
¿Es hora de partir?
Nuestro cerebro tiende a tomar atajos cognitivos, a menudo basados en nuestra historia y experiencia pasada, en lugar de razonar estadísticamente […] Cuando la toma de decisiones es difícil, la gente tiende a ir con su instinto en lugar de su razonamiento.
Kahneman ha sido reconocido como el ‘abuelo de la economía del comportamiento’ y Steven Pinker lo llamó ‘el psicólogo vivo más influyente del mundo’. Nació en 1934 en Tel Aviv, pero pasó su infancia en Francia. Kahneman y su familia estaban en París cuando fue ocupada por la Alemania nazi. En su biografía escribió sobre su experiencia de niño en la Francia ocupada, explicando en parte por qué entró en el campo de la psicología:
Los judíos debían llevar la estrella de David y obedecer el toque de queda a las 6 de la tarde. Había ido a jugar con un amigo cristiano y me quedé hasta muy tarde. Mientras caminaba por una calle desierta, vi acercarse a un soldado alemán. Al acercarme a él, noté que me miraba fijamente. Entonces me hizo señas para que me acercara, me levantó y me abrazó. Me aterraba que viera la estrella dentro de mi suéter. Me hablaba con gran emoción, en alemán. Cuando me bajó, abrió su billetera, me mostró la foto de un niño y me dio dinero. Volví a casa más seguro que nunca de que mi madre tenía razón: la gente era infinitamente complicada e interesante.
Kahneman pasó gran parte de su infancia junto a su familia huyendo de los nazis. La vida era sin duda muy valiosa para él: ‘nos perseguían como conejos’. El 27 de marzo de 2024, Kahneman murió en Suiza a la edad de 90 años. Sus familiares comunicaron la noticia el mismo día. Hasta allí el recuerdo de una gran obra. Sin embargo, un año después, nos enteramos de que Kahneman no falleció por causas naturales, sino por muerte asistida. Así lo dio a conocer Jason Zweig, en el artículo The Last Decision by the World’s Leading Thinker on Decisions publicado en el Wall Street Journal. Zweig era cercano a Kahneman, y en su artículo reflexiona sobre las razones que llevaron a Kahneman a tomar esa decisión. Muchos de los amigos cercanos y colegas que sabían lo que haría, trataron de que cambiase de opinión o, como mínimo, que pospusiese la fecha. Le hicieron saber que consideraban que la decisión era prematura y que no veían en él síntomas de deterioro que justificaran acabar con su vida. Pero todos los intentos fueron infructuosos. De hecho, gozaba de relativa buena salud y plena capacidad mental antes de tomar su decisión, o al menos eso parecía. En su carta de despedida, escribió:
He creído desde que era adolescente que las miserias e indignidades de los últimos años de vida son innecesarias, y estoy actuando según esa creencia. Sigo activo, disfrutando de muchas cosas en la vida (excepto las noticias diarias), y moriré siendo un hombre feliz. Pero mis riñones están en las últimas, la frecuencia de mis lapsos mentales va en aumento y tengo noventa años. Es hora de partir.
Kahneman temía morir como su madre: “Durante su última enfermedad, mi madre perdió su ‘yo que recuerda’… no podía contar mucho sobre su estancia en el hospital porque recordaba muy poco. Para mi consternación, descubrí que yo sabía mucho más sobre lo que ella había pasado que ella misma”. Zweig, en su artículo escribe que algunos amigos de Kahneman creen que lo que hizo coincidió plenamente con su propia investigación. Como señala Philip Tetlock, psicólogo de la Universidad de Pensilvania: ‘Hasta el final, fue mucho más inteligente que la mayoría de nosotros. Supongo que sentía que se estaba desmoronando, tanto cognitiva como físicamente. Y realmente quería disfrutar de la vida y esperaba que esta se volviera cada vez menos placentera. Sospecho que elaboró un cálculo hedónico de cuándo las cargas de la vida empezarían a superar los beneficios, y probablemente previó un declive muy pronunciado a principios de sus 90 años… Nunca he visto una muerte mejor planificada que la que Danny diseñó’. Las reflexiones finales de Kahneman plantean profundas preguntas sobre cómo debemos abordar la longevidad. Escribió:
No es de extrañar que algunos de los que me quieren hubieran preferido que esperara hasta que fuera evidente que mi vida no merece prolongarse. Pero tomé mi decisión precisamente porque quería evitar ese estado, aunque pareciera prematuro.
Kahneman tenía razón, corremos el riesgo de llegar a la vejez, con cuerpos y cerebros dañados, por acumulación de enfermedades, trastornos cognitivos, falta de memoria, depresión y cambios de personalidad. Estudios recientes como Uncovering narrative aging: an underlying neural mechanism compensated through spatial constructional ability, muestran de forma consistente que el cerebro de adultos mayores presenta menor modularidad y eficiencia, cambios que se asocian a la degradación cognitiva que afectan funciones como la memoria de trabajo, la velocidad de procesamiento y la coordinación motora. No obstante, el cerebro mayor muestra mecanismos compensatorios: por ejemplo, durante tareas cognitivas recluta otras regiones cerebrales para mantener el rendimiento. La ‘reorganización de recursos cerebrales’ en personas mayores ayuda a suplir déficits cognitivos, similar a lo observado en etapas tempranas de Alzheimer. La plasticidad funcional permite cierto respaldo. El director científico del Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro, Christof Koch y Lucia Melloni, investigadora del Instituto Max Planck, en la entrevista Accelerating Research on Consciousness para la fundación Templeton subrayan que el envejecimiento del cerebro no implica solo declive, sino también adaptación estratégica. La combinación de reserva cognitiva, plasticidad neural y optimización de recursos cerebrales permite a los adultos mayores sobresalir en dominios como la sabiduría práctica, la estabilidad emocional y el uso eficiente de conocimiento acumulado. Álvaro Pascual-Leone, profesor de neurología en la Escuela de Medicina de Harvard, junto a Álvaro Fernández Ibáñez y David Bartrés-Faz en el libro El cerebro que cura, destacan la importancia de la nutrición, el sueño y el ejercicio para envejecer bien. Argumentan que un cerebro sano promueve un cuerpo sano. La idea es que un cerebro sano es la base para un cuerpo saludable y una vida plena. Sin embargo, advierten:
Al avanzar en edad no debemos desear el cerebro de nuestra infancia o juventud, sino conseguir tener el cerebro mejor y más sano posible de la edad que tenemos. Yo recuerdo cómo era a los dieciocho años y no quiero repetir muchas de las decisiones que tomé entonces.
Esta advertencia es cada vez más pertinente. Según el informe Ageing: Science, Technology and Healthy Living, a mediados de este siglo, por primera vez en la historia de la humanidad los mayores de 60 años superarán en número a los menores de 18 años, y para el 2050, se espera que en Japón la población de más de 65 años alcance a un 40 por ciento. El envejecimiento no es solo un desafío biomédico, sino una oportunidad donde ciencia, tecnología y políticas públicas permitan a las personas ‘vivir más y mejor’. Si se jubila a los 65 años, en el mejor de los casos es posible pensar que tendremos unos 20 años más para relajarnos y disfrutar. Pero ¿Y si vivimos más tiempo? ¿Y si vivimos otros 40 o 50 años? En 2008, una persona de 95 años publicó la siguiente carta en un diario de Corea:
En mi juventud, dediqué cada esfuerzo a labrar un futuro sólido. Mi dedicación me granjeó reconocimiento y respeto, cimentando una carrera que me permitió retirarme a los 65 años con orgullo y seguridad. Sin embargo, tres décadas después, al celebrar mi 95º cumpleaños, las lágrimas de arrepentimiento han empañado lo que alguna vez fue triunfo.
Los primeros 65 años fueron un legado de honor, pero los siguientes 30 se convirtieron en un desierto de amargura. Al jubilarme, asumí que mi vida útil había concluido y que los años restantes serían solo un ‘bono’ sin propósito. Bajo esa premisa, me resigné a esperar la muerte, sumido en una existencia vacía y desesperanzada. ¡Qué error colosal! Treinta años equivalen a un tercio de mi vida, tiempo suficiente para haber sembrado nuevos sueños.
Hoy, con una mente lúcida y la certeza de que aún podría vivir 10 o 20 años más, comprendo que la vejez no es una prisión, sino un lienzo en blanco. El mayor error fue creer que era demasiado tarde para empezar. Por eso, hoy decido aprender un idioma extranjero, un anhelo postergado durante décadas. Mi motivación es simple: cuando cumpla 105 años, no quiero mirar atrás con el mismo remordimiento que hoy nubla mis 95.
Esta carta fue escrita por Seokgyu Kang, el fundador de la Universidad Hoseo de Corea. Luego de su reinvención y con más de 100 años, seguía enseñando y compartiendo su visión y experiencia acumulada en su larga vida; murió a los 103 años. Lynda Gratton y Andrew Scott en su libro The 100-Year Life argumentan que el modelo tradicional (educación, trabajo, jubilación) es insostenible en el actual contexto de longevidad extrema. En su lugar, proponen una vida con múltiples etapas, donde las personas reinventan sus carreras, toman pausas para reciclarse y equilibran trabajo, aprendizaje y ocio de forma dinámica. Pocas personas tienen metas o planes para sus vidas después de los 70 u 80 años, más allá de simplemente seguir vivos. Sin una preparación individual y menos colectiva, estamos con 20 o 40 años de vida a la deriva, con impactos sociales y personales sin precedentes. La vida en etapas avanzadas ya es un problema existencial concreto para muchas personas y un desafío político y social que tendremos que abordar seriamente más temprano que tarde. Escriben:
¿Cómo se pueden mantener y desarrollar activos productivos cuando la mayor parte de la educación se imparte a los 20 años? ¿Cómo puede lo aprendido seguir siendo relevante durante los próximos 60 años en un contexto de revolución tecnológica y transformación industrial?
Si bien una vida laboral prolongada e ininterrumpida puede resolver el problema financiero, inevitablemente agotará otros activos importantes, como la salud y las relaciones. Casi medio siglo antes de la era cristiana, Cicerón escribió De senectute, una obra estructurada como un diálogo entre Catón el Viejo y dos jóvenes. Dice:
Deseo que tú y yo mitiguemos este peso, común: la inminente llegada de la vejez. Con toda seguridad sé que tú, la vives con dignidad, y eres capaz de afrontar todos los problemas que conlleva.
Cicerón sostenía que la vejez por sí misma no supone nada más que la experiencia de haber vivido muchos años, pues todas las vidas, las más ilustres, las más humildes, las más fáciles y las más difíciles o aparentemente injustas, son una experiencia única de la cual se puede aprender. Cicerón exalta la vejez, como un momento de creatividad fructífera, si existe el interés y la disciplina por seguir aprendiendo y dando fruto:
De manera tranquila, sosegada, plácida y soportable, como hemos oído decir de Platón, quien murió a los 81 años, cuando escribía un libro. Isócrates escribió a los 94 años el libro que tituló Panatenaicos y se sabe que vivió un quinquenio más. Su maestro, Leontino Gorgias, cumplió 107 años y nunca cejó en su estudio ni en su trabajo. Cuando le preguntaron por qué quería seguir viviendo, contestó: ‘No tengo nada que reprochar a la vejez’.
Todos envejecemos, es un proceso inexorable y es mejor prepararnos para hacerlo lo mejor posible. La ciencia y la medicina pueden ayudarnos y de hecho ya lo están haciendo. El organismo humano nace con una fecha de caducidad. Variable, pero caducidad al fin. Pero independiente del número de años que sumemos, el desafío es contar con un adecuado nivel de autonomía, maestría y propósito. Pedro Olalla en su ensayo De senectute política. Carta sin respuesta a Cicerón, escribe:
Hemos de romper, la idea de que vejez es igual a decrepitud. No siempre lo es. […] La mayor longevidad no se traduce en un alargamiento de la decrepitud, de la decadencia, sino que se traduce en una expansión de la época de plenitud y mayor madurez.
Aún no sabemos cómo vivir bien durante tanto tiempo; los modelos a seguir para esta nueva condición son extraños. Seguimos buscando entre las ideas que hemos heredado sobre la vejez y las posibilidades nuevas que surgen. Aunque todo confluye en ideas como reinventarse, recomenzar, reemprender, redirigir o renacer. El aumento de la longevidad ha sido lento, pero ha alcanzado un nivel que exige una redefinición fundamental de las instituciones sociales y financieras que lo sustentan. En un mundo donde vivir más no siempre equivale a vivir mejor, la decisión consciente y reflexiva de Kahneman es respetable. Sin embargo, para otros no es una opción válida o posible. Robert Marchand por su estatura (1,58 m), no pudo ser ciclista profesional en su juventud, así que decidió retomar el deporte a los 68 años. A los 105 años, estableció un récord histórico al recorrer 22,547 km en una hora en el velódromo de Saint-Quentin-en-Yvelines, hazaña que llevó a la Unión Ciclista Internacional a crear una categoría para mayores de 100 años. Marchand señaló:
No estoy aquí para ser campeón. Estoy aquí para demostrar que a los 105 años todavía se puede andar en bicicleta.