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Nuevo escenario

En su discurso anual a la nación, Xi Jinping buscó disipar los temores de que la economía china se tambalee durante 2025. Según Xi, la economía seguirá “estable y en progreso”. Con respecto a la unificación con Taiwán, indicó que es algo que “nadie puede detener” y que no descarta el uso de la fuerza para tomar el control de la isla. Precisó:

“Los chinos de ambos lados del estrecho de Taiwán somos una sola familia. Nadie puede cortar nuestros lazos de sangre y nadie puede detener la tendencia histórica de la reunificación de la patria”.

Evan Medeiros, profesor de la Universidad de Georgetown, en su artículo Xi Has a Plan for Retaliating Against Trump’s Gamesmanship, publicado en Financial Times, señala que la mayoría de los analistas chinos relacionan la elección de Trump con una ola global de populismo y nacionalismo. Observan la economía estadounidense más frágil y una política profundamente dividida. En términos geopolíticos, Pekín considera que la influencia de Estados Unidos está disminuyendo en el sur global y en Asia, mientras aumenta el apoyo a la visión de China. Escribe Medeiros:

“China en 2025 es diferente a la de 2017, y lo mismo sucede con Estados Unidos y el mundo. Muchos chinos sostienen que Xi es más fuerte políticamente y que la economía es más autosuficiente y resiliente, incluso en medio de los desafíos recientes”.

China lleva años desarrollando la llamada ‘Iniciativa de la Franja y la Ruta’ para aumentar su presencia e influencia en el mundo. Recientemente, en Perú, el presidente Xi inauguró la primera fase del ‘megapuerto’ de Chancay, a 70 km al norte de Lima. Este puerto de aguas profundas podría reconfigurar el comercio de China con América Latina, región clave en la provisión de alimentos, energía y minerales fuera de la órbita estadounidense. Medeiros comenta al respecto:

“En comparación, la guerra fría empieza a parecer pintoresca”.

Desde que en 1854 la flota del comodoro Matthew Perry forzó la apertura de Japón al mundo exterior, Estados Unidos se enfocó en el Lejano Oriente. Con menos de cien años de historia independiente en ese entonces, Estados Unidos ya manifestaba su intención de hacer de China una nación subsumida a su propia religión y valores. Hugh White, profesor de estudios estratégicos en la Universidad Nacional de Australia, en su libro The China Choice: Why America Should Share Power, escribe:

“Los motivos de Estados Unidos no eran puramente comerciales. Sus ideas sobre China habían sido moldeadas por los misioneros cristianos que desde décadas antes se habían establecido allí. Ello había promovido la imagen de que el pueblo chino resultaba ansiosamente receptivo a las ideas estadounidenses. No solo a sus ideas religiosas, sino también a las políticas y económicas. A partir de esa imagen creció la convicción de que Estados Unidos tenía la misión única de guiar a China y de conducirla al mundo moderno. En China, Estados Unidos podía jugar el papel de nación ‘civilizada’ que brindaba a una sociedad atrasada los beneficios de la modernidad…”.

Hoy, China es la segunda mayor economía del mundo, con un 30 % de la producción industrial global y una influencia geopolítica que sigue aumentando. Las opiniones sobre la sostenibilidad de su crecimiento son variadas, pero está claro que su economía tiene características singulares. En 1992, Deng Xiaoping, durante una gira por el sur del país para evaluar las reformas económicas, señaló:

“No importa si el gato es blanco o negro; lo importante es que cace ratones”.

Este pragmatismo ha sido la clave del desarrollo chino. Tras la Revolución Cultural, la prioridad fue modernizar el país e integrarlo al comercio internacional para sacar a la población de la pobreza. Según estimaciones del Banco Mundial, más de 800 millones de personas han salido de la pobreza en China en las últimas cuatro décadas. A partir de 2010, con iniciativas como ‘Made in China 2025’, China desplegó una estrategia más ambiciosa: impulsar la inversión en sectores tecnológicos, la transición ecológica, los recursos energéticos y las materias primas. El objetivo era pasar de ser la ‘fábrica del mundo’ basada en mano de obra barata y tecnología importada a convertirse en líder global con tecnología propia y autosuficiente en recursos estratégicos. Y lo está consiguiendo. Ángel Ubide, en su artículo La historia de las dos economías chinas, publicado en El País, comenta:

“Es cierto que una parte del éxito industrial chino se debe al apoyo del Estado a través de generosos subsidios. Pero también es cierto que la política industrial china está diseñada de manera eficiente: se apoya en el sector, no en empresas individuales, y se promueve la competencia feroz dentro del sector para generar ganancias de eficiencia aprovechando la gran escala de su mercado interior”.

Martin Jacques, en su libro When China Rules the World, destaca que para entender el ascenso de China es fundamental concebirla como una ‘civilización-estado’, en lugar de un simple Estado-nación. China posee una historia continua, una cultura cohesiva y un sentido de identidad fuertemente arraigado, factores que influyen en su visión de la autoridad, la familia, la sociedad y las relaciones internacionales. Jacques subraya que los últimos 200 años de dominio occidental han sido una ‘excepción histórica’Antes de la Revolución Industrial, China fue durante siglos la mayor economía y un foco civilizatorio que irradiaba cultura, conocimiento y tecnología en toda Asia. El actual auge económico y político de China, sostiene Jacques, debe verse como el regreso a un papel protagónico interrumpido por las presiones coloniales, las Guerras del Opio y la debilidad interna del siglo XIX y comienzos del XX. En una reciente conferencia, Jacques explicó:

“Bajo el gobierno de Xi Jinping, se ha producido un cambio en la política exterior china, que está pasando de la idea de Deng Xiaoping de actuar con cuidado, en silencio, ocultando su capacidad y su liderazgo, a algo mucho más extrovertido y expansivo. China no solo es un actor en la globalización, sino también un creador y un modelador de la globalización. Estamos en un nuevo escenario”.

El modelo económico chino no reproduce las instituciones y valores del liberalismo occidental, sino que combina elementos de mercado, intervención estatal, pragmatismo y una política meritocrática anclada en sus tradiciones filosóficas. Aunque el comunismo dominó la política china en el siglo XX, los valores confucianos siguen presentes y dan forma a actitudes y comportamientos colectivos. Daniel Bell, profesor de teoría política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Hong Kong, en su libro China’s New Confucianism, escribe:

“Un confuciano no tiene por qué ser políticamente conservador, ni tampoco necesita ser políticamente activo en el sentido de servir o criticar al gobierno. Pero el confuciano debe ser consciente de la importancia de las obligaciones familiares, a la vez que se involucra en el mundo social más amplio con el fin de mejorarlo, tratando de minimizar la tensión entre ambos tipos de responsabilidades”.

Durante más de cien años de historia del Partido Comunista de China, las enseñanzas de Confucio fueron consideradas retrógradas, y sus líderes recurrieron al marxismo y al socialismo como base moral. Sin embargo, con Xi Jinping, el confucianismo ha hecho un notable regreso como piedra angular de la ética y la gobernanza chinas, para apuntalar su base intelectual frente a la competencia ideológica con Occidente. A partir de 2004, el ministerio de educación de China comenzó a crear una red de ‘Institutos Confucio’ en todo el mundo para promover el aprendizaje del idioma chino y el entendimiento de la cultura china. Las críticas no han cesado, señalando que son ‘un instrumento de propaganda del régimen chino’. Por supuesto, China, rechaza los cuestionamientos y sostiene que las críticas están motivadas por prejuicios ideológicos. En 2017, Xi Jinping afirmó en el congreso quinquenal del Partido Comunista:

Cuando la gente tiene fe, el país tiene fuerza y la nacionalidad china tiene esperanza”.

Según Hugh White, el auge económico de China representa un cambio en la distribución global de riqueza y poder que pone en entredicho la capacidad de Estados Unidos de sostener el orden internacional que ha dominado desde el final de la Guerra Fría. Esta tesis coincide con la de Ray Dalio, fundador de Bridgewater Associates, el mayor fondo de cobertura del mundo, quien proyecta el declive de Estados Unidos como superpotencia. En sus palabras:

“Ningún imperio dura para siempre”.

En una serie de ensayos, Dalio ha elogiado el enorme potencial de China y desaconseja el ´persistente sesgo anti-China´. Escribe:

“A largo plazo, las verdades atemporales y universales determinan por qué los países triunfan o fracasan. En resumen, los imperios surgen cuando son productivos, financieramente sólidos, ganan más de lo que gastan y aumentan sus activos más rápido que sus pasivos. Esto suele suceder cuando su gente está bien educada, trabaja duro y se comporta de manera cívica”.

Si comparamos objetivamente a China con Estados Unidos en estos indicadores, —sostiene Dalio—, los fundamentos claramente favorecen a China. En su libro Principles for Dealing with the Changing World Order, el autor sostiene que todo imperio o sociedad sigue un gran ciclo con tres periodos: ascenso, cima y decadencia. Según su análisis, Estados Unidos estaría en una fase tardía de su periodo de cima, mientras que China vive en pleno su periodo de ascenso. Para Dalio, la obra de William y Ariel Durant es decisiva. En su ensayo The Lessons of History, los Durant condensan patrones hallados en su extensa investigación sobre la historia humana. En Our Oriental Heritage, William Durant escribe:

“Una nación nace estoica y muere epicúrea. […] en el comienzo de todas las culturas, una fuerte fe religiosa encubre y suaviza la naturaleza de las cosas, y da a los hombres valor para soportar el dolor y las penalidades […] Si llega la victoria, si la guerra se olvida en la seguridad y la paz, entonces crece la riqueza; la vida del cuerpo cede, en las clases dominantes, a la vida de los sentidos y de la mente; el trabajo y el sufrimiento son reemplazados por el placer y la comodidad […] Por fin los hombres empiezan a dudar de los dioses; lloran la tragedia del conocimiento y buscan refugio en cada deleite pasajero”.

Gao Jian, en su artículo What Is the Cultural Foundation for the Sustainable Growth of the Chinese Economy?, sostiene que el crecimiento económico de China en las últimas décadas desafía las teorías económicas occidentales tradicionales. Según Gao, el pensamiento filosófico chino valora la sabiduría que emerge de la vida diaria más que los conceptos abstractos. Así, los chinos buscan la prosperidad y el bienestar en su entorno inmediato, lo que impulsa un desarrollo económico sostenido, también llamado la ‘vitalidad de la nación’. Gao subraya:

“El principal desafío para el desarrollo económico futuro de China no es simplemente sostener el crecimiento, sino más bien considerar qué significa realmente el progreso económico más allá del mero crecimiento del PIB”.

El problema de los occidentales —advierte Gao— es que no entienden a China. Peor aún, suelen creer que su paradigma social y cultural es el modelo universal. Daniel Bell, en su libro The Dean of Shandong: Confessions of a Minor Bureaucrat at a Chinese University, señala que China tiene problemas, como cualquier país, pero también muchas virtudes. Alabar a China no significa sostener que sea un sistema perfecto, sino reconocer que ha logrado avances notables. Su extraordinario crecimiento económico no puede separarse de su trasfondo cultural, histórico y filosófico milenario. Lejos de ser un fenómeno meramente técnico o coyuntural, el actual modelo chino de desarrollo desafía lo conocido. En palabras de Gao:

“El entorno empresarial es un reflejo integral de las condiciones sociales y éticas, no solo en términos económicos. El camino de China hacia la modernización, con sus características sociales únicas, apunta a proporcionar una ‘solución china’ distintiva. Arraigado en el pensamiento cultural clásico, el propósito fundamental de la economía es ‘gestionar los asuntos en beneficio del pueblo’. Construir una economía centrada en el pueblo sigue siendo primordial”.

El panorama geopolítico está cambiando a medida que China asciende como potencia económica y militar. Como plantea Hugh White, si Estados Unidos persiste en mantener una hegemonía militar y política absolutas, podría desencadenarse un conflicto de gran escala. Sería deseable que ambos países llegaran a un entendimiento para evitar una confrontación directa. El orden mundial se está volviendo cada vez más multipolar, por lo que Estados Unidos debe aceptar que su posición de poder ya no es la misma que tuvo en décadas pasadas. Para mantener la estabilidad, tendrá que negociar y reconocer el peso creciente de China y de otras potencias emergentes. En palabras de White:

“Estados Unidos no cuenta con el poder ni con la determinación para mantener la posición que creía tener al final de la Guerra Fría. Y la razón más básica es el cambio en la distribución de la riqueza y el poder que se ha producido desde entonces; seguramente, el mayor y más rápido cambio de distribución de riqueza y poder de la historia de la humanidad”.

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