aprendizaje

Aligerar la carga

Richard Leider en su libro Repacking Your Bags, cuenta que, para una caminata en Tanzania, decidió llevar una mochila nueva. Era un modelo ultraligero de alta tecnología, y la llenó de todas las cosas que imaginó necesarias para un viaje seguro. Mientras caminaban, Koyie, su guía masái, no paraba de mirar la mochila. Luego de unas horas de caminata, ambos comenzaron a hablar sobre la mochila y Koyie expresó su entusiasmo por ver su contenido. Leider relata:

“Orgullosamente, empecé a mostrarle todo lo que llevaba en mi mochila. Utensilios para comer, dispositivos de corte, herramientas de excavación. Buscadores de dirección, observadores de estrellas, lectores de mapas. Cosas para escribir. Una muda. Suministros médicos, remedios y curas. Bolsas impermeables. ¡Cosas asombrosas! Cuando finalmente saqué todo de la mochila y las puse sobre una piedra, me sentí muy satisfecho con mi equipaje y miré a Koyie para evaluar su reacción. Parecía divertido, pero guardaba silencio. Finalmente, después de varios minutos de mirar todo, Koyie me miró y me preguntó en forma simple, pero con intensidad: ¿Todo esto te hace feliz?”.

La pregunta de Koyie, remeció a Leider en sus valores más profundos y lo hizo pensar en todo lo que estaba cargando. Pensó no solo en lo que llevaba para el viaje, sino a lo largo de su vida. Algunas cosas lo habían hecho feliz, pero muchas otras no, al menos no de forma que tuviera sentido arrastrarlas por tanto tiempo. En sus palabras:

“Como resultado de esta experiencia comencé a rearmar mis pensamientos y sentimientos acerca de cómo aligerar la carga de mi vida”.

La vida es un viaje y la experiencia en el camino está indisolublemente ligada al equipaje emocional, intelectual y físico que llevamos. T.S. Eliot en Choruses from The Rock planteó la pregunta:

“¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?, ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?, ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en la información?”.

Greg McKeown en su libro Essentialism: The Disciplined Pursuit of Less, propone la idea de vivir por diseño, no por defecto. Insiste en distinguir deliberadamente los pocos vitales y eliminar los muchos triviales, abrazar el enfoque de menos pero mejor. En sus palabras:

“No se trata de hacer más en menos tiempo. No se trata de hacer menos. Se trata de hacer sólo las cosas correctas. Se trata de desafiar la suposición central de ‘podemos tenerlo todo’ y ‘tengo que hacer todo’ y reemplazarla con la búsqueda de ‘lo correcto, de la manera correcta, en el momento correcto’. Se trata de recuperar el control de nuestras propias elecciones sobre dónde gastar nuestro tiempo y energías en lugar de dar a otros un permiso implícito para que elijan por nosotros”.

El término esencialismo tiene varios significados. Según la Enciclopedia de Filosofía de Stanford, la palabra ‘esencia’ se remonta a Platón cuando la caracterizó como una forma ideal’. Una propiedad esencial de un objeto es una propiedad que debe tener, mientras que una propiedad accidental de un objeto es una que tiene pero que podría ser eliminada. McKeown propone adoptar esta mentalidad en nuestra vida, para lo cual necesitamos reforzar tres conceptos básicos:

  • Recuperar la capacidad de elegir: Es frecuente considerar que tenemos que atender a todas las peticiones, planes, compromisos, obligaciones familiares y con los amigos, además de leer y responder a todos los mensajes de texto, correos electrónicos, reuniones y notificaciones que recibimos. Tratar estas opciones como ineludibles e imperativas, estimula un estado de reactividad impotente. Recuperar la consciencia que tenemos el poder de elección, implica también hacernos responsables de lo que hacemos y los resultados que buscamos. No podemos controlar los eventos y circunstancias, pero siempre podemos elegir cómo responder. En palabras de McKeown:

“Cuando olvidamos nuestra capacidad de elegir, aprendemos a ser indefensos. Poco a poco permitimos que nos quiten nuestro poder, hasta que terminamos convirtiéndonos en una función de las elecciones de otras personas, o incluso en una función de nuestras elecciones pasadas”.

  • Casi todo es ruido: ¿Qué me apasiona profundamente?, ¿Para qué tengo un talento especial? ¿Cómo puedo aportar a una causa significativa? Hay muchas más oportunidades en el mundo que el tiempo y los recursos con que contamos. Clarificar nuestro propósito y valores fundamentales, permite filtrar y seleccionar las múltiples opciones disponibles. Muchas cosas pueden ser buenas o incluso muy buenas, pero la mayoría son triviales y muy pocas son significativamente vitales para alcanzar el propósito que realmente nos importa. En palabras de McKeown:

“Sólo cuando te das permiso de dejar de hacerlo todo, de dejar de decirles que sí a todos, puedes hacer tu mayor contribución a las cosas que realmente importan”.

  • No podemos tenerlo todoEl deseo de quererlo todo es una tentación seductora que conduce a costosos autoengaños. Decidir a dónde vamos y qué es lo más importante considerando nuestras capacidades y limitaciones, implica renunciar a otras opciones. Requiere definir que no vamos a hacer y dónde no vale la pena ir. Debemos estar dispuestos a dejar ir opciones, por muy atractivas que parezcanPagar el precio de elegir lo que realmente nos importa. Aceptar la responsabilidad de vivir en coherencia con nuestro propósito y valores. Renunciar a opciones implica decidir: ¿Cuál es el problema del que si me voy a hacer cargo? En palabras de McKeown:

“Para discernir lo que es verdaderamente esencial necesitamos espacio para pensar, tiempo para mirar y escuchar, permiso para jugar, sabiduría para dormir y disciplina para aplicar criterios altamente selectivos a las elecciones que hacemos”.

Bajo el genio de Pablo Picasso, el toro, se transformó en lienzo, dibujo y cerámica. ‘El toro soy yo’, afirmaba el artista. El toro era su ‘alter ego’. Will Gompertz en su libro Think Like an Artist, describe el proceso de cómo Pablo Picasso dio forma a su famosa serie de litografías tituladas colectivamente El toro’. Es una lección magistral sobre cómo destiló la esencia de su obsesión. La historia de Picasso y sus toros, comenzó el 12 de noviembre de 1945, en el taller del grabador Fernand Mourlot en París. A sus 64 años, Picasso, ya había asimilado todo lo que necesitaba de sus ídolos, había filtrado esas ideas a través de su personalidad y había producido un trabajo sorprendentemente prolífico, original e ingeniosamente conectado con la obra de sus predecesores. En el taller de Mourlot, Picasso, trabajó incansablemente por varios meses. A veces, los impresores llegaban en la mañana y encontraban a Picasso todavía trabajando. Cuando el taller cerró por Navidad, Picasso se llevaba su trabajo a casa. En palabras de Mourlot:

“La primera impresión fue un toro soberbio y bien redondeado. Pensé para mí mismo que eso era todo. Pero no. Picasso comenzó a crear litografías posteriores, cada una más recortada que la anterior. Se dio cuenta que estábamos desconcertados. Hizo una broma, siguió trabajando y luego produjo otro toro. Y cada vez quedaba menos y menos del toro. Solía mirarme y reír. ‘Mira…’ decía, ‘debemos darle este bocado al carnicero’”.

Gompertz, explica que Picasso creó las imágenes a través de un proceso de reducción o como él lo llamaba, de ‘destrucción’, para llegar a la esencia del toro. Creó una imagen a partir de cada una de las etapas de aprendizaje y experiencia de su vida, revelando su proceso mental. Las diez litografías que preceden a la versión final son como tomas descartadas de un director de cine o versos corregidos de un poeta. Material útil en su momento, pero innecesario para la versión final.

  • La serie comienza con una imagen tradicional que se acerca a los grabados de toros creado por Goya en el siglo XVIII.
  • El segundo boceto es algo más grueso y sólido, similar a una interpretación del Rinoceronte de Alberto Durero en 1515. Picasso aún está copiando.
  • En la tercera versión entra en escena el auténtico Picasso, diseccionando al animal como un carnicero y marcando todas las articulaciones.
  • En la cuarta lámina comienzan a aparecer líneas geométricas que presagian el cubismo. La cabeza del toro gira hacia el espectador. Cada vez Picasso es más Picasso.
  • Las versiones cinco, seis y siete son reminiscencias de una serie similar de dibujos realizados por el artista neerlandés Theo van Doesburg en 1917, en los que los animales quedan divididos en secciones para crear una composición general más equilibrada.
  • En las láminas ocho y nueve Picasso llega a la conclusión de que menos, es más. Matisse fue un maestro reconocido del trazo; Picasso reta a su rival en su propio terreno. Se acaban los esquemas; desde este momento se trata de la pureza del dibujo.
  • La décima imagen muestra al artista recurriendo de nuevo a la experiencia. La cornamenta del animal ha variado, ya no es inmediatamente reconocible y empieza a recordar a una horca, un trazo lineal a mano alzada que Picasso ya había empleado tres años antes en su escultura Cabeza de toro de 1942, hecha con un sillín y un manubrio de bicicleta. El décimo toro tiene una cabeza diminuta y un ojo enorme, truco gráfico que venía practicando desde las Señoritas de Aviñón, en 1907.
  • Por fin, en la última versión, todo encaja. Se trata de una imagen única creada combinando pintura rupestre y abstracción moderna. Fruto de la experiencia de la mano del pintor y lo innovador de un procedimiento inédito. El artista había tomado ideas de otros y reutilizado muchas propias.

La litografía final de la serie parece estar compuesta de solo 12 líneas, pero sigue siendo, sin lugar a duda, un toro. Mourlot escribe:

“Todavía recordaba el primer toro y me dije a mí mismo: lo que no entiendo es que haya terminado donde realmente debería haber comenzado. Y cuando miras esas líneas, no puedes imaginar cuánto trabajo implicó”.

La serie de litografías de Picasso no sólo muestran como una idea toma forma, sino de donde proceden. En la sencilla figura con la que Picasso culmina la secuencia radica la esencia del trabajo de toda una vida. Estaba lidiando con lo abstracto, lo que significaba reducir la obra a sus elementos gráficos más fundamentales. En palabras de Picasso:

“Dos agujeros: ese es el símbolo del rostro, suficiente para evocarlo sin representarlo. Lo más abstracto puede ser quizás la cumbre de la realidad”.

Durante toda una vida, construimos estructuras con el fin de evitar el sufrimiento. Nos armamos una fortaleza material y conceptual para protegernos. El punto es que estas fortalezas también nos aprisionan. Soltar implica trascender nuestros modelos mentales. Descartar lo superfluo nos da más tiempo, energía y recursos para invertir en lo esencial. Ramon Bayés, profesor emérito de la Universidad de Barcelona, con sus lúcidos 94 años, en su libro Un largo viaje por la vida, explica que la vida es cambio. Por lo tanto, debemos evitar un apego excesivo a nuestras creencias, ya que no somos nuestras opiniones. Bayés, sostiene que la persona no es el cerebro, no es el cuerpo, no es la familia, no es el grupo con el que comparte ilusiones y vínculos, gustos o valores, no es el contexto físico, cultural, social y emocional en que nace y transcurre su vida. Bayés afirma que la persona es el viaje. Escribe:

“Un viaje siempre único, irrepetible, interactivo, continuamente cambiante, una biografía en constante evolución desde el nacimiento hasta la muerte, a menudo a través de niebla, espejismos, ansiedad o dudas, de destellos de conocimiento, felicidad, libertad, justicia o amor, en búsqueda del mapa de nuestras particulares minas del rey Salomón”.

Vale la pena el esfuerzo de simplificar. Necesitamos revisar regularmente nuestras maletas, aligerar la carga y volver a empacar, haciéndonos regularmente la pregunta de Koyie:

“¿Todo esto te hace feliz?”.

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