
Solución china
China, hoy es la segunda mayor economía del mundo. En 30 años ha pasado de representar el 5% de la producción industrial global a casi un 30%, y su influencia geopolítica sigue aumentando. Las opiniones sobre la sostenibilidad de su crecimiento son variadas. Lo único claro, es que la economía china tiene características únicas. En 1992 Deng Xiaoping, cuando realizaba una gira por el sur del país evaluando el avance de las reformas económicas señaló:
“No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones”.
Ángel Ubide en su artículo ’La historia de las dos economías chinas’ publicado en El País, señala que esta frase ha generado miles de estudios y comentarios. ¿Deng, se refería solo a la dicotomía entre comunismo y capitalismo, y al objetivo del crecimiento económico, o era un debate mucho más profundo? Como fuera la síntesis es clara: el pragmatismo ha sido la clave del desarrollo chino. Durante las décadas posteriores a la revolución cultural la urgencia de China fue la modernización y la integración al comercio internacional para sacar a su población de la pobreza. Según estimaciones del Banco Mundial, más de 800 millones de personas han salido de la pobreza en China en las últimas cuatro décadas. Sin embargo, desde 2010, con iniciativas como Made in China 2025, China empezó a desplegar una estrategia más ambiciosa: impulsar la inversión en los sectores tecnológicos, transición ecológica, recursos energéticos y materias primas. China quería pasar de ser la fábrica mundial basada en mano de obra barata con tecnología importada para convertirse en un líder global en múltiples sectores con tecnología propria y autosuficiente en recursos estratégicos. Y lo está consiguiendo. Escribe Ubide:
“Es cierto que una parte del éxito industrial chino se debe al apoyo del Estado a través de generosos subsidios. Pero también es cierto que la política industrial china está diseñada de manera eficiente: se apoya en el sector, no en empresas individuales, y se promueve la competencia feroz dentro del sector para generar ganancias de eficiencia aprovechando la gran escala de su mercado interior”.
Martin Jacques, en su libro ‘When China Rules the World’ destaca que para entender el ascenso de China es fundamental comprender su carácter de civilización-estado en lugar de concebirla como un estado-nación. Jacques sostiene que China, es una civilización milenaria con una historia continua, una cultura cohesiva y un sentido de identidad fuertemente arraigado. Ello influye en su forma de entender la autoridad, la sociedad, la familia, la educación y las relaciones internacionales. Según Jacques, el periodo de dominio occidental en los últimos 200 años ha sido una excepción, no la norma. Antes de la Revolución Industrial, China fue durante siglos la mayor economía y un foco civilizatorio que irradiaba cultura, conocimiento, tecnología y productos por toda Asia. Por lo tanto, el actual auge económico y político de China debe verse como el retorno a un papel protagónico que perdió a raíz de las presiones coloniales, las guerras del opio y la debilidad interna del siglo XIX y principios del XX. En una reciente conferencia Jacques señaló:
“Bajo el gobierno de Xi Jinping, se ha producido un cambio en la política exterior china, que está pasando de la idea de Deng Xiaoping de actuar con cuidado, en silencio, ocultando su capacidad, ocultando su liderazgo, a algo mucho más extrovertido y expansivo, pasando a la idea de que China no sólo era un actor en la globalización, sino también un creador y un modelador de la globalización. Estamos en un nuevo escenario”.
El modelo económico chino no reproduce las instituciones y valores del liberalismo occidental. Combina elementos de mercado, intervención estatal, pragmatismo y una política meritocrática profundamente arraigada en sus tradiciones filosóficas. Aunque el comunismo dominó la política china en el siglo XX, los valores confucianos, siguen presentes en la mentalidad china y dan forma a actitudes y comportamientos colectivos. Daniel Bell profesor de teoría política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Hong Kong, en su libro ‘China’s New Confucianism’ escribe:
“Un confuciano no tiene por qué ser políticamente conservador, ni tampoco necesita ser políticamente activo en el sentido de servir o criticar al gobierno. Pero el confuciano debe ser consciente de la importancia de las obligaciones familiares, a la vez que se involucra en el mundo social más amplio con el fin de mejorarlo, tratando de minimizar la tensión entre ambos tipos de responsabilidades”.
La comprensión del confucianismo es imprescindible para entender la singularidad del ascenso de China, sus patrones de gobernanza, su concepción del orden mundial y su rol como potencia global. Los escasos datos de la vida de Confucio indican que nació en 551 a.C., en el estado de Lu, en lo que hoy es la actual provincia de Shandong, frente a Corea. Su familia pudo haber sido aristocrática, pero pasaron momentos difíciles. Su padre murió cuando Confucio tenía tres años, quedando su madre en una situación precaria. Desde niño Confucio mostró un gran entusiasmo por los estudios. ‘A los 15 años me propuse aprender’, les dijo más tarde a sus discípulos. Estudió música, matemáticas, los clásicos, historia y mucho más. Le fascinaban especialmente los primeros años de la dinastía Zhou (1046-256 a. C.), un período pacífico que percibía como una época dorada que debía ser imitada. Participó desde joven de la vida política del estado de Lu, primero con responsabilidades administrativas y luego como ministro de Justicia. Renunció al cargo como protesta ante el mal gobierno imperante y emprendió un largo viaje de 12 años por diferentes reinos para enseñar sus doctrinas, pero con poco éxito. Karen Armstrong en su libro ‘The Great Transformation’ escribe:
“Confucio se sentía horrorizado por la guerra constante que amenazaba con destruir por completo los pequeños principados. Sin embargo, para su consternación, estos no parecían conscientes de ese peligro. Lu no podía competir militarmente con un Estado grande como Qi, pero en lugar de dedicar todos sus recursos a enfrentarse a esa amenaza externa, las familias nobles (motivadas solamente por la codicia y la vanagloria) luchaban en una guerra civil autodestructiva”.
Confucio era un hombre que se había hecho a sí mismo y enseñaba que los gobernantes debían ser elegidos por su virtud y capacidad, no por herencia. Sostenía que el fin del gobierno era el bienestar del pueblo e insistía en que un gobernante que no fuera justo y humano perdería el mandato del cielo y, por lo tanto, su corona. Para Confucio, la moralidad y la unidad política eran inseparables. La novedad de su enfoque radica en que enseñó una ética que colocaba a la familia como centro de la vida política, social y cultural. La familia estaba naturalmente organizada y las relaciones entre sus miembros definidas en base a la autoridad y la jerarquía. Así se establecían cinco vínculos fundamentales perfectamente estructurados: las relaciones que deben existir entre el príncipe y sus súbditos, entre el padre y sus hijos, entre el marido y la esposa, entre los hermanos mayores y los hermanos menores y entre los amigos entre sí. La doctrina original confuciana se centraba en la vida social desplegada en tres instituciones básicas: el estado, la escuela y la familia. Él mismo hace el balance de su itinerario de vida:
“A los 15 años se consagra al estudio. A los 30 ya camina en la Vía. A los 40 carece de dudas. A los 50 conoce el decreto del Cielo. A los 60 tiene el oído perfectamente afinado. A los 70 actúa según su corazón sin por ello trasgredir ninguna regla”.
Al igual que Sócrates, Confucio no escribió nada. Fueron sus discípulos quienes difundieron su enseñanza principalmente en la obra conocida como ‘Analectas’, cuya traducción sería ‘Conversaciones’. En su época, Confucio fue ignorado. Fue en el siglo II a.C. que la dinastía Han adoptó sus ideas con entusiasmo. A partir de ahí, las enseñanzas de Confucio han guiado a gobiernos y a individuos, informando e influyendo en la historia y la civilización china. Karen Armstrong en su libro ‘Sacred Nature: Restoring Our Ancient Bond with the Natural World’, destaca que Confucio fue uno de los primeros que formuló lo que actualmente se conoce como ‘la regla de oro’, expresada como: No hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. Este era el hilo conductor de toda la enseñanza de Confucio y debía practicarse ‘todo el día y todos los días’. En palabras de Armstrong:
“Nos exige examinar nuestro propio corazón, descubrir qué nos causa dolor y negarnos, en ninguna circunstancia, a infligir ese dolor a nadie más”.
La regla de oro era la esencia de lo que Confucio denominaba ren. El concepto de ren puede resumirse en dos ideas: ‘reciprocidad respetuosa’, es decir, cumplir con las obligaciones para con el prójimo y ‘consideración’, esto es, la capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona y actuar en consecuencia. Según las Analectas, al preguntarle a Confucio cómo podría aplicar el ren en la vida política, respondió:
“Cuando estés en público, compórtate como si estuvieras frente a un huésped importante. Cuando te dirijas al pueblo llano, actúa como si estuvieras realizando una gran ceremonia. Lo que no desees para ti, no lo impongas a los demás”.
Confucio afirmaba que, si un príncipe se comportara de esta manera con otros gobernantes, desaparecería la brutalidad de la guerra. En el trato con el prójimo, Confucio enseñaba que debíamos utilizar como guía nuestros propios sentimientos:
“En relación con el ren, tú mismo deseas tener riquezas y buena posición; si lo consigues ayuda a otros a obtenerlos. Quieres rentabilizar tus méritos; cuando lo logres ayuda a otros a aprovechar los suyos —en realidad, lo que hace que el ren sea una forma de orientarse es el hecho de que nos permita tomar los propios sentimientos como guía”.
Confucio insistía en que era insuficiente centrarse simplemente en el desarrollo de una actitud interior de buena voluntad y cortesía, ya que nuestra conducta física externa puede moderar nuestros sentimientos internos. De ahí que los confucianos resaltaran la importancia del ‘li’ entendido como ‘ritual’. Como explica Armstrong, los chinos entendieron instintivamente que los gestos ritualizados de respeto pueden enseñarnos más profundamente que las lecciones racionales a honrar la dignidad de los demás. Además, nuestro comportamiento puede influenciar positivamente la conducta de nuestros semejantes. En palabras de Armstrong:
“Aunque se trate de una sensación momentánea y pasajera, todos nos sentimos fundamentalmente reconfortados cuando se nos trata con respeto. De la misma manera, Confucio consideraba que los gestos corporales del ’li’ transformaban tanto a quienes los realizaban como a sus destinatarios”.
Los seguidores de Confucio enseñaban que, al nacer, traemos solo un crudo fundamento de humanidad, somos como un bloque de piedra sin tallar, y que, para convertirnos en personas de perfecta humanidad, tenemos que renunciar a nuestro ego. El objetivo final del aprendizaje confuciano es que los deseos del cielo coincidan con los propios deseos. Se trata de abandonar el egocentrismo y abrazar una visión más amplia y compasiva del mundo, donde cada gesto de respeto y comprensión contribuye a la armonía global. Armstrong escribe:
“Los confucianos no orientaban sus esfuerzos a la edificación de sus ‘almas’, sino que se valían de esas virtudes para desarrollar una práctica diaria gratificante y ampliar el ecosistema social, basándolo en el respeto”.
Gao Jian en su artículo ‘What is the cultural foundation for the sustainable growth of the Chinese economy?’ afirma que el crecimiento económico de China en las últimas cuatro décadas desafía las teorías económicas occidentales tradicionales. Según Gao, el pensamiento filosófico chino sugiere que la sabiduría y la verdad se pueden encontrar en la vida diaria, en lugar de en conceptos abstractos. Los chinos valoran mucho las necesidades concretas de la vida y persiguen fervientemente la prosperidad y el bienestar de su entorno directo. Este enfoque impulsa el desarrollo económico sostenido de China, conocido como la ‘vitalidad de la nación’. Gao escribe:
“El principal desafío para el desarrollo económico futuro de China no es simplemente sostener el crecimiento, sino más bien considerar qué significa realmente el progreso económico más allá del mero crecimiento del PIB”.
El problema de los occidentales es que no entendemos a China. Y lo peor es que creemos que nuestro paradigma social y cultural es global, que todo el mundo debería ser, o está obligado a ser occidental. Daniel Bell en su libro ‘The Dean of Shandong: Confessions of a Minor Bureaucrat at a Chinese University’, escribe que China tiene problemas, pero ¿no los tiene también occidente? Elogiar a China no es decir que sea un sistema perfecto, pero sí que hace muchas cosas bien. China nunca ha sido como Occidente. Hay conexiones y similitudes, pero hay algunas diferencias profundas. El hecho concreto del extraordinario crecimiento económico de China no puede separarse de su milenario trasfondo cultural, histórico y filosófico. Lejos de ser un resultado puramente técnico o coyuntural, el actual modelo chino de desarrollo se nutre del pensamiento confuciano, en que la armonía social, la responsabilidad del gobernante y el valor de la educación subyacen a la toma de decisiones y las estrategias nacionales. En palabras de Gao:
“El entorno empresarial es un reflejo integral de las condiciones sociales y éticas, no sólo en términos económicos. El camino de China hacia la modernización, con sus características sociales únicas, apunta a proporcionar una ‘solución china’ distintiva. Arraigado en el pensamiento cultural chino clásico, el propósito fundamental de la economía es ‘gestionar los asuntos en beneficio del pueblo’. Construir una economía centrada en el pueblo sigue siendo primordial”.