adaptación

Reformular la existencia

El general Charles de Gaulle líder de la resistencia francesa contra la Alemania nazi, tuvo tres hijos. Sin embargo, como relata Jonathan Fenby en el libro The General: Charles de Gaulle and the France He Saved, a nadie le dedicó tanta atención y ternura como a su hija Anne, afectada con síndrome de Down. De Gaulle demostró un amor por su hija que sobrepasó las expectativas y el estigma de su tiempo. En sus palabras:

“Para mí, Anne ha sido una gran prueba, pero también una bendición. Es mi alegría y me ha ayudado mucho a superar todos los obstáculos y todos los honores. Gracias a Anne he ido más lejos, he conseguido superarme”.

Parece claro que para los humanos la empresa de ser feliz no es sencilla. A medida que crecemos, adoptamos y nos vemos influidos por numerosas expectativas, muchas de las cuales probablemente nunca se concretarán. Las expectativas son fuertes esperanzas, ilusiones o creencias sobre lo que sucederá o sobre lo que lograremos, cosas que deseamos profundamente. La expectativa está ligada a la obtención de un resultado; en su ausencia, genera decepción, dolor, culpa y una sensación de carencia e impotencia. Las expectativas se presentan en todos los aspectos de nuestra vida, desde nuestras finanzas y relaciones personales hasta nuestra salud, el trabajo, la política, la dinámica familiar, el fútbol, las vacaciones y hasta en la relación con nosotros mismos. Son omnipresentes. Cuando no se cumplen, emergen sentimientos como la depresión, la ansiedad y la decepción. Sufrimos cuando nuestras expectativas sobre la realidad superan nuestra experiencia actual. Esta discrepancia, que podemos llamar brecha de expectativas, se origina por tres factores principales:

  • Nuestra imaginación.
  • Las influencias de nuestro entorno.
  • Nuestras experiencias previas.

Las expectativas pueden ser autoimpuestas o impuestas por otros, lo que nos lleva a asumir una responsabilidad excesiva, incluyendo eventos y condiciones que escapan a nuestro control. Esta mentalidad nos expone a un estrés constante. Las expectativas no garantizan nada, son simplemente esperanzas. André Comte-Sponville, considerado uno de los más importantes filósofos contemporáneos, en su libro La felicidad, desesperadamente, propone que la felicidad se logra cuando dejamos de tener falsas esperanzas. La ausencia de esperanzas, la ‘des-esperación´ de la que habla, no es tristeza, ni menos nihilismo, renuncia o resignación: es más bien la sabiduría de no tener expectativas desmesuradas o falaces y poner todo nuestro empeño en nuestra voluntad y capacidad de acción. Compte-Sponville, comenta que leyendo el libro Le yoga, de Mircea Eliade, se encontró con una cita del Mahabharata, el libro inmemorial de la espiritualidad india, que dice:

“Solo es feliz el que ha perdido toda esperanza, pues la esperanza es la mayor tortura y la desesperación, la mayor felicidad”.

Este es el enfoque que incorporó en su vida el ingeniero egipcio Mo Gawdat, que tras una exitosa carrera como director comercial de Google [X], en 2001, pasó por una profunda depresión. Gawdat, llegó a la conclusión que la felicidad es ausencia de infelicidad, y que, para ser felices, debemos aprender a estar satisfechos con lo que tenemos. En sus palabras:

“Nos sentimos felices cuando los acontecimientos de nuestra existencia se ajustan a nuestras expectativas, a nuestras esperanzas y deseos sobre cómo debería ser la vida”.

Lo que diferencia a Gawdat de otros autores y gurús que escriben y hablan sobre la felicidad, es que, en 2014, su hijo Ali de tan solo 21 años murió repentinamente durante lo que debería haber sido una cirugía de rutina, y su matrimonio colapsó a raíz del duelo. Por lo tanto, este ingeniero que había elaborado un algoritmo para la felicidad tuvo que ponerlo a prueba en las condiciones más extremas imaginables. En el primer párrafo de su libro Solve for Happy, Gawdat escribe:

“Diecisiete días después de la muerte de mi maravilloso hijo, Ali, empecé a escribir y no pude parar. Mi tema era la felicidad; una cuestión improbable, dadas las circunstancias”.

Gawdat trató de poner en práctica lo que comprendió sobre la felicidad, y de cómo absorber la tristeza que nunca podrá resolverse y aun así encontrar formas significativas de seguir adelante. En la entrevista How to be happy: the happiness equation revealed? Gawdat dijo:

“No se trata de si ves el vaso medio lleno o medio vacío, se trata de lo que esperabas y como respondes. Si a una persona que espera que su vaso esté siempre lleno hasta el borde se le entrega uno hasta la mitad, la decepción sólo se verá agravada por la rabia ante la injusticia de eso. Esta persona no puede ver el agua que tiene debido a su fijación en el agua extra que cree que debería estar ahí por derecho”.

La vida trae consigo cambios y pérdidas. No todo está bajo nuestro control, pero siempre hay cosas por las que podemos estar agradecidos. En su libro That Little Voice In Your Head, Gawdat afirma que los pensamientos negativos son la principal fuente de nuestra infelicidad, ya que las ideas son la más inmersiva de las experiencias. En sus palabras:

“En mi investigación he descubierto que los pensamientos, y solo los pensamientos, son la principal causa individual de nuestro nivel de felicidad. Esa vocecita en nuestra cabeza influye en nuestro ánimo en mayor medida que las más duras circunstancias que nos toque padecer”.

Gawdat afirma que nuestro cerebro, pese a su gran complejidad, es una máquina predecible. Basado en sus conocimientos en programación, neurociencia y la experiencia de la repentina muerte de su hijo, sintetizó lo aprendido sobre la felicidad, en un método de pensamiento, que comienza cuando tomamos consciencia de lo que está ocurriendo. Parte con la simple pregunta:

¿Eres feliz? Si lo somos, solo queda disfrutar plenamente de nuestra experiencia vital. Pero si la respuesta es ‘No’, entonces tenemos que responder cuidadosamente a la siguiente pregunta:

¿Qué sientes? Nuestras emociones modelan la forma en que pensamos nuestras circunstancias presentes y nuestras posibilidades futuras. Cada pensamiento despierta una emoción ligeramente diferente, pero, en el centro de todo, un pensamiento muy específico es el que desencadena la tormenta. En palabras de Gawdat:

“La envidia, por ejemplo, es una emoción desencadenada por el pensamiento ‘Me gustaría tener lo que tiene esa persona y yo no tengo’. Es una comparación entre lo que nos gustaría tener (y otro tiene) y lo que en realidad poseemos”.

Reconocer nuestras emociones para descubrir los pensamientos que las gatillan nos ayuda, entre otras cosas, a diferir nuestras reacciones automáticas, y abrirnos a la opción de explorar acciones más adecuadas. Toda emoción tiene como detonante un pensamiento. La siguiente pregunta del método es:

¿Cuál es el detonante?, esta pregunta, nos ayuda a profundizar para encontrar ese pensamiento exacto, la idea precisa, que nos facilitará abordar la causa raíz de nuestra sensación. Parece fácil, pero Gawdat advierte:

“Un pensamiento despierta una emoción, que a su vez desencadena múltiples pensamientos, mientras nuestro cerebro intenta analizar la situación desde todos los ángulos. En este proceso, nuestra percepción de los acontecimientos se mezcla con nuestras emociones, conjeturas, inseguridades e interpretaciones de la situación”.

El problema es que nuestro cerebro narrador nunca nos dice lo que ha ocurrido, nos dice lo que cree que ha sucedido. Nos quiere vender la ilusión de que tiene la razón. Se ocupa de advertir riesgos, imaginar amenazas, rumiar emociones y recuerdos. Por lo que luego de identificar esa idea gatilladora de sensaciones, tenemos que preguntarnos:

¿Es esto cierto? Gawdat propone cuatro reglas para validar la certidumbre de nuestras percepciones:

  1. No aceptar pensamientos no confirmados por los sentidos. Nuestros sentidos son la principal fuente de información de nuestro sistema.
  2. Todo lo que no sea el ‘aquí y ahora’ es una ficción. Si nuestros pensamientos llevan el sello de un tiempo pasado o futuro, o si ocurren en otro lugar, tendremos buenas razones para ponerlos en duda.
  3. El drama no es la verdad. Cualquier indicio de una emoción intensa en la manera de pensar es una señal de que estamos respondiendo a algo diferente a lo que realmente ha acontecido.
  4. El trauma no es la verdad. A menudo los pensamientos que tenemos respecto a un evento reciben la influencia de cosas que ocurrieron en otros tiempos: cómo me trató mi madre durante la infancia, mi última ruptura sentimental, las tradiciones de la cultura en que crecí, mis creencias sobre cómo se deben hacer las cosas, etcétera.

Para que un pensamiento sea considerado verdadero nuestra mente tiene que aportar evidencias. Sin evidencias, los pensamientos negativos deberían descartarse automáticamente. Simplemente olvidarlos. Gawdat aconseja:

“No pierdas un minuto de tu tiempo sintiéndote infeliz por una broma de la vida. ¿Por qué ibas a dejarte perturbar por una falsedad?”.

Si después de investigar, la afirmación demuestra ser verdadera, debemos avanzar a la pregunta:

¿Puedes hacer algo al respecto? No basta con un buen análisis, un chispazo de lucidez y una decisión clara de lo que conviene hacer. Necesitamos pasar a la acción. En palabras de Gawdat:

“El mero hecho de pensar en actuar hará que te sientas mejor. Esto es así porque la positividad de pensar en lo posible elimina la negatividad de la resignación y la impotencia”.

Sin embargo, a veces ocurren cosas que no tenemos el poder de cambiar. Eventos duros y abrumadores que son una realidad de la vida. Si es esta la condición, aquí nos hacemos la siguiente pregunta:

¿Puedes aceptarlo y comprometerte? Aprender a aceptar, forma parte de las reglas del juego. Aceptar nos brinda el poder definitivo de elegir nuestro propio destino y estado de felicidad. Elegir ser siempre feliz, no por lo que la vida nos ofrece, sino por la manera en que hemos decidido afrontar todo lo que la existencia pone en nuestro camino. En palabras de Gawdat

“Yo elijo creer que todo en la vida, incluso el sufrimiento, tiene un lado bueno. No hay nada absolutamente malo. No ver el lado bueno de una situación nos vuelve sesgados. Rechazamos y nos quejamos de nuestras circunstancias”.

Viktor Frankl, en su libro El hombre en busca de sentido, escribió que la felicidad, es una consecuencia de vivir una vida llena de sentido y propósito. Frankl sobrevivió a los campos de concentración nazi y ayudó a muchos otros a hacerlo. Encontró un propósito para su vida, que consistía en ayudar a otros a encontrar significado en las suyas. Según Frankl, lo que verdaderamente importa no es el sentido de la vida como teoría, sino el sentido práctico que una persona le da a su vida. En palabras de Frankl:

“Uno no debe buscar un significado abstracto de la vida. Cada uno tiene su propia vocación o misión específica en la vida para realizar una tarea concreta”.

Gawdat, luego de la muerte de su hijo, se propuso la misión de ayudar a mil millones de personas a ser más felices, difundiendo el mensaje de que la felicidad se puede aprender y compartir. Reformuló su existencia para aportar una perspectiva que conecta su experiencia personal con este desafío humano fundamental. En sus palabras:

“Si priorizamos nuestra felicidad, recordaremos que la felicidad es una decisión que tomamos cada día. Descubriremos hasta qué punto hemos desperdiciado nuestra vida persiguiendo falsos objetivos que nunca nos han hecho felices. Entonces, y solo entonces, haremos del mundo un lugar mejor, porque lo único que seremos capaces de cambiar es a nosotros mismos, y la única forma de cambiar el mundo consistirá en que nosotros, tú y yo, cambiemos”.

Compte-Sponville, reafirma la idea que el deseo es la esencia misma del hombre. Si no hay deseo, no hay humanidad: no seríamos más que robots o zombis. Pero de la misma forma la esperanza es la raíz de nuestro sufrimiento. Lo que distingue a la esperanza de la voluntad, es que una esperanza es un deseo cuya satisfacción no depende de nosotros; a diferencia de la voluntad, que, por el contrario, es un deseo cuya satisfacción sí depende de nosotros. Por lo tanto, no se trata de erradicar el deseo, sino de educarlo, de iluminarlo, de transformarlo. Compte-Sponville nos recuerda que no debemos tratar de amputar nuestra parte de locura, de esperanza y por tanto de angustia y temor. Sino que nos invita a desarrollar nuestra sabiduría, capacidad de acción y de amar. Anne de Gaulle falleció, en febrero de 1948 a la edad de 20 años. Tras su muerte, su padre le dijo a su esposa Yvonne:

“Ahora, ella es como los demás”.

En octubre de 1948, Yvonne de Gaulle, puso en marcha una fundación con el propósito de proveer cuidado y apoyo a niñas y jóvenes con discapacidades intelectuales, facilitando tanto el cuidado diario como actividades que promueven el bienestar y la inclusión social. Charles de Gaulle murió en noviembre de 1970, y fue enterrado al lado de su hija Anne. De Gaulle le había dicho a su biógrafo Jean Lacouture:

“Sin Anne, tal vez nunca hubiera hecho lo que hice. Ella me dio el corazón y la inspiración”.

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