
Brecha explicativa
La cuestión de las ‘máquinas inteligentes’ parece haber cobrado más actualidad que nunca. La actual industria de la IA trabaja incansablemente para desarrollar una ‘Inteligencia Artificial General’, es decir, una IA ‘a nivel humano’. La IA ya ha dejado de ser solo software para convertirse en sistemas que interactúan con el mundo físico. Desde robots autónomos hasta drones inteligentes y vehículos sin conductor, la ‘IA física’ está transformando la manera en que las máquinas perciben, procesan y responden al entorno. Las máquinas ya no se limitan a analizar datos, sino que pueden actuar y aprender a partir de la interacción con el mundo real, pero ¿Pueden llegar a ser conscientes? Yuval Noah Harari, en su conferencia The Politics of Consciousness, hace una distinción fundamental entre inteligencia y conciencia. Explica que la inteligencia es la capacidad de resolver problemas. Pero la conciencia es la capacidad de sentir cosas como dolor, placer, amor y odio. Annaka Harris, en su libro Conscious: A Brief Guide to the Fundamental Mystery of the Mind, explica que la conciencia es esencialmente una ‘experiencia subjetiva’, es ‘algo que se siente ser’ un organismo o un sistema en particular. Implica la capacidad de experimentar sensaciones (qualia), emociones o cualquier forma de percepción subjetiva, independientemente del nivel de complejidad intelectual o cognitiva. Escribe:
“La conciencia es la experiencia interna, subjetiva, que se siente ser un sistema”.
La conciencia humana tiene una característica única: el grado de autoconciencia mental y subjetividad que parece no tener equivalente en el reino animal u otros sistemas. Este rasgo distintivo de nuestra especie puede rastrearse en la diferenciación que realizamos en nuestra mente entre sujeto y objeto. El sujeto que experimenta es el yo mental, ese que mira por mis ojos, siente, piensa y se identifica con experiencias y recuerdos. Por otra parte, los contenidos mentales: percepciones, pensamientos y recuerdos, son los objetos mentalesde la experiencia. Los objetos mentales pueden ser imágenes y representaciones de todo tipo. Cuantos más objetos identificamos y aprendemos a reconocer, más nos diferenciamos como sujetos separados del entorno. Thomas Suddendorf profesor de psicología de la Universidad de Queensland en su libro The Gap: The Science of What Separates Us From Other Animals, explora en profundidad las diferencias cognitivas fundamentales entre humanos y otros animales. Explica que es un error suponer que un animal no humano ve un árbol de la misma manera que nosotros, como algo discreto, independiente y congelado en el tiempo. Aunque los animales muestran grados diferenciados de subjetividad y autoconciencia, el excepcional grado de dualidad sujeto-objeto de los seres humanos parecería ser el principal impulsor de nuestro éxito evolutivo. Escribe:
“Experimentar un mundo de objetos manipulables desde la perspectiva de un sujeto vivencial y autoconsciente subyace en habilidades como la construcción de narrativas, el uso de símbolos, la invención de herramientas, la apreciación y creación de arte y música, y más recientemente, la construcción de sociedades y culturas”.
Los humanos poseemos una memoria episódica altamente desarrollada, lo que nos permite ‘viajar mentalmente’ al pasado (recordar eventos específicos) y al futuro (planificar y anticipar escenarios). Esta capacidad, según Suddendorf, es clave para la innovación y la cultura acumulativa. Adicionalmente la teoría de la mente (la habilidad de inferir estados mentales en otros) está mucho más desarrollada en humanos. Esto facilita la cooperación compleja, la comunicación simbólica (como el lenguaje) y la transmisión intergeneracional de conocimientos. En su artículo How Can We Know That an Animal, or AI, Is Conscious?, Suddendorf afirma que un sistema como la IA puede imitar aspectos de la consciencia, pero la imitación no equivale a una experiencia genuina. Por ejemplo, un sonámbulo puede realizar acciones complejas (inteligencia), como manejar o manipular objetos, pero carece de memoria del evento y no es consciente de sus actos. La inteligencia (capacidad motora y cognitiva) puede operar independientemente de la conciencia (percepción y autoconciencia). La consciencia es un asunto privado. No hay forma de saber directamente ‘cómo es ser otro’. Solo podemos inferir. Suddendorf, afirma que asumimos que otros tienen experiencias conscientes como nosotros, esencialmente por tres razones: actúan como yo, se parecen a mí y me dicen cosas. Escribe:
“Cuando tu madre sonríe y dice que está feliz, probablemente estés bastante seguro de que lo está, aunque no sea cierto [Por el contrario] a pesar de su notable inteligencia, la IA no se ocupa mucho en ‘actuar como yo’ o ‘parecerse a mi’, dado que no es una forma de vida móvil basada en el carbono”.
La conciencia ha sido un componente primario de nuestra excepcional capacidad creativa, sin embargo, también se ha transformado en la causa de profundos dilemas éticos y existenciales de nuestra especie, cómo los resume el filósofo André Malraux, en su novela La Condition Humaine: dificultad para entender quiénes somos, soledad existencial, miedo a la muerte, dificultad para encontrar un sentido de pertenencia y conexión significativa. Para el neurocientífico Antonio Damasio, la conciencia es una función biológica emergente generada por la interacción dinámica entre cerebro y cuerpo. En su opinión, al producir representaciones neurales continuas sobre el estado del organismo, el cerebro genera inevitablemente una experiencia subjetiva. Para Damasio la conciencia no sería algo misterioso o ajeno al mundo natural, sino una propiedad más que la evolución seleccionó para mantener al organismo en equilibrio con su entorno. En su libro Feeling & Knowing, mapea nuestra historia evolutiva como organismos vivos en tres etapas: ser, sentir y conocer. Afirma que nuestros abuelos más lejanos, las bacterias, ya eran capaces de reaccionar al medio ambiente, de percibir su entorno y decidir si quedarse o no en un lugar. Cada nuevo nivel evolutivo incorporó nuevas funciones que actúan y modulan las anteriores. Una respuesta emotiva, como el miedo o la alegría, impone cambios en alguna víscera y genera, como resultado, una nueva serie de estados corporales y un nuevo conjunto de asociaciones entre la mente y el cuerpo. Las respuestas emotivas alteran nuestra homeostasis y, en consecuencia, nuestros sentimientos. Damasio escribe:
“La clave de la consciencia reside en el contenido de las imágenes que la hacen posible […] Para que aparezca una mente consciente, necesito enriquecer un proceso mental simple con unos conocimientos que pertenecen a mi organismo y me identifican como el propietario de mi vida, mi cuerpo y mis pensamientos”.
Damasio reconoce que no comprendemos a cabalidad como se produce la conciencia, pero confía en que a medida que avance la ciencia eventualmente entenderemos cómo funciona. Michael Gazzaniga en su libro The Consciousness Instinct: Unraveling the Mystery of How the Brain Makes the Mind, señala que la conciencia es una de las verdades fundamentales de la existencia del ser humano, pero al mismo tiempo es el fenómeno más misterioso del universo. La ciencia, por naturaleza, es objetiva. La conciencia, por naturaleza, es subjetiva. Estos saltos o brechas son un problema para la ciencia. El filósofo Joseph Levine en su libro Purple Haze lo denomina ‘brecha explicativa’, y señala:
“No tenemos ni idea de cómo un objeto físico podría constituir un sujeto de experiencia, que disfruta —y no simplemente representa— una serie de estados con todo tipo de caracteres cualitativos. Cuando ahora miro mi caja de disquetes de color rojo, estoy teniendo una experiencia visual de carácter rojizo […] No parece haber una conexión discernible entre la descripción física y la mental”.
En esta línea, el filósofo David Chalmers apunta que cuando se trata de la conciencia, las preguntas sobre el comportamiento están entre los problemas fáciles. Pero el ‘problema difícil’, es la pregunta de ¿por qué es que todo comportamiento está acompañado de una experiencia subjetiva? En una charla Ted, Chalmers señaló:
“La física explica la química, la química explica la biología, la biología explica parte de la psicología. Pero la conciencia no parece encajar en este esquema. Por un lado, es un hecho que somos conscientes. Por otro, no sabemos cómo acomodar esa idea a nuestra visión científica del mundo”.
Según Chalmers, es muy poco probable que en algún momento lleguemos a ser capaces de explicar la conciencia desde el punto de vista de la neurología. En consecuencia, deberíamos buscar una explicación alternativa. En su libro The Conscious Mind, señala:
“Dado que la conciencia no parece derivar de las leyes físicas, debería considerarse como una característica fundamental, irreductible a ningún otro elemento más básico”.
Chalmers recuerda que en el siglo XIX los físicos se dieron cuenta de que los fenómenos electromagnéticos no podían explicarse por medio de los conocimientos que poseían, y por eso introdujeron el principio de los campos electromagnéticos como una cualidad fundamental del universo. Lo mismo debería ser válido para la conciencia. Chalmers propone incorporar dos ‘ideas absurdas’ a nuestra concepción del universo:
- Sumar la conciencia como otro ladrillo fundamental de la naturaleza del universo, es decir, agregarlo a los ingredientes básicos: espacio, tiempo, energía, materia y conciencia.
- La conciencia puede ser universal. Cada sistema puede tener un grado de conciencia.
En la propuesta de Chalmers, si la conciencia estuvo siempre presente, no hay ´salto milagroso’ de materia a mente, solo combinación de micro conciencias. Todos los seres tienen alguna experiencia (por rudimentaria que sea). Humanos y animales difieren en complejidad, no en tipo. Incluso partículas subatómicas tendrían ‘algo que es ser esa partícula’. No hay umbral absoluto de aparición de conciencia, sino un continuo desde lo micro a lo macro. El término para la propuesta de Chalmers se denomina panpsiquismo. Si todo tiene un aspecto mental, la distinción tradicional entre materia inerte y ser con alma se difumina. Esto es básicamente lo que creían nuestros antepasados prehistóricos. Su animismo primitivo se basaba en la creencia de que todas las cosas, vivas o no, tienen una sola esencia: una sola alma. La posibilidad que la naturaleza de la consciencia sea más profunda de lo que las ciencias habían asumido previamente, queda reflejada en la descripción que hace el físico teórico Carlo Rovelli respecto del universo:
“En lugar de ver el mundo físico como una colección de objetos con propiedades definidas, la teoría cuántica nos invita a verlo como una red de relaciones. Los objetos son sus nodos. La primera consecuencia radical es que atribuir propiedades a algo cuando no interactúa es superfluo y puede ser engañoso”.
Roger Penrose, matemático y físico teórico, ganador del Nobel de Física en 2020 por su trabajo sobre agujeros negros, ha explorado profundamente la naturaleza de la mente y la conciencia. En su libro The Emperor’s New Mind argumentó que el pensamiento humano no puede ser emulado por máquinas digitales, sugiriendo que la conciencia involucra procesos no algorítmicos. Junto al anestesiólogo Stuart Hameroff, propuso la hipótesis de la ‘Reducción Objetiva Orquestada’ (Orch-OR) que postula que la conciencia surge de procesos cuánticos dentro de los microtubulos neuronales, estructuras celulares que actúan como ‘canales cuánticos’. Según esta teoría, la conciencia no es simplemente un producto de las sinapsis entre neuronas, sino un fenómeno emergente del nivel cuántico fundamental, conectado con las leyes de la física, incluyendo la interacción entre mecánica cuántica y relatividad general. Aun no hay consenso científico claro sobre Orch-OR. Algunos investigadores la consideran especulativa y otros como una teoría prometedora. Dado su enfoque interdisciplinario, que combina biología molecular, neurociencia, física y gravedad cuánticas, la hace única, pero también compleja y difícil de probar experimentalmente. En palabras de Penrose:
“De alguna manera, nuestra conciencia es la razón por la que el universo está aquí”.
En forma similar, el físico, ingeniero e inventor Federico Faggin, reconocido por liderar el desarrollo del primer microprocesador en la década de 1970, ha explorado en profundidad la conciencia desde una perspectiva científica y filosófica. Su enfoque propone una visión idealista informacional respaldada por conceptos provenientes de la física cuántica. Su marco teórico, al que denomina ‘Panpsiquismo de Información Cuántica’ (QIP), afirma que la conciencia es una característica fundamental e irreductible de la naturaleza. Según esta perspectiva, los campos cuánticos—elementos básicos que constituyen todas las partículas conocidas—poseen inherentemente conciencia y libre albedrío. Cada evento cuántico lleva asociada una unidad básica de experiencia o decisión, lo que implica que la realidad fundamental es informacional y consciente, siendo la materia únicamente la manifestación externa de esa información consciente. Escribe:
“La conciencia no puede surgir de una materia desprovista de conciencia, al igual que el electromagnetismo no podría surgir de partículas sin carga eléctrica”.
Así, Faggin considera que la única opción razonable para avanzar en la comprensión del universo es asumir la conciencia como una propiedad fundamental de la naturaleza. Propone que cada campo cuántico—como el electromagnético—es una entidad consciente con una realidad interna propia, capaz de comunicarse y relacionarse con otros campos conscientes. Según esta visión, las partículas y los fenómenos materiales que observamos son simplemente la expresión externa o simbólica de la interacción dinámica entre estos campos conscientes fundamentales. Este modelo propone que la realidad está formada por múltiples centros de experiencia (los campos cuánticos fundamentales) que, al interactuar entre sí, crean estructuras conscientes cada vez más complejas, como átomos, moléculas, células y organismos vivos. Faggin afirma que las células vivas no son meros mecanismos bioquímicos, sino sistemas híbridos cuántico-clásicos en permanente conexión con la totalidad consciente del universo. Desde esta perspectiva, la mente humana emerge como resultado de una organización jerárquica de estas unidades conscientes, siempre en interacción con un ‘campo unificado’ de conciencia universal.
La propuesta de Faggin describe al universo como un gran sistema cognitivo, donde la materia sería ‘lo que la mente hace’, en lugar de la mente ser un mero producto de la materia. Esta idea recuerda directamente al principio hermético del Kybalion: ‘El Todo es mente; el universo es mental’. Faggin expresa abiertamente esta convergencia entre la ciencia contemporánea y tradiciones espirituales antiguas. En su reciente obra, Irreducible: Consciousness, Life, Computers and Human Nature, Faggin defiende la existencia de una conciencia universal única, de la cual cada mente individual es una manifestación particular. Escribe:
“La conciencia es esa parte de nosotros que nos permite percibir y comprender el significado de la realidad física y de nuestras emociones y pensamientos. Experimentamos y conocemos el mundo físico que nos rodea, así como nuestro mundo interior, a través de los qualia. Sin ellos estaríamos inconscientes, como sonámbulos o robots”.
La conciencia es lo que da percepción y comprensión, mientras que el libre albedrío nos permite actuar como una entidad unificada con su propia intención. El filósofo Philip Goff en su libro Galileo’s Error: Foundations for a New Science of Consciousness indica que la visión panpsíquica, es una teoría que actualmente está ganando credibilidad académica. Escribe:
“La conciencia impregna el universo y es una característica fundamental del mismo. Esto no significa que, literalmente, todo sea consciente. El compromiso básico es que los componentes fundamentales de la realidad, quizás los electrones y los quarks, tienen formas de experiencia increíblemente simples. Y la experiencia muy compleja del cerebro humano o animal se deriva de alguna manera de la experiencia de las partes más básicas del cerebro”.
Como humanos, tenemos una estructura cognitiva que tiene la capacidad de experimentar un sentido o intuición de que somos parte de algo más grande que nosotros mismos. Para el Nobel de Literatura José Saramago, la conciencia es lo que nos distingue como seres humanos y nos permite cuestionar nuestros actos y decisiones, especialmente en situaciones éticas difíciles. Decía:
“La conciencia es como una luz interior que ilumina nuestras acciones, obligándonos a evaluar constantemente lo que hacemos y por qué lo hacemos”.
La conciencia sigue siendo una frontera entre la filosofía y la ciencia. Mientras algunos insisten en explorar los mecanismos biológicos otros proponen repensar los fundamentos del universo. La respuesta, quizás, no esté en elegir un bando, sino en integrar ambas visiones. Parece que hay varios caminos alternativos que permiten aumentar la inteligencia y solo unos pocos para ganar conciencia. En palabras de Harari:
“A menos que recordemos la profunda conexión entre la conciencia y el sufrimiento será muy difícil hacer frente a los problemas éticos e implicaciones políticas del surgimiento de la inteligencia artificial. Si confundimos inteligencia con conciencia, a medida que las computadoras se vuelvan más inteligentes que los humanos, podríamos terminar privilegiando computadoras inteligentes sobre humanos conscientes”.