
Mythos y logos
El mito griego de Faetón habla de un muchacho que descubrió que era hijo de Helios, el dios del sol. Sus amigos no le creyeron y se burlaron de él. Para demostrar su origen divino, Faetón le exigió a su padre el privilegio de conducir el carro del sol. Helios le advirtió a Faetón que ningún humano podía controlar los caballos celestiales que tiran del carro solar. Pero Faetón insistió y su padre cedió. Después de elevarse orgullosamente en el cielo, Faetón perdió el control del carro, el sol se desvió de su curso, quemó toda la vegetación, mató a numerosos seres y estaba a punto de destruir la tierra misma. Para evitar el desastre, Zeus tuvo que intervenir y golpeó a Faetón con un rayo. El humano vanidoso cayó del cielo como una estrella fugaz. Los dioses reafirmaron su control del cielo y nuevamente salvaron al mundo de la estupidez humana. Yuval Noah Harari, en su libro ‘Nexus: A Brief History of Information Networks from the Stone Age to AI’ escribe:
“A lo largo de la historia, muchas tradiciones han creído que los humanos tenemos algún defecto fatal que nos impulsa a buscar poderes que luego no podemos manejar”.
Karen Armstrong en su libro ‘Sacred Nature: Restoring Our Ancient Bond with the Natural World’, afirma que, en la mayoría de las culturas premodernas había dos formas reconocidas de alcanzar la verdad. Los griegos las llamaban mythos y logos. Ambos enfoques eran fundamentales y cada uno tenía su esfera de competencia. El logos (razón; ciencia) era el modo pragmático de pensamiento que permitía controlar nuestro entorno y funcionar en el mundo. Por lo tanto, tenía que corresponder con precisión a las realidades externas. Sin embargo, el logos por sí solo no podía dar sentido al mundo. Para lograr esto, en la antigüedad tenían el mythos, que se ocupaba de los aspectos más elusivos de la experiencia humana. Armstrong escribe:
“El mythos permitía que la gente entrara en contacto con realidades más profundas, proporcionándoles un contexto que no solo daba sentido a su difícil y frágil existencia, sino que dirigía su atención hacia aquello que es eterno y universal”.
El mito era, sobre todo terapéutico; ya que no se asumía que ofreciera una explicación precisa, sino que permitía sacar a la luz ‘verdades’ sobre el modo en que funcionaban los humanos y el mundo, aunque sus conclusiones, como las del arte, no pudieran demostrarse racionalmente. Se recurría a ellos en momentos de crisis o enfermedad, cuando las personas necesitaban dar sentido a sus circunstancias y experiencias. Escribe Armstrong:
“Un mito es esencialmente una guía, pues nos indica lo que hemos de hacer para llevar una vida más plena y positiva. Los antiguos mitos sobre la naturaleza constituían un intento de penetrar en la realidad oculta del mundo natural para vivir con eficacia y seguridad en nuestro entorno”.
Por su parte, el logos avanza con determinación, desarrolla nuevas perspectivas e innova. Nos valemos de nuestras facultades lógicas cuando deseamos provocar una consecuencia, conseguir algo o convencer a otros de una determinada opinión. Para bien o para mal, el logos también nos ayuda a controlar más y mejor el entorno natural. El problema es que al igual que el mito, el logos tiene limitaciones. Es incapaz de responder a los interrogantes que plantea el valor último de la vida humana. No puede aliviar nuestros pesares. Escribe Armstrong:
“Ambas formas de comprensión eran esenciales para entender la realidad: no solo no se oponían mutuamente, sino que eran dos maneras complementarias de alcanzar la verdad”.
Hace ya tres siglos que comenzó la era de la Ilustración. Gracias al logos (razón) se impulsó el progreso y crecimiento. Sin embargo, el logos científico tuvo tanto éxito que el mito fue desacreditado. El logos del racionalismo científico se convirtió en el único camino válido hacia la verdad. La salida de la inmadurez de la sociedad que deseaba Kant tuvo consecuencias inesperadas, transformó al hombre en amo de la naturaleza y generamos nuevos problemas. En el documental de la Deutsche Welle ‘¿Quién es responsable de la paz, la libertad y un mundo más justo?’ la filósofa Susan Neiman, señala dos problemas concretos que produjo este enfoque centrado únicamente en el logos:
“Primero, la influencia omnipresente del capitalismo, con su habilidad casi siniestra de transformar todo – incluso lo bueno, incluso nosotros mismos – en una mercancía. Segundo, el poder abrumador de la tecnología, que tiene la capacidad tanto de beneficiarnos como de causar daño, tanto a nosotros como al planeta”.
Aunque la revolución científica ha producido muchos beneficios materiales, la perspectiva puramente racional y materialista omite el propósito y el valor, sin los cuales la vida pierde sentido. El siquiatra y neurocientífico británico Iain McGilchrist se ha ocupado de buscar una visión expansiva y humana de nosotros y el cosmos. Su profunda comprensión de la forma en que los hemisferios cerebrales tratan con el mundo proporciona un marco útil para pensar en las debilidades del cientificismo. McGilchrist, explica que todos los animales enfrentan dos desafíos básicos: necesitan alimentarse y evitar ser comidos. Estas tareas requieren tipos de atención muy diferentes. En el libro ‘The Matter with Things’, McGilchrist explica que nuestros dos hemisferios cerebrales evolucionaron de forma diferente para resolver estos desafíos y operar en forma simultánea:
- El hemisferio izquierdo presta atención específica a los detalles que necesitamos manipular.
· El hemisferio derecho presta atención amplia, abierta, sostenida, vigilante al entorno mientras nos enfocamos en lo que deseamos.
Tenemos dos procesadores. Cada hemisferio crea un mundo con diferentes cualidades. El hemisferio izquierdo es fundamental para el análisis y la ejecución de tareas específicas, pero carece de una comprensión profunda del contexto, el propósito y el significado. Estos elementos, son el dominio del hemisferio derecho, que se especializa en la percepción holística, la empatía y la conexión con el todo. En palabras de McGilchrist:
“El trabajo del hemisferio derecho es experimentar el mundo, el del hemisferio izquierdo es manipularlo”.
McGilchrist, afirma que las diferentes sociedades a lo largo de la historia han privilegiado uno u otro hemisferio. En su libro ‘The Master and His Emissary’, revisa la historia occidental desde los griegos, pasando por los romanos, hasta el renacimiento, la reforma, la ilustración, el romanticismo, la revolución industrial, el modernismo y la posguerra. La civilización griega y romana comenzaron con un repentino estallido de florecimiento en el que los dos hemisferios trabajaron muy bien juntos. Pero con el tiempo, predominó más y más el punto de vista del hemisferio izquierdo antes que colapsara. En palabras de McGilchrist:
“Creo que esto se debe a que las civilizaciones tienden a extralimitarse. Tienden a amasar un imperio, y luego todo tiene que ser controlado”.
De la misma forma, en el Renacimiento se produjo un florecimiento del arte, las humanidades y las ciencias. Fue otro periodo de equilibrio entre el hemisferio derecho y el izquierdo, en que hubo grandes avances en diferentes aspectos de la vida. Desafortunadamente, con la ilustración, la arrogancia de pensar que la ciencia había resuelto todos los problemas nos hizo sistematizar, racionalizar, y pretender manipular todo. En sus palabras:
“La visión del hemisferio izquierdo de una construcción geométrica bidimensional, mecánica, sin vida, se ha expandido a nuestro alrededor hasta tal punto que cuando el hemisferio derecho verifica con su experiencia, se encuentra que el hemisferio izquierdo ya ha colonizado nuestra realidad”.
La revolución científica, al priorizar el enfoque del hemisferio izquierdo, ha llevado a una visión del mundo que:
- Omite el propósito y el valor: La ciencia, por diseño, no aborda cuestiones sobre por qué estamos aquí o qué deberíamos hacer con nuestras vidas. Este vacío puede dejar a las personas sintiéndose desconectadas, sin un marco para comprender su lugar en el mundo.
- Fragmenta la experiencia humana: Al descomponer la realidad en datos y hechos aislados, la perspectiva puramente científica no puede captar la riqueza de la totalidad. Esto reduce nuestra capacidad para experimentar la vida como significativa y trascendente.
- Cosifica la naturaleza y la humanidad: La visión científica materialista tiende a ver el mundo y a las personas como objetos que pueden ser manipulados, en lugar de sujetos con intrínseco valor y propósito. Esto ha contribuido a la explotación de la naturaleza y al utilitarismo en las relaciones humanas.
El filósofo británico Nicholas Maxwell en su libro ‘The World Crisis — And What to Do About It’, sostiene que el principal desastre de nuestro tiempo es que tenemos ciencia sin sabiduría. Nos hemos dedicado a la búsqueda de conocimientos y desarrollo de tecnologías especializadas, en vez de ocuparnos por mejorar el mundo y la condición humana. Maxwell afirma que la ciencia y la tecnología deben cambiar su objetivo: en lugar de centrarse únicamente en la adquisición de conocimiento, deberían orientarse a la promoción de la sabiduría y el bienestar humano. La ciencia y la tecnología deben integrar consideraciones éticas y sociales. La diferencia principal entre sabiduría y conocimiento es que la sabiduría implica una gran dosis de perspectiva y la capacidad de emitir juicios acertados sobre los desafíos que se nos presentan. Mientras que el conocimiento proviene del aprendizaje, la sabiduría proviene de la experiencia y la reflexión. En palabras de Maxwell:
“La sabiduría es el esfuerzo activo y la capacidad para descubrir y lograr lo que es deseable y valioso en la vida, tanto para uno mismo como para los demás”.
Seguimos siendo testigos de mitos cuyo carácter extremadamente destructivo causa dolor y muerte. Necesitamos mitos positivos que nos ayuden a identificarnos con nuestros semejantes y no solo con quienes pertenezcan a nuestra particular tribu étnica, nacional o ideológica. Los mitos no son creencias falsas. Son portadores de una verdad propia, inalcanzable para la explicación racional del mundo. El mito nos ayuda a entrever nuevas posibilidades. Liberados de las limitaciones del logos, el pensamiento mítico permite concebir formas de expresión novedosas que enriquecen nuestras vidas. Así como las artes nos permiten acceder a una forma más intensa del ser y hacen que nos sintamos parte de algo más vasto, trascendente y completo que nosotros mismos, el mito llega donde la razón no alcanza. La verdad del mito reside en su eficacia. Quizá seamos incapaces de recuperar por entero la sensibilidad del pensamiento mítico premoderno, pero podemos ocuparnos de desarrollar una comprensión más sutil y matizada de los grandes mitos de nuestros antecesores que todavía tienen cosas que enseñarnos. En palabras de Armstrong:
“Para descubrir la relevancia y significado que tiene el mito es indispensable aportarle la energía de la acción”.