero rey no gobierna a los que están fuera de la civilización’, y solo desarrollando un estilo de vida estable y deseable, otros países desearán emular su experiencia y estilo de vida. Un ejemplo de ello es la respuesta a la pandemia, donde, quieran o no, los países occidentales finalmente adoptaron medidas similares, como el uso de mascarillas y el distanciamiento social”.

Las políticas de Donald Trump y las acciones del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) han profundizado la incertidumbre en el orden global, acelerando tensiones que cuestionan la estabilidad del modelo liderado por Estados Unidos. Al priorizar aranceles proteccionistas, retiradas de acuerdos multilaterales y una retórica aislacionista, Trump erosiona los pilares del liberalismo internacional y refuerza narrativas de declive occidental. Este contexto permite a China presentarse como una alternativa ‘estabilizadora’, promoviendo un modelo que combina mercados con control estatal y rechazando la universalización de valores occidentales. Sin embargo, este ascenso no está exento de contradicciones: mientras Pekín promueve un discurso de cooperación multicultural, su modelo replica dinámicas de poder histórico y competencia civilizatoria. La confrontación entre el unilateralismo disruptivo de Trump y el universalismo pragmático de China refleja una transición geopolítica compleja. A medida que Estados Unidos prioriza intereses nacionalistas y cuestiona su rol hegemónico, China capitaliza su estabilidad económica y su narrativa antioccidental para consolidarse como referente de un nuevo orden mundial. La tensión comercial y militar persistente advierte sobre los riesgos de una fragmentación global, donde la guerra de narrativas y las políticas de poder podrían escalar en una confrontación directa. Tras los recientes nuevos gravámenes a la entrada de productos chinos un portavoz del Ministerio de Exteriores señaló:

“Si lo que [Estados Unidos] quiere es la guerra, ya sea una guerra arancelaria, una guerra comercial o cualquier otro tipo de guerra, estamos dispuestos a luchar hasta el final”.

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