
Estricta meritocracia
Recientemente, según Forbes, el 77% de los accionistas de Tesla votaron a favor de reinstaurar el paquete salarial acordado con Elon Musk en 2018. Si logra superar los desafíos legales, Musk podría recibir el bono más grande de la historia, valorado en 50.000 millones de dólares, lo que incrementaría su participación en Tesla, acercándolo a su meta de controlar el 25% de la compañía. Además, la propuesta para trasladar el domicilio de Tesla de Delaware a Texas obtuvo el respaldo del 84% de los accionistas. El gobernador de Texas, Greg Abbott, felicitó a Musk a través de X con estas palabras:
“Felicidades por conseguir el salario que te prometieron y por tu nueva incorporación a Texas. Bienvenido a un estado que no tiene ni impuesto sobre la renta personal ni de sociedades”.
De acuerdo con Forbes, actualmente Musk es la persona más rica del planeta. Walter Isaacson en su biografía sobre Elon Musk, narra que Musk tuvo una infancia muy dura. Creció en medio de la violencia en la era del apartheid en Sudáfrica y tuvo que aprender a lidiar con el dolor. De niño sufrió acoso escolar y su padre se puso del lado de los acosadores. A veces las personas encuentran formas de canalizar su dolor para convertirlos en sus motores. Isaacson relata que cuando le preguntaron a Musk por la diversidad, la equidad y la inclusión, dijo:
“Yo creo en una estricta meritocracia. Quienquiera que esté realizando un trabajo magnífico, conseguirá una mayor responsabilidad. Y eso es todo”.
En 1904, Mark Twain publicó un ensayo titulado Saint Joan of Arc en el que desarrolla su idea de cómo esta heroína y otras mentes notables lograron la grandeza. Escribió:
“Cuando nos disponemos a explicar a un Napoleón o a un Shakespeare, o a un Rafael o a un Wagner, o a un Edison o a otra persona extraordinaria, entendemos que el talento que poseen no explicará todo el resultado, ni siquiera la mayor parte del mismo; no, lo que lo explica es la atmósfera en la que se nutrió el talento; es el entrenamiento que recibió al crecer, las lecturas y el estudio que lo nutrieron, los ejemplos que recibió, la motivación que reunió por el reconocimiento que se dio a sí mismo y el que recibió del exterior en cada etapa de su desarrollo: cuando conocemos todos estos detalles, entonces sabemos por qué el hombre estaba listo cuando llegó su oportunidad”.
En 1958, el sociólogo británico Michael Young acuñó el término ‘meritocracia’. Hijo de un músico australiano y una pintora irlandesa, Young creció sintiéndose poco valorado por sus padres, quienes incluso consideraron darlo en adopción. Según relató, nunca superó completamente su temor al abandono. Afortunadamente todo cambió cuando tenía 14 años, ya que su abuelo pudo enviarlo a un internado experimental. Este internado era una iniciativa de Leonard y Dorothy Elmhirst, conocidos filántropos progresistas. Escribió Young:
“Había estado en internados antes, pero nunca había tenido una habitación para mí solo. Tampoco en casa, donde ni siquiera tenía cama y dormí en la misma cama que mi padre hasta los 19 años. Así que una habitación para mí solo era un auténtico lujo”.
De pronto, ese niño inadecuado y no querido por sus padres biológicos, se encontró en la élite de su tiempo. Asistía a cenas con el presidente Roosevelt y presenciaba conversaciones entre Leonard y Henry Ford. Young cursó estudios de economía en la London School of Economics, se graduó en derecho y obtuvo un doctorado en sociología. Ocupó el cargo de secretario en el Departamento de Investigación del Partido Laborista y se convirtió en el primer profesor de sociología en la Universidad de Cambridge. A pesar de su ascenso social, Young albergaba serias dudas sobre el futuro de una sociedad basada exclusivamente en el mérito. En su libro The Rise of the Meritocracy, una sátira ambientada en el año 2034 describía un mundo donde la riqueza y el poder ya no eran heredados ni repartidos entre amigos. En esta sociedad ficticia, una clase dominante meritocrática, definida por la fórmula ‘Coeficiente Intelectual + esfuerzo = mérito’, reemplazaba a la democracia con un gobierno de los más capaces. Young criticaba este modelo, argumentando que, a medida que la riqueza reflejaba cada vez más la distribución del talento natural y los ricos se casaban entre sí, la sociedad inevitablemente se dividiría en dos. Un mundo distópico en el que:
“Los talentosos saben que el éxito es una justa recompensa por su propia capacidad, su propio esfuerzo, y en el que las clases bajas saben que han fallado en todas las oportunidades que se les ha dado. Si han sido etiquetados como ‘tontos’ repetidamente, ya no seguirán reclamando”.
De forma similar, Joseph Stiglitz, el destacado economista y Premio Nobel, aborda en su libro El precio de la desigualdad las críticas a la meritocracia como justificación de las grandes disparidades en ingresos y riqueza. Argumenta que esta visión se basa en la premisa de que dichas disparidades son el resultado de diferencias en talento y esfuerzo, pero ignora cómo factores sistémicos y estructurales restringen las oportunidades para muchos. Stiglitz afirma:
“El 90% de los que nacen pobres, mueren pobres, por más inteligentes y trabajadores que sean, y el 90 % de los que nacen ricos mueren ricos, por idiotas y haraganes que sean. Por ello, deducimos que el mérito no tiene ningún valor”.
Robert Sapolsky, es tal vez uno de los científicos más venerados en la actualidad. Se hizo famoso por su trabajo estudiando babuinos salvajes en Kenia, donde descubrió cómo sus complejas vidas sociales conducen al estrés y cómo eso afecta su salud. Hace unos años publicó ‘Behave: The Biology of Humans at Our Best and Worst’ en que realizó un análisis exhaustivo de por qué los seres humanos actúan de la manera en que lo hacen, explorando la influencia de factores que van desde la genética y la neuroquímica hasta el ambiente y la cultura. Recientemente publicó ‘Determined: A Science of Life without Free Will’. En este libro Sapolsky profundiza en la idea de que el libre albedrío es una ilusión, argumentando con evidencia de la biología, la neurociencia y la psicología que nuestras decisiones están mucho más determinadas por factores fuera de nuestro control consciente de lo que la mayoría cree. Todas nuestras decisiones, incluyendo nuestras intenciones y elecciones, están profundamente influenciadas por una combinación de factores biológicos y ambientales que se extienden desde nuestra vida fetal hasta nuestra adultez, pasando por nuestra infancia y experiencias. En palabras de Sapolsky:
“Ahí está nuestra nación con su culto a la meritocracia que juzga la valía por el cociente intelectual y el número de títulos académicos. Una nación que vomita pamplinas sobre la igualdad de potencial económico mientras que, en 2021, el 1% superior posee el 32% de la riqueza y la mitad inferior menos del 3%”.
David Brooks, en su libro The Road to Character, realiza un recorrido de pensadores y líderes mundiales, y explora cómo, a través de la lucha interna y el sentido de sus propias limitaciones, fueron capaces de construir un carácter fuerte, pero advierte:
“La gran mentira a la cabeza de la meritocracia es que las personas que han logrado más valen más que otras personas. Si quieres destrozar tu sociedad, esa es una buena mentira para presentar”.
Brooks, afirma que la meritocracia exacerba el individualismo y genera desconexión. La meritocracia esencialmente divide a la población humana en exitosos y fracasados. Transmite el equivocado mensaje de que, si eres talentoso, decidido, trabajador y motivado, nada puede impedirte tener éxito, pero si no lo logras el problema eres tú. En su libro The Second Mountain, Brooks sostiene que hemos llevado el individualismo al extremo, y en el proceso hemos desgarrado el tejido social. Identifica cinco mentiras tóxicas que transmite la meritocracia:
- Él éxito profesional te hace feliz: Esta creencia promueve la idea de que trabajar arduamente, complacer a los superiores, ascender en la jerarquía y alcanzar un alto estatus son claves para la felicidad. Sin embargo, centrar la existencia únicamente en el éxito profesional es insuficiente para encontrar verdadero significado en la vida.
- Es personal: Esta creencia supone que los logros individuales y la acumulación de bienes materiales son suficientes para alcanzar la felicidad. Sin embargo, según Brooks los verdaderos momentos de alegría provienen de los actos de bondad y afecto. La felicidad radica en las relaciones y conexiones humanas que establecemos.
- La vida es un viaje individual: Esta perspectiva promueve acumular experiencias como si fueran trofeos, en una competencia donde ‘gana’ quien tiene más. Sin embargo, las personas que realmente enriquecen sus vidas y las de otros son aquellas que reconocen su responsabilidad hacia la comunidad movidas por la compasión.
- Tu propósito es personal: Aunque cada persona posea valores individuales, estos se entrelazan y se comparten con amigos, familiares, comunidades y colegas. Los valores desempeñan un papel cohesivo fundamental, actuando como el cemento que une a las comunidades e instituciones.
- La gente rica y exitosa es más valiosa: Según Brooks, aunque fingimos que no compartimos esta idea, toda nuestra cultura lo confirma. En cierto modo, todos estamos implicados en un sistema en el que ciertos bienes materiales confieren estatus. Mezclamos precio con valor.
La meritocracia, confunde dos conceptos diferentes: eficiencia y valor humano. La capacidad para el trabajo duro es en sí misma el resultado de las dotes naturales y la educación. Así que ni el talento ni el esfuerzo son méritos en sí mismos. La vida de los menos exitosos no vale menos, simplemente no existe una forma sensata de comparar el valor de las vidas humanas. Young, vio lo que estaba sucediendo en la sociedad, por lo que volvió a advertir en 2001:
“En el nuevo entorno social, a los ricos y poderosos les ha ido muy bien. La meritocracia empresarial está de moda. Si los meritócratas creen, como más y más se les anima a creer, que su avance proviene de sus propios méritos, pueden sentir que merecen cualquier cosa que puedan obtener. Pueden ser insoportablemente engreídos, mucho más que las personas que sabían que habían logrado un ascenso no por sus propios méritos sino porque eran, como hijo o hija de alguien, los beneficiarios del nepotismo. Los recién llegados pueden realmente creer que tienen la moralidad de su lado. Tan segura se ha vuelto la élite que casi no hay bloqueo en las recompensas que se arrogan. Como resultado, la desigualdad general se ha vuelto más grave con cada año que pasa”.
“A este ritmo, se necesitarán 230 años para erradicar la pobreza; sin embargo, en tan solo 10 años, podríamos tener nuestro primer billonario”.
Para Sapolsky la meritocracia es una justificación del sistema. Las personas que tienen más poder son las que tienen más motivos para querer y mantener esta idea. Escribe:
“No existe ningún ‘merecimiento’ justificable. La única conclusión moral posible es que no tienes más derecho a que se satisfagan tus necesidades y deseos que cualquier otro humano. Que no hay ningún humano que tenga menos derecho que tú a que se tenga en cuenta su bienestar”.
Atribuir los logros solo al esfuerzo y la voluntad es simplista, las personas que nacen en entornos desfavorecidos tienen menos oportunidades de desplegar sus capacidades y potencial. Kwame Appiah, profesor de filosofía y derecho en la Universidad de Nueva York, es hijo de madre inglesa y padre perteneciente a la etnia asante de Ghana. En su artículo The myth of meritocracy, escribe:
“Un sistema de clases filtrado por la meritocracia seguiría siendo, un sistema de clases: implicaría una jerarquía de respeto social, otorgando dignidad a los que están en la cima, pero negando el respeto y la autoestima a los que no heredaron los talentos y la capacidad de esfuerzo que, combinados con una educación adecuada, les permitirían acceder a las ocupaciones mejor remuneradas”.
Young abogaba por una sociedad que posea y actúe sobre valores plurales, incluida la amabilidad, el coraje y la sensibilidad, donde todos tengan la oportunidad de desarrollar sus propias capacidades especiales para tener una buena vida. Entonces, la pregunta es: ¿Qué es necesario para que una vida humana vaya bien? Appiah, propone una respuesta.
“Vivir bien significa enfrentar el desafío que plantean tres cosas: tus capacidades, las circunstancias en las que naciste y los proyectos que tú mismo decides que son importantes”.
Nos equivocamos cuando negamos no sólo el mérito sino la dignidad de aquellos cuya suerte en la lotería genética y en las contingencias de su situación histórica les ha sido menos favorable. Young murió de cáncer a la edad de 86 años. Cuando agonizaba en el hospital, estaba preocupado por si los inmigrantes africanos subcontratados que empujaban los carritos de comida por los pasillos estaban recibiendo un sueldo digno. Su esperanza era que:
“Todos los ciudadanos pudieran tener la oportunidad de desarrollar sus propias capacidades especiales para llevar una buena vida”.