
Llave para escapar
Nuestra mente es la base de todo lo que experimentamos y hacemos, y determina la calidad de nuestra experiencia vital. Sin embargo, aún no entendemos del todo cómo funciona. Immanuel Kant, en su obra Crítica de la razón pura, escribió:
“Las cosas que vemos no son de por sí como las vemos… El cómo son los objetos en sí mismos, independientemente de la receptividad de nuestros sentidos, nos es completamente desconocido. Solo conocemos nuestra forma de percibirlos”.
El filósofo francés Antoine Fabre d’Olivet publicó en 1824 Histoire philosophique du genre humain, ou l’homme. En esta obra presentó un marco filosófico que consolidaba lo conocido sobre la evolución y constitución del hombre. Escribió:
“El hombre pertenece a una triple naturaleza; por tanto, puede vivir una triple vida: instintiva, emocional o intelectual. Cuando se desarrollan estas tres vidas, se mezclan en una cuarta que es la vida individual y volitiva de este ser maravilloso cuya fuente inmortal está en la vida y la voluntad divina”.
D’Olivet propuso un modelo conceptual de la naturaleza humana representado por esferas conectadas: una esfera inferior, la vida instintiva, relacionada con sensaciones y deseos; una esfera central, la vida emocional, donde surgen sentimientos y pasiones; y una esfera superior, la vida intelectual, de donde provienen los pensamientos e inspiraciones. La interacción de estas tres esferas interiores daba forma a una esfera exterior —la del potencial humano—, en la que surgen la determinación y la voluntad.
Según d’Olivet, nuestra existencia está permanentemente sacudida por el giro y el contragiro de las tres esferas internas, incoherencias que experimentamos como inquietudes. Sin embargo, la solución a nuestros conflictos sería desarrollar esa esfera de la voluntad y determinación que se expresa en la acción. La ‘determinación consciente’ permite modificar lo existente, crear nuevas oportunidades y evolucionar. D’Olivet escribió:
“Después de haber trazado este rápido resumen de la constitución intelectual y metafísica del hombre, no es necesario, creo, decir que solo está esbozado y que exige, por parte de quien quiera captarlo en su totalidad o en sus detalles, realizar un profundo estudio”.
Ciento sesenta años después, en 1983, el filósofo y lingüista Jerry Fodor, en su ensayo The Modularity of Mind, propuso que nuestra mente no es un bloque único, sino que está formada por un conjunto de módulos especializados en el procesamiento de ciertos tipos de información. Estos módulos son rápidos, automáticos y en gran medida inconscientes. Sin embargo, por encima de ellos existiría un sistema central que integra la información y permite el razonamiento complejo y la formación de creencias. Este diseño ofrece grandes ventajas porque percibimos la realidad desde diferentes perspectivas, pero también con frecuencia genera conflictos, pues cada módulo opera con reglas y objetivos distintos. El trabajo de Fodor sentó las bases para gran parte de la filosofía de la mente y la ciencia cognitiva contemporáneas, sirviendo de referencia para debatir cómo representamos internamente el mundo y cómo la estructura de la mente influye en nuestra capacidad de pensar y comunicarnos. Fodor escribe:
“Hay una brecha entre la mente y el mundo y (hasta donde todos saben) es necesario plantear representaciones internas si se quiere tener la esperanza de superarla. Tenga cuidado con la brecha. Si no lo hace, se arrepentirá”.
El reconocido neurocientífico Antonio Damasio, en su reciente libro Feeling & Knowing, mapea nuestra historia evolutiva de cuatro mil millones de años como organismos vivos en tres etapas: ser, sentir y conocer. Nuestros abuelos más lejanos, las bacterias, ya eran capaces de reaccionar al medio ambiente, de percibir su entorno y decidir si quedarse o no en un lugar. Todos los organismos vivos discriminan las condiciones más favorables para su supervivencia. Sobre ese sustrato fuimos evolucionando. Cada nuevo nivel evolutivo incorporó nuevas funciones que actúan y modulan las anteriores.
El placer y el dolor que sentimos comienzan con las moléculas y receptores de nuestras células, cuyas acciones transforman los tejidos, órganos y sistemas de nuestro organismo. Nuestro cuerpo y sistema nervioso interactúan permanentemente. Una respuesta emotiva, como el miedo o la alegría, impone cambios en alguna víscera y genera, como resultado, una nueva serie de estados corporales y un nuevo conjunto de asociaciones entre la mente y el cuerpo. Las respuestas emotivas alteran nuestra homeostasis y, en consecuencia, nuestros sentimientos. Damasio escribe:
“La mente, basada en la cartografía de patrones multidimensionales y accesibles, fue un poderoso avance que permitió producir, simultáneamente, imágenes del exterior y del interior de los organismos. Las imágenes externas les sirvieron de guía para desenvolverse con éxito en su entorno, mientras que los sentimientos, los procesos híbridos e interactivos de su interior, mentales y físicos a la vez, pasaron a ser, a partir de la aparición de los sistemas nerviosos —hace apenas quinientos millones de años—, los mayores instigadores de acciones adaptativas y creativas que han existido jamás. Ofrecieron a los animales que los albergaban su orientación e incentivos, y también fundaron la consciencia”.
El neurocientífico Ignacio Morgado, en su libro Los sentidos, explica que, como consecuencia de nuestra historia evolutiva, tenemos tres cerebros:
- Cerebro instintivo: los primeros cerebros, que se formaron en los reptiles, contenían circuitos neuronales organizados para controlar el metabolismo y las funciones vitales básicas.
- Cerebro emocional: con la aparición de los mamíferos, surgieron nuevos circuitos capaces de emitir respuestas emocionales y almacenar información relacionada con experiencias pasadas. Estos nuevos circuitos se acoplaron al cerebro instintivo.
- Cerebro racional: por último, en los homínidos, el lóbulo frontal creció y se especializó en el razonamiento, la resolución de problemas, la toma de decisiones y la dirección del comportamiento integrado.
Así se completó la tríada que nos convierte en seres a la vez instintivos, emocionales y racionales. Dado que la evolución es conservadora, ninguno de estos tres cerebros se quedó atrás; trabajan juntos. El cerebro instintivo percibe el bienestar o malestar físico con sensaciones de placer o dolor, el cerebro emocional lo experimenta como confianza o miedo y el cerebro racional lo interpreta como verdad o error. Son tres lenguajes y tres niveles de abstracción en tres cerebros que, con sus respectivos deseos, pasiones e intuiciones, interactúan y se retroalimentan para dar forma a nuestra felicidad y sufrimiento. En palabras de Damasio:
“La clave de la consciencia reside en el contenido de las imágenes que la hacen posible. Reside en el conocimiento que ese contenido proporciona de manera natural. Lo único que las imágenes necesitan es ser informativas”.
El neurobiólogo Rafael Yuste, director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia, ha centrado su trabajo en descifrar cómo funciona la conciencia y cómo se forman los recuerdos. En una reciente entrevista con Manuel Ansede, publicada en El País, señaló:
“Llevamos 100 años destripando las moléculas y las células que hay en el cerebro, pero lo que aún no hemos hecho es juntar todas las piezas de ese rompecabezas”.
En su libro El cerebro, el teatro del mundo, Yuste propone que el cerebro no es simplemente un receptor pasivo de información exterior, sino que actúa como un generador activo de realidades virtuales. Estas realidades virtuales son construcciones internas que el cerebro crea a partir de la información que recibe de los sentidos, pero también de sus propios procesos internos, como la memoria y la imaginación. De este modo, nuestra experiencia subjetiva del mundo —lo que percibimos y cómo lo interpretamos— está determinada por esas realidades virtuales que crea nuestro cerebro. Escribe:
“El cerebro es una máquina de predicción del futuro, y lo hace utilizando redes neuronales para generar un modelo del mundo, como si fuese un modelo de realidad virtual. Es decir, dentro del cerebro, apretamos el botón de avance rápido para adelantarnos a los acontecimientos, imaginar lo que va a ocurrir y escoger así un comportamiento óptimo para tener más opciones de sobrevivir. Es un proceso de predicción y acción. Se predice primero y después se actúa”.
Esta capacidad de predicción es fundamental para la supervivencia, pues nos permite adaptarnos al entorno y responder de forma eficiente a los estímulos. Así, el cerebro se concibe como un sistema complejo que crea activamente nuestra realidad subjetiva, una especie de representación teatral interna en la que las redes neuronales son los actores principales. La idea es que no vivimos en la realidad tal como es, sino en un modelo del mundo creado por nuestra mente y que funciona también como un aparato predictivo con el que tratamos de anticipar lo que va a suceder. En sus palabras:
“El teatro de la mente que tenemos en la cabeza es un modelo fantástico de la realidad. De hecho, es un modelo tan bueno que lo confundimos con la realidad y nos creemos a pies juntillas que vivimos en ella. Solamente algunas veces nos damos cuenta de que no es la realidad”.
Dado que los pensamientos son propuestos por el cerebro para vivir una situación de vida, y que la personalidad está relacionada con los pensamientos pasados y futuros, la personalidad también puede entenderse como una propuesta, un punto de partida para relacionarnos con el mundo, y no como una imposición. El director del Instituto de Neurociencia Avanzada de Barcelona, David del Rosario, en su ensayo El libro que tu cerebro no quiere leer, escribe:
“El pensamiento es cosa del cerebro, la emoción del cuerpo y la atención… ¡La atención es cosa nuestra! Ser humano no consiste en cambiar las cosas que pensamos. Ser humano consiste en decidir si las propuestas neuronales son útiles o no”.
Del Rosario explica que el ser humano es el único capaz de preocuparse por cosas que no han ocurrido y puede que nunca ocurran. Nuestro sistema nervioso construye pensamientos acerca de aquello en su foco de atención, sirviéndose de recuerdos, planes futuros y condiciones presentes. Así como la función del corazón es bombear sangre y la de los pulmones es intercambiar aire, la función de nuestra mente es proponernos pensamientos. Del Rosario escribe:
“Un sistema nervioso sano analiza y simplifica el entorno para inventar una versión adaptada al presente de aquellos pensamientos más usados en situaciones pasadas similares. Este es su principal criterio de selección”.
Los recuerdos que no se usan se olvidan. Un recuerdo, una creencia o una proyección futura son formas de pensamiento. Poco importa si apuntan al pasado, al futuro o si les damos la condición de realidades: siguen siendo propuestas o posibilidades. Frente a cada historia que nos plantee nuestra mente, conviene preguntarnos: ‘¿Este pensamiento es eficaz o ineficaz para abordar esta situación?’ La experiencia en sí misma no cambia tanto, pero sí cambia drásticamente nuestra relación con ella. Del Rosario afirma:
“La verdadera inteligencia nada tiene que ver con la capacidad de resolver problemas o conectar conceptos, sino más bien con la capacidad de seleccionar las ideas más útiles en cada situación de vida”.
La historia del herrero nos enseña que, para escapar de nuestra cárcel, debemos comprender el diseño de aquello que nos encierra. Así como la alfombra de plegarias, la ciencia y la filosofía intentan aportar mayor claridad sobre el funcionamiento de nuestra mente. Nuestra mente construye pensamientos acerca de aquello que se encuentra en el foco de atención haciendo uso de recuerdos, planes futuros y condiciones presentes. Cada vez que ponemos la atención en algo, el resto del mundo desaparece para nuestro cerebro. La atención es la clave. De la misma manera que el herrero, con la información recibida, es necesario diseñar un plan, reunir recursos y pasar a la acción.
Matthieu Ricard, en su libro The Quantum and the Lotus, cita a David Bohm —el físico que trabajó con Einstein y que más tarde escribió varios libros junto a Krishnamurti—:
“La realidad es lo que tomamos como verdad. Lo que tomamos como verdad es lo que creemos. Lo que creemos está basado en nuestras percepciones. Lo que percibimos depende de lo que estamos buscando. Lo que estamos buscando depende de lo que pensamos. Lo que pensamos depende de lo que percibimos. Lo que percibimos determina lo que creemos. Lo que creemos determina lo que tomamos como verdad. Lo que tomamos como verdad es nuestra realidad”.