
Expandir la felicidad
Abderramán III, el más grande de los gobernantes omeyas de la España islámica, fue el primero en tomar el título de califa y uno de los hombres más poderosos de su tiempo. Murió en 961, a los setenta y tres años. Sin embargo, en su diario dejó una reflexión reveladora:
“He reinado durante más de cincuenta años en victoria y en paz, he sido amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. He tenido acceso a riquezas y honores, a poder y placer, y no parece que ninguna bendición terrenal haya quedado fuera de mi alcance. Al final, he contado diligentemente los días de felicidad pura y genuina que he disfrutado, y en total suman catorce”.
Si quien fuera considerado el hombre más poderoso y exitoso de su tiempo solo pudo disfrutar de catorce días de felicidad pura y genuina—y no consecutivos—, parece claro que para los seres humanos la empresa de ‘ser feliz’ no es sencilla. A medida que crecemos, adoptamos expectativas que a menudo no se cumplen. Queremos que nuestro trabajo, nuestra pareja, nuestros hijos y nuestras relaciones sean perfectos; en síntesis, deseamos que nuestra vida provoque admiración y sea la evidencia más clara de una genialidad absoluta. Estas expectativas son omnipresentes y, cuando no se concretan, derivan en miedo, ansiedad, decepción o incluso depresión. El director del Instituto de Neurociencia Avanzada de Barcelona, David del Rosario, en su ensayo El libro que tu cerebro no quiere leer, afirma que hemos convertido la felicidad en una imagen mental de referencia, idealizada y socialmente acordada, que viene dada por la educación y retocada por experiencias personales. Escribe:
“Las personas somos felices cuando nuestra imagen feliz coincide exactamente con el momento presente. Ante cualquier diferencia, por más mínima que sea, dejaremos de ser totalmente felices. Justo en ese momento aparecen las expectativas, y el sufrimiento será proporcional a la distancia entre la imagen feliz y el instante presente”.
Nos sentimos felices cuando los acontecimientos de nuestra vida se ajustan a nuestras expectativas, a nuestras esperanzas y deseos sobre cómo debería ser la existencia. El problema es que estas expectativas no garantizan nada; son simplemente posibilidades. El filósofo francés André Comte-Sponville, en La felicidad, desesperadamente, propone que la verdadera dicha surge al abandonar las esperanzas falaces. La ‘des-esperación’ de la que habla no es resignación, ni menos nihilismo: es más bien la sabiduría de poner todo nuestro empeño en nuestra voluntad y capacidad de acción. Para ilustrarlo, cita una línea del Mahabharata:
“Solo es feliz el que ha perdido toda esperanza, pues la esperanza es la mayor tortura y la desesperación, la mayor felicidad”.
Este enfoque fue adoptado por el ingeniero egipcio Mo Gawdat, quien tras una exitosa carrera en Google [X], en 2001 sufrió una profunda depresión. A raíz de aquella experiencia, Gawdat concluyó que para alcanzar la felicidad debemos aprender a estar satisfechos con lo que tenemos. Lo que diferencia a Gawdat de otros autores es su propia historia: en 2014, su hijo Ali, de tan solo 21 años, murió repentinamente durante lo que debía ser una cirugía de rutina, y su matrimonio colapsó a causa del duelo. De modo que el ingeniero que había elaborado una ‘fórmula para la felicidad’ tuvo que ponerla a prueba en las condiciones más extremas imaginables. En el primer párrafo de su libro Solve for Happy, Gawdat escribe:
“Diecisiete días después de la muerte de mi maravilloso hijo, Ali, empecé a escribir y no pude parar. Mi tema era la felicidad; una cuestión improbable, dadas las circunstancias”.
Gawdat se dispuso a poner en práctica lo que había comprendido acerca de la felicidad y a absorber una tristeza que jamás podrá resolverse por completo, sin dejar de encontrar maneras de seguir adelante de forma significativa. En la entrevista How to be happy: the happiness equation revealed?, comentó:
“No se trata de si ves el vaso medio lleno o medio vacío, se trata de lo que esperabas y cómo respondes. Si una persona que espera que su vaso esté siempre lleno hasta el borde recibe uno medio lleno, la decepción se verá agravada por la rabia ante la injusticia de ello. Esta persona no puede ver el agua que tiene debido a su fijación en el agua extra que cree que debería estar ahí por derecho. Acepta que la vida trae consigo cambios y pérdidas, y que no todo está bajo tu control; aun así, debería ser posible encontrar algo más por lo que estar agradecido”.
En su libro That Little Voice In Your Head, Gawdat afirma que los pensamientos negativos son la principal fuente de nuestra infelicidad y que las ideas son la más inmersiva de las experiencias humanas:
“He descubierto que los pensamientos, y solo los pensamientos, son la principal causa individual de nuestro nivel de felicidad. Esa vocecita en nuestra cabeza influye en nuestro ánimo en mayor medida que las más duras circunstancias que nos toque padecer”.
El neurobiólogo Rafael Yuste, director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia, explica en su libro El cerebro, el teatro del mundo que el cerebro no es un receptor pasivo de información, sino un generador activo de realidades virtuales. Escribe:
“El cerebro es una máquina de predicción del futuro, y lo hace utilizando redes neuronales para generar un modelo del mundo, como si fuese un modelo de realidad virtual”.
Según Yuste, el ‘teatro del mundo’ que tenemos en la cabeza es un modelo tan sofisticado de la realidad que a menudo lo confundimos con ella. El problema es que nuestro cerebro no deja de proponer pensamientos sobre lo que sucedió o podría suceder: advierte riesgos, imagina amenazas, rumia emociones y recuerdos. Hay que reconocer que los pensamientos no son más que propuestas para enfrentar una situación; esto nos permite decidir si nos resultan útiles o no. Los pensamientos negativos deberían descartarse de manera casi automática. Gawdat aconseja:
“No pierdas un minuto de tu tiempo sintiéndote infeliz por una broma de la vida. ¿Por qué ibas a dejarte perturbar por una falsedad?”.
Nuestra mente construye ideas acerca de lo que enfocamos, usando recuerdos, planes futuros y condiciones presentes. En cuanto fijamos la atención en algo, el resto del mundo desaparece de nuestro radar mental. La atención es clave. Ante cada historia que nos proponga la mente, conviene preguntarnos: ‘¿Este pensamiento es eficaz o ineficaz para abordar esta situación?’. La experiencia en sí no cambia tanto, pero sí varía drásticamente nuestra relación con ella. Del Rosario apunta:
“La verdadera inteligencia nada tiene que ver con la capacidad de resolver problemas o conectar conceptos, sino más bien con la capacidad de seleccionar las ideas más útiles en cada situación de vida”.
Sin embargo, a veces ocurren hechos duros y abrumadores que cambian de manera radical nuestra vida. El psicólogo y profesor de la Universidad de Cornell, Andrew Solomon, estudió ampliamente a padres que crían hijos con discapacidades y diferencias físicas, mentales o sociales significativas. De ese trabajo surgió el libro Lejos del árbol. En una ocasión, entrevistó a dos madres con hijos autistas muy similares: una mujer blanca y adinerada, y otra afroamericana de pocos recursos. La primera encontraba extremadamente difícil convivir con su hijo: ‘Lo rompe todo’, decía abrumada. La segunda llevaba una vida relativamente feliz: ‘Todo lo que podía romperse ya estaba roto hace mucho tiempo’. Solomon concluye que criar hijos ‘excepcionales’ suele exagerar las tendencias de los padres: quienes son malos padres se convierten en pésimos, pero quienes son buenos llegan a ser extraordinarios. Solomon, invierte la visión de Tolstói, que en las primeras líneas de Ana Karenina aseguraba que todas las familias felices se parecen y escribe:
“Las familias desgraciadas que rechazan a los hijos diferentes tienen mucho en común, mientras que las familias felices que se esfuerzan por aceptarlos son felices de muy diversas maneras”.
El caso de Sammy Basso y su familia refleja bien esta idea. Sammy nació el 1 de diciembre de 1995 en Italia. Sus padres recuerdan que fue un bebé hermoso de 2.700 gramos. Sin embargo, a los seis meses, su crecimiento se detuvo de golpe. Tenía progeria, un trastorno genético que acelera el envejecimiento de manera extrema. No había cura ni tratamientos específicos, y la esperanza de vida habitual era de alrededor de 13 años. Los médicos aconsejaron a los padres: ‘Disfrútenlo mientras lo tengan’. Pero Sammy superó todas las expectativas. Con el apoyo de su familia, sus amigos y una fe religiosa inquebrantable, se aferró a la vida de tal manera que escribió libros, actuó en obras musicales, viajó por el mundo, impartió conferencias, estudió biología molecular para comprender mejor su propia enfermedad y creó una fundación para fomentar la investigación científica. En una entrevista, Sammy declaró:
“Cuando yo nací, nadie sabía nada sobre la enfermedad y no había científicos que la estudiaran. Ahora podemos tener esperanza en llegar a una cura. No sé si me ayudará a mí, pero por primera vez puedo creer que, en el futuro, los niños con progeria podrán vivir una vida normal. Estoy muy feliz”.
La capacidad de Sammy para disfrutar, perseguir sus pasiones y exprimir cada instante prueba que es posible conferir significado a la vida, sin importar las circunstancias. En el documental El increíble caso de Sammy, el propio Sammy, consciente de que cada día podía ser el último, afirmó:
“Puedo decir que la progeria no te impide ser feliz. Para mí, la felicidad es una elección. Elijo intentar ser feliz y, a veces, con intentarlo basta”.
El 5 de octubre de 2024, Sammy Basso falleció a la improbable edad de 28 años. Fue mucho más que un caso médico excepcional: se convirtió en un símbolo de resiliencia, optimismo y perseverancia. Lo extraordinario no fue solo su longevidad, sino la forma en que vivió. Su carácter desempeñó un papel fundamental. A pesar de las numerosas limitaciones físicas, mantuvo una actitud positiva y una fortaleza emocional que inspiraba a quienes lo rodeaban. El bioquímico Carlos López Otín, en La vida en cuatro letras, escribe:
“El ejemplo de Sammy demuestra que, incluso en condiciones tan adversas como las de una enfermedad incurable y devastadora, la vida encuentra argumentos para sostenerse y para abrir nuevas ventanas a la felicidad”.
El mundo es inmenso y rebelde. No podemos controlarlo y, a cada paso, nos lo recuerda. Hay condiciones, accidentes o enfermedades tan graves que no podemos ‘arreglar’ directamente, pero sí mitigar sus efectos. Aunque los daños primarios puedan resultar irreparables, siempre es factible encontrar nuevas vías de bienestar. Si de verdad deseamos ser felices, debemos abandonar la costumbre de culpar al entorno o a los demás de lo que sentimos y tomar las riendas de nuestro propio estado emocional. La vida, con sus luces y sus sombras, con sus ruidos y silencios, es un desafío permanente para la imaginación. El azar sigue siendo un factor determinante. David del Rosario propone que debemos ‘expandir nuestro concepto de felicidad’, aprendiendo a incluir cualquier situación de vida en nuestra definición, hasta que nuestra imagen feliz y el presente se fundan. Nos anima a replantear nuestra definición de felicidad mediante las siguientes preguntas:
“¿Podemos incluir todos nuestros miedos dentro de la felicidad? ¿Podemos incluir nuestra familia actual, nuestro trabajo actual, nuestra situación económica actual, nuestra salud actual, un despido, una infidelidad, el aburrimiento o todo nuestro pasado dentro de la felicidad?”.
La posibilidad de ser felices está ahí siempre, y el presente es la única oportunidad real que tenemos para ser felices. Aceptar lo que ocurre forma parte de las reglas del juego y nos brinda el poder de elegir nuestro propio destino y estado de ánimo. Se trata de decidir ser felices, no por lo que la vida nos ofrece, sino por la manera en que enfrentamos lo que se presenta en nuestro camino. En vez de negar, evitar o luchar contra lo que sucede, podemos aceptar el presente tal cual es, hallando lecciones, momentos de paz o posibilidades de crecimiento, incluso en circunstancias adversas o inciertas. Esto implica asumir la responsabilidad de nuestro estado emocional y dejar de intentar que la realidad se ajuste a un ideal preestablecido. Así, hasta los eventos negativos se pueden convertir en oportunidades para cultivar un bienestar interior y extender la felicidad a lo largo de toda nuestra existencia. En palabras de Gawdat:
“Yo elijo creer que todo en la vida, incluso el sufrimiento, tiene un lado bueno. No hay nada absolutamente malo. No ver el lado bueno de una situación nos vuelve sesgados”.
La felicidad no es un destino, sino un camino de aceptación activa. Expandirla exige soltar expectativas, abrazar el presente y recordar que, en medio del caos, siempre hay espacio para elegir acercarnos a la paz y al bienestar. No necesitamos un cerebro silencioso para ser felices. Lo que necesitamos es un cerebro útil y positivo. Tras la muerte de su hijo, Gawdat se propuso la misión de ayudar a mil millones de personas a ser más felices. Reformuló su vida para difundir el mensaje de que la felicidad se puede aprender y compartir. Explica:
“Si priorizamos nuestra felicidad, recordaremos que la felicidad es una decisión que tomamos cada día. Descubriremos hasta qué punto hemos desperdiciado nuestra vida persiguiendo falsos objetivos que nunca nos han hecho felices. Entonces, y solo entonces, haremos del mundo un lugar mejor, porque lo único que seremos capaces de cambiar es a nosotros mismos, y la única forma de cambiar el mundo consistirá en que nosotros, tú y yo, cambiemos”.